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Zadie Smith en pandemia: "¿cómo es tener la mente en llamas en un momento así?"
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Zadie Smith en pandemia: "¿cómo es tener la mente en llamas en un momento así?"

La escritora británica publica 'Contemplaciones', seis pequeños ensayos escritos durante los meses del confinamiento en Nueva York

Foto: Zadie Smith
Zadie Smith

Hubo un tiempo en el que todo el mundo se dedicó a hornear pasteles o a investigar nuevas recetas. O a tocar por primera vez la cocina. También cuidó las plantas. Cosió y arregló ropa vieja. Todo se fotografió y se subió a las redes, se envió por whatsapp o se contó por zoom. Todo era “para hacer algo” durante el confinamiento duro. La escritora Zadie Smith (Londres, 1975), como muchos otros de su gremio -el que pudo, al que le dejaron- se dedicó a escribir precisamente sobre todas esas formas de hacer tiempo, primero en Nueva York donde vive, y cuando pudo viajar, en Londres. Quizá una forma de control ante el descontrol. Quizá una forma de resistencia también contra esa sensación de sumisión que todos pudimos sentir -o aún sentimos- en algún momento. Como ella misma tecleó: “ “¿Cómo es tener la mente en llamas en un momento como este?”.

placeholder 'Contemplaciones'
'Contemplaciones'

El resultado son seis pequeños ensayos, apenas unas píldoras, recogidas bajo el nombre de 'Contemplaciones' (Salamandra) -el inglés ‘Intimations’ suena más preciso- que revelan sensaciones, sentimientos, pensamientos, emociones y varias quejas contra ciertos virus que no siempre son esos bichos microscópicos que dan tanto miedo. Los beneficios de la venta de este libro irán a parar al Fondo de Emergencia para el COVID-19 de Nueva York. Smith tiene una prosa clara, incisiva, que no se pierde en meandros, cosa que sabe quien haya leído novelas como ‘Dientes blancos’, con la que alcanzó el olimpo literario cuando aún no tenía ni 25 años, o ensayos como ‘Cambiar de idea’. Y su estilo tampoco se pierde en metáforas que solo entiende quien las escribe. Smith va al meollo con cierta furia.

Por la sanidad pública

Y el meollo, después de un breve texto sobre las peonías - un ensayo sin plantas durante el confinamiento ni es ensayo ni es nada- era la sanidad pública cuando todo empezó a finales de marzo (allí todo llegó un poco después que en España). La sanidad universal en un país que apenas sabe qué es eso. Así lo dice Smith. En ‘La excepción estadounidense’ la novelista se sorprende de que el presidente adoptara un lenguaje bélico contra la muerte por primera vez cuando “para millones de estadounidenses (la muerte prematura) siempre ha sido una guerra”. Y recuerda las crítica que desde EEUU hubo hacia “países de mierda por sus altos índices de mortalidad” -algunos pensarían en España- cuando la desigualdad en los contagios entre estadounidenses era abismal afectando sobre todo a negros y latinos. Cuando lo escribió todavía no se habían celebrado las elecciones y quedaban unos meses, pero el alegato de la británica es obvio: “La guerra que Estados Unidos está librando no puede depender de la figura hueca de su presidente. Hay que sobrepasarlo, sortearlo, dejarlo atrás”.

No hacer nada

Hay otros textos más íntimos que abordan, por ejemplo, cómo escribir cuando tu trabajo es el de escribir y ahora tienes todo el tiempo del mundo para estar en tu casa y escribir. “Tal vez cabría esperar que los escritores, tan familiarizados con los tiempos muertos y con la soledad, manejaran esta situación mejor que la mayoría”, afirma. Y descubre que para ella no es así. Y que, al final, “no hay diferencia entre las novelas y los bizcochos. Sólo son algo que hacer, no pueden sustituir al amor”. Hay que hacer, trabajar, asir algo con las manos y que no sea etéreo, espiritual e inane. Lo dice alguien que también se reconoce deudora de la cultura calvinista (británica) y que se consuela viendo cómo todo el mundo ha caído en esa necesidad de hacer, plantar, crear (incluso hijos). Pero también da un patada a la mesa: “No todos podemos sentarnos cruzados de piernas como los budistas, día y noche, a meditar sobre asuntos sublimes (...) Sin embargo, tampoