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Este fue el momento crítico en el que Europa estuvo a punto de desaparecer para siempre
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Este fue el momento crítico en el que Europa estuvo a punto de desaparecer para siempre

Adelantamos un capítulo de 'Poder y tronos. Una nueva historia de la Edad Media', del historiador británico Dan Jones, en el que recuerda un instante decisivo para nuestro continente

Foto: Estatua ecuestre gigante de Gengis Kan en Ulán Bator
Estatua ecuestre gigante de Gengis Kan en Ulán Bator

[A continuación ofrecemos un adelanto editorial del último libro del historiador británico Dan Jones titulado 'Poder y tronos. Una nueva histotria de la Edad Media' (Ático de los libros', una crónica tan divetida, enjundiosa e inolvidanle de los diez siglos oscuros que nos hivieron lo que somos. El capítulo que proponemos se ocupa de ese momento, desgraciadamente no tan señalado como debiera, en el que la amenaza que venía de las estapas estuvo a punto de acabar con Europa... y nos salvamos de casualidad.]

A la gran ciudad del delta del Nilo, Damieta, durante los fríos primeros meses de 1221, llegaron extrañas noticias desde el este. Damieta estaba en ese momento en manos de un ejército internacional de cruzados. Llevaban cuatro años enzarzados en una tediosa campaña militar contra el sultán de Egipto y, aunque habían tomado la ciudad, no habían conseguido hacer mucho más. Los combates en Egipto estaban resultando calurosos, caros, incómodos e insalubres. El sultán ayubí al-Kamil se mantenía impasible en El Cairo, y parecía que sería difícil, y muy probablemente imposible, seguir ganándole terreno. Se había gastado mucho dinero y se habían perdido muchas vidas para lo que al al fin y al cabo era una situación estancada. Pero las cartas que llegaron a Damieta parecieron cambiarlo todo.

placeholder 'Poder y tronos'
'Poder y tronos'

Bohemundo IV, príncipe de Antioquía, las había enviado al ejército de los cruzados e informaban de los rumores que habían llegado a los Estados cruzados, procedentes de los comerciantes de especias que trabajaban en las rutas comerciales que atravesaban Persia hasta la costa occidental de la India. Según la explosiva información de estos mercaderes, un gobernante tremendamente poderoso llamado «David, rey de las Indias» se estaba abriendo paso a través de los reinos islámicos de Asia Central, dispersando toda resistencia ante él. Se decía que el rey David ya había derrotado al sah de Persia, y había capturado enormes y ricas ciudades como Samarcanda, Bujará (ambas en el actual Uzbekistán) y Gazni (actual Afganistán). Sin embargo, no estaba ni mucho menos satisfecho. Ahora se dirigía de forma implacable hacia el oeste, aplastando a los infieles a su paso. «No hay poder en la tierra que se le resista», dijo un cronista. «Se cree que es el ejecutor de la venganza divina, el martillo de Asia».

El hombre que recibió esta sorprendente información militar en Damieta fue Jacques de Vitry, obispo de Acre, un erudito y trabajador que amaba tanto las letras que llegó a usar una mitra episcopal hecha de pergamino. De Vitry tenía muchas razones para creer lo que leía. En esa misma época, un pequeño grupo de cruzados capturados meses antes durante los combates en las afueras de Damieta había regresado a la ciudad contando historias similares de una increíble aventura. Capturados en Egipto por las fuerzas del sultán, fueron enviados como prisioneros de guerra a la corte del califa abasí en Bagdad. Allí fueron entregados como regalos humanos a los diplomáticos que trabajaban para un poderoso rey de mucho más al este. Este mismo y poderoso monarca, a su vez, los había enviado de vuelta a Damieta para dar testimonio de su fuerza y magnanimidad. Era una historia curiosa, y como las aventuras de estos cruzados les habían llevado cada vez más lejos de las tierras donde se hablaban lenguas europeas, no habían entendido realmente todo lo que habían visto ni a todos aquellos que habían conocido. Pero, dado el contexto, parecía razonable suponer que su salvador no era otro que el rey David.

Era una historia curiosa, y los cruzados no habían entendido realmente todo lo que habían visto

El arzobispo Jacques de Vitry difundió la noticia por todo Occidente, escribiendo personalmente a altos dignatarios como el papa, el duque de Austria y el canciller de la Universidad de París. Anunció que la cruzada estaba salvada: el rey David estaba en camino para ayudar a derrotar al sultán egipcio. Mezclando varias profecías cristianas con los sin duda emocionantes informes de los prisioneros de guerra, De Vitry y otros eclesiásticos como él decidieron que este rey David debía ser descendiente de un mítico guerrero—gobernante cristiano llamado Preste Juan. Hoy es un tesoro del Museo Provincial de las Artes Antiguas de Namur, Bélgica.

En los tiempos de sus antepasados, los hombres habían hablado de este Preste Juan, gobernante de un lugar vagamente conocido llamado «las Tres Indias», al que docenas de reyes supuestamente pagaban tributo, prediciendo que visitaría Jerusalén «con un enorme ejército acorde con la gloria de nuestra Majestad para infligir una humillante derrota a los enemigos de la Cruz». Lamentablemente para ellos, esto nunca había ocurrido, por la sencilla razón de que el Preste Juan no existía. Pero ahora se suponía que su hijo —o posiblemente su nieto— estaba en camino para llevar a cabo esta tarea. Si la combinación de informes de inteligencia y profecías era creíble, pronto los cruzados podrían capturar Alejandría, luego Damasco, antes de unirse al Rey David para arrasar triunfalmente en Jerusalén.

Por fin, las cosas empezaban a mejorar.

Excepto, por supuesto, que no lo hicieron. Cuando los cruzados de Damieta, alentados por las noticias de su inminente refuerzo por parte del rey David, se dispusieron a atacar al sultán y comenzar su camino hacia la victoria, fueron fácilmente derrotados y ahogados en la crecida del Nilo. Y cuando otros grupos de cruzados viajaron a Tierra Santa en los años siguientes, no vieron ni rastro de ningún rey David. Las profecías de una victoria inminente resultaron no ser más que una fantasía, y pronto el nombre del rey David dejó de mencionarse.

Sin embargo, los rumores sobre el rey David no eran del todo ficticios. Los mercaderes de especias de la India y los prisioneros de guerra de los cruzados no mentían cuando hablaban de un gobernante conquistador que avanzaba imparable desde el este. Simplemente no eran capaces de comprender lo que veían.

La verdad

Aquel a quien llamaban «Rey David», nieto del Preste Juan y salvador del Occidente cristiano, era en realidad Gengis Kan (o, como lo llaman ahora muchos estudiosos anglosajones, Chinggis Qan), un muchacho nómada de la estepa de Mongolia que se había convertido en el conquistador más exitoso de su época. En dos décadas, Gengis había creado una máquina de guerra mongola despiadada y aparentemente invencible, y luego la había soltado por el mundo que le rodeaba, desde Corea hasta Mesopotamia. Al hacerlo, había destrozado las estructuras políticas de Asia Central y Oriente Medio, provocando la desaparición de dos de las mayores dinastías imperiales del mundo oriental: los Jin en China y los corasmios en Persia. Y eso no era todo.

placeholder Retrato de Gengis Kan.
Retrato de Gengis Kan.

Desde el ascenso de Gengis, a principios del siglo XII, hasta 1259, cuando el superestado que conquistó fue formalmente dividido en cuatro enormes porciones, los mongoles controlaron el mayor imperio terrestre contiguo del mundo. Y aunque su período de preeminencia mundial solo duró ciento cincuenta años, sus logros en ese tiempo se compararon con los de los antiguos macedonios, persas o romanos. Sus métodos fueron más brutales que los de cualquier otro imperio mundial anterior a la era moderna: los mongoles no dudaron en arrasar ciudades enteras, eliminar poblaciones enteras, arruinar vastas regiones y dejar metrópolis antes concurridas humeantes y desoladas, para reconstruirlas a su gusto o simplemente borrarlas del mapa. Sin embargo, frente a su espantoso legado de matanzas, derroches y genocidios, estaba el hecho de que los mongoles transformaron la forma de comerciar e interactuar en Asia y Oriente Medio. El orden severamente vigilado que impusieron en sus territorios conquistados creó un relativo período de paz, a veces conocido por los historiadores como la Pax Mongolica. Permitió viajes épicos de exploración por tierra y una transferencia más fácil de tecnologías, conocimientos y personas entre Oriente y Occidente. También pudo haber permitido la transmisión de la peor pandemia de la historia mundial.

Foto: Lápida con la inscripción. (A. S. Leybin, August 1886)

Los mongoles fueron pioneros en la creación de herramientas administrativas para un imperio global: un sistema postal de primera clase, un código de derecho universal, una reforma militar racionalizada con un sistema decimal, y un enfoque extremadamente duro pero eficiente de la planificación metropolitana. Sus sistemas imperiales establecieron un estándar de oro que no se había visto a tal escala desde la desaparición de Roma y que posiblemente no se volvería a ver hasta el siglo XIX. Más que ningún otro imperio desde los romanos precristianos, mostraron gran tolerancia en cuanto a los dogmas religiosos (aunque Gengis Kan prohibió el sacrificio ritual islámico de los animales) y fueron relativamente flexibles a la hora de permitir las costumbres locales bajo el paraguas del dominio mongol y respetuosos con los líderes religiosos dar preferencia una secta o fe a otra.

Como resultado de estos logros y otros más, los historiadores han atribuido a los kanes mongoles desde la revolución de la banca medieval hasta la creación de la visión del mundo de los padres fundadores de Estados Unidos. En su época inspiraron tanto admiración envidiosa como el terror más absoluto. Es imposible contar la historia de la Edad Media y la formación de Occidente sin los mongoles. Y así es con su propio padre fundador que debemos comenzar: Temuyín, el pobre muchacho de la estepa que se convirtió en Gengis Kan.

