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Bob Dylan cumple 80 años: una carrera destinada a confundir a todo el mundo
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Bob Dylan cumple 80 años: una carrera destinada a confundir a todo el mundo

Debutó hace casi sesenta años con un disco de música folk en el que versionaba clásicos de un cancionero lleno de imágenes de la América de las largas autopistas

Foto: Concierto de Bob Dylan en Benicassim en 2012 (EPA)
Concierto de Bob Dylan en Benicassim en 2012 (EPA)

Uno de los momentos más extraños de la larga carrera de Bob Dylan, que hoy cumple ochenta años, tuvo lugar cuando apareció en un anuncio de lencería femenina de la marca Victoria’s Secret. Fue en 2004, y en él Dylan aparecía caminando con expresión misteriosa mientras la modelo Adriana Lima se contorsionaba en ropa interior, con unas enormes alas de ángel, en lo que parecía un palacio veneciano. De fondo sonaba una canción oscura y desgarrada de Dylan, 'Love Sick'. Era difícil de entender. Pero casi parecía un paso lógico en una carrera dedicada sistemáticamente a confundir al público.

Dylan debutó hace casi sesenta años con un disco de música folk en el que versionaba clásicos de un cancionero lleno de imágenes de la América de las largas autopistas, los hombres que lo pierden todo jugando a las cartas y los vagabundos que desean la muerte después de una vida errática. Pero en sus siguientes discos, publicados en 1963 y 1964, no solo compuso casi todas las canciones, sino que estas adoptaron un carácter político. Mantenía el tono bíblico del registro folk, y seguía cantando con el único acompañamiento de su guitarra y su armónica, pero ahora las letras aludían de manera oracular a aspectos de la actualidad estadounidense, como los profundos cambios culturales de los años sesenta, los conflictos raciales o la guerra de Vietnam. En ellas aparecían respuestas inasibles a preguntas ambiguas —“¿cuántas veces debe un hombre levantar la mirada antes de poder ver el cielo?”—, alusiones a la lluvia nuclear o la muerte de una camarera negra a manos de un señorito blanco.

Dylan se convirtió rápidamente en la encarnación ideal de una generación que, desde posiciones izquierdistas, parecía rechazar todo lo existente. Sus miembros recogían la vieja tradición rebelde estadounidense, que quería conectar con la naturaleza, y al mismo tiempo se juntaban en Greenwich Village, el barrio bohemio de Nueva York, con los “beatniks”, los escritores que habían fijado en la literatura los mitos modernos del coche, el jazz, la marihuana y el negro “hipster”. A veces, jugueteaban con nociones ingenuas del comunismo. Dylan cantó en la manifestación en la que Martin Luther King pronunció el discurso antirracista “Tengo un sueño”. Poco después del asesinato de Kennedy, recibió el premio más importante que se concedía a los defensores de los derechos civiles, pero en la ceremonia, en lugar de dar un serio discurso sobre el tema, subió borracho al estrado, llamó viejos y calvos a los respetables progresistas que le habían dado el premio y dijo sentirse un tanto identificado con Lee Oswald, el asesino del presidente. Cuando fue invitado al programa de televisión nocturno de más éxito, el show de Ed Sullivan, propuso cantar una canción que parodiaba a la asociación conservadora más importante del momento, la John Birch Society. Los abogados de la cadena le sugirieron que cantara otra cosa porque podían denunciarles por calumnias. Dylan renunció a ir al programa.

