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Bayona resiste contra el cine de aventuras
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80ª MOSTRA DE VENECIA

Bayona resiste contra el cine de aventuras

En Venecia, Juan Antonio Bayona presenta Fuera de Competición una recreación del trágico accidente aéreo de 1972 que nos deja fríos y con hambre

Foto: Juan Antonio Bayona, junto a parte del reparto de 'La sociedad de la nieve (Society of the Snow)', presentada en el Festival Internacional de Venecia. (EFE/EPA/Claudio Onorati)
Juan Antonio Bayona, junto a parte del reparto de 'La sociedad de la nieve (Society of the Snow)', presentada en el Festival Internacional de Venecia. (EFE/EPA/Claudio Onorati)

"¿Para quiénes son estas imágenes?", se pregunta Numa, tripulante del Vuelo 571 de la Fuerza Aérea Uruguaya. Él es el héroe que, casi por necesidad, hemos instaurado para una fábula casi sin sentido, un narrador reticente. En el libro homónimo de Pablo Vierci, Numa Turcatti (Enzo Vogrincic, fantástico seudo-Ronaldo en 9, de Martín Barrenechea y Nicolás Branca) escribe solo como una de las 16 voces que dan su perspectiva sobre la tragedia, el archiconocido accidente que en 1972 dejó abandonado a un grupo de jóvenes en el corazón de Los Andes, sin comida y en la intemperie, durante 72 días. La adaptación de Juan Antonio Bayona quiere honrar a la coralidad de esas voces, esa "sociedad" del título que no acepta papeles protagonistas y secundarios.

Para ello, el equipo de guionistas (J.A. Bayona, Bernat Vilaplana, Jaime Marques-Olearraga y Nicolás Casariego) ordena las trágicas vueltas de tuerca que vivieron les tripulantes en estricto orden cronológico, recreando los largos tiempos muertos y las paladas repentinas de mala suerte. Todo lo malo llega de golpe, porque en la montaña la fortuna no favorece ni a audaces, ni a un público que desearía —por favor— que se le diera un respiro. En cambio, La sociedad de la nieve prefiere resguardarse en la experiencia inmediata y en la aspereza narrativa de la crónica, alternando el foco entre los retazos de conflicto que acompañan a cada una de las 29 personas que sobrevivieron al accidente.

Foto: Estatuas de los Oscar. (EFE/EPA/John G. Mabanglo)

Al mismo tiempo, como si ello justificara recuperar este cuento clásico de miedo (¡Viven!, con Ethan Hawke, de hace exactamente tres décadas), la película de Netflix subraya insistente su condición de testigo sentido, de homenaje póstumo. Los nombres de cada víctima aparecen listados en la pantalla tras su muerte… El miserabilismo del asunto resulta desgraciadamente realista, pero sería absolutamente insufrible si ya desde el arranque, cuando la pandilla corre excitada porque aún "hay que llamar a la mitad del avión", la dirección J.A. Bayona no modulara una distancia de seguridad del todo necesaria. Es la bendita ironía, que nos permite escapar de entre las angustiantes paredes del convoy estrellado para descansar un momento, incluso sobre el absurdísimo suelo de la situación. Cuando Numa advierte que al capitán del equipo "no le gusta lo que ve", Bayona sustituye el objeto de su preocupación por un corte al cielo estrellado de noche.

Con sus cuerpos escuálidos, amontonados en la nieve, acurrucados entre sí para resguardarse del frío, les tripulantes del avión accidentado poco más pueden hacer, a parte de mirar. Por ello, La sociedad de la nieve podría definirse antes como un tratado sobre la reacción, que como una película de aventuras. En aras del terror, Bayona aplasta y zarandea los cuerpos de sus personajes contra toda superficie imaginable (cristal, plástico, hielo) y, sobre todo, contra la óptica deformante de una cámara cruel, un ojo que prioriza el detalle a la clarificación. Los detalles nos cambian, concluye un hombre al explicar cómo notó el peso de su mujer debajo de él, al ser embestidos por un alud.

Al mismo tiempo, nunca veremos los cuchillos que permiten que el grupo se alimente, y todos los progresos que les supervivientes emprenden acaban resumiéndose en breves montajes o fuera de plano. Bayona prefiere guardar espacio a los conflictos y las dinámicas que se suceden dentro de su muestrario humano, repasando una y otra vez las lecciones de civismo y democracia que pueden extraerse de este trágico caso de estudio. Resulta especialmente lúcida la cadena de preguntas: ¿es legal alimentarse de un cadáver? ¿Y quién tiene la potestad sobre un muerto? Finalmente, casi todes darán autorización explícita de que, en caso de fallecer, pueden servir de alimento a les demás… Dentro de la película, el gran giro aún por explorar llega cuando sean rescatades y deban decidir qué hacen con los restos humanos que quedan en sus caramañolas particulares. Al lado del buque yace un montón de esqueletos, restos a medio descomponer a los que alguien da una patadita cuando suenan por fin las buenas nuevas. Lo legal y lo moral, entonces, valen menos que nada.

placeholder Juan Antonio Bayona, junto al reparto de la película 'La sociedad de la nieve (Society of the Snow)', presentada en el Festival Internacional de Venecia. (EFE/EPA/Claudio Onorati)
Juan Antonio Bayona, junto al reparto de la película 'La sociedad de la nieve (Society of the Snow)', presentada en el Festival Internacional de Venecia. (EFE/EPA/Claudio Onorati)

Resulta una verdadera lástima que La sociedad de la nieve se obceque en privilegiar y encadenar conversaciones importantes entre su tripulación, fijada en darnos apuntes sobre los fundamentos de la amistad. Son mucho menos evidentes, y más calladamente conflictivos los susodichos momentos de incredulidad, situaciones que verdaderamente sacan a los personajes de sus casillas. También le sobran al film un par de dosis de melodramatismo exacerbado (los flashbacks sentimentaloides al rostro pasado de las personas fallecidas)... Bayona es más acertado cuando raciona, que cuando se empacha de violines.

¿Pero para quiénes son estas imágenes? Y, por lo tanto, ¿cómo deberían comunicar? Una respuesta posible es que, nos guste o no, estas imágenes son para nosotros. Y nosotros, que nunca hemos estado atrapados en la montaña, quizás necesitemos de las muletas de la ficción para digerir el terror absoluto que allí se vivió… Solo quedará hacer una buena película al respecto.

"¿Para quiénes son estas imágenes?", se pregunta Numa, tripulante del Vuelo 571 de la Fuerza Aérea Uruguaya. Él es el héroe que, casi por necesidad, hemos instaurado para una fábula casi sin sentido, un narrador reticente. En el libro homónimo de Pablo Vierci, Numa Turcatti (Enzo Vogrincic, fantástico seudo-Ronaldo en 9, de Martín Barrenechea y Nicolás Branca) escribe solo como una de las 16 voces que dan su perspectiva sobre la tragedia, el archiconocido accidente que en 1972 dejó abandonado a un grupo de jóvenes en el corazón de Los Andes, sin comida y en la intemperie, durante 72 días. La adaptación de Juan Antonio Bayona quiere honrar a la coralidad de esas voces, esa "sociedad" del título que no acepta papeles protagonistas y secundarios.

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