Gengis Kan

Según 'La historia secreta de los mongoles' —el relato más contemporáneo (aunque no del todo fiable) de la vida de Gengis Kan—, el gran conquistador descendía originalmente de un «lobo gris azulado cuyo destino había sido ordenado por el cielo», que estaba casado con una cierva. Entre sus antepasados humanos también había un cíclope que podía ver a decenas de kilómetros y un número incontable de guerreros tribales nómadas que habitaban las onduladas llanuras de lo que hoy es el norte de Mongolia, viviendo en tiendas, trasladándose con las estaciones y cazando o haciendo incursiones para sobrevivir. Y en algún momento de 1162 o alrededor de esa fecha, cerca de la montaña sagrada de Burján Jaldún, nació el bebé que se convertiría en Gengis Kan, supuestamente «agarrando en su mano derecha un coágulo de sangre del tamaño de un nudillo». Se lo llamó Temuyín porque su padre, un famoso guerrero del clan Borjigin, había estado luchando contra los enemigos mortales de los mongoles, los tártaros, y había tomado un valioso cautivo del mismo nombre. Pero cuando Temuyín tenía nueve años, los tártaros envenenaron a su padre. El niño y sus seis hermanos tuvieron que ser criados por su madre, Hoelun, una situación difícil que empeoró cuando la familia fue rechazada por su tribu y abandonada a su suerte. Sobrevivieron a base de buscar frutas silvestres y pequeños animales,como las ardillas de tierra llamadas marmotas, nativas de la estepa mongola. No fue un buen comienzo.

placeholder El soberano mongol pone en fuga a sus enemigos. Escena del Compendio de crónicas, de Rashid al-Din. Miniatura del siglo XIV.
El soberano mongol pone en fuga a sus enemigos. Escena del Compendio de crónicas, de Rashid al-Din. Miniatura del siglo XIV.

Afortunadamente, cuando Temuyín y su familia pasaban por momentos difíciles, las condiciones de la estepa fueron excepcionalmente suaves. Los estudios de los árboles antiguos en los bosques de pinos de Mongolia central han demostrado que durante la época exacta en que Temuyín creció, la zona en que se movía disfrutó de quince años consecutivos de clima suave y abundantes lluvias. Este fue el período de clima más hospitalario que la región había experimentado en mil cien años. Las praderas prosperaron, y las personas y los animales que vivían en ellas también. Temuyín y su familia sobrevivieron a sus duros años en la naturaleza, y para cuando el niño llegó a la mitad de la adolescencia ya había aprendido a montar, luchar, cazar y sobrevivir. Finalmente, él y su familia fueron aceptados de nuevo en el sistema tribal. Temuyín adquirió animales para pastar y ordeñar, y se casó con una chica llamada Borte, la primera de al menos una docena de esposas y concubinas que frecuentarían su ger (la tradicional yurt mongola o tienda de piel de animal), a menudo simultáneamente, a lo largo de su vida. Físicamente fuerte y enérgico, con ojos saltones como los de un gato, se abrió camino en la sociedad nómada. Sin embargo, el rechazo lo moldeó de una forma que marcaría su liderazgo para siempre. Temuyín creció siendo extraordinariamente duro y disciplinado, y valoraba la lealtad más que cualquier otra cosa: nunca toleraría ni un atisbo de traición o deshonestidad, y reaccionaba ferozmente cuando era rechazado, resistido o frustrado.

La guerra entre estas tribus era habitual, y Temuyín sobresalía en ella

La vida tribal en la estepa giraba en torno al pastoreo y a las incursiones de los animales, y la política se organizaba en función de alianzas complejas entre las tribus que cambiaban a menudo. La guerra entre estas tribus era habitual, y Temuyín sobresalía en ella. A mediados de los años, su reputación era tal que había sido aclamado como líder (kan) de una confederación tribal conocida como el Jamag mongol. Se trataba de una posición prominente, que permitía a Temuyín convocar a decenas de miles de guerreros a caballo cuando entraba en guerra con las tribus vecinas —incluyendo, de forma más dramática, una coalición rival liderada por su amigo de la infancia y hermano de sangre jurado Yamuja, al que derrotó y acabó matando como castigo por su traición. A finales del siglo XII, Temuyín demostró ser uno de los líderes más hábiles de su región.

Las razones de su éxito eran simples pero eficaces. Además de su talento personal para luchar y casarse, ambas herramientas esenciales de la diplomacia esteparia, también había ideado algunas reformas radicales en la organización tribal y militar tradicional de los mongoles. Al igual que Mahoma, que unió a las tribus de Arabia durante el siglo VII d. C., Temuyín vio que los lazos de clan y sangre repelían tanto como atraían, y que debilitándolos en favor de un vínculo directo consigo mismo podía crear un todo mucho más poderoso que sus partes. Esto requería algunas medidas prácticas sencillas pero importantes. Una de ellas fue introducir un fuerte elemento de meritocracia en su organización militar. La sociedad mongola se organizaba habitualmente según jerarquías tribales basadas en el linaje y la riqueza. Temuyín hizo trizas esta tradición. Eligió a sus aliados y a sus oficiales militares estrictamente por su talento y lealtad. Luego dio a sus oficiales unidades regularizadas de hombres para comandar. La unidad básica era una compañía de diez hombres llamada 'arban', compuesta por seis arqueros ligeros montados y cuatro lanceros con mayor armadura. Diez de estas compañías formaban un 'zuun'. Diez 'zuuns' formaban un 'mingghan'. Y la unidad más grande, de diez mil hombres, era un 'tumen'. El aspecto más crítico para el ejército en su conjunto fue que estas unidades no se construyeron a partir de agrupaciones tribales. Trascendían las líneas tribales y familiares. Una vez que las tropas habían sido colocadas en una unidad, no podían ser transferidas, bajo pena de muerte. Pero si cabalgaban y vencían juntos, podían hacerse con dinero, mujeres y caballos, las tres monedas más codiciadas de la estepa.

