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Riadas, nevadas salvajes... el apocalipsis meteorológico del extraño 1962
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Riadas, nevadas salvajes... el apocalipsis meteorológico del extraño 1962

El clima ya nos hizo sufrir el pasado como demuestra la panorámica de un año verdaderamente aciago

Foto: Esquiadores en la Plaza de Cataluña de Barcelona en 1962
Esquiadores en la Plaza de Cataluña de Barcelona en 1962

1962 fue uno de los años más accidentados del franquismo. Enero inició con el asesinato del último héroe romántico de los vencidos, el guerrillero anarquista Quico Sabaté, muerto a tiros en Sant Celoni. En abril estalló la huelga de los mineros asturianos, con manifiestos de la intelectualidad, hasta entonces más bien apocada, en favor de los trabajadores. El 14 de mayo Juan Carlos de Borbón contrajo matrimonio en Atenas con Sofía de Grecia. Entre el 5 y el 8 de junio la oposición presentó en Múnich una firme apuesta para el mañana. El famoso contubernio activó manifestaciones de apoyo al régimen y quizá aceleró el cambio de gobierno de julio, donde se incorporaron, para constatar una realidad política, los tecnócratas del Opus Dei, artífices del Desarrollismo y de la senda de España hacia una modernidad contradictoria, con estructuras añejas mientras, poco a poco, la ciudadanía se equiparaba al resto de Europa, como bien Enrique Moradiellos en 'Franco, anatomía de un dictador'(Turner).

Ese verano fue muy caluroso en Cataluña. Apenas llovió durante cuatro largos meses y la pertinaz sequía, por usar léxico adecuado para el momento, era insoportable. El Principado había sufrido profundos cambios a lo largo del último decenio, con una oleada de inmigración proveniente del sur y una carencia absoluta de vivienda digna para esos recién llegados, masivos sí, y asimismo controlados en sus papeles. De no tenerlos, pese a la leyenda deformada de la castellanización desde arriba, volvían a la casilla de salida, salvo contadas excepciones.

Desde el final de la Guerra Civil se propulsó una ingente propaganda para loar las glorias de la Obra Sindical del Hogar y el Instituto Nacional de Vivienda. Las cuidadas construcciones de los años 40, aun con cierta influencia de 'la Falange joseantoniana', derivaron durante la siguiente década en una verticalización de los inmuebles, aquejados de muchas deficiencias estructurales. Esta labor ocultaba la solución adoptada por la mayoría de recién llegados, el barraquismo, presente tanto en la periferia como en la ciudad condal, donde constituía el 10%, si así podemos denominarlo, del parque inmobiliario.

La tragedia del 25 de septiembre

La sucesión de jornadas con altísimas temperaturas a lo largo de ese estío iba a tener graves consecuencias, inauditas hasta la fecha por su virulencia. El lunes 24 de septiembre, cuando el mercurio alcanzó treinta grados centígrados, la situación meteorológica se caracterizaba por altas presiones, proclives a formar una masa de aire mediterráneo muy estacionaria, con alto contenido de vapor acuífero en niveles bajos. Al día siguiente la combinación previa de intensa canícula, altas presiones y cielos claros favoreció una elevada evaporación sobre el mare nostrum, así como el almacenamiento de ese vapor de agua en la parte baja de la atmósfera. La colisión de aire frío y caliente, la naturaleza suele amar los contrarios, disparó la inestabilidad hasta provocar inundaciones repentinas, 'flash floods' en inglés, con querencia por afectar a cuencas pequeñas y torrenciales, concentrándose su impacto en menos de tres horas, como acaeció la luctuosa noche del martes 25 de septiembre.

placeholder El diluvio de 1962 en el Vallés
El diluvio de 1962 en el Vallés

La nocturnidad del diluvio, con precipitaciones de más de doscientos litros por metro cuadrado, fue fundamental para consolidar esa tragedia inesperada, sin duda más bestial por la ubicación geográfica de muchos de sus damnificados, aún más en precario por sus misérrimas chabolas en el caudal de rieras en terrenos argilosos y sedimentados, a rebosar de arcillas, guijarros y gravas. Estos condicionantes, junto a una nula previsión urbanística, desencadenaron un desastre sin precedentes en la Historia nacional. Los antiguos pueblos del llano barcelonés, del Guinardó al Poblenou, padecieron desperfectos de consideración, pero la peor parte se la llevó la provincia del Vallés Occidental, con Terrassa, Rubí y Sabadell destrozadas desde múltiples niveles, finiquitándose su antiguo esplendor textil, un pequeño gran mundo poblado de fábricas y colonias con una idiosincrasia extinta por el acontecimiento.

