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Elizabeth Duval: "Pablo Iglesias ha sido importantísimo en la política, pero no ve que hoy es un jarrón chino"
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PRESENTA EL ENSAYO 'MELANCOLÍA'

Elizabeth Duval: "Pablo Iglesias ha sido importantísimo en la política, pero no ve que hoy es un jarrón chino"

La escritora y analista política reflexiona sobre la desmovilización de la izquierda, las políticas identitarias y la forma de recuperar la capacidad de imaginar un futuro mejor

Foto: Elizabeth Duval presenta 'Melancolía', "un ensayo sobre cómo recuperar la esperanza en un futuro compartido. (Cedida/Ariadna Rojas)
Elizabeth Duval presenta 'Melancolía', "un ensayo sobre cómo recuperar la esperanza en un futuro compartido. (Cedida/Ariadna Rojas)

Las primeras referencias que una encuentra en los medios sobre Elizabeth Duval (Alcalá de Henares, 2000) datan de 2018. En esa época, con apenas dieciocho años, la escritora y analista política empezaba a publicar en medios digitales como CTXT y en antologías poéticas de editoriales (muy) independientes y queer. En apenas un lustro se ha convertido en una figura pública ubicua, desde las estanterías de las librerías -con cinco títulos en apenas tres años, entre ellos su debut narrativo, Reina (Caballo de Troya, 2020)-, a las tertulias políticas de Al rojo vivo, pasando por las secciones culturales de los principales medios españoles. Duval se ha abierto un hueco en un espacio dominado por las canas, las corbatas y los enfrentamientos a cara de perro; la derecha la mira con suspicacia y la izquierda se debate entre la idolatría y el recelo. Pero Duval es una demostración de que se puede elevar el debate por encima de los eslóganes fáciles y la retórica mamporrera.

Ahora publica un nuevo ensayo, Melancolía (Temas de hoy, 2023), una disertación sobre la desafección política de la sociedad española, sobre la apropiación de ciertas ideas por parte de la derecha y la izquierda, sobre cómo la imposibilidad de imaginar un futuro mejor fomenta el inmovilismo de la ciudadanía. ¿Qué ha pasado con la energía y la alegría de los movimientos políticos de los años setenta? ¿Adónde ha ido la efervescencia y la ilusión de aquel 2014, cuando la sociedad pensó que todavía guardaba la soberanía en sus manos, que todavía podrían activar un cambio? Duval recibe a El Confidencial en la Biblioteca Eugenio Trías, a través de cuyos ventanales pasa el sol de primavera y el reverdecer de las plantas del Retiro.

PREGUNTA. ¿Por qué dedicarle un libro a la melancolía, a ese sentimiento de desasosiego y desesperanza que asola a la izquierda, a la mitificación del pesimismo?

RESPUESTA. Melancolía parte de todos estos debates de los últimos años en relación con la izquierda, la tradición, la nostalgia y los libros de neorrancios. El problema es que todo es una definición a la contra. Parece que siempre estamos buscando definirnos a la contra, de hacer la crítica de las propuestas en lugar de elaborar propuestas propias. Hay un trasfondo muy importante en este libro que tiene que ver con una concepción de la política que está muy mediada por lo que hace Frédéric Lordon en Francia, que al final es una derivación de Spinoza enfocada a la política. Después del 15M y creo que hay una sobreteatralización del auge de la extrema derecha y un exceso del discurso de "que viene el lobo" que se ha utilizado también de manera electoral. El Partido Socialista ha azuzado el fantasma de Vox para ellos tener mejor resultado en la repetición electoral de 2019, arriesgándose a que aumenten en votos y en escaños -que es lo que realmente sucedió- porque pretendían presentarse a la contra. Nos beneficia tener un enemigo al cual estar enfrentándonos. Me aburre el discurso de la izquierda que se centra en lo que hace la extrema derecha, porque me parecía falto de imaginación y falto de esa capacidad para imaginar el futuro.