El código

Más allá del ejército, Temuyín también se centró en la forma de cohesionar la sociedad bajo su mandato. En este sentido, se asemejaba al gran emperador bizantino Justiniano. Un código de leyes conocido como 'Jasaq' o 'Yassa' ordenaba a todos los que estuvieran bajo el dominio mongol que se abstuvieran de robar o esclavizarse unos a otros, que respetaran los protocolos de generosidad y hospitalidad, que obedecieran la autoridad del kan por encima de todos los demás y que repudiaran la violación, la sodomía, el lavado de ropa en las tormentas y el orinar en las fuentes de agua. Se imponían castigos duros y generalmente mortales a todo aquel que ofendiera a Temuyín o a su código: a los ciudadanos de a pie culpables de crímenes se los decapitaba con una espada, mientras que a los oficiales o líderes distinguidos se les rompía la espalda para que murieran sin que se derramara su sangre.

La severidad era un sello distintivo de la conducta mongola en todos los ámbitos

La severidad era un sello distintivo de la conducta mongola en todos los ámbitos. En el transcurso de sus campañas y conquistas, Temuyín y sus generales también actuaban de acuerdo con reglas de combate estrictas y terriblemente sangrientas. Cualquier pueblo o ciudad que se sometiera inmediatamente al dominio mongol sería bienvenido. Pero el menor indicio de resistencia o insubordinación invitaba a la masacre y a la destrucción a sangre fría. Los rivales que maltrataban a los enviados mongoles serían perseguidos personalmente hasta la muerte. Las comunidades que mentían sobre la riqueza que poseían serían asesinadas en masa, a menudo de forma grotesca y ejemplar. Esto tenía dos objetivos. En primer lugar, era una forma de guerra psicológica: Temuyín se daba cuenta de que era más probable que sus enemigos se derrumbaran ante su mera presencia si sospechaban que la alternativa a la rendición inmediata era una muerte inmediata. En segundo lugar, la aniquilación de todos sus oponentes, excepto aquellos que fueran totalmente serviles, garantizaba que Temuyín pudiera ganar guerras con ejércitos relativamente pequeños, ya que no necesitaba dejar grandes cantidades de soldados para vigilar a las comunidades conquistadas.

Sin embargo, en contraposición al gobierno del terror, existía un sorprendente grado de tolerancia hacia aquellos a quienes los mongoles permitían sobrevivir. Los clanes y tribus que se rendían a los mongoles eran integrados activamente en la sociedad mongola. Se esperaba que sus hombres se unieran al ejército y que las mujeres y los niños se integraran en el resto de la comunidad. Mientras tanto, se toleraban la mayoría de las creencias religiosas, algo que se volvería cada vez más importante una vez que el mundo mongol comenzara a expandirse hacia el exterior. (A Temuyín le fascinaban los credos religiosos en general, y normalmente los veía como complementos útiles al paganismo chamánico mongol, más que como competidores). Así que, desde el principio de su carrera, Temuyín concibió un mundo mongol caracterizado por una fuerza militar abrumadora, pero también por un fuerte grado de cohesión social forzada. Muchos dictadores de la historia del mundo después de él tendrían ideas similares. Pocos perseguirían o lograrían sus objetivos con un éxito tan devastador como Temuyín.

Alrededor de 1201 el Jamag mongol de Temuyín era la coalición más poderosa en su región de la estepa.

Alrededor de 1201 el Jamag mongol de Temuyín era la coalición más poderosa en su región de la estepa. Cinco años más tarde, Temuyín había derrotado a todas las demás potencias vecinas, incluidos los merkitas, los naimanos, los tártaros y los uigures. Todos ellos se inclinaron ante su nombre, que en 1206 se convirtió en Gengis Kan (en sentido amplio, ‘gobernante feroz’) cuando un consejo de altos jefes tribales conocido como 'juriltai' le concedió el título en reconocimiento a sus extraordinarias hazañas de conquista. Tal y como se relata en 'La historia secreta de los mongoles': «Cuando la gente de las tiendas de fieltro le juró lealtad en el año del tigre [1206], se reunieron todos en el nacimiento del río Onón. Enarbolaron el estandarte blanco de nueve colas de Temuyín y allí le dieron el título de kan». Gengis se había ganado a pulso su sobrenombre, pues los mongoles que comandaba eran el terror de la estepa. Como dijo un enemigo desesperado: «Si nos enfrentamos a ellos y luchamos hasta el 2nal, sus ojos negros ni siquiera parpadearán. ¿Es aconsejable que luchemos contra estos duros mongoles, que no se acobardan ni siquiera cuando sus mejillas son perforadas y brota su negra sangre?».Muchos millones más se harían la misma pregunta en el siglo siguiente.

