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Un editor en la Hungría de Orban: "Lo peligroso es que Fidesz es un PP voxizado"
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Entrevista

Un editor en la Hungría de Orban: "Lo peligroso es que Fidesz es un PP voxizado"

Luis G. Prado montó un sello de ciencia-ficción, le fue bien y se marchó a vivir a Budapest, desde donde ha visto la deriva autoritaria de Orban que cuenta ahora en 'Crepúsculo en Budapest'

Foto: Protesta en Budapest por la autonomía de la Universidad de Teatro y Cine  en budapest por la autonomía de la universidad de teatro y cine el pasado septiembre (EFE)
Protesta en Budapest por la autonomía de la Universidad de Teatro y Cine en budapest por la autonomía de la universidad de teatro y cine el pasado septiembre (EFE)

Luis G. Prado se fue a Budapest “para vivir una vida hermosa”, como decía Thoureau en ‘Walden’. Por una novia conocía la capital húngara desde los años noventa. Era grisácea y estaba decrépita, como todas las capitales del ex bloque soviético. Pero ya tenía frescura y un burbujeo que estaba a punto de descorcharse, lo cual sucedió en la década de los 2000. Vibrante, moderna, atractiva, joven, con su (aunque descuidado) urbanismo Belle-Epoque y sin el turismo arrasador de una Praga, Prado, que tras estudiar Ciencias Políticas había montado una editorial de ciencia-ficción, Bibliópolis, con la que le iba “sorprendentemente bien”, decidió en 2016 instalarse definitivamente allí con su mujer rusa. La solución para mantener el sello fue el teletrabajo. A la vez, ambos montaron una cafetería (que incluiría, por supuesto, la tortilla de patatas) . Y pronto nació una niña. Todo estaba en orden. A lo lejos sonaban los tambores de un político que, sin prisa, pero sin pausa, iba abandonando las líneas del sistema democrático. Pero Prado jamás pensó que podrían llegarse a romper las costuras. “No sabía cuánto me equivocaba”, resume.

Después de un lustro viviendo en Budapest y conociendo el país, este editor reconoce la deriva autoritaria del régimen de Viktor Orban. De hecho, acaba de publicar un pequeño ensayo, ‘Crepúsculo en Budapest’ (Báltica), en el que explica de forma muy amena y para legos en información internacional y ciencias políticas, qué es lo que han hecho Orban y su partido, Fidesz, en estos últimos años para afianzarse en el poder, acabar con las instituciones democráticas, driblar cada vez que puede a la Unión Europea y abrazar al oso de Moscú (y de Pekín). Y, otro asunto no menor: montar una guerra cultural a la mínima de cambio. Todo ello para que Hungría sea hoy uno de los países más pobres de la ex órbita soviética. Más que Rumanía y Eslovaquia. “Esa es la magia de la retórica nacionalista: puedes hacerle eso a un país y aun así tus votantes están orgullosos. Eso me cuesta entenderlo. Si eres un patriota, ¿cómo puede ser que veas bien que Rumanía tenga mejor nivel que Hungría?”, manifiesta Prado a El Confidencial en una conversación a través de zoom.

placeholder 'Crepúsculo en Budapest', de Luis G. Prado
'Crepúsculo en Budapest', de Luis G. Prado

El país de las guerras culturales

En la última semana, los países occidentales de la Unión Europea se han llevado las manos a la cabeza por la reciente norma que prohibe abordar la homosexualidad en programas educativos en los colegios. Hasta la presidenta de la Comisión, Ursula Von der Leyen, ha puesto el grito en el cielo (si bien poco más puede hacer ante la soberanía de cualquier estado miembro). A Prado, sin embargo, no le ha sorprendido nada. “Hungría es un laboratorio político. Lo que se está intentando aquí no sabíamos que era posible dentro de la Unión Europea y lo que se consiga en Hungría será exportable al resto de la Unión Europea. Esa es la razón para prestar atención a lo que está pasando aquí”, afirma Prado.

"Hungría es un laboratorio político. Lo que se está intentando aquí no sabíamos que era posible dentro de la UE y será exportable al resto de la UE"

En su ensayo, que terminó de escribir en 2020, este editor ya señalaba que en toda esta deriva del régimen la demonización de las minorías sexuales sería inevitable, “porque Orban copia a Putin y esto ya lo hizo Putin en 2013”. Además, explica, se trata de abrir una nueva guerra cultural, algo que le fue muy útil en 2018 cuando cerró la Universidad CEU -financiada por George Soros, quién si no- y dividir a la oposición, ya que en Hungría se ha dado la paradoja de que para combatir a Orban tienen que votar juntos la izquierda y otro partido de ultraderecha. “Es que el partido Fidesz ha adelantado por la derecha a la ultraderecha. Es como si aquí el PP se hubiera voxizado. Por eso da más miedo un PP voxizado que un Vox donde está. Lo peligroso es que Fidesz es un PP voxizado”, señala Prado. La tercera razón de esta ley contra la educación en diversidad sexual es más de consumo interno, pero no por ello menos peligrosa: “A la vez se ha aprobado otra ley para la creación de una fundación para transferir fondos a propiedades públicas que serán adscritas a una futura universidad china que se va a instalar en Hungría. Se le van a ceder unos territorios al sur de Pest para construir una universidad con un préstamo chino que paguen los húngaros. Era un tema candente, pero esta ley de la homosexualidad tapa esto de la universidad. Y eso después de cerrar una universidad liberal”, explica el editor. Pura maniobra política.

