La Stasi, contra el punk: una bajista y espía encubierta en el Berlín 'maldito'
El ensayo 'Planes para conquistar Berlín' recoge detalles y testimonios de la fascinante contracultura de la RDA, en la que se sumergió la increíble Tatjana Besson
En el Berlín Oriental de los años 80, acoger conciertos ilegales de punk era una práctica habitual para algunas iglesias protestantes. Con el afán de atraer a los jóvenes al suelo sagrado, algunos sacerdotes prestaban su templo a los punks y a una amalgama de insumisos en la República Democrática Alemana: pacifistas, 'hippies', ecologistas, amantes del blues y de la cultura subversiva que llegaba desde el otro lado del Muro. Tenían en común sus gustos disidentes en el bloque soviético, pero no mucho más. En uno de estos conciertos, de hecho, los aficionados al blues lanzaron latas y botellas de cerveza a una banda de jóvenes seguidores de los Sex Pistols. "Escuchad a los punks", tuvo que rogar al público un pastor evangélico desde el altar, según un cronista del concierto.
En estos escenarios-altares se escuchaban géneros dispares, pero todos bajo la mirada atenta y escondida de la Stasi. El cuerpo de inteligencia de la RDA, comandado entonces por Erich Mielke, declaró una guerra sin cuartel contra aquel nido de contracultura. Por eso, la policía política infiltró entre las cabezas rapadas, los tintes imposibles y la música atronadora a varios informadores. Colaboradores informales, con siglas IM, que en la RDA fueron cientos de miles de personas sin rostro, constituyendo la red de delatores más temible del bloque soviético. Entre ellos se encontraba la bajista punk Tatjana Besson, que informaba sobre estos conciertos a la Stasi en los años más brutales de la represión. "Una Lee Miller libertaria de pelo rojo, hecha de indiferencia, piel clara y rasgos cubistas", como la describe el periodista David Granda. El auge y caída de Besson, bajista fascinante del grupo punk Die Firma, se recoge en 'Planes para conquistar Berlín' (Libros del K.O., 2022), una reconstrucción de la escena contracultural berlinesa a partir de los archivos de la Stasi y varios testimonios.
En los informes, fotografías y vídeos consultados por David Granda, el relato de Tatjana Besson aparece como una de las claves para comprender qué es lo que ocurrió en los incidentes del 17 de octubre de 1987, noche que da partida al ensayo. En una iglesia protestante del Berlín oriental, se celebró uno de aquellos conciertos clandestinos en los que participaba Die Firme, la banda de la informante punk de la Stasi, que ya causaba recelo por ostentar el 'Einstufung', un permiso para actuar en público concedido por las autoridades. El concierto comenzó una hora después de que un bar cercano acogiera una "gran bacanal neonazi" repleta de 'skinheads' que se habían reunido para celebrar un cumpleaños. En su investigación, Granda hila exhaustivamente los acontecimientos que condujeron al hecho fatal: un grupo de treinta neonazis acercándose al local donde se celebraba un festival clandestino de punk: "Entraron teatralmente en fila de a dos con el brazo derecho alzado, entre proclamas tradicionales de la Alemania nazi —«¡Sieg Heil!»—, insultos —«¡Cerdos rojos!»— y desiderátums utópicos en un Estado comunista como la RDA —«¡¡Comunistas fuera de aquí!!»—".
Allí se encontraba, Tatjana Besson -IMS Kim para la Stasi desde que cumplió los 15 años-, que relató los hechos en un informe sucinto: los ultras "golpeaban indiscriminadamente a la concurrencia. Los asistentes intentaron huir hasta que algunos punks, entre ellos el baterista de la banda «Antitrott», empezaron a defenderse y forzaron a los skins fascistas a salir de la iglesia. Así comenzó una gran pelea que dejó a 10-20 personas malheridas que necesitaron asistencia médica". Aquella pelea fue el motivo de un escándalo político, la prueba de un remanente del nazismo en el Berlín oriental que desencadenó más revueltas violentas y requirió explicaciones del Gobierno. Y las informaciones de Tatjana Besson, la bajista de Die Firma reclutada por el servicio secreto once años atrás, resultaron de gran utilidad para identificar a los jóvenes disidentes.
