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La agonía de un mito: Maria Callas lo abandonó todo por el sexo y el amor
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La agonía de un mito: Maria Callas lo abandonó todo por el sexo y el amor

Albert Boadella recala en Madrid con una “verdadera ficción” que reconstruye la agonía de la diva después de haber perdido la voz y a Onassis

Foto: Cartel promocional de 'Diva' en los Teatros del Canal
Cartel promocional de 'Diva' en los Teatros del Canal

Nos fijamos en la voz de Maria Callas, oscura y espesa. Nos fijamos en su carisma. También lo hace Albert Boadella, pero el director de escena barcelonés se ha fijado en las manos. “Que son grandes, poderosas. Y que le permitían al mismo tiempo recrearse en actuaciones contenidas, sin exageraciones. Maria Callas se comunicaba poderosamente con las manos”.

Es un hallazgo interesante, una novedad en la construcción de un personaje, de un mito, del que creemos saberlo todo y del que probablemente no conocemos nada. Por eso Albert Boadella ha escogido “el mejor camino de la verdad, que es la ficción”. Y ha recreado la agonía se la cantante griega -griega clásica, griega trágica- en su apartamento parisino. La ha abandonado el magnate Aristóteles Onassis, amante furtivo de Jackie Kennedy. Y la ha abandonado la voz.

Es el contexto en que Boadella convierte al pianista de la diva en un mediador de los dos mundos en decadencia, hasta el extremo de que la propia Callas tanto lo confunde con el propio Onassis como lo reclama a acompañarla en las arias crepusculares. La soprano Isabel Rey-Joly representa a la divina. Antonio Comas ejerce de 'Orfeo' en el umbral de la ultratumba. Y todo sucede en la sala verde de los Teatros del Canal desde este viernes y hasta el próximo 24 de enero.

placeholder El actor y dramaturgo Albert Boadella (EFE)
El actor y dramaturgo Albert Boadella (EFE)

“Maria Callas abandonó todo por el amor y el sexo. Respondió a una llamada ancestral, como si fuera un personaje de la tragedia griega. Lo cambió todo por el hombre. Por eso le dolió tanto la traición de Onassi. Por eso se sintió tan abandonada y desesperada. Y por la misma razón resulta tan atractivo asomarse al dolor y a la angustia que habitaban ese apartamento parisino”.

Instintos arcaicos

Plantea las cosas Boadella lejos de toda intelectualidad y sofisticación. No porque reniegue de las cualidades teatrales y creativas de la inmensa cantante, sino porque la atracción y la colisión de Callas y Onassis se resintió de los instintos arcaicos. Sostiene Boadella que Onassis era un cazador paleolítico. Y que Maria Callas, feliz en los escenarios, desdichada fuera de ellos, respondió a la llamada animal del sexo. “Fue una relación arrolladora, desproporcionadamente física. Nada que ver con el arte ni con la intelectualidad. Las relaciones de Callas habían sido satisfactorias en términos funcionales -la carrera, la rutina, la estabilidad-, pero no descubrió las grandes pasiones hasta que se cruzó en su camino un seductor feroz e irresistible”.

Fue una relación arrolladora, desproporcionadamente física

Reviste especial mérito la actualidad de la Callas porque disponemos de una versión extraordinariamente parcial. Desaparecieron muchas de sus fotografías que la retrataban con sobrepeso. Se malograron muchas películas. Y se han amontonado las “biografías definitivas” como si cada cualquier intento de acercarnos a su orilla terminara repeliéndonos.

Le sucedió a Elaine de Kooning cuando intentó retratar a Kennedy. Posó para ella y concibió 38 versiones, pero ninguna satisfizo a la pintora. Le frustró que cada intento de “aprehenderlo” supusiera una frustración. No había forma de capturar el ánima del presidente americano.

Ni la hay de capturar a Maria Callas. Tampoco es que lo intente Albert Boadella en el espectáculo que ha estrenado en Madrid. “Maria Callas era una trágica. Sus ancestros y su personalidad predispusieron una atracción hacia los papeles dolorosos y pasionales. No es que creara con ellos una intensa relación musical y teatral, como es evidente. Existía una relación instintiva y hasta neuronal, por eso resultaba tan asombrosa la identificación en la tarima”.

¿Ejemplos? Contaba el viejo maestro Carlo Maria Gilulini sus diferencias con Maria Callas a propósito del desenlace de 'La Traviata'. Cada vez que sobrevenía el sobreagudo del aria final -”Addio al passato”-, la cantante se estremecía de tal forma que la nota se le calaba. Ocurría en los ensayos y sucedió en las funciones de la Scala, pero el “desliz” vocal no deslucía el estremecimiento de los espectadores. Lo fomentaba, como si hubieran escuchado e interiorizado las explicaciones que la diva opuso al maestro italiano:

-"Me estoy muriendo".

placeholder Aristoteles Onassis y Maria Callas
Aristoteles Onassis y Maria Callas

No se estaba muriendo Maria Callas. Se moría Violetta Valéry, pero su identificación con la agonía del personaje de Verdi le impedía finalizar el aria con un agudo tintineante e impecable. Se moría la Callas cada noche en la Scala. Se le quebraba la voz en el sobreagudo.

Había una suerte de significación, de implicación personal, más o menos como si la realidad de la obra adquiría sentido a través de ella, percutiendo muchas veces en las zonas más profundas y dolorosas de su propia naturaleza.

“Es el de Maria Callas un caso particularmente elocuente y estremecedor de la caída de un mito, aunque el mito la haya sobrevivido. Es una caída en picado, brutal, que no encontró remedio y que incluso se concedió momentos tan embarazosos como su reaparición en los escenarios de la mano de Giuseppe di Stefano. Callas fue una patética en mejor y la peor acepción del término. Nos sigue fascinando. Sus discos continúan siendo una enorme experiencia. Y las imágenes y películas de que disponemos nos abruman con su imponente carisma”.

Fue una caída en picado, brutal, que no encontró remedio

Sabemos que sufrió un infarto. Que se le rompió al corazón, clínicamente hablando. E imaginamos que su plegaria al pasado terminaría malográndose, calándosele la voza. Como le dijo a Carlo Maria Giulini. “Porque me estoy muriendo, maestro, porque me estoy muriendo”.

Un nicho funerario la recuerda en el cementerio de Père Lachaise. Pueden depositarse flores y se puede rezar por el sufragio de su alma, pero los devotos que acuden a visitarla saben que Maria Callas no se encuentra allí dentro. Sus cenizas se esparcieron en el mar Egeo, como si fueran las de Medea. Y el mar las meció como una barcarola por los siglos de los siglos.

Nos fijamos en la voz de Maria Callas, oscura y espesa. Nos fijamos en su carisma. También lo hace Albert Boadella, pero el director de escena barcelonés se ha fijado en las manos. “Que son grandes, poderosas. Y que le permitían al mismo tiempo recrearse en actuaciones contenidas, sin exageraciones. Maria Callas se comunicaba poderosamente con las manos”.

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