En los últimos años se ha reivindicado mucho y se ha reivindicado mal la frase de "es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo". Primero, se ha citado mal porque no se atribuye a quien dijo la cita y segundo, se ha utilizado como una exculpación por parte de la izquierda. "Es normal que no podamos", vienen a decir. Ya lo planteaban críticos culturales y teóricos marxistas de finales del siglo XX, que aducían que con las condiciones que tenían no podían imaginarse futuros, por lo que, de alguna manera, se rendían.

En estos últimos años se ha reivindicado mal la frase de "es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo"

P. También se venden utopías.

R. No me interesaba tampoco la reivindicación cándida y muchas veces sin nada materializable, puramente teórica, de lo utópico. Por ejemplo, cuando hay teóricos de lo queer como José Esteban Muñoz, que te dice que en lo queer hay destellos de utopías futuras, hay momentos en los que piensas: “Vale, pero ¿qué me estás contando? ¿Qué es lo que me quieres decir? ¿Dónde están esos destellos?”. Tiene que haber propuestas concretas que puedan articularse, porque muchas veces nos enzarzamos en reivindicaciones o luchas culturales. Pero ¿quién está hablando, por ejemplo, en relación con los algoritmos, de planificación económica? Se habló en Chile antes del golpe de Pinochet, o en libros como los publicados por Martín Arboleda en la editorial Caja Negra, que hablan sobre estas cuestiones, pero todavía no se ha hecho el esfuerzo de articularlas, porque desde una aproximación puramente teórica se cancela muchas veces la posibilidad de que se articule.

P. Recientemente, en una entrevista, el escritor francés Édouard Louis apuntaba a la necesidad de la izquierda de dejar de utilizar los mismos nombres y las mismas ideas que utilizaba en el siglo XX. La necesidad de encontrar nuevas palabras más allá de proletario, patrón y demás.

R. Hay una parte de la izquierda que rinde un culto excesivo a las palabras o la nomenclatura. Muchos de los problemas de la izquierda no tienen que ver con no tener las palabras concretas para nombrar las cosas, sino, incluso, con tener demasiadas palabras. Hay una segmentación del discurso y la derecha ha sido mucho más inteligente; sabiendo los deseos y las identidades de grupos poblacionales muy distintos ha conseguido apelar a ellos. En un momento de crisis provocada por la inflación y un paro de la hostia, quizás hablar de la OTAN y de la Guerra de Ucrania, por importante que sea, no es lo más cercano o lo que más vaya a interesar a la gente. Por parte de Podemos, de forma particular, hay una insistencia en cuestiones retóricas o de apelación. En las elecciones de Valencia enarbolaron que ellos eran los únicos que se habían atrevido a llamar a Juan Roig "un capitalista despiadado". ¿Qué quieres, una medalla?

P. En Melancolía también hablas de la relación conflictiva de la izquierda con el placer, un placer que se ha apropiado la derecha, como si los roles tradicionales se hubiesen invertido.

R. Uno de los momentos más interesantes de Realismo capitalista, de Mark Fisher, es en el que dice que un problema futuro de la izquierda podría consistir en parte en construirse a partir de los deseos creados por el capitalismo pero que éste se ha visto incapaz de satisfacer. Tiene que ver con que la derecha se ha hecho adalid de cierta forma de placer y de libertad que tiene que ver con la transición de una derecha de moral católica y judeocristiana de la culpa y del castigo -y un tradicionalismo en los hábitos y las costumbres morales- hacia una derecha neoliberal que acepta muchísimas cosas, las integra y las asume como un "cada uno lo que le dé la gana". La izquierda de herencia marxista tiene un poso profundamente católico y siempre ha habido una izquierda de moral conservadora, pero lo que viene después, a través de la sedimentación, es que la derecha neoliberal se ha apropiado de la reivindicación de la libertad -aunque estos últimos años ha habido algún intento por parte de la izquierda- muchísimas acciones de placer o libertad que han sido cooptadas por la derecha ahora mismo se les atribuye directamente a la derecha inherentemente.

