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Umbral: mucha letra, mucho vino y mucha pose
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PELÍCULA DOCUMENTAL

Umbral: mucha letra, mucho vino y mucha pose

Un documental recupera la figura del premio Cervantes a través de sus escritos y los testimonios de quienes compartieron con él copas, capotes de póker y literatura

Foto: Francisco Umbral en 'Anatomía de un dandy', de Alberto Ortega y Charlie Arnaiz. (Malvalanda)
Francisco Umbral en 'Anatomía de un dandy', de Alberto Ortega y Charlie Arnaiz. (Malvalanda)

Francisco Umbral murió el 28 de agosto de 2007. Justo antes de que lo trasladasen a la clínica Montepríncipe, donde falleció de madrugada, el escritor le había estado dictando a su mujer, María España, su última columna para 'El Mundo'. Murió con la prosa puesta. Habían pasado casi cincuenta años desde que, recién casado, el escritor se había desapeado de un autobús Valladolid-Madrid con una carta de recomendación de Adolfo Suárez bajo el brazo, con la idea de abrirse paso a codazos, si haccía falta, entre los novelistas del Café Gijón y los demás.

"Venía con hambre de venganza", dice Raúl del Pozo -quien heredó su contraportada- que dijo de Umbral Félix Grande. Quien haya hecho la maleta en dirección a la capital sabe bien que se viene con hambre y se pasa hambre y, a veces, se muere de hambre. Con mi abuelo, viñetista de 'El Norte de Castilla', apenas coincidió unos años en la redacción de Valladolid, pero hasta su muerte recordó los paseos nocturnos y las peregrinaciones por las tascas castellanas de aquel tipo "de un ingenio clínico y afilado que enseguida sabes predeterminado para hacer cosas grandes". Muchos lo compararon en su momento con Gómez de la Serna, porque pocos como ellos elevaron la comedia y el noctambulismo hasta lo reverencial. Beber, vivir y escribir. ¡Beban las letras! Umbral se entregó a la "escritura perpetua", que no fue sino morir con el punto y final en la boca y más de 110 libros y 135.000 artículos en las espuelas.

"Toda mi obra, toda, absolutamente toda habla de mí. Yo lo que tengo que hacer es contar mi vida, que es lo que han hecho los buenos, porque todas las vidas son iguales y tienen temas comunes a la especie humana: el amor, la soledad, la ambición, el sexo, el instinto de matar, el instinto de morir. Por tanto, contando mi vida, cuento la de los demás". Así resumen la naturaleza de su escritura el propio Umbral en 'Anatomía de un dandy', un documental dirigido por Alberto Ortega y Charlie Arnaiz que se acaba de estrenar en salas. Su mujer, Marta España; sus amigos, Raúl del Pozo, Rosa Montero, Manuel Vicent; sus herederos, Jabois, Lucas y Gistau -fallecido este último el año pasado-, recuerdan al Umbral de la distancia corta. Y todos coinciden en lo frágil y lo dolido que Umbral estaba con la vida.

placeholder Francisco Umbral en una imagen de la época.
Francisco Umbral en una imagen de la época.

La cultura audiovisual tiene la capacidad despiadada de convertir a la mente más portentosa en hit televisivo. El premio Cervantes del 2000, el hombre de los ciento y pico mil artículos, convertido en un anciano malencarado y malenvozado ladrando por hablar de su libro. Pero también la imagen abre puertas y Umbral diseñó su imagen tanto como La Rosalía, que pasó del combo top más vaquero a las uñas de gel, los dientes de oro y los chándals de Louis Vuitton. Él mismo se definió como un quinqui vestido de dandy, y quienes lo trataron nada más llegar a Madrid recuerdan el cambio de apariencia del escritor. "En los años sesenta, empieza a contornearse con sus abrigos largos y de cuello de piel de astracán y con la melena como un dandy. Es un disfraz que uno se pone para desafiar. El dandy es un tipo para epatar". Porque la obra consagrada tarda y mientras hay que pelear por la atención de los editores, las mujeres y los medios. Ni siquiera Umbral es su apellido, sino Pérez, e intentó mantenerlo oculto como un secreto de Estado. Porque Pérez es demasiado común para un hombre que hace sombra.

