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Simon Schama: "Los logros de la Revolución francesa tardaron un siglo en llegar"
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Simon Schama: "Los logros de la Revolución francesa tardaron un siglo en llegar"

El historiador inglés publica en España 'Ciudadanos', un libro estupendo de más de mil páginas con un enorme talento narrativo y atención a los detalles

Foto: Simon Schama.(EFE)
Simon Schama.(EFE)

Simon Schama (Reino Unido, 1945) coge el teléfono en Nueva York, donde son las ocho de la mañana. Tiene un acento británico que hace que uno tenga la sensación de estar hablando con la voz en off de un documental de la BBC. Y es que, además de un reputado historiador sobre la historia de los judíos (la editorial Debate ha publicado los dos primeros volúmenes de su monumental obra sobre el tema) y la historia del arte, Schama adquirió fama, precisamente, por sus documentales históricos en la BBC. Muchos de ellos vinculados a los temas de sus libros, y siempre entretenidísimos, cultos y amablemente divulgativos. Ahora, treinta años después de la edición original en inglés, Debate publica una de sus grandes obras, 'Ciudadanos. Una crónica de la Revolución Francesa'.

placeholder 'Ciudadanos'. (Debate)
'Ciudadanos'. (Debate)

Se trata de un libro estupendo de más de mil páginas que cuenta, con un enorme talento narrativo y atención a los detalles, no solo la revolución en sí, sino de los años previos, el clima político e intelectual de la Francia del “ancien régime” y la causas que provocaron este suceso que cambió para siempre la historia. Cuando le digo a Simon Schama que quiero preguntarle por 'Ciudadanos' carraspea y me dice: “No estoy seguro de cuándo lo leí por última vez.” “No se preocupe -le respondo- sigue siendo un libro magnífico y actual.” Con una mezcla de escepticismo y socarronería, me dice: “Ojalá”.

PREGUNTA. En 'Ciudadanos', la toma de la Bastilla, considerada tradicionalmente el inicio de la Revolución Francesa, no aparece hasta la página 400. Usted dedica mucho tiempo y muchas explicaciones a que el lector entienda el reinado de Luis XVI y el clima intelectual de la época. Sorprende, sobre todo, cuando habla de la modernidad del “ancien régime”.

RESPUESTA. En sus años finales, el “ancien régime” estaba muy guiado por la Ilustración. Por supuesto, el Gobierno no permitía la libertad de expresión, fuera a viva voz o por escrito. Pero más allá de eso, a las élites gobernantes les entusiasmaban las novedades y la ciencia. Las academias de medicina, de las letras, de pintura y de las ciencias funcionaban, se estudiaba de todo, se ascendía y premiaba a los mejores investigadores. Lo que pasaba era que, aunque Francia miraba a Estados Unidos o a Gran Bretaña, no encontraba una manera de reinventar su política, de modo que esta se basara en la modernización económica, científica y educativa y, al mismo tiempo, mantuviera la estabilidad del Estado. En el libro son fundamentales personajes como Guillaume de Malesherbes [abogado y ministro, que estuvo a cargo de la censura y permitió la publicación de la Enciclopedia], Jacques Necker [ministro de Finanzas que intentó que las cuentas del Estado fueran transparentes] o incluso Montesquieu [juez y teórico de la separación de poderes], que intentaron por todos los medios liberalizar Francia, dotarla de la clase de instituciones adecuada para que sus instintos de modernización florecieran y, al mismo tiempo, se mantuviera la estabilidad de la monarquía.

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Simon Schama. (EFE)

P. Esa incapacidad para liberalizar la Francia de la época haría que algunos observadores posteriores consideraran que la Revolución había sido inevitable, que los cambios en el equilibrio del poder social del país, sobre todo entre la burguesía y la aristocracia, hacían ineludible la caída del “ancien régime” .

R. Marx creía que la revolución era fruto de la frustración burguesa por no poder convertir el dinero en estatus y unirse a la aristocracia. Pero ahora sabemos que no existían barreras para que la gente con dinero se introdujera entre la aristocracia gobernante. A finales del siglo XVIII, antes de la Revolución, el dinero lo gobernaba absolutamente todo. De modo que ahí Marx no tenía razón.

P. Para el liberal Tocqueville, en cambio, la Revolución es una especie de continuación del viejo régimen. El absolutismo podía transformarse, pero no dejar de ser absolutismo.