Precipitaciones nocturnas de más de 200 litros por metro 2 hicieron la tragedia

La región del Besós también figuró entre las principales perjudicadas de la tragedia. En Sant Adrià el vendaval de líquido elemento proveniente del Vallés taponó el puente del ferrocarril hasta producir una ola gigante hacia el barrio de la Catalana, sito bajo el nivel del río y colmado de núcleos donde malvivían hasta veinte familias bajo en un mismo techo, con sus alrededores sin cloacas, asfalto o las mínimas premisas para desarrollar una existencia merecedora de ese calificativo.

La cifra de fallecidos, con imágenes macabras como hombres colgados en árboles y cadáveres transportados por la corriente, se cifró en un número cercano al millar, complicado de precisar por las centenas de desaparecidos. Las pérdidas económicas de dos mil seiscientos millones de pesetas fueron más notables si cabe al concentrarse en Sabadell el 40% de las industrias de aprestos y acabados de toda la Península Ibérica.

La solidaridad posterior fue encomiable. Joaquín Soler Serrano contribuyó en gran medida a alentarla con sus locuciones desde Radio Barcelona, Pablo Picasso regaló un cuadro a subastar para recabar fondos y la juventud se volcó en limpiar los restos del naufragio, en este caso por pura hermandad entre iguales, pues en el vocabulario del régimen no figuraba la palabra ciudadano y tampoco había contemplado ningún aparato con garantías para enmendar tanta desolación.

placeholder Portada de prensa
Portada de prensa

Franco, como era menester, visitó Cataluña el 3 de octubre, celebró un consejo de ministros en el palacio de Pedralbes y acordó un crédito de mil millones para los fabricantes del Vallés. Las víctimas de tanta desgracia quedaron ignoradas, si bien por aquel entonces muchas páginas literarias empezaban a alertar de esa población invisible para la crónica y el poder. Algunos autores denunciaban esa realidad omitida. Juan Goytisolo en 'La resaca', Juan Marsé en 'Encerrados con un solo juguete' y Francisco Candel ponían el dedo en la llaga. Este último acertó de llenó, hasta ser copiado por Jordi Pujol desde su absoluto cinismo político, al definir en 'Los otros catalanes' que catalán es aquel que vive y trabaja en Cataluña.

Dos años después el más joven de la terna apuntalaría esa doble escala social en 'Últimas tardes con Teresa', donde la protagonista queda retratada en el más notorio ridículo al contemplar al pobre Pijoaparte como un aguerrido comunista, cuando apenas era un pobre diablo sin posibilidad alguna de abandonar ese Carmel de hermosas vistas y nula esperanza, resucitada en 1964 por las brechas de nueva ley de asociaciones, impulsora indirecta de un movimiento vecinal fortísimo en los barrios, tanto como para determinar muchas transformaciones durante el tardofranquismo y la Transición, hasta ser anulado, paradoja de paradoja, con la instauración de los ayuntamientos democráticos en la primavera de 1979.

La nevada navideña

Si paseáramos por la Barcelona de 1962 nuestros ojos asistirían a la clausura de un universo mientras otro emitía balbuceos mucho más dinámicos como preludio demasiado poco conmemorado del futuro finisecular. En mayo el teatro Cómico del Paralelo cerró para siempre. Lo sustituyó un bloque de viviendas. Las varietés cedían por la televisión, más tarde declinaron por el Destape, y la popular avenida cobraba un aire más bien lúgubre.