David Granda construye un relato repleto de testimonios y detalles del Berlín en ebullición, en el que la figura de Tatjana "encarna mejor que nadie en Berlín el malditismo sin integridad [...]. Un personaje ambiguo, transgresor, sin relaciones planas". Tras los sucesos, el agente Kim dejó de colaborar con la Stasi, desencantada por ver incumplido el sueño socialista bajo un régimen totalitario y controlador. Como otros informadores jóvenes del servicio de inteligencia, nació en una familia conectada fervorosamente con el comunismo. Estudió medicina en Humboldt y, a la vez que trabajaba como costurera, se integró en la banda de punk Die Firma. "Se había convertido en una banda con cartel y Tatjana estaba integrada en la vanguardia cultural clandestina, incluso con contactos en Berlín Occidental y en la disidencia política de la RDA", relata Granda en su libro. "El público de la disidencia rara vez veía a una mujer como Tatjana en el escenario. Admirada y deseada, coleccionista de amantes que trascendía el puritanismo socialista-burgués, tenía un carácter volcánico".
En el momento de redactar el informe que cita este investigador, la bajista tenía 28 años. Poco después, cortó sus hilos con la Stasi por su falta de "colaboración" y de "fiabilidad", según recogen los documentos del servicio secreto. Ella no era la única informadora infiltrada en el punk del Berlín oriental. Su compañero, líder y teclista en Die Firma, Frank Tröger, también colaboraba con el servicio secreto. Y el hombre que le enseñó a tocar el bajo, André Greiner-Pol, también colaboró durante cinco años. "Desde la apertura del archivo de la Stasi, Tatjana quedó marcada por su colaboración como confidente de la policía secreta", señala David Granda. "Vive hoy estigmatizada en Berlín. A comienzos de los noventa, ser identificado como IM en Alemania acababa con una carrera pública. Henryk Gericke, el estudioso del Ostpunk, no guarda buen recuerdo de ella: «Cuando se subía al escenario soltaba sus soflamas anarquistas, “¡hay que acabar con el sistema!”, y luego se bajaba y, a espaldas de todos, daba nombres e información a la Stasi sobre las personas involucradas en el movimiento underground»", se recoge en el libro.
Unas cuantas décadas después de todo lo ocurrido, el periodista autor de 'Planes para conquistar Berlín' se reunió con la bajista en el lateral de un escenario para preguntarle por los años de Die Firma. "Tan amable como evasiva", Tatjana dio respuestas crípticas: "Los agentes de la Stasi me buscaron porque mi familia tenía lazos profesionales con el MfS. [...] Querían saber cómo se organizaban las otras bandas, cómo lo hacíamos nosotros, cómo funcionaba la escena punk. En los años noventa estuve muy marcada por ello...". Según le contó al periodista, ahora trabaja como especialista en cuidados de niños autistas. Desde finales de los 80, continuó participando en movimientos de disidencia y relacionándose con la oposición, a la vez que se desvinculaba poco a poco de la Stasi. Pocos años después, fue madre. La historia de esta bajista punk e informadora encubierta, como tantos cientos de miles, es una de las que conforman el detallado mapa del punk en 'Planes para conquistar Berlín'. Y, según su autor, Tatjana Besson encarna esa "delgada línea roja que separa pasar a la historia como héroe o traidor".
En el Berlín Oriental de los años 80, acoger conciertos ilegales de punk era una práctica habitual para algunas iglesias protestantes. Con el afán de atraer a los jóvenes al suelo sagrado, algunos sacerdotes prestaban su templo a los punks y a una amalgama de insumisos en la República Democrática Alemana: pacifistas, 'hippies', ecologistas, amantes del blues y de la cultura subversiva que llegaba desde el otro lado del Muro. Tenían en común sus gustos disidentes en el bloque soviético, pero no mucho más. En uno de estos conciertos, de hecho, los aficionados al blues lanzaron latas y botellas de cerveza a una banda de jóvenes seguidores de los Sex Pistols. "Escuchad a los punks", tuvo que rogar al público un pastor evangélico desde el altar, según un cronista del concierto.