La marcha de los kanes

Tras su triunfo en 1206, Gengis Kan expandió sus dominios más allá de las llanuras mongolas. En el norte de China atacó a las dinastías occidentales Xia y Jin, aplastando a los ejércitos chinos en batalla y masacrando a cientos de miles de combatientes y civiles por igual. En 1213 envió tropas que atravesaron la Gran Muralla China en tres puntos distintos, antes de descender hacia la capital jin, Zhongdu, que fue asediada, tomada y saqueada en 1215. El emperador Xuanzong se vio obligado a someterse a los mongoles y abandonó tanto su capital como la mitad norte de su reino, huyendo a Bianjing (la actual Kaifeng), a más de 560 kilómetros de distancia. Fue una humillación abyecta de la que la dinastía Jin nunca se recuperaría. Pero para Gengis Kan y los mongoles fue una victoria más. Después se dirigieron al oeste y apuntaron a los kara-kitai (también conocidos como los liao occidentales). Según 'La historia secreta de los mongoles', Gengis «mató [a los karakitai] hasta que fueron como montones de troncos podridos». En 1218 los ejércitos mongoles se dirigieron al este en dirección a Corea, mientras que en la otra dirección tenían en su punto de mira Asia Central y las tierras de los persas.

En esta época, los gobernantes de Persia y de muchos territorios circundantes eran los corasmios: turcos que en su día habían sido mamelucos, pero que habían ascendido hasta convertirse en los amos de su propio y enorme imperio, que se extendía por las ricas ciudades y las rutas de la seda de Asia Central. En 1218, Gengis Kan planeó negociar un acuerdo comercial con su líder, el sah de Corasmia, por lo que le envió una delegación diplomática de cien funcionarios mongoles. Desgraciadamente, en su camino hacia la corte del sah, los enviados fueron detenidos en la ciudad corasmia de Otrar (actual Kazajistán). Todos fueron ejecutados sumariamente bajo la sospecha de espionaje. Ni que decir tiene que a Gengis no le hizo ninguna gracia. Juró «vengarse para compensar el agravio», una política que llevó a cabo con extremo prejuicio.

lgunas de las ciudades más importantes de Asia Central fueron pasadas a cuchillo

La campaña que Gengis llevó a cabo contra los corasmios fue la misma que acabó resonando en los oídos de los quintos cruzados, transformada en las conquistas del «Rey David». En 1219, un ejército de setecientos mil hombres cruzó las montañas Alai (que se extienden por los actuales Tayikistán y Kirguistán), iniciando una campaña de dos años que dejó a Corasmia destrozada, sus ciudades destruidas y obligó al sah a huir de Asia Central en dirección a la India, donde se refugió de los mongoles para no volver jamás. Algunas de las ciudades más importantes de Asia Central fueron pasadas a cuchillo, como Merv (hoy en Turkmenistán), Herat (Afganistán), la capital corasmia de Samarcanda (Uzbekistán) y Nishapur (Irán). «Llegaron, socavaron, quemaron, mataron, saquearon y se marcharon», escribió el erudito persa Ata-Málik Yuvaini, citando a un raro y afortunado individuo que había escapado del ataque mongol.

Pobre Merv

El saqueo de Merv fue especialmente atroz. Merv, una metrópolis cosmopolita que albergaba a unas doscientas mil personas, era un bello oasis en una meseta que, por lo demás, era muy árida, y estaba situada en la encrucijada de varias rutas comerciales internacionales importantes, con numerosas industrias manufactureras propias y una próspera zona agrícola interior alimentada por un sistema de riego artificial de última generación. Gengis envió a su hijo Tolui para exigir la rendición de la ciudad. Las instrucciones de Tolui fueron las habituales: si Merv no se sometía inmediatamente a la autoridad mongola, sería devastada. Tolui no defraudó a su padre. Cuando Merv se resistió, Tolui rodeó la ciudad con sus tropas y luego invitó a todos los ciudadanos a salir en paz con todas sus posesiones, prometiendo que estarían a salvo. Era mentira: miles de personas salieron de la ciudad, solo para ser robadas y asesinadas. Entonces la ciudad fue saqueada, despojada de todo lo que tenía valor. Se estudió el sistema de riego para copiarlo y luego se demolió. Lo mismo ocurrió con las murallas de Merv. Unos pocos ciudadanos que se habían escondido en sótanos y alcantarillas fueron descubiertos y masacrados. Y cuando los mongoles se cercioraron de que no quedaba nadie que se les resistiera, siguieron adelante.

placeholder Los fieros mongoles de Gengis Kan
Los fieros mongoles de Gengis Kan

Repitieron la actuación, con pequeñas variaciones, por todas las tierras corasmias, destrozando ciudades al tiempo que emprendían metódicos asedios a las fortalezas de las colinas, hasta que finalmente todo el imperio quedó a su merced. Se instalaron gobernadores mongoles en todas partes, y las rebeliones contra ellos se sofocaron de formas traumáticas. Las decapitaciones en masa fueron habituales, y muchas ciudades se decoraron con montañas de cabezas y torsos, abandonadas para que se pudrieran al aire libre. Cientos de miles —quizá millones— de personas, en su mayoría civiles, fueron asesinadas. Muchísimas más fueron reclutadas a la fuerza por el ejército mongol o enviadas a Mongolia como esclavas, ya fuera para trabajar o para ser explotadas sexualmente. El pueblo corasmio, sin líder e indefenso, fue sometido mediante el terror y su Estado destruido. Incluso teniendo en cuenta las debilidades estructurales del Estado corasmio, desgarrado por el faccionalismo y las divisiones sectarias entre los iraníes y los turcos, fue una experiencia aleccionadora.

