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Este noruego tiene la receta para ser feliz: escucha, da las gracias y vete al Ártico
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Este noruego tiene la receta para ser feliz: escucha, da las gracias y vete al Ártico

'Filosofía para exploradores polares' es un ameno ensayo de amor hacia la naturaleza con consejos para no estar demasiado a disgusto en este mundo

Foto: Erling Kagge, en una de sus expediciones al ártico
Erling Kagge, en una de sus expediciones al ártico

Hace algunas décadas, Erling Kagge (Oslo, 1963) cogió los bártulos de explorador y se marchó al polo sur. Solo. Después al polo norte. Y más tarde lo remató con una ascensión al Everest. Acabadas estas aventuras fue padre y montó una editorial con su propio nombre a la que no le ha ido nada mal en su país. Él mismo publicó cinco libros con gran éxito sobre estos episodios físicos y metafísicos. Sobre el ruido, el silencio, el triunfo o el fracaso. Estos pensamientos los ha envuelto ahora en ‘Filosofía para exploradores polares’ (Taurus), un libro pequeño, con una edición muy bonita -la tapa y las fotos del interior- que sirve como un ameno recetario de la ansiada felicidad a partir de sus experiencias. Pocas cosas clave, pero certeras: escucha a los otros, madruga, da las gracias y, si puedes, vete al Ártico. Igual esto último no es tan fácil, pero lo primero no debería resultar, a priori, tan complicado.

placeholder 'Filosofía para exploradores polares'
'Filosofía para exploradores polares'

Al libro de Kagge hay que limpiarle un poco la ética protestante que rezuman sus páginas. Hay algo sobre el dolor y el esfuerzo que leído desde un país del sur chirría un tanto (aunque el goteo sobre ese mantra de salir de la zona de confort haya sido incesante en los últimos tiempos). Él mismo es consciente de esta forma de mirar la vida, según cuenta a El Confidencial vía correo electrónico: “Yo creo en hacer la vida más difícil de lo que es. Deliberadamente elijo el disconfort como una forma de crear experiencias más creativas. No me gusta congelarme de frío, pero adoro estar caliente después de haber pasado frío”, manifiesta. Por eso le gusta marcharse al Ártico -dice que allí encuentra “la belleza, lo remoto, el frescor del aire, el silencio- aunque obviamente muchas veces no hace falta irse tan lejos.

"Yo creo en hacer la vida más difícil de lo que es. Deliberadamente elijo el disconfort como una forma de crear experiencias más creativas"

Una vez asumida esta filosofía, la lectura es placentera. Kagge narra sus expediciones a las zonas más extremas del planeta y a la vez va disertando sobre cómo podemos enfrentarnos a los problemas de la existencia o cambios imprevistos de una manera sana y menos pesarosa. Así, por ejemplo, nada más empezar habla de cómo a él le ha salvado muchas veces la vida -incluso literal- levantarse temprano cuando estaba bien caliente dentro de su saco térmico y con unos cuantos grados por debajo de cero afuera. Efectivamente, el famoso “a quien madruga, dios le ayuda”, en versión aventurero noruego.

“Levantarse en el momento adecuado de la mañana es el mayor desafío para un explorador polar. Es algo difícil en casa a veces también. Los días son mucho mejores una vez que las cosas desagradables ya las has hecho” -afirma haciendo proselitismo de las madrugadas (pero no para acostarse): “Es un buen momento para el silencio, la contemplación, un paseo o un café, y luego para escuchar en paz el mundo que nos rodea”. Es verdad que a Kagge también se le puede corregir con otro dicho: “no por mucho madrugar amanece más temprano”, aunque bien parece que en la montaña es mejor seguir sus consejos.

Si esto lo escribe nada más comenzar el libro al final ofrece dos píldoras para sentirse bien uno consigo mismo. Son sencillas, pero no parecen tener demasiado predicamento hoy en día. Una de ellas es ser bondadoso. “Todos los días. Incluso durante una expedición en solitario, dependes de decenas de personas -las que te han hecho las botas, la tienda, el saco de dormir y el anorak, el nutricionista, los patrocinadores-, y la bondad suscita una reacción de buena voluntad. Ser amable es una de las actitudes más sensatas que puedes adoptar, y cuando tu vida depende de esas personas, no tratarlas bien es una absoluta sandez”, escribe el explorador. La bondad y la amabilidad casi como eldorado en tiempos de redes sociales.

