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La oscura noche del insomnio: no se preocupe, no tiene la culpa por dormir mal
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La tragedia de quedarse en vela

La oscura noche del insomnio: no se preocupe, no tiene la culpa por dormir mal

Varios ensayos literarios analizan la incapacidad de dormir, ya sea de forma extrema o escasas horas. Y detrás no hay remordimientos ni preocupaciones, simplemente sucede

Foto: Ilustración: CSA/EC Diseño.
Ilustración: CSA/EC Diseño.

A Luis Medina -el de las mascarillas- le preguntaron estos días qué tal dormía. Su respuesta fue contundente: “Esta noche he dormido nueve horas, no necesito pastillas para conciliar el sueño, no estoy nervioso ni preocupado, y gracias a que hago meditación la parte emocional la controlo bastante bien”. Medina no da vueltas, no piensa en las consecuencias de las causas por las que está imputado, ni siquiera en que el juez le haya retirado el pasaporte por riesgo de fuga. Se duerme y punto. El escritor e historiador David Jiménez Torres lo entiende (el hecho, no a él). “El mal dormir es algo que sencillamente ocurre. Es una arbitrariedad fisiológica de tu cuerpo. Tenemos la idea arraigada de que quien no puede dormir tiene algún tipo de remordimiento recurrente Y es tan cierto que esto está en nuestra cultura como que no tiene ninguna base empírica. Pensamos que son los pensamientos los que no nos dejan dormir, pero no, es el cerebro el que encuentra maneras para llenar ese tiempo”, cuenta a este periódico por teléfono. Así que, Medina, en esto del dormir y si nos creemos sus palabras, simplemente tiene suerte (quizá no en lo único). El sueño, en definitiva, no tiene una faceta moral.

Jiménez Torres no habla de oídas. Él mismo se reconoce como maldurmiente. Una de esas personas que consigue pasar el día, contra su voluntad, con solo unas cuatro-cinco horas de sueño, incluso menos. De su cansancio diario -al final al insomne lo que le toca es bregar durante el día- y no tanto de la escasez de horas con el cerebro en off surgió ‘El mal dormir’ con el que hace unos meses ganó el I Premio de No Ficción de Libros del Asteroide. Desde entonces, todo han sido buenas críticas para un ensayo lúcido, ameno y muy reconfortante para todos aquellos a los que no les ocurre lo que a Luis Medina.

placeholder 'El mal dormir'
'El mal dormir'

El ensayo también se ha unido a todo el paisaje literario que aborda este tema. El propio escritor cita libros como ‘Insomnia’, de Marina Benjamin y ‘At Day's Close: A History of Nighttime’, de Roger Ekirch -aún no traducidos al español- y su némesis, ‘El don del siesta’, de Miguel Ángel Hernandez. Por supuesto, resuena el gran libro sobre la mayor insomne de todos los tiempos: Sherezade. En las últimas semanas se han incorporado otros, como ‘Un malestar indefinido’, de la novelista británica Samantha Harvey, que narra sus noches sin dormir absolutamente nada -produciendo bastante angustia en algunos momentos-, o, en el terreno ficcionado, ‘El insomnio’, de Tallan Ben Jelloun (que aprovecha para narrar una novela negra). Ya sabemos que el no dormir tiene una apabullante tradición literaria.

"El mal dormir es algo que sencillamente ocurre. Es una arbitrariedad fisiológica de tu cuerpo. No tiene que ver con los remordimientos"

Sin embargo, para Jiménez Torres hay más libros sobre insomnios extremos que sobre lo que él califica como ir tirando día a día con cuatro horas de descanso. Es lo que ocurre con el ensayo de Harvey, por ejemplo, en el que la novelista entra en el bucle terrible no pegar ojo durante días. Un horror que algunos han sabido convertir en técnicas de tortura. O en libros comerciales. “El insomnio extremo es un extremo de la condición humana y toda experiencia extrema del ser humano, ya sea el insomnio o una guerra, siempre generan literatura. Es tan dramático que hay que escribir sobre ello. Pero, al final, es más fácil vender un libro de una persona que lleva un año sin dormir que de una persona que duerme cuatro horas todas las noches. Los insomnes extremos son muy pocos, pero la mayoría de los que decimos que dormimos mal somos maldurmientes”. Lo otro sería un problema de salud a nivel global bastante serio.

El tabú de contarlo

El caso es que se escribe sobre el tema, pero no se habla demasiado. Casi nadie dice en el trabajo: ¡qué mal he dormido hoy! Pero cuando hemos dormido ocho-nueve horas del tirón y nos encontramos pletóricos falta tiempo para contarlo. Aquí entran en juego varias cuestiones que Jiménez Torres conoce bien. “Como no hablamos de ello muchas veces pensamos que somos solo nosotros y eso amplifica nuestra sensación de estar desacoplado de los ritmos y del mundo. Y de una manera culpable: somos culpables de no dormir. Los demás han sabido hacerlo, han podido, saben disciplinar sus pensamientos para dormir, mientras nosotros, porque somos inmaduros, nos hemos colocado aparte”, afirma. Otra cosa que es mentira y que solo tenemos en nuestra cabeza.

placeholder David Jiménez Torres
David Jiménez Torres

Pero además es que es difícil que el vacío de no soñar luche frente a los sueños. Decir que se ha soñado “equis” es más espectacular que decir que no se ha dormido nada. “Y no parece muy interesante escribir sobre el cansancio. Se piensa que a las otras personas no les interesa saber que uno no ha dormido bien. Y luego percibimos el mal dormir como un fracaso personal y no es tan atractivo hablar de tus fracasos”, resume Jiménez Torres en esta suma de ideas en la que no falta la de pensar que es lo que precisamente pueden pensar de ti en el trabajo si dices que no has dormido: qué, ¿saliste ayer? Ante todo esto, nos callamos y apechugamos para no ser considerados malos profesionales.