Pongamos el discurso de Ayuso respecto a las cañas. Había mucho escándalo por parte de la izquierda, pero sólo un escándalo verbal. Pero ¿qué sucede en Argumosa? ¿Dónde está la gente por la calle? ¿La gente de izquierdas se saltaba menos el confinamiento que la de derechas? No. Sin embargo, sí que había una voluntad de señalamiento porque cierta forma de placer estaba asociada al adversario. La izquierda parecía un cura delator. Yo pasé los confinamientos entre Madrid y París. En Madrid, quienes reivindicaban las medidas frente al Covid eran los que estaban en ese momento en el Gobierno, en la izquierda, con una oposición autonómica y rebelde de derechas, mientras que en París, como gobernaba Macron, de derechas, quien más criticaba las medidas restrictivas era la izquierda. No hay una idea detrás sobre qué es lo que se tiene que hacer. Es, de nuevo, una reacción a la contra. En lugar de disputar algo y elaborar una alternativa creíble, aceptas que lo tiene el otro, que lo va a tener para siempre, y no das ningún tipo de batalla.

¿La gente de izquierdas se saltaba menos el confinamiento que la de derechas? No. Pero la izquierda actuó como un cura delator

P. En tu libro también hablas de la capacidad de reconocer y de aplicar lo que los otros hacen bien. ¿Qué es lo que tiene Ayuso para pasar de ser una política casi desconocida a la musa de las derechas? ¿Qué es lo que podría aprender de ella la izquierda?

R. Creo que Ayuso es una comunicadora política bestial. Pero el momento en el que Ayuso crece es en el de fatiga pandémica. No tiene que ver con ilusión o esperanza, sino con una forma de anestesiarse, con una melancolía. Ya que hemos renunciado a muchísimas posibilidades de transformación o de cambio, al menos que nos dejen en paz. Ayuso vende la comunidad más libre, en la que puedes hacer lo que te dé la gana y ni siquiera te cruzas con tu ex. Puedes disfrutar gozosamente incluso de un atasco. Me niego a pensar que el 45% de votantes que saca Ayuso sean fascistas o trumpistas redomados. Habrá algunos que lo sean, pero habrá otros que la voten por muchísimos otros motivos. Ella encarna el ideal de rebeldía y de mujer libre que no soporta las tutelas de Pablo Casado. Y eso lo ha utilizado muy bien la derecha. Pero cuando es Yolanda Díaz la que ahora se reivindica como libre e independiente y que no soporta las tutelas de Pablo Iglesias hay una parte del PP que se ha dedicado a machacarla. Ella se supone que ahora debe lealtad a los partidos y las personas que te dieron la carrera política, mientras que a Ayuso se la suda completamente.

P. ¿Y a Vox? ¿Qué virtudes puedes concederle a Vox?

R. Vox ha cometido muchos errores recientemente que hacen difícil encontrar virtudes. En la comunicación política creo que son muy habilidosos, lo que no quiere decir que haya que copiarla, porque a los votantes de Vox les puede funcionar, pero hay ciertas sensibilidades a ciertas formas que a los votantes de izquierda les disgusta bastante. Desde la moción e Tamames no encuentro ninguna virtud que destacar, sinceramente.

En el libro hablo de las cartas que escribe Simone Weil sobre cómo debía ser el programa de Gobierno después de la liberación de Francia y reconoce algunos de esos proyectos que no estaban mal de la Francia de Vichy, pero que la Francia de Vichy no fue capaz de sacarlos adelante del todo. Weil combatió en la Guerra Civil española y era poco sospechosa de simpatizar con el fascismo, pero está reconociendo que se pueden retomar proyectos que los otros fueron incapaces de hacer, igual que un gobierno de extrema derecha proteccionista podría implantar una medida que perfectamente podría aplicar un gobierno de izquierdas. No porque lo implanten ellos significa que la medida está sucia o manchada por proximidad.