"Los días son mucho mejores una vez que las cosas desagradables ya las has hecho"

El otro consejo tiene que ver con la gratitud. El gesto de dar las gracias. “Lo único que deberías dejar a tu paso es gratitud. Las mejores cosas de la vida no tienen una forma perdurable. Cuando avances, no pienses demasiado. Mira a tu alrededor y hacia el cielo -hacia el sol, la luna y las estrellas- y escucha el entorno: la lluvia que cae, tu pie que se alza del musgo húmedo y el silencio. Pregúntate: ¿dónde estoy ahora mismo?”, escribe. Le pregunto sobre estas pildoritas para lograr la felicidad y si tiene algún tipo de lista que sigue a rajatabla para no caer en el enfado y el pensamiento mezquino (más allá de estar o no en la montaña). “Por generalizar, por favor, recuerda que las mejores cosas de la vida no son duradera. Que tus placeres sean simples. Quéjate menos. Encuentra razones para estar agradecido”, contesta. Dicho así, parece fácil.

"Recuerda que las mejores cosas de la vida no son duradera. Que tus placeres sean simples. Quéjate menos. Encuentra razones para estar agradecido"

En el libro, que toma más ritmo hacia la mitad, Kagge habla también de no tener miedo al fracaso, de aprender a estar solo -asegura que donde más feliz se sintió fue en el polo sur completamente solo aunque después reconoce que le gusta estar con sus hijas y sus amigos-, de no tener miedo de la grandeza de cada uno (la humildad está bien, pero saber valorarnos también), de encontrar la libertad en la responsabilidad y de convertir la flexibilidad en un hábito, enmendándole la plana al mismísimo Inmanuel Kant, que estaba en contra de las rutinas y costumbres en su filosofía (pero no es su forma de vida: hay contradicciones hasta en los más grandes). “Cuantas más tareas consigo convertir en rutinas, más tiempo me sobra para hacer otras cosas y pensar”, escribe Kagge, más hegeliano que kantiano.

También critica a un deportista que quizá no está para dar muchas lecciones. El ciclista Lance Armstrong decía aquello de “el dolor es temporal; la renuncia es para siempre”. Kagge le señala sutilmente que habría sido mejor que se hubiera bajado de la bicicleta antes de continuar dopado hasta las cejas. Y que muchas veces lo más sensato es que en un momento dado todos sepamos bajarnos de la bicicleta. No es ningún motivo de fracaso.

Unión con la naturaleza

Además de todos estos consejos lo que hay en este libro es un profundo amor por la naturaleza. Hay pasión por lo que esta ofrece como herramientas para sentirnos bien. “No soy científico, pero mi experiencia es que, en buena medida, los sentimientos de inseguridad, soledad y depresión aparecen cuando nos sentimos alienados de la naturaleza. Por supuesto, hay mucho que decir a favor de los entornos creados por el hombre y las nuevas tecnologías, pero nuestros ojos, nariz, orejas, lengua, cerebro, manos y pies no fueron solos creados para explorar el mundo sentados en una silla y mirando una pantalla”, comenta. Levántate y camina de una vez, parece sugerir. Y manda un recuerdo: “La madre Tierra tiene 4,54 miles de millones de años por lo que me parece muy arrogante no escuchar a la naturaleza y confiar ciegamente en la invención humana”. Quizá en tiempos de pandemia no venga mal.

Hace algunas décadas, Erling Kagge (Oslo, 1963) cogió los bártulos de explorador y se marchó al polo sur. Solo. Después al polo norte. Y más tarde lo remató con una ascensión al Everest. Acabadas estas aventuras fue padre y montó una editorial con su propio nombre a la que no le ha ido nada mal en su país. Él mismo publicó cinco libros con gran éxito sobre estos episodios físicos y metafísicos. Sobre el ruido, el silencio, el triunfo o el fracaso. Estos pensamientos los ha envuelto ahora en ‘Filosofía para exploradores polares’ (Taurus), un libro pequeño, con una edición muy bonita -la tapa y las fotos del interior- que sirve como un ameno recetario de la ansiada felicidad a partir de sus experiencias. Pocas cosas clave, pero certeras: escucha a los otros, madruga, da las gracias y, si puedes, vete al Ártico. Igual esto último no es tan fácil, pero lo primero no debería resultar, a priori, tan complicado.

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