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Sexo y filosofía: los secretos que esconde la libertina 'Thérèse'
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Sexo y filosofía: los secretos que esconde la libertina 'Thérèse'

Se publica por primera vez en su versión íntegra en castellano esta novela francesa del XVIII que recoge el aprendizaje sexual de una adolescente

Foto: 'El hurgador', de Jean-Honoré Fragonard
'El hurgador', de Jean-Honoré Fragonard

Para los libertinos franceses del XVIII, una Iglesia era lo más cercano a un lupanar que podían imaginar. El sexo bajo un crucifijo. El sexo con una sotana levantada. El sexo entre un cura y una piadosa devota. Esa era la transgresión con la que jugueteaban en sus explícitos textos llenos de vergas y húmedos labios, que se vendían por miles -el asunto ha interesado a la audiencia desde el minuto uno de su Historia- , la mayoría de las veces en ediciones pirateadas, por el que dirán, porque podías acabar en la cárcel y porque podías hacer un buen dinero en el mercado negro. La cuestión pecuniaria siempre hay que tenerla presente.

Muchos de los autores (pero también libreros y distribuidores) dieron con sus huesos en La Bastilla, como le sucedió al Marqués de Sade, uno de sus epígonos más conocidos, o a François-Xavier d’Arles de Montigny, el buscavidas que empezó a distribuir el manuscrito de ‘Thérèse filósofa’, una de las novelas más eróticas y a la par más tiernas de esta época literaria de lujuria y vicio, y que se publica ahora por primera vez en español en su versión íntegra.

placeholder 'Thérèse filósofa'
'Thérèse filósofa'

Lo hace de la mano de la editorial Laetoli, especializada en textos filosóficos, y viene acompañada de un epílogo de François Moureau, profesor de literatura francesa del XVIII en la Universidad de la Sorbona, que cuenta los enigmáticos caminos de esta novela, de la cual a día de hoy todavía se desconoce su autor y su edición original, si bien parece cercana a 1748. Porque podía ser divertido ser un libertino en el París dieciochesco e Ilustrado, podía ser muy excitante ir contra las normas (y, sobre todo, contra la Iglesia), pero, desde luego, como les ocurre siempre a los extravagantes, tampoco era fácil.

Un poco de contexto

El libertinismo fue un movimiento filosófico de marcado carácter anticlerical que tuvo su mayor época de gloria en las décadas anteriores a la Revolución Francesa. Había comenzado en el siglo XVI gracias a pensadores que se oponían a la austeridad mental de la contrarreforma y deseaban defender la libertad que había traído consigo el Renacimiento con respecto a la filosofía escolástica que dominaba la vida desde las iglesias. El sexo se coló como instrumento desde el cual explicar esta nueva corriente filosófica que rompía con todo lo anterior e insistía en que los seres humanos están sometidos a las pulsiones físicas. Y ahí poco tienen que hacer ni el alma ni Dios (que, por otra parte, es quien ha dado al hombre la capacidad de gozar).

El libertinismo rompía con todo lo anterior e insistía en que los seres humanos están sometidos a las pulsiones físicas

Para los más radicales: los seres humanos carecemos de voluntad a la hora de llevar a cabo nuestros actos, por lo que todo juicio moral al respecto no tiene ninguna cabida. Obviamente aquello era un ataque frontal al orden establecido. Los más moderados aplicaban cierta contención: todo acto asocial que no perturbe el interés público es aceptable. Si bien a Sade podemos encontrarlo en la primera acepción, el autor de ‘Thérèse filósofa’ se mueve con mayor soltura en la segunda, que finalmente ha sido la más aceptada en los códigos penales contemporáneos.

placeholder Retrato del marqués de Sade
Retrato del marqués de Sade

Por supuesto,como suele ocurrir con las transgresiones, fue un movimiento de las élites, que eran las clases ilustradas. Las ideas de los círculos libertinos empezaron a calar en la alta nobleza y llegaron hasta la Corte (a Maria Antonieta le entusiasmaba esta corriente filosófica). Al fin y al cabo era una filosofía muy favorecedora: haz lo que quieras, goza y vive a cuerpo de rey (cosa que ya eran). Como dice el escritor Luis Antonio de Villena, fueron estos libertinos que vivían con lujo y deleite los que marcaron después el lado vital y práctico de la Ilustración. Entre ellos cita al príncipe de Ligne, Vivant Denon, Crébillon, el ábate Prevost, Tellement des Réaux, Marivaux y Choderlos de Laclos, el autor de ‘Las amistades peligrosas’, uno de los libros fundamentales en la transmisión de estas ideas.

La historia de ‘Thérèse filósofa’

Según señala Moureau en el epílogo, muchas veces la policía daba con los autores anónimos de estos textos. Iba en su búsqueda y se topaba con que vivían en grandes mansiones (y quizá hasta ostentaban algún cargo político). Y se daban media vuelta. Lo de la justicia y la igualdad llegaría mucho más tarde.

Sin embargo, no ocurría lo mismo con los libreros y distribuidores, que eran mucho más denunciados, no tanto por razones morales, sino económicas: nadie quería perder dinero.

placeholder 'El progreso del libertino', de William Hogarth
'El progreso del libertino', de William Hogarth

Esto es lo que sucedió con ‘Thérèse filósofa’, un manuscrito que en 1748 cayó en manos de François-Xavier d’Arles de Montigny, un hombre que ya estaba en el punto de mira de la policía y que se buscaba la vida con cualquier negocio, ya fuera más o menos legal. Uno de los que se le ocurrió fue el de vender este manuscrito erótico-festivo sobre una adolescente voyeuse y un tanto dada a la masturbación a los militares que se encontraban en el frente de guerra en los Países Bajos. “Era una forma cultural del reposo del guerrero”, apunta Moureau. Público cautivo.