Mencionamos el caso del Cómico por las causas de su adiós. El techo amenazaba derrumbe y de resistir pocos meses más se hubiera hundido con un sangriento colofón debido a la nevada de la navidad de 1962. Nada ni nadie podía esperarla. Los días previos un anticiclón en Dinamarca combinado con una borrasca entre el norte de África y Cerdeña bombeó una gran corriente de vientos gélidos provenientes de Siberia. Durante la Misa del Gallo los copos saludaron con timidez a la capital catalana, asentándose con arrogancia durante la madrugada. El amanecer dispuso una blanca Barcelona con mucho de su espacio inundado por capas de más de cincuenta centímetros de grosor. La fiesta se desencadenó con naturalidad por lo insólito del fenómeno. Algunos esquiadores descendían las calles de Muntaner y Balmes, se desataron batallas callejeras con bolas de nieve y muchos ciudadanos salieron para, literalmente, alucinar con la estampa; el aeropuerto permaneció varado hasta el 29 de diciembre, hubo infinitud de averías en el suministro eléctrico, el metro circuló estable con alguna interrupción, los hospitales funcionaron a medio gas por las circunstancias y los hegemónicos tranvías se vieron impedidos por el estado de la vía pública.

placeholder La Rambla de Barcelona en la Navidad de 1962
La Rambla de Barcelona en la Navidad de 1962

La coincidencia de la nevada con la navidad significó una catarsis, similar a la madrileña de la pasada semana. La retina de todos aún tenía grabadas las penurias de las riadas y ese broche climático actuó como antídoto temporal durante esas horas felices. El Ayuntamiento, un cúmulo de calamidades sólo preocupado por convertir la ciudad condal en una enorme autopista sin respeto alguno para con los transeúntes, tardó en reaccionar, y cuando lo hizo dejó para la memoria la surrealista entrada de un ejército de máquinas quitanieves por la Diagonal, ofrecidas desde Andorra por el republicano Andreu Claret. La alegría espontánea cedió su testigo al hielo, casi como una metáfora del turbio contexto de ese inolvidable 1962. Antes de tanto caos los titulares se nutrían de crónica negra y vendían su alma a la ideología oficial al condenar sin matices a una serie de jóvenes norteamericanos implicados en el asesinato de un lamparero. Los cómplices solían reunirse en el Jamboree de la plaza real y los tildaron, desde su amor al jazz, como existencialistas.

La nevada barcelonesa fue una catarsis, similar a la madrileña de la pasada semana

Ni siquiera en eso el franquismo podía dar ejemplo, porque el crimen lo puso en riesgo diplomático con Estados Unidos por la nacionalidad de los culpables, ajenos a la marea meteorológica de esos meses, cruda pintura de un país consolándose de tantos sinsabores sólo durante un suspiro. Hoy en día pocos se refieren a esos meses. Javier Pérez Andújar los recuperó en 'Catalanes todos' (Tusquets), donde expone con su habitual y descarnado lirismo la síntesis de ese instante: la mayoría se vio sacudida, unos pocos cobraron y el mayor esfuerzo se hizo para depositar esa tumba en un anonimato aún vigente.

1962 fue uno de los años más accidentados del franquismo. Enero inició con el asesinato del último héroe romántico de los vencidos, el guerrillero anarquista Quico Sabaté, muerto a tiros en Sant Celoni. En abril estalló la huelga de los mineros asturianos, con manifiestos de la intelectualidad, hasta entonces más bien apocada, en favor de los trabajadores. El 14 de mayo Juan Carlos de Borbón contrajo matrimonio en Atenas con Sofía de Grecia. Entre el 5 y el 8 de junio la oposición presentó en Múnich una firme apuesta para el mañana. El famoso contubernio activó manifestaciones de apoyo al régimen y quizá aceleró el cambio de gobierno de julio, donde se incorporaron, para constatar una realidad política, los tecnócratas del Opus Dei, artífices del Desarrollismo y de la senda de España hacia una modernidad contradictoria, con estructuras añejas mientras, poco a poco, la ciudadanía se equiparaba al resto de Europa, como bien Enrique Moradiellos en 'Franco, anatomía de un dictador'(Turner).