P. La derecha deslenguada parece que se ha convertido en el nuevo punk...

R. Tiene que ver con un factor tan simple como el que gobierne la izquierda y que la izquierda se identifique como la autoridad. La rebelión contra la autoridad es entonces de derechas. En el caso de Trump y Bolsonaro hay un punto de decir supuestas verdades y memeficación, que es algo que se da el el caso de Ayuso. La capacidad de ser meme y de reírse de uno mismo. La extrema derecha ha sido la que mejor se ha sabido adaptarse a los mecanismos de las redes sociales desde 2010. En el caso de Italia, Giorgia Meloni salió haciendo un vídeo de Tik Tok con dos melones. Piensas que “joder qué chorrada”, pero no. Los vídeos de Berlusconi -que es el antecesor de todos estos- haciendo el chorras eran absolutamente virales. Ahora vemos a Almeida saltando en unas colchonetas o pegándole un pelotazo a un niño y te hace reír, no es un afecto puramente negativo, y gana espacio en los algoritmos. La derecha, además, tiene muchos más comunicadores independientes que la izquierda. Si te pones a mirar, ¿qué comentaristas políticos de izquierdas no están adscritos o son asesores de un partido político? En la derecha hay muchos youtubers dedicados la difusión de contenidos reaccionarios.

Ahora vemos a Almeida saltando en unas colchonetas o pegándole un pelotazo a un niño y te hace reír, no es un afecto puramente negativo, y gana espacio en los algoritmos.

P. Recientemente ha sido muy comentado tu econtronazo en redes con Pablo Iglesias, del que antes te sentías más bien cercana. Podemos es un partido muy personalista, ¿en qué ha beneficiado y en qué ha lastrado la figura de Iglesias al proyecto de cambio?

R. Muchas de las cosas que han sucedido en España en los últimos años no hubiesen ocurrido sin Podemos y sin Pablo Iglesias, que es una figura importantísima de la política española -es más, yo he confesado que le he votado-, pero yo creo, sobre todo, que hay que comprender los tiempos, que hay que saber legar y delegar. No se puede ser a la vez secretario general y no serlo, o ejercer la misma influencia desde dentro de la política activa y desde fuera. Y no se puede mentir, tampoco. Hay una parte de lo que está haciendo que es nocivo para el cambio y es una pena, porque con una retirada tiempo y sabiendo retirar el ego -o dedicándose exclusivamente a construir un medio de comunicación-, el relato que él mismo está construyendo de sí mismo en estos dos últimos años enturbia mucho su figura, con todos los errores que hubiera podido tener en la etapa de política activa. Creo que lastra muchísimo toda potencia de esa formación. Él mismo comentaba lo penoso que era que expresidentes como José María Aznar o Felipe González se convirtieran en el jarrón chino de sus partidos, lastrando a sus sucesores. Iglesias decía que nunca sería un jarrón chino. La pena es no darse cuenta de que lo eres. Creo que fue Nolan el que escribió aquello de “o mueres siendo un héroe o vives lo suficiente para verte a ti mismo convertido en villano”.

P. Te has dejado ver en los actos de Sumar. ¿Los rescoldos de esa ilusión del 15M están allí?

R. No estamos en ningún ciclo que se parezca remotamente al que estábamos en 2014 y ni siquiera Yolanda -que me parece el mejor liderazgo que tenemos en el momento actual- tiene que ver con los liderazgos que había entonces. Una de las cosas por la que más se la valora es por su gestión como ministra de Trabajo y vicepresidenta, además de por la seriedad y los logros en el mercado laboral, que no tienen nada que ver con lo que valorábamos en 2014. Pero su figura vehicula lo que quede de aquella esperanza e ilusión. Tiene que ver con el espíritu detrás de Sumar: la dinámica de fragmentación, destrucción mutua y puñaladas que se ha dado a partir de cierto momento en el espacio del cambio, los caminos de todo el mundo empiezan a separarse y lo que era un espacio son 800. Ahora parece que vuelve esa idea de reconocimiento mutuo, de horizontalidad entre fuerzas distintas y de cooperación. Deposito mis esperanzas, pero sin ánimo mesiánico ni adanista ni redentor. Intentar repetir lo de 2014 sería un error; no estamos en el mismo momento ni nuestros deseos son los mismos. Pero sí hay que recoser las heridas.