Para ello se buscó a un impresor de Lieja y tejió una red de libreros para comercializar la novela. Sin embargo, poco después el país firmaba la paz con Austria y los militares se retiraban del campo de batalla. Montigny se quedó sin la clientela que ya tenía cerrada en los Países Bajos (y con todo el montón de libros sin vender) por lo tuvo que buscarse nuevos impresores en París que, sin él saberlo, fueron su destrucción.

Solo unas semanas después de la salida a la venta del libro, el distribuidor era detenido y llevado a La Bastilla, donde se pasó casi dos años de su vida

El libro se imprimió en esta ocasión con once ilustraciones eróticas y con una tirada de 1.400 ejemplares. El precio de salida eran 30 libras, diez veces más que el precio habitual. Sin embargo, el negocio no funcionó como Montigny esperaba puesto que entre los impresores y libreros se encontraban confidentes que habían puesto a la policía sobre la pista del distribuidor casi desde el principio. El 1 de febrero de 1749, solo unas semanas después de la salida a la venta del libro, era detenido y llevado a La Bastilla, donde se pasó casi dos años de su vida. No ocurrió lo mismo con la novela, que siguió reimprimiéndose a muy buen ritmo desde entonces.

¿Y quién lo escribió?

Se desconoce cómo fueron los interrogatorios a Montigny, pero a buen seguro se aplicaron en sonsacarle quién era el autor del texto. Nunca lo consiguieron. Quizá tampoco lo sabía. Lo máximo que confesó fue que había conseguido el manuscrito en Borgoña. Hasta la fecha solo ha habido elucubraciones sobre la autoría que apuntan en dos direcciones: Denis Diderot o Jean Baptiste de Boyer, marqués de Argens.

placeholder Jean Baptiste de Boyer, marqués de Argens
Jean Baptiste de Boyer, marqués de Argens

Del primero, Moureau apunta que fue un ilustrado moderado -su filosofía abunda en el conflicto entre la razón y la sensibilidad como fuentes del conocimiento - que bien podía casar con esta novela alejada de postulados más radicales. No obstante, otorga más papeletas al marqués de Argens por varios motivos. Uno de ellos es que conocía, como casi todo el mundo, uno de los juicios más mediáticos de la época: el del jesuita acusado de mantener relaciones “delictivas” (así lo cita Moureau) con su discípula, que es una de las historias que aparece en ‘Thérèse filósofa’. Y, dos: el marqués de Argens ya había elogiado en otros textos el libertinaje que no perturbara el orden social, que es el que defiende Therese, y una pedagogía del placer, (si podemos disfrutar y esto nos lo ha concedido Dios, ¿por qué no hacerlo?).

No es Sade

‘Thérèse filósofa’ es una novela erótica, pero ni sus escenas ni postulados filosóficos alcanzan la radicalidad -ni la humillación- de otras más conocidas como ‘Justine o los infortunios de la virtud’, de Sade. Es más, el engaño en el sexo es criticado y censurado. El propio Sade dijo de ella que estaba bien, pero se había quedado “sin llegar al objetivo”, sin saberse muy bien qué objetivo es ese.

No obstante, como todo este tipo de novelas tiene una estructura básica: mucho sexo (entre curas, novicias y devotas) espolvoreado con nociones filosóficas sobre la Existencia. Para darle un poco de fuste. Hay dos historias, la primera es la educación sentimental (sexual) de una adolescente; la segunda, la vida de una prostituta en París. Ambas se entremezclan con dos relatos secundarios: los encuentros sexuales entre la devota Eradice y el padre Dirrag y la educación que recibe Therese del abad T y la señora C mientras estos intercambian caricias y fluidos.

“Therese no es un himno a la sexualidad compartida. Para ser completo, el placer debe ser solitario”

Uno de los aspectos que más destaca en esta novela, y así lo hace notar Moureau, es que la protagonista en realidad solo es una voyeuse. Ella nunca participa del intercambio sexual sino que se limita a masturbarse (es simpático el descubrimiento que hace del clítoris). Para el especialista en este tipo de literatura esta lectura es interesante, puesto que demuestra que Thèrése solo encuentra la satisfacción consigo misma. “Therese no es un himno a la sexualidad compartida, sino que es una escuela de la voluptuosidad: para ser completo, el placer debe ser solitario”, escribe. Y además, añade, no se rompe el orden establecido porque no se sucumbe al engaño (como hace el cura con la ingenua devota) de la cópula. Los encuentros lésbicos de la prostituta y de la señora C van en la misma dirección.

Por último, no es menos desdeñable que la novela, cuya narradora es una mujer, no cae en ningún momento en una visión androcéntrica del sexo (como le ocurre siempre a Sade con sus personajes femeninos). Quién sabe si en vez de un autor detrás de toda esta historia de libidos y goce no se encuentra una autora.

Para los libertinos franceses del XVIII, una Iglesia era lo más cercano a un lupanar que podían imaginar. El sexo bajo un crucifijo. El sexo con una sotana levantada. El sexo entre un cura y una piadosa devota. Esa era la transgresión con la que jugueteaban en sus explícitos textos llenos de vergas y húmedos labios, que se vendían por miles -el asunto ha interesado a la audiencia desde el minuto uno de su Historia- , la mayoría de las veces en ediciones pirateadas, por el que dirán, porque podías acabar en la cárcel y porque podías hacer un buen dinero en el mercado negro. La cuestión pecuniaria siempre hay que tenerla presente.

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