Para los depredadores, todo parece una presa, y los generales mongoles aún tenían mucho de qué alimentarse

En 1221, Gengis había dejado claro su punto de vista y estaba listo para retirar sus tropas de vuelta a Mongolia. Sin embargo, a pesar de todo lo que había logrado contra los corasmios, no estaba dispuesto a irse sin más. Para los depredadores, todo parece una presa, y los generales mongoles aún tenían mucho de qué alimentarse. Después de subyugar Persia, Gengis dividió sus fuerzas. Él mismo avanzó lentamente hacia el este, hacia su tierra natal, asaltando y saqueando Afganistán y el norte de la India. Mientras tanto, sus dos mejores generales, Yebe y Subotai, se dirigieron más al oeste y al norte, bordeando el mar Caspio y adentrándose en el Cáucaso y en los reinos cristianos de Armenia y Georgia. Aquí procedieron como de costumbre: masacrando ciudades enteras y haciendo sufrir a sus habitantes. Yebe y Subotai ordenaron violaciones en grupo, mutilaron a mujeres embarazadas y descuartizaron a sus hijos no nacidos, y torturaron y decapitaron con desenfreno. Durante el verano de 1222 derrotaron en dos ocasiones a Jorge IV de Georgia en una batalla, hiriéndolo tan gravemente que murió a causa de sus heridas.

Poco después, la hermana y sucesora de Jorge, la reina Rusudán, escribió al papa Honorio III ofreciéndole una corrección sustancial a los cuentos confusos del «rey David» que el papa había recibido de gente como Jacques de Vitry. Lejos de ser un pueblo piadoso, dijo a Honorio, los mongoles eran paganos que se hacían pasar por cristianos para engañar a sus enemigos. Eran, dijo, «un pueblo salvaje de tártaros, de aspecto infernal, voraz como los lobos… [y] valiente como los leones». Eran prácticamente imposibles de resistir. Para entonces los mongoles ya habían atravesado su reino. En esta ocasión no se detuvieron a conquistarlo, pero volverían para completar la tarea una generación más tarde.

Venecia y los kanes

Desde Georgia, los generales Yebe y Subotai se lanzaron a la estepa rusa. A medida que se acercaban a Crimea, fueron recibidos por emisarios de la República de Venecia, que solo unos años antes, en la cuarta cruzada a Constantinopla, habían demostrado que eran capaces de tanta crueldad como los mongoles en la búsqueda de beneficios. Los venecianos llegaron a un acuerdo por el que los mongoles aceptaban atacar a sus rivales comerciales, los genoveses, en su lucrativa colonia de Soldaia, en la península de Crimea, en el mar Negro. Este fue el comienzo de una duradera asociación entre los dogos de Venecia y los kanes mongoles, que perduró hasta bien entrado el siglo XIV, allanando el camino para las famosas aventuras de Marco Polo y enriqueciendo a la República de Venecia. Los demonios, al parecer, podían cabalgar juntos.

Tras pasar el invierno en Crimea, Yebe y Subotai emprendieron un largo y tortuoso viaje de vuelta para reunirse con Gengis. Por el camino lucharon y aplastaron a varias tribus túrquicas de las estepas, como los cumanos y los kipchaks. Luego se dirigieron al norte, hacia Kiev (en la actual Ucrania). Los cumanos, angustiados, difundieron en la Rus de Kiev la noticia de su avance a lo largo del río Dniéster, aunque seguía existiendo una gran confusión sobre quiénes eran realmente los mongoles. El bien informado autor de la Crónica de Nóvgorod solo sabía que habían sido enviados como un azote divino «por nuestros pecados». Por lo demás, solo podía decir que eran «tribus desconocidas […], nadie sabe exactamente quiénes son, ni de dónde han salido, ni cuál es su lengua, ni de qué raza son, ni cuál es su fe; pero los llaman tártaros». Aun así, estaba claro que estos misteriosos visitantes iban a ser un problema. Una coalición de príncipes rusos, entre los que se encontraban Mstislav el Valiente, príncipe de Nóvgorod, Mstislav III, gran príncipe de Kiev y Daniel, príncipe de Hálych, reclutaron a un ejército e intentaron ahuyentarlos. No hace falta decir que fue una temeridad. Pero cuando los príncipes ejecutaron a diez embajadores mongoles enviados a negociar con ellos, la idiotez se convirtió en suicidio.

A finales de mayo de 1223, los príncipes de la Rus alcanzaron a los mongoles cerca del río Kalka

A finales de mayo de 1223, los príncipes de la Rus alcanzaron a los mongoles cerca del río Kalka. Aunque consiguieron matar a unos mil guerreros de la retaguardia mongola, cuando se encontraron con la fuerza principal de Yebe y Subotai fueron derrotados. Hasta el noventa por ciento de las tropas rusas murieron en la batalla, y tres de los príncipes fueron capturados. Los mongoles no habían olvidado la impertinencia de los rusos al ejecutar a sus embajadores y se vengaron de forma macabra. Mstislav III de Kiev y dos de sus yernos fueron enrollados en alfombras y metidos bajo el suelo de madera del ger de los líderes mongoles. A continuación, se celebró una cena encima de ellos, de modo que murieron aplastados y asfixiados con los sonidos de un banquete de victoria resonando en sus oídos. En esta ocasión, los mongoles no permanecieron allí el tiempo suficiente para añadir las tierras de la Rus a su imperio, ahora generosamente expandido. Pero las habían avistado, junto con las praderas del límite europeo de la estepa. Igual que en Georgia, volverían.