El Madrid de Umbral era una pelea de gallos continua entre artistas, escritores y gentes del librevivir. Antes de que la Gran Vía fuese un engarce de McDonald's y Starbucks, de que los cafés de Metro Sevilla fuesen abducidos por bancos, de que las tertulias se encomendasen a Zoom, hubo un tiempo en el que dentro de los bares -y no en los baños-, entre el humo de los cigarros, ocurrían cosas. Maldormían en pensiones, malcomían al fiado y malvendían sus artículos como crecepelo, con la maleta y de puerta en puerta. Cuando se consagró con su columna en 'El País', que leían más de un millón de personas, pasó al otro lado de la sartén, haciendo crónica nocturna, fantasiosa y cáustica, y todo quien creía ser alguien se arrastraba sobre las rodillas para aparecer en sus crónicas de sociedad, aunque lo vapulease con su pluma de hierro.

placeholder Restrato de Umbral. (Efe)
Restrato de Umbral. (Efe)

Recuerda Manuel Vicent que la primera vez que entró en el Café Gijón se encontró a un mono -un simio, sí- amenizando la velada. Un Madrid de tertulias en las que se cruzaban Buñuel, Welles y Cela. Y, por cierto, fue el Nobel coruñés quien arengó al entonces periodista -en momentos de precariedad cobró hasta por escribir pies de foto- para que perdiese el miedo a la literatura; es más, fue su primer editor, que como recuerda el documental, es un amor más intenso que el de una primera novia. Con las mujeres también fue un dandy. Nunca se separó de su mujer, pero nuncá dejó de ligar: "las mujeres siempre han comido de mi mano", presumía. A María le dedicó páginas pero, lo cierto, es que ella abandonó la profesión de fotógrafa para consagrarse a esposa y taquígrafa.

Dicen que no distinguía realidad de ficción, o que no podía vivir sin ficcionar. "El cielo era su madre", cuenta Ángel Antonio Herrera, a quien Umbral asimilaba a Greta Garbo, hasta dedicarla 'El hijo de Greta Garbo'. Sobre su padre fantaseaba: dijo de él que era escritor escondido, también represaliado por el franquismo, pero la realidad es que no lo conoció demasiado, ya que nació de una relación ilícita de su madre con Alejandro Urrutia, de quien era secretaria. Urrutia no se desentendió de él, pero tampoco tuvo una relación fluida, y Umbral forjó su carácter desde la admiración a su madre, quien le inculcó la afición literaria. Ahora que el control curricular paternal se ha llevado hasta el paroxismo, Umbral es una muestra de un aprendizaje autodidacta, basado en la biblioteca familiar, en la que apenas había un centenar de títulos.

placeholder Francisco Umbral
Francisco Umbral

Escribió Umbral que sólo vivió cinco años de su vida: los de su hijo 'Pincho', que falleció de leucemia en 1974. Afirman que se volvió más sombrío -aún-, que pasó años difíciles, pero también exprimió su vena circense en la televisión, siempre ligón, siempre histriónico, siempre directo. "Esto es un engaño como toda la televisión, que es putrefacta", le espetó a Mercedes Milá, a pesar de que su presencia continua en la caja tonta haciendo el tonto lo acercó a los espectadores -o quizá lo alejó de los lectores-. Pero no se puede entender s Umbral sin sus contradicciones, sin su actitud de letraherido y bufón, de sesudo y rockero, de heterodoxo e institucional, de meme y de mito.

Francisco Umbral murió el 28 de agosto de 2007. Justo antes de que lo trasladasen a la clínica Montepríncipe, donde falleció de madrugada, el escritor le había estado dictando a su mujer, María España, su última columna para 'El Mundo'. Murió con la prosa puesta. Habían pasado casi cincuenta años desde que, recién casado, el escritor se había desapeado de un autobús Valladolid-Madrid con una carta de recomendación de Adolfo Suárez bajo el brazo, con la idea de abrirse paso a codazos, si haccía falta, entre los novelistas del Café Gijón y los demás.

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