Hay quien sí ha disertado sobre esta sociedad del cansancio, sobre la aceleración diaria que llevamos y sobre que seamos una de las sociedades más angustiadas y preocupadas de la historia echando mano todas las noches del lexatin y el orfidal. Jiménez Torres niega la mayor pero no por estar en contra de esa tesis sino porque, a su juicio, no se puede probar. “Soy historiador y no podemos saber si antes se dormía peor. No podemos saber cómo dormían nuestros antepasados. Ya es difícil saber cómo dormimos ahora como para proyectarlo sobre el siglo XIII o el XIV. Sí podemos pensar en cómo los contenidos del mal dormir van cambiando. Hoy decidimos que vivimos angustiados por la inestabilidad laboral, pandemia etc, en el siglo XIII vivían preocupados por cómo sería la peste bubónica ese año. O por las cosechas. No tenemos el monopolio de las ansiedades. Nunca ha habido una arcadia humana libre de razones para la preocupación”, apostilla.

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'Un malestar indefinido'

La erótica del no dormir del poderoso y el artista

No dormir bien en contra de la voluntad provoca que uno no se encuentre bien al día siguiente, esté hecho polvo, no quiera hablar con nadie y hasta se sienta culpable y percibido mal por el resto. Todo lo contrario ocurre con el que decide dormir poco aposta. Ahí hay dos grupos muy concretos: los poderosos y esos artistas malditos.

Es habitual escuchar que presidentes, ministros, directores, en fin, cualquier alto cargo, tiene escasas horas de sueño. Se acuestan tarde y desde antes de que amanezca ya están en pie con los periódicos leídos. E, increíblemente, su cerebro funciona y no parecen cansados. Donald Trump dijo que para él tres horas eran suficientes (así estaría su cerebro), para Putin, con cuatro era bastante. Obama se estiró un poco más, hasta las seis, que tampoco está tan mal. De entre los tres parece claro quién es el menos populista.

"Cuando el no dormir es voluntario tenemos la idea de que hay algo virtuoso. Está muy vinculado con la idea de la pereza y ahí hay una raíz religiosa"

Porque para Jiménez Torres, esta idea cultural de que los mejores líderes son los que menos duermen bebe mucho de la tradición religiosa de la ética protestante del trabajo. “Cuando el no dormir es voluntario tenemos la idea de que hay algo virtuoso en ello porque significa una renuncia a algo placentero. Dormir está muy vinculado con la idea de la pereza y hay una raíz ahí religiosa bastante honda”, resalta. Recuerda a los predicadores protestantes en el Reino Unido que estigmatizaban todo lo que era quedarse en la cama sin hacer nada porque eso era pecado capital. Y nos ha llegado hasta hoy.

Después están los artistas y esa cosa icónica de la aparición de las musas a altas horas de la noche o la madrugada. Creadores insomnes que dan con sus obras maestras a plena luz de la luna. Hay casos, como Kafka, Nabokov, Flaubert o George Sand, quien después de salir de fiesta llegaba a su casa y se ponía a escribir. Pero, dice Jiménez Torres, también los hay biendurmientes, los que dormían toda la noche, escribían de día e incluso se echaban su siestecita como cuenta Miguel Ángel Hernández en ‘El don de la siesta’ y recoge Jiménez Torres. Escritores como Cela, Virginia Woolf o Ana María Matute a los que les gustaba dormir y, después, escribir.

A Luis Medina -el de las mascarillas- le preguntaron estos días qué tal dormía. Su respuesta fue contundente: “Esta noche he dormido nueve horas, no necesito pastillas para conciliar el sueño, no estoy nervioso ni preocupado, y gracias a que hago meditación la parte emocional la controlo bastante bien”. Medina no da vueltas, no piensa en las consecuencias de las causas por las que está imputado, ni siquiera en que el juez le haya retirado el pasaporte por riesgo de fuga. Se duerme y punto. El escritor e historiador David Jiménez Torres lo entiende (el hecho, no a él). “El mal dormir es algo que sencillamente ocurre. Es una arbitrariedad fisiológica de tu cuerpo. Tenemos la idea arraigada de que quien no puede dormir tiene algún tipo de remordimiento recurrente Y es tan cierto que esto está en nuestra cultura como que no tiene ninguna base empírica. Pensamos que son los pensamientos los que no nos dejan dormir, pero no, es el cerebro el que encuentra maneras para llenar ese tiempo”, cuenta a este periódico por teléfono. Así que, Medina, en esto del dormir y si nos creemos sus palabras, simplemente tiene suerte (quizá no en lo único). El sueño, en definitiva, no tiene una faceta moral.