Regreso a Mongolia

Mientras tanto, Gengis Kan, sus generales y sus ejércitos tenían por delante un largo viaje de regreso a Mongolia, que se hizo más largo a causa de su predilección por luchar contra casi todos aquellos con los que encontraban y por celebrar fastuosos banquetes regados con alcohol para anunciar su éxito. Pero en 1225 se reunieron en sus tierras natales, donde pudieron inspeccionar el nuevo mundo que habían creado. A estas alturas, Gengis tenía unos sesenta años y era el amo de un dominio que se extendía desde el mar Amarillo en el este hasta el mar Caspio en el oeste. Su tamaño era casi irreal. El cronista iraquí Ibn al-Athir, que escribió en un momento posterior del mismo siglo, declaró que «estos tártaros habían hecho algo inaudito en la antigüedad o en los tiempos modernos», y se preguntó cómo podrían sus lectores creer lo que veían. «Por Dios, no hay duda de que cualquiera que venga después de nosotros, cuando haya pasado mucho tiempo y vea el registro de este acontecimiento se negará a aceptarlo».

Y junto a la pura inmensidad de la conquista llegaron los jugosos frutos del imperialismo. Mongolia se enriqueció más de lo que su pueblo había soñado jamás. Los ejércitos conquistadores se habían adueñado de miles de caballos ganados como botín. El oro y la plata, los esclavos y los artesanos acarreados, los nuevos alimentos exóticos y las fuertes bebidas alcohólicas llegaron a raudales desde tierras subyugadas a muchos meses de distancia. Los mongoles, que nunca fueron especialmente dogmáticos desde el punto de vista cultural, recogieron con avidez las tecnologías y costumbres de las tierras que habían visitado. Los constructores de barcos chinos y los ingenieros de asedio persas fueron incorporados al ejército. Se reclutó a los escribas para administrar el gobierno, y se adoptó una nueva escritura oficial para la burocracia en todo el imperio. En 1227, Gengis emitió papel moneda, igual que la derrotada dinastía Jin de China, y lo respaldó con plata y seda.

Se dijo que Gengis había sido alcanzado por un rayo, envenenado o herido de muerte por una reina cautiva con una hoja de afeitar en la vagina

Ese mismo año —1227— el brutal conquistador murió en la segunda quincena de agosto. La causa de su muerte es hoy desconocida, pero durante la Edad Media se dieron varias y pintorescas explicaciones: se dijo que Gengis había sido alcanzado por un rayo, envenenado por una flecha o herido de muerte por una reina cautiva que acudió a su cama con una hoja de afeitar escondida en la vagina. Sea como fuere, murió en la cama, y sus últimas órdenes fueron acertadas: exigió a sus sucesores que construyeran una nueva ciudad llamada Karakórum para que sirviera de capital del Imperio mongol, y luego dio instrucciones para la ejecución en masa del emperador tangut, Modi, y de la familia real de este imperio, contra el que sus ejércitos habían luchado recientemente. Los ataron a estacas y los descuartizaron.

El lugar donde yace ahora el cuerpo de Gengis es tan desconocido como la causa de su muerte, ya que ordenó que su lugar de enterramiento se mantuviera deliberadamente en secreto: los caballos pisotearon la tumba hasta hacerla imposible de identificar, tras lo cual el grupo que lo enterró fue supuestamente asesinado, así como sus asesinos y los enterradores. A estas alturas, el número de vidas despilfarradas por Gengis en su empeño por dominar el mundo era incalculable. Varias generaciones más tarde, Marco Polo diría que Gengis era un hombre de «integridad reconocida, gran sabiduría, elocuencia hipnótica y eminente por su valor». Este juicio de valor decía tantas cosas como las que callaba. Pero tras la fulgurante expansión territorial y los saltos culturales dados durante el reinado de Gengis, el futuro de los mongoles como la única superpotencia mundial del siglo xiii parecía estar asegurado. Lo único que quedaba por ver era quién dirigiría la siguiente etapa de su imperio, y hasta dónde podría llegar.

El instante decisivo

Poco después de la Pascua de 1241, catorce años después de la muerte de Gengis, los ejércitos mongoles regresaron al oeste. Consiguieron dos impresionantes victorias en el campo de batalla en Europa central y oriental que, al producirse con solo setenta y dos horas de diferencia, parecieron sentar las bases para la mongolización de todo el continente. El 9 de abril, los generales mongoles Baidar y Kaidan derrotaron a una fuerza combinada de soldados polacos, checos y templarios cerca de Legnica (hoy en el sur de Polonia). Mataron a Enrique II, duque de la Baja Silesia, y se llevaron su cabeza en una pica para hacerla desfilar ante los horrorizados habitantes de la propia Legnica. Una vez concluida la lucha, un destacamento de soldados mongoles cortó la oreja derecha de cada combatiente enemigo muerto, como trofeo que enviar a Mongolia. (Hubo orejas suficientes para llenar nueve sacos de tamaño considerable). Dos días más tarde, el 11 de abril, un ejército mongol independiente y mucho más numeroso, que se encontraba en Hungría, asestó una derrota igualmente severa al rey Béla IV en la batalla de Mohi, en Transilvania. Béla perdió el grueso de su ejército y se vio obligado a huir para salvar su vida en Dalmacia. El cronista polaco Jan Długosz se estremeció ante la impresionante visión de los ejércitos mongoles en plena marcha. «Queman, matan y torturan a su antojo, ya que nadie se atreve a hacerles frente».