Sin embargo, se cansó pronto del papel de profeta generacional con la guitarra al hombro. En 1965 empezó a hacer conciertos acompañado de una banda de rock eléctrico muy ruidosa, algo que la comunidad folk entendió como una traición al espíritu militante y austero que le caracterizaba y una asunción de las reglas de la música comercial (en uno de sus primeros conciertos eléctricos, alguien del público le llamó a gritos “Judas”; él pidió a la banda que tocara un poco más fuerte). Renunció a los vaqueros y las camisas de cuadros y se vistió con los trajes de corte estrecho que habían puesto de moda los Beatles. Y, al mismo tiempo, renunció aparentemente a la política. No tenía ningún interés en representar a una generación ni mucho menos a un movimiento ideológico. En realidad, recordaría más tarde un amigo de la escena de los cantautores de Nueva York, Dave Van Ronk, Dylan nunca había sentido un interés genuino por la política ni se había tomado la molestia de saber qué era realmente el comunismo. En 1966, tras un misterioso accidente de moto que algunos rápidamente atribuyeron a la CIA, Dylan se encerró y dejó de hacer giras. Cuando volvió a grabar música, esta trató esencialmente de la mitología estadounidense vinculada a la conquista del Oeste y de la Biblia. Una década más tarde se convirtió al cristianismo, declaró que había renacido e hizo algunos discos de tema evangélico, algunos brillantes y otros infames: “¿Estás listo para conocer a Jesús?”, decía una canción de 'Saved'. “¿Estás listo para el juicio? ¿Estás listo para la terrible espada? ¿Estás listo para el Apocalipsis? ¿Estás listo para el día del Señor?”

A esas alturas, Dylan había logrado confundir a todo el mundo. Y volvería a hacerlo varias veces más: como era de esperar, renunció al cristianismo y aseguró que en realidad la religión que llevaba tiempo buscando siempre había estado ahí: era el cancionero tradicional americano y su propia aportación a él. Renunció a las producciones ochenteras, que sonaban peligrosamente cerca del gospel comercial y el funk formulario, y volvió a los sonidos crudos y a sus viejos y crípticos temas: la soledad en mitad de la inmensidad del paisaje estadounidense, el amor desolado, la búsqueda eterna de un hogar en el que poder instalarse definitivamente. A mediados de los años noventa empezó a grabar los que quizá fueron sus mejores discos en treinta años. Pero siguió intentando despistar a todo el mundo: hacía giras eternas en cuyos conciertos uno tardaba unos segundos interminables en descubrir qué canción estaba tocando. Se empezó a vestir en público como un caballero sureño. Tocó ante el papa Juan Pablo II, aunque este se resistió porque creía que los ademanes de profeta de Dylan podían chocar con los dogmas de la fe católica. Después del anuncio de lencería, rodó otros de ordenadores y coches. Con más de setenta años, intentó convertirse en cantante melódico a la manera de Frank Sinatra, algo particularmente osado dada su voz nasal y su manera arrastrada de cantar. Obtuvo el Premio Nobel de Literatura, pero se negó a recogerlo y mandó a Patti Smith a la ceremonia en Estocolmo.

En los últimos años, Dylan ha seguido produciendo música a su ritmo habitual, pero esta ha ido decayendo poco a poco. Los fans la recibimos como nuevos capítulos de una especie de libro sagrado que hay que seguir interpretando, aunque quizá no encierren ningún misterio. Bob Dylan ha encarnado como nadie las ambigüedades de la cultura pop, su tentación política, su vocación comercial, su peculiar relación con la alta cultura, su increíble capacidad para generar mitologías. Pero le ha quitado casi toda la complacencia, y ha explotado como nadie el cambio y la confusión. Quizá a los ochenta años vuelva a hacerlo, aunque sea en susurros.

Uno de los momentos más extraños de la larga carrera de Bob Dylan, que hoy cumple ochenta años, tuvo lugar cuando apareció en un anuncio de lencería femenina de la marca Victoria’s Secret. Fue en 2004, y en él Dylan aparecía caminando con expresión misteriosa mientras la modelo Adriana Lima se contorsionaba en ropa interior, con unas enormes alas de ángel, en lo que parecía un palacio veneciano. De fondo sonaba una canción oscura y desgarrada de Dylan, 'Love Sick'. Era difícil de entender. Pero casi parecía un paso lógico en una carrera dedicada sistemáticamente a confundir al público.

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