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Voz de cazalla que atronaba el olivar: Juan Diego, la última bala del señorito Iván
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Voz de cazalla que atronaba el olivar: Juan Diego, la última bala del señorito Iván

Al actor fallecido este jueves le debe Cannes una palma de oro por su inolvidable actuación en la película 'Los santos inocentes' en el papel de un maldito terrateniente

Foto: El actor Juan Diego en una imagen de archivo.
El actor Juan Diego en una imagen de archivo.
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Juan Diego era de Bormujos, pero tenía voz de cazalla. De bóveda, que era como decía La Esmeralda (que actuaba en La Algaba) que había que pronunciar la palabra 'maricón'. Todo queda en Sevilla, alrededor del Aljarafe, donde se abre la dehesa y se perfilan los cortijos como mojones de una civilización desaparecida. A esa altura, Sevilla es la Extremadura de Delibes con menos cigüeñas y el mar más cerca.

Algo de aquel pelo de la dehesa debió quedársele cosido en la chamarra a Juan Diego para clavar de aquella manera la pose, la displicencia genética, del señorito Iván. "Paco, no me jodas". Y al decirlo atronaba el olivar con un temblor lorquiano: era el señorito, el cura y el guardia civil. Un actor de tronío, de la cáscara de un Paco Rabal, un Fernán Gómez y un Agustín González; esos intérpretes que llevaban su 'actors studio' en la voz y en lo curtido de la expresión. Había arrugas entonces en el cine. Y expresión y villanos de verdad, como el señorito Iván, que no era Marvel ni cosa que se le parezca, sino un malo de los que aún te encuentras donde haya un cortijo laboral cualquiera. "No la mate, señorito, por sus muertos", le rogaba el Azarías. No le hizo caso, claro.

Foto: Muere el actor Juan Diego a los 79 años (EFE/Galán)

Que el jurado del Festival de Cannes del 84 se circunscribiera en su premio al mejor actor a Paco Rabal y Alfredo Landa por 'Los santos inocentes' solo se entiende por que tanta palma de oro era mucho dispendio en metales preciosos. La de Juan Diego debería acuñarse aprisa y corriendo, ahora, ya. Y la deberían pagar los franceses, ya que estamos. Mario Camus lo eligió para el maldito terrateniente tras recordar su papel en 'Del dicho al hecho': "No hay mayor dolor que ser pobre después de ser señor", declamaba allí. Y ha sido pobre y señor en pantalla, incluso santo: el san Juan tonsurado de 'La noche oscura' (Saura, 1985).

Uno mira, casi a 40 años vista, la foto de 'Los santos inocentes' y se le caen los palos del sombrajo: ya no están Alfredo ni Paco, ni Terele Pávez ni la milana bonita ni, claro, Juan Diego, que no salía en la foto porque el señorito Iván no era inocente sino todo lo contrario. Tampoco están Delibes ni Camus, ni España es hoy una pintura negra por más que se empeñen los oportunistas.

placeholder 'Los santos inocentes'.
'Los santos inocentes'.

Juan Diego conoció esa España rural y, entre el campo y el cine, eligió lo menos probable para un niño del Bormujos. También quería ser torero, como Sacristán quería ser cupletista. Pero el actor se le metió en el cuerpo a los cinco años, cuando le leía a su abuelo la columna de Pemán, represaliado este año en efigie por Kichi en Cádiz. Pemán era entonces el teatro, la gloria andaluza en Madrid, la poesía en voz alta, altisonante. Eran los 40. Pocas peras partiría Juan Diego después con el régimen, pero declamando sus palabras en el 'ABC' iba descubriendo que su voz, si hacía así o asá, le devolvía otra persona. Ya estaba interpretando.

Juan Diego hizo de Franco en el 86, en 'Dragon Rapide', y hasta se preocupó por entenderlo

Por cierto, que Juan Diego hizo de Franco en el 86, en 'Dragon Rapide', y hasta se preocupó por entenderlo. Porque al enemigo hay que entenderlo como si fuera uno mismo porque, de hecho, podría ser uno mismo: "Todos somos señoritos", decía cuando le preguntaban por Iván. En el último año del dictador, encabezó con Concha Velasco y otros la famosa huelga de actores. Eran los rojos, por supuesto, y luego seguirían siéndolo, pero sin 'marketing', colorete ni tontería. Rojos de los de antes: de toros, chinchón y copla. Su vocación comunista nos lleva de vuelta a Bormujos, cuando, de pequeño, asistió a la paliza de un vecino que había robado aceitunas por pura hambre. Se afilió en el 68 al PCE; últimamente bancaba por Yolanda Díaz. "Nunca se irá su voz, ni su rostro, ni su compromiso con la vida y con las causas justas, ya desde aquella huelga de actores de 1975. Hasta siempre, Juan Diego", escribía la vicepresidenta al enterarse de su muerte.

Juan Diego (Ruiz Moreno) trabajó con todos los que importan: Luis García Berlanga, Eloy de la Iglesia, José Luis García Sánchez, Mario Camus y Fernando Fernán Gómez… Y trabajó en todo lo que había: teatro, cine, televisión. Ganó tres goyas ('El rey pasmado', 'París-Tombuctú', 'Vete de mí') y una concha de plata ('Vete de mí'). Para los jóvenes era don Lorenzo, de 'Los hombres de Paco'.

Su rictus apretado, con el ala de la boca a veces torcida a la altura de donde cabe un palillo, lo predispuso a los personajes tremendistas, beatos y cabrones. Hizo más curas que un seminario: en 'Turno de oficio', en 'You are the one', en 'El rey pasmado'. Sacerdotes y fascistas, sí, pues también fue Armada, el del 23-F, y padre de familia hijoputa y tirano repetidas veces, por ejemplo en 'Jamón, jamón'. También daba a la perfección ese español corajudo y fanático de un Pérez-Reverte: por eso fue Cabeza de Vaca y soldado perdido en las selvas del Darien en 'Oro'.

Su rictus apretado lo predispuso a los personajes tremendistas, beatos y cabrones

Debía ser realmente un grandísimo actor porque, una vez lo tenías cerca, a pesar de ese vozarrón y esa jeta picada, de los personajes desagradables a mansalva, a los pocos segundos ya se le veía un cacho de pan de Alcalá, que no dista de Bormujos. Hablo, en mi caso, de cuando presentó 'No sé decir adiós', donde ya estaba enfermo (en la peli y en la vida). A la voz cazallera le habían salido estrías. Era la misma, muy para adentro, pero ya más bajita. Parece ser que hoy, definitivamente, se le ha cortado el chorro de voz, aunque, si uno repasa en Google sus fotos, le rasca aún el tímpano un cavernoso y rotundo: "¡Paco, no me jodas!".

Si hay un cielo allá arriba y tienen un pase los rojos, me gustaría imaginar al señorito Iván jurando en arameo junto a Juncal y cualquier cura trabucaire de Agustín González. Comiendo tocino en tajadas y hablando de lo mal que va España y la madre que la trajo.

Juan Diego era de Bormujos, pero tenía voz de cazalla. De bóveda, que era como decía La Esmeralda (que actuaba en La Algaba) que había que pronunciar la palabra 'maricón'. Todo queda en Sevilla, alrededor del Aljarafe, donde se abre la dehesa y se perfilan los cortijos como mojones de una civilización desaparecida. A esa altura, Sevilla es la Extremadura de Delibes con menos cigüeñas y el mar más cerca.

Obituario Fernando Fernán Gómez Concha Velasco
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