P. En Melancolía también hablas del cortoplacismo instalado en la política. ¿Las prioridades electorales han pervertido el sistema?

R. En este momento de tecnopopulismo se necesita un proyecto de país para los próximos diez años. Algo que está muy alejado de la política electoral. Reunir expertos de varios lugares, encontrar la dirección de un Estado y construirlo necesita de tiempo y no de que haya unas elecciones autonómicas o municipales.

En este momento de tecnopopulismo el país necesita un proyecto de país para los próximos diez años

P. Tu anterior ensayo, Después de lo trans (La Caja Books, 2021), habla de cómo se ha tratado en política la cuestión identitaria. ¿Cómo se ha tratado la Ley trans en el debate público?

R. Con la Ley trans, lo que ha pasado es que en la televisión ha habido un marco bastante tramposo de enfrentar a mujeres referentes del feminismo tradicional y mujeres trans como si fuera el circo romano. Lo redujeron a un enfrentamiento entre mujeres cis y mujeres trans, como si no hubiera mujeres cis que apoyasen la Ley trans. Creo que el debate tenía mucha más relevancia antes de que se sobredimensionara para cierta élite cultural que para la gran mayoría de la población. En 2016 había parlamentos autonómicos -creo que en el de Galicia, por ejemplo-, en los que el Partido Popular votó a favor de medidas autonómicas respecto a la transexualidad, sin mayor drama.

P. ¿Hubiese sido un debate menos encarnizado si la propuesta no viniese del Ministerio de Igualdad e Irene Montero?

R. Yo creo que se habría importado igualmente un debate que hubiese heredado ideas de Estados Unidos y Reino Unido, pero dudo que hubiera sido un debate tan relevante si no existiera la lucha interna entre PSOE y Podemos. Además de la persecución particular contra Irene Montero. Hay un alarmismo en los medios que no se corresponde con la realidad. Es que ni siquiera han pasado los meses suficientes para que alguien que ha hecho la petición de cambio de sexo en el Registro Civil tenga la confirmación. Pero ya tienes titulares de “una persona intenta eludir una condena…”. Sólo se genera alarma social.

En el caso de la ley del sí es sí creo que también se ha sobredimensionado por parte de los medios y se ha escalado la repercusión de reducciones de condena de un año, pero también ha habido una gestión comunicativa nefasta por parte del Ministerio de Igualdad. Se negó que se iba a producir algo que se ha producido y ha habido comentarios fuera de lugar en una estrategia comunicativa calamitosa. Eso ha lastrado mucho la imagen de Irene Montero y del Ministerio de Igualdad. Yo no entiendo el enrocamiento y el no admitir que se haya hecho nada malo.

Las primeras referencias que una encuentra en los medios sobre Elizabeth Duval (Alcalá de Henares, 2000) datan de 2018. En esa época, con apenas dieciocho años, la escritora y analista política empezaba a publicar en medios digitales como CTXT y en antologías poéticas de editoriales (muy) independientes y queer. En apenas un lustro se ha convertido en una figura pública ubicua, desde las estanterías de las librerías -con cinco títulos en apenas tres años, entre ellos su debut narrativo, Reina (Caballo de Troya, 2020)-, a las tertulias políticas de Al rojo vivo, pasando por las secciones culturales de los principales medios españoles. Duval se ha abierto un hueco en un espacio dominado por las canas, las corbatas y los enfrentamientos a cara de perro; la derecha la mira con suspicacia y la izquierda se debate entre la idolatría y el recelo. Pero Duval es una demostración de que se puede elevar el debate por encima de los eslóganes fáciles y la retórica mamporrera.

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