Mientras líderes como Béla huían despavoridos, los mongoles se desbocaron por toda Europa oriental. Pronto se difundió la noticia de los terrores que infligían. El papa Gregorio IX, horrorizado ante la invasión del mundo «latino» por los «tártaros» (el ya inexacto nombre de tártaros se había convertido en un juego de palabras con el Tártaro, el nombre latino del infierno), decidió que tenía que actuar. Aunque llevaba casi dos años intentando reunir apoyo político para una cruzada contra el emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, Federico Hohenstaufen, ahora cambió de objetivo. En junio emitió una bula en la que pedía a los cruzados que habían prometido ir a Tierra Santa, al Báltico, al reino latino de Constantinopla o a las tierras de los Hohenstaufen que transfirieran sus votos y fueran a Hungría para enfrentarse a los mongoles. Desgraciadamente para Béla y los húngaros, había una multitud de cruzadas activas en 1241, por lo que prácticamente nadie atendió la llamada del papa. La Navidad llegó y se fue; en marzo los mongoles se acercaron a Dalmacia para intentar capturar al propio Béla. Las cosas no pintaban nada bien.

Al borde de la aparente aniquilación, Europa oriental se vio repentinamente libre de mongoles

Sin embargo, de pronto los mongoles interrumpieron su persecución. Dieron la vuelta a sus caballos y se alejaron en dirección al corazón de su imperio. Al borde de la aparente aniquilación, Europa oriental se vio repentinamente libre de mongoles. Fue como si Dios se hubiera apiadado, hubiera bajado la mano y arrancado de la tierra a los atormentadores de su pueblo. Según el cronista croata Tomás el Archidiácono, la razón de esta abrupta partida fue que la estepa húngara, aunque extensa, no proporcionaba suficiente hierba para alimentar los enormes manadas de caballos que los mongoles requerían para sus largas campañas. Pero la política mongola también había dado un giro brusco: Ogodei Kan, tercer hijo de Gengis y su sucesor como gran kan, murió a finales de diciembre de 1241, y se produjo un momentáneo vacío de poder en Mongolia. Los generales y oficiales prudentes se dirigieron juntos a casa para presenciar la transición hacia un nuevo líder. Los mongoles no renunciaron a Occidente: las riquezas de Italia y Alemania seguían siendo tan tentadoras como las del Imperio corasmio o las ciudades del norte de China. Pero por el momento se vieron obligados a hacer una pausa.

A pesar de este extraño paréntesis, en la década de 1240 los mongoles seguían gobernando un área gigantesca del mundo continental. Durante los catorce años del reinado de Ogodei, habían ampliado sin cesar sus dominios, desplegando una nueva tecnología de asedio que habían adoptado de sus súbditos chinos y musulmanes. Azerbaiyán, el norte de Irak, Georgia y Armenia estaban bajo el dominio mongol, al igual que Cachemira. El Asia Menor selyúcida estaba a punto de ser invadida. Las tribus nómadas de la estepa central y los príncipes de la Rus habían recibido palizas más o menos severas. Prácticamente todas las ciudades de la Rus de Kiev, incluida Kiev, con su doble anillo de murallas defensivas, habían sido saqueadas. Una crónica sobre la ruina de Riazán (a unos doscientos cincuenta kilómetros al sureste de Moscú) describe cómo los mongoles «quemaron esta ciudad sagrada con toda su belleza y riqueza… Y las iglesias de Dios fueron destruidas […] y no quedó un solo hombre vivo en la ciudad. Todos estaban muertos… Y ni siquiera había alguien para llorar a los muertos». El imperio mongol era ahora más grande que nunca. Y conectaba regiones del mundo que durante mucho tiempo habían estado aisladas unas de otras. En consecuencia, a partir de mediados del siglo xiii, intrépidos exploradores comenzaron a adentrarse en nuevas y extrañas tierras, documentando lo que veían y describiendo las exóticas condiciones que existían bajo el mando de una superpotencia de un tamaño nunca visto en toda la Edad Media. A pesar de haber destruido mundos, los mongoles también los habían abierto a la exploración. Incluso durante la época romana, el Lejano Oriente no había sido visitado por viajero alguno: la seda y otras mercancías comercializadas desde China habían llegado solo a través del comercio indirecto, y la India tampoco se conocía mucho más. Ahora, bajo la hegemonía de los mongoles, todo eso cambiaría, al menos durante un tiempo.

[A continuación ofrecemos un adelanto editorial del último libro del historiador británico Dan Jones titulado 'Poder y tronos. Una nueva histotria de la Edad Media' (Ático de los libros', una crónica tan divetida, enjundiosa e inolvidanle de los diez siglos oscuros que nos hivieron lo que somos. El capítulo que proponemos se ocupa de ese momento, desgraciadamente no tan señalado como debiera, en el que la amenaza que venía de las estapas estuvo a punto de acabar con Europa... y nos salvamos de casualidad.]

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