Tejemanejes y mafias

Es lo que ha hecho Orban siempre. Prado no oculta que es un verdadero animal político. Y que de fachada, de márketing político, tiene poco. En el ensayo incluso insiste en que ya le hubiera gustado a Donald Trump acercarse un poco a Orban. “Empecé a vivir en Hungría con la llegada de Trump al poder en EEUU y me di cuenta de que empezaba a hacer abiertamente lo que Orban llevaba un tiempo haciendo solapadamente. Hasta que empezó a ir de chulo por la vida. No se sabe si es una consecuencia psicológica de estar en el poder durante años o que el hombre sabe algo que no sabemos, pero ya es algo que no parece racional y eso sí da más miedo”, comenta el editor.

placeholder El editor Luis G. Prado en Budapest
El editor Luis G. Prado en Budapest

En ‘Crepúsculo en Budapest’ se explica muy bien cómo y de dónde viene Fidesz. Qué pasó para que llegara donde ha llegado y diera el giro autoritario. Porque, al principio, a finales de los ochenta, era otra formación más de oposición al régimen comunista en el que se sumaban distintas sensibilidades. Es en 1994 cuando Orban, que ya es el líder del partido, decide que el hueco está hacia la derecha, intentando aplastar al partido de centro-derecha -el MDF-que había gobernado tras las primeras elecciones democráticas. Le sale bien y consigue el poder en 1998, pero todavía no era un partido populista de derechas. Hasta 2002 en que pierde las elecciones, y que ganan los socialistas.

“Hasta entonces Fidesz era una especie de PP, pero entre 2002 y 2010 se crea el Fidesz ultra y populista que conocemos hoy"

“Hasta entonces era una especie de PP, pero entre 2002 y 2010 se crea el Fidesz ultra y populista que conocemos hoy. Orban decide que las victorias de sus oponentes no son legítimas y que ellos son la nación. Y la nación nunca puede perder. Y se preparan para una vuelta al poder que es definitiva. Orban lo dice: “Una vez ganemos, ya no vamos a perder”. Y así ha sucedido desde 2010”, sostiene Prado. Como explica en el libro, comienza el Gobierno de Los Soprano.

Seducir y ganar

Porque la clave, aparte de tener ya al 90% de los medios de comunicación bajo control, una oposición muy diversa que no siempre ha actuado en bloque contra él, y una red clientelar en las instituciones apabullante, es que Orban seduce a una buena masa de votantes. Este editor ha reflexionado sobre por qué ocurre esto y observa dos comportamientos.

“Ahora mismo en Hungría, todos los que tienen más de 40 años fueron socializados en el comunismo. Es una población envejecida, pero es la mayoritaria. Y todos tienen un entendimiento del poder profundamente de la época comunista. Y la forma en la que gobierna Fidesz es como gobernaba el partido comunista”, explica como punto uno.

placeholder Orban durante la celebración del 30 aniversario de Eslovenia hace unos días (EFE)
Orban durante la celebración del 30 aniversario de Eslovenia hace unos días (EFE)

El segundo tiene que ver con la tesis del economista y sociólogo Gábor Scheiring, para quien el triunfo del populismo de Orban tiene mucho que ver con los errores de la izquierda en los noventa. “Adoptaron una política neoliberal y los obreros que estaban retórica y materialmente protegidos se encontraron expulsados del tema y, además, les decían que era culpa suya, que no se habían transformado. Ahí hubo mucha gente dejada de la mano de Dios y es gente que no ha levantado cabeza treinta años después. A esas personas, Obran les ofreció la idea de nación como fuente de solidaridad. El Gobierno no les va a cuidar, pero la nación sí. Es pura retórica, pero eso sedujo a buena parte de la población”, cuenta Prado.

"El problema es cuando los países respetables de derechas tradicionales que tienen una masa amplia de votantes empiezan a utilizar ideas extremas"

Por supuesto, la ultraderecha de Fidesz tampoco se puso el traje de extremista. Ese ya no se lo quiere poner nadie en ningún país “porque tiene un techo electoral claro. En Hungría, cuando fueron de extrema derecha pura y dura nunca tuvieron más del 20% del electorado. El problema es cuando los países respetables de derechas tradicionales que tienen una masa amplia de votantes empiezan a utilizar esas ideas. ¿Nuestras ideas están bajando? ¿Qué hacemos? ¿Usamos la xenofobia? ¡Correcto!. Cosas que antes eran extremistas. Así es como conviertes a votantes de orden en votantes de extrema derecha”, sostiene Prado, para quien lo peligroso es, como siempre, la marcha atrás. Porque esa ya no suele funcionar.

2022, ¿fin de Orban?