R. Tocqueville tenía razón al decir que era casi imposible que, cuando la revolución tuviera lugar, pudiera liberarse de la centralización del “ancien régime”. La monarquía era un Estado centralizado, una burocracia regida metódicamente, y eso acabaría siendo una jaula de hierro para cualquier régimen que la sucediera. El terror revolucionario, pensaba Tocqueville, era más o menos el Estado del “ancien régime” llevado al extremo. Tocqueville consideraba el periodo moderno como una competición entre la libertad liberal y el inmenso aparato gubernamental de centralización y burocracia. Es casi el miedo de un sociólogo a la estructura: él veía el despotismo burocrático repitiéndose una y otra vez a lo largo de la historia de Francia.

Resulta muy sorprendente la cantidad de hombres de la Iglesia partidarios de la revolución

P. Usted insiste en que, más allá de los determinismos históricos que en ocasiones han visto tanto marxistas como liberales, la Revolución fue fruto de la acción humana, de las decisiones de los individuos. “La Revolución fue un acontecimiento mucho más azaroso y caótico -dice en el libro-, y mucho más fruto de la actividad humana que de determinantes estructurales”.

R. Es verdad que los individuos tenían agencia. Sin duda. Pero yo pondría énfasis en el discurso público de la época, en una manera determinada de hablar en público. Creo que hubo tres clases de discurso que crearon una nueva sociedad política. En primer lugar, está el teatro. Para empezar, las obras de Beaumarchais; muchos revolucionarios se politizaron con el teatro y adoptaron un aire teatral. Otro era el del derecho, el de los abogados del Parlamento [unos tribunales de apelación que en ocasiones se enfrentaron a la monarquía y tuvieron una importante influencia en la Revolución]. Y el tercero se dio en la Iglesia; resulta muy sorprendente la cantidad de hombres de la Iglesia partidarios de la revolución. Cuando se inicia la política moderna, estos tres grupos de hombres, que dominan su parte performativa, se convierten en los políticos modernos.

P. En el estallido de la Revolución hay otro elemento que, al menos en parte, era azaroso. El hambre.

R. Francia pasaba por muchas adversidades, y una de ellas era el clima, el tiempo, que provocaba situaciones terribles cercanas a la hambruna. También estaba el trauma de las guerras. El tremendo alzamiento que fue la Revolución francesa era, en buena medida, el levantamiento de gente que reclamaba ser protegida. Protegida frente a la subida de los precios del pan. Protegida en las fronteras frente a la presión de los austriacos. Si piensas en ese verso de la Marsellesa, “los bramidos de los feroces soldados”, esa visión terrible y paranoica de los mercenarios extranjeros, de alemanes y británicos cortándole el cuello a tus hijos, esa era la clase de fuerza que saca a la gente a las calles completamente airada.

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Simon Schama. (EFE)

P. Contribuyó a ello la paranoia, la creencia de que todo eso lo habían planeado los nobles para enriquecerse.

R. Los franceses tendían a ver las hambrunas como fruto de la conspiración. Es un asunto muy antiguo. Pero nunca se explotó tanto como en 1789. Unos creían que eran los simples panaderos o los molineros quienes acaparaban el grano para luego cobrar sus productos más caros, y otros creían que eran directamente los aristócratas. Esto reaparece de la misma manera en la Revolución rusa y en la Revolución Cultural china. La gente pensaba que se moría de hambre porque había personas conspirando y aprovechándose de la situación.

P. En ese sentido, es interesante el retrato que usted hace de Jacques Necker. El que fue ministro de Finanzas de Luis XVI tuvo que enfrentarse a una enorme crisis de deuda porque la corte se había endeudado de una manera extraordinaria. En parte porque creía que, si subía los impuestos, podía desencadenarse una reacción, pero que la deuda era más manejable.

R. Necker es alguien que nació demasiado pronto. Alguien que creía en el mercado de bonos. Si miras los niveles de endeudamiento de los Estados de la época, comparados con los de España o Estados Unidos en la actualidad, los países del “ancien régime” parecen modelos de probidad. Necker creía de veras que podía enfrentarse a los problemas de deuda. El problema de estar emitiendo constantemente nuevos bonos es que llegó un momento en el que los inversores temieron de verdad no recuperar nunca el principal. Creyeron que el Estado francés iba a declarar la bancarrota de una manera catastrófica y que lo perderían todo. Y entonces la situación en el mercado de bonos se convierte para la sociedad en una cuestión de confianza. Es algo irónico que en París la revolución empiece cuando llega la noticia del cese de Necker. Él creía que los bonos solo podían tener credibilidad si estaban respaldados por una asamblea electa. Era la solución que se había adoptado en Estados Unidos y Gran Bretaña. Cuando tienes una cámara estatal electa, todo es completamente distinto. Luis XIV y María Antonieta, en cambio, estaban obsesionados con la pérdida de apoyo de los inversores. Cuando echaron a Necker, la reina en particular creía que se estaba produciendo un golpe de Estado, y eso lleva directamente al momento en el que la revolución empieza de verdad, con la toma de la Bastilla.

Es un caso en el que dar grandes cantidades de armas a la gente hace que empiecen a ocurrir cosas que no tenías planeadas

P. En este contexto de cambio, con unos nuevos oradores que se convierten en los tribunos de la sociedad, un Estado que quiere modernizarse pero no sabe cómo, una sociedad que pasa hambre, unas finanzas absolutamente desorganizadas, ¿se puede decir que los revolucionarios tenían claro lo que querían, o simplemente improvisaron?

R. La Revolución Francesa es uno de esos casos en los que dar grandes cantidades de armas a la gente corriente hace que enseguida empiecen a ocurrir cosas que no tenías planeadas. Lo que pasa siempre sorprende y confunde. Si lo miras desde un punto de vista a muy largo plazo, lo cierto es que la creación de la democracia, la separación entre Iglesia y Estado, la liberalización de la economía, son logros que no habrían tenido lugar sin la Revolución Francesa. Pero eso tardó casi un siglo en suceder, en Francia no pasó hasta la Tercera República [en 1870]. No tuvo lugar hasta finales del siglo XIX.

P. Y en parte de ahí su fracaso o, por decirlo así, el larguísimo tiempo que pasa hasta que su legado se consolida pacíficamente. Con Napoleón de por medio. Esto lo contó Benjamin Constant.

R. Constant vivió la Revolución. Fue admirador de Napoleón, pero se convirtió en uno de sus críticos más fieros. Creía en la Ilustración, pero transcurrido el tiempo vio lo que pasaba con la Revolución. Napoleón fue coronado emperador. Napoleón, que era enormemente perspicaz psicológicamente, entendía que no era necesaria la monarquía como emblema de Francia, que bastaba con un hombre que encarnara la Francia viva. El instinto de hacerte coronar con pompa y grandiosidad religiosa encajaba con el ego militar, de modo que Napoleón tiene que nombrarse a sí mismo emperador. Pero antes de coronarse ya había modernizado el carisma que antes habían tenido los reyes.

P. Hace poco recordaba en un ensayo que Constant escribió que “los hombres sienten inclinación por el entusiasmo o por emborracharse con determinadas palabras. Siempre que repitan esas palabras, la realidad les importa poco”. No suena tan distinto a lo que están intentando hacer algunos líderes civiles hoy en día: proyectar el carisma de los hombres fuertes, de los monarcas electos con poder ilimitado.

R. El problema es que esencialmente la gente como Constant libra una batalla en favor de la razón contra los ejércitos de la emoción. Y eso es lo que está sucediendo ahora en buena parte del mundo. Las personas que quieren proyectar la autoridad de la razón, el debate y la ciencia, se encuentran en las calles con las voces de gente muy enfadada, llevada por instintos mucho más sencillos. En un mundo en el que la pasión está absolutamente en todas partes, puedes acabar siendo prisionero de tu propia razón.

Simon Schama (Reino Unido, 1945) coge el teléfono en Nueva York, donde son las ocho de la mañana. Tiene un acento británico que hace que uno tenga la sensación de estar hablando con la voz en off de un documental de la BBC. Y es que, además de un reputado historiador sobre la historia de los judíos (la editorial Debate ha publicado los dos primeros volúmenes de su monumental obra sobre el tema) y la historia del arte, Schama adquirió fama, precisamente, por sus documentales históricos en la BBC. Muchos de ellos vinculados a los temas de sus libros, y siempre entretenidísimos, cultos y amablemente divulgativos. Ahora, treinta años después de la edición original en inglés, Debate publica una de sus grandes obras, 'Ciudadanos. Una crónica de la Revolución Francesa'.

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