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Entre huesos: viaje a los cementerios más célebres del planeta
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Entre huesos: viaje a los cementerios más célebres del planeta

La escritora argentina Mariana Enríquez publica 'Alguien camina sobre tu tumba', un recorrido por las intrahistorias de los camposantos europeos y latinoamericanos

Foto: La escritora Mariana Enríquez (NORA LEZANO)
La escritora Mariana Enríquez (NORA LEZANO)

Hacia finales del siglo XVIII en París los cementerios no daban abasto. Las epidemias y la insalubridad mataban más que las guerras -Europa no siempre fue limpia, reluciente y con buen olor- y los muertos no paraban de amontonarse provocando a su vez nuevas enfermedades. A las autoridades se les ocurrió entonces crear unas catacumbas a imagen y semejanza de las de Roma para enterrar allí los cadáveres. Se inauguraron en 1786. Hoy son uno de los principales atractivos turísticos de la ciudad. Y fue precisamente allí donde la escritora argentina Mariana Enriquez (Buenos Aires, 1973) robó un hueso (al que llamó François) que consiguió pasar todos los controles, escáneres y que hoy anda por su casa de Buenos Aires. A comienzos del siglo XX así funcionaba nuestra seguridad.

placeholder 'Alguien camina sobre tu tumba'
'Alguien camina sobre tu tumba'

“Visto con el tiempo yo tampoco entiendo muy bien qué hice. O por qué lo hice. Creo que fue ese momento y ese lugar, que tiene algo macabro y a la vez, hay cierta perversidad en la distribución de los huesos, que están ordenados estéticamente. ¡Y eso lo hizo la gente que trasladó los huesos!”, cuenta Enríquez a El Confidencial en una conversación por zoom. Esta historia de François está incluida en el libro de crónicas ‘Alguien camina sobre tu tumba. Mis viajes a cementerios’ (Anagrama), que incluye recorridos por camposantos míticos como el de Montparnasse, Génova, el judío de Praga, Lima o la Recoleta en Buenos Aires, pero con la mirada personalísima de esta autora considerada la nueva reina del terror por libros como 'Las cosas que perdimos en el fuego' o 'Nuestra parte de la noche', con el que consiguió el premio Herralde de novela.

"En el cementerio de Edimburgo la gente va como loca a ver muertos que tienen los apellidos de los personajes de Harry Potter"

No esperen encontrar aquí una guía turística sino literatura. Porque a Enríquez, fascinada por ese razonamiento lógico que dice que hay más muertos que vivos, seguidora de la estética neogótica y punk desde adolescente, lo que le interesan son las microhistorias de los que se fueron, que no solo puede ser una persona sino también un caballo o un perro que una vez pasó a mejor vida con ciertos honores. O incluso de los que se convirtieron en personajes literarios sin serlo “En el cementerio de Edimburgo la gente va como loca a ver muertos que tienen los apellidos de los personajes de Harry Potter porque la autora paseaba por el cementerio, que le quedaba cerca del bar donde estaba escribiendo, y tomaba de allí los apellidos. Pero no tienen nada que ver con los personajes”, explica la autora sobre este tipo de historias que comenzó a pasar a lápiz y papel en 1997. De hecho, estos paseos por 16 cementerios se publicaron originalmente en 2014, aunque la nueva edición incluye ocho camposantos más. Y es muy probable que haya un tercer volumen, puesto que Enríquez tiene previsto -cuando se pueda -visitar necrópolis asiáticas, africanas y rusas.

placeholder Cementerio de Greyfriars en Edimburgo
Cementerio de Greyfriars en Edimburgo

Todo comenzó por un entierro. El de Marta Dillon, la madre de una amiga que había estado desaparecida desde la dictadura. Se encontraron los restos y, después de un año de tenerlos en casa, la hija decidió enterrarlos. Aquello fue masivo. “Fue un acto político y de alivio colectivo”, manifiesta la escritora, quien se dio cuenta de la fascinación que existía en su país “con esa parte de la historia y de mi infancia porque yo viví la dictadura como un chico. Y lo terrorífico de la dictadura argentina fue que se robaron los cuerpos. Mataban a la gente sin juicio y hacían desaparecer los cuerpos, lo cual doblaba el trauma en la gente. No es lo mismo que te devuelvan un cuerpo y que te permitan enterrarlo y terminar con todo el rito. Hay gente que incluso durante años esperaba el regreso, lo cual es una cosa totalmente perversa”. La investigación sobre los cementerios se convirtió en una investigación sobre el duelo: “Una tumba con un nombre es la manera en la que duelamos, donde se termina la vida y hay cierta conclusión, y no esa cosa fantasmal que atormentó mi infancia en lo personal y la sociedad en la que vivo en lo general”, asegura.

Barrocos, elegantes y recatados

Así, en este peregrinaje por distintos camposantos de todo el mundo observó las diferentes formas en las que nos enfrentamos a la muerte y la simbolizamos. Todo ello sin querer entrar en conclusiones sociológicas, porque al fin y al cabo se define como escritora. Pero sí pudo ver la diferente presentación de los propios cementerios.”Si vas al de Génova es acojonante. Hay cientos de estatuas de mujeres desnudas bailando con esqueletos. O cosas rarísimas como un niño jugando con un aro de los años veinte y detrás de él dos manos de bronce que salen del suelo. Es una cosa terrorífica. O gente de tamaño natural muriendo en su cama. O el patriarca con toda la familia alrededor. Eso no lo ves en España. No existe. Como lo de mostrar los huesos, que es una cosa muy francesa y muy italiana, y nada española”, comenta la autora que define a los cementerios italianos como barrocos a los franceses como elegantes y a los españoles como modestos y recatados. Quizá esa sea nuestra relación histórica con la muerte.