En 2022 habrá elecciones legislativas en Hungría. Van a ser muy importantes. Pese a toda la deriva autoritaria de Orban, Prado todavía no ha pensado irse del país. “Yo quiero saber cómo va a acabar esto. Es verdad que todo se ha extremado. La tendencia es que todo vaya a más de aquí a 2022. Pero, para bien o para mal, quiero saber qué pasa”, reconoce.

placeholder Protesta en Budapest contra la ley que prohíbe abordar la homosexualidad en los colegios (EFE)
Protesta en Budapest contra la ley que prohíbe abordar la homosexualidad en los colegios (EFE)

No obstante, es de los que se muestran optimistas con respecto a lo que puede ser el fin de este régimen en el que los periódicos críticos se han tenido que buscar las imprentas fuera de las fronteras húngaras. Por un lado, por la mala gestión de la pandemia. “Hungría tiene la proporción de muertos mayor del mundo. ¡Y ese es el dato oficial! Ahora el discurso es el de la vacunación. Hungría compró vacunas que no estaban aprobadas por la UE para distanciarse de ella, y además eran el doble de caras que las de la unión, pero ahí hubo intermediarios que se lo llevaron. Con Fidesz las cosas pueden tener un barniz ideológico, pero para entender lo que hacen hay que ir donde está el dinero”, comenta Prado.

"Con Fidesz las cosas pueden tener un barniz ideológico, pero para entender lo que hacen hay que ir donde está el dinero”

El otro motivo para perder las elecciones es que el bloque de la oposición se presente unido (que es algo tan raro como si fueran juntos PSOE, Podemos, Ciudadanos y Vox), pero a estas alturas en el país magiar puede suceder, asegura Prado. “Después pueden pasar muchas cosas. Incluso que se hagan un Trump (el ataque del 6 de enero) con una pandilla de hooligans, que aparezcan votos manipulados… o que se queden con todo el poder económico que ya tienen porque han sido una mafia y lo han privatizado todo. Han hecho la mayor privatización desde la caída del régimen comunista. Son muy de liberalizar, sí, pero todo para mí”.

Budapest, capital verde

Con todo, Budapest, dice este editor, sigue estando muy bien. Orban afecta -cada vez hay más manifestaciones, más hastío-, pero “es vibrante, cosmopolita, más abierta… Por eso me vine a vivir a Budapest. Hasta Viena es más provinciana que Budapest. En parte porque Budapest está sin terminar. Ha llegado un poco de desarrollo, pero está llena de huecos mentales y físicos y eso para emprender, también para la gente local, está muy bien”, asegura este editor que ya piensa en publicar allí libros en húngaro (aunque no precisamente el suyo, "por si acaso").

placeholder Manifestación para promover el uso de la bicicleta en Budapest (EFE)
Manifestación para promover el uso de la bicicleta en Budapest (EFE)

La capital magiar, además, va a contracorriente del país. “Aquí tenemos un alcalde del Partido Verde. En realidad, en ninguna de las capitales del grupo de Visegrado gobierna un alcalde del partido de derechas que está en el Gobierno central. Ni en Polonia, ni en República Checa, ni en Eslovaquia, ni en Hungría. La gente de las capitales vota de otra manera”, asegura. Y, él, además, puede presentar su pasaporte de la UE en todas partes. “Yo me vine sabiendo para dónde iba Hungría, y sabiendo que era de la UE. Y en ese sentido Hungría siempre ha mantenido esos dos niveles: por un lado una retórica gubernamental xenófoba; y por otro, la administración, basada en la ley y que cumple la legislación europea. Como ciudadano europeo eres un privilegiado. Si no eres europeo, la cosa es más complicada y si eres un señor de un país indeseable, ya sí te hacen la vida imposible”, zanja este editor que seguirá con sus libros de ciencia-ficción y sirviendo tortilla de patatas hasta ver el posible fin de Orban.

Luis G. Prado se fue a Budapest “para vivir una vida hermosa”, como decía Thoureau en ‘Walden’. Por una novia conocía la capital húngara desde los años noventa. Era grisácea y estaba decrépita, como todas las capitales del ex bloque soviético. Pero ya tenía frescura y un burbujeo que estaba a punto de descorcharse, lo cual sucedió en la década de los 2000. Vibrante, moderna, atractiva, joven, con su (aunque descuidado) urbanismo Belle-Epoque y sin el turismo arrasador de una Praga, Prado, que tras estudiar Ciencias Políticas había montado una editorial de ciencia-ficción, Bibliópolis, con la que le iba “sorprendentemente bien”, decidió en 2016 instalarse definitivamente allí con su mujer rusa. La solución para mantener el sello fue el teletrabajo. A la vez, ambos montaron una cafetería (que incluiría, por supuesto, la tortilla de patatas) . Y pronto nació una niña. Todo estaba en orden. A lo lejos sonaban los tambores de un político que, sin prisa, pero sin pausa, iba abandonando las líneas del sistema democrático. Pero Prado jamás pensó que podrían llegarse a romper las costuras. “No sabía cuánto me equivocaba”, resume.

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