"En Asturias entré en un cementerio pequeño y había gente limpiándolo que te hablaba y se hablaban entre ellos como si fuera un lugar de encuentro"

Otra diferencia plausible es la que se da entre los cementerios de los pueblos y los de las grandes ciudades. De alguna manera en los primeros, dice la autora, siempre vas a estar menos solo. “En Asturias entré en un cementerio pequeño y había gente limpiándolo que te hablaba y se hablaban entre ellos como si fuera un lugar de encuentro… Eso también lo puedes ver en pequeños cementerios de acá, pero no lo vas a ver en ningún gran cementerio de una ciudad latinoamericana. Las grandes ciudades, sean europeas o latinoamericanas. producen una distancia. Entras en un gran cementerio de Chile, de Uruguay o de Argentina y estás solo como en un gran cementerio de Barcelona. No es el flujo de gente que puedes ver en un pequeño pueblo de España o un lugar popular de América Latina”, apostilla. Ni siquiera en México, con toda esa idiosincrasia del día de los muertos y la parafernalia macabra. “El resto de días están tan vacíos como en cualquier otro sitio”, sostiene.

Fenómeno turístico

No obstante, puede que haya cementerios que apenas se pisan, pero hay otros que cobran incluso entrada. El fenómeno que más se ha desarrollado en las últimas décadas es el del cementerio turístico. Ocurre en Pere Lachaise, en París, en el judío de Praga, en el Highgate de Londres o en La Recoleta de Buenos Aires, donde como afirma Enríquez, la gente se vuelve loca buscando la tumba de Eva Perón “y pensando que van a encontrar un mausoleo. Es un panteón con un pequeño pasillo y ves a hordas de gente metidas en ese pasillito… Es muy raro”. La misma jauría móvil en mano se da en Praga, “que es un descontrol. Es de una hostilidad horrible, con una cola espantosa, nadie te explica nada, todo es “siga rápido porque tiene que entrar el otro grupo””, manifiesta.

placeholder El panteón donde se encuentra Eva Perón en La Recoleta
El panteón donde se encuentra Eva Perón en La Recoleta

Para la escritora hay una explicación monetaria de este fenómeno. Se trataría de una cuestión de conservación. “Un cementerio como Pere Lachaise requiere una inversión enorme. Y no lo puedes dejar porque, qué sé yo, está la tumba de Oscar Wilde. Y en el de Recoleta están todos los próceres de la Argentina, todos los héroes de la independencia… Hay familias que tienen dinero, pero otras no, y cuando dejan de pagar… pues a Oscar Wilde no lo puede tirar por ahí. Hacerlos turísticos es una forma de recaudar”, comenta. La otra cuestión, la de la fascinación por las tumbas, es más difícil de desentrañar. “¿Por qué la gente va? Eso es más misterioso?”, admite. Curiosamente en España esa fascinación no existe. Nadie se muere por visitar una tumba famosa. Ni siquiera el panteón de los hombres ilustres, en Madrid, donde se encuentran Canalejas, Sagasta o Cánovas del Castillo, es un lugar turístico.

Hacerlos turísticos es una forma de recaudar. La otra cuestión, la de la fascinación por las tumbas, es más difícil de desentrañar

Todo esto de la muerte lleva a hablar también de la pandemia. Posiblemente porque hacía mucho tiempo que en los países occidentales no se hablaba tanto de muertos, aunque, como dice Enríquez, en Argentina no se hayan visto ataúdes. “Si no tenés alguien cercano [los muertos] no existen. Me sorprende que esto no se trate de utilizar siquiera como cierta resistencia a las medidas de protección. No digo asustar a la gente, pero sí hacerles realidad el hecho porque es extraño que te digan que se murió tanta gente y que no veas ninguno nunca después de un año. No creo que sea una decisión política sino que es una reacción respecto a lo que está pasando. Como si hubiera algo pudoroso”, sostiene mientras advierte de que hay ya mucha gente que “tiró la toalla de los cuidados porque no lo estaban pasando tan mal tampoco y no puedes soportar la tensión de estar pensando todo el tiempo, no ya en la muerte, sino en contagiar a otros. Ya es: que ocurra lo que tenga que ocurrir”.

placeholder Cementerio judío de Praga
Cementerio judío de Praga

La escritora critica el mal uso de las metáforas. “Aquí se usa mucho el de la guerra. Pero en una guerra hay ruidos, hay bombas, hay muertos en la calle, al hijo lo mandan a la guerra y vuelve mutilado o vuelve en ataúd. Pero acá no tenemos ni el ataúd. Es muy fantasmal también”. El virus que no se ve y la muerte que no está.

Hacia finales del siglo XVIII en París los cementerios no daban abasto. Las epidemias y la insalubridad mataban más que las guerras -Europa no siempre fue limpia, reluciente y con buen olor- y los muertos no paraban de amontonarse provocando a su vez nuevas enfermedades. A las autoridades se les ocurrió entonces crear unas catacumbas a imagen y semejanza de las de Roma para enterrar allí los cadáveres. Se inauguraron en 1786. Hoy son uno de los principales atractivos turísticos de la ciudad. Y fue precisamente allí donde la escritora argentina Mariana Enriquez (Buenos Aires, 1973) robó un hueso (al que llamó François) que consiguió pasar todos los controles, escáneres y que hoy anda por su casa de Buenos Aires. A comienzos del siglo XX así funcionaba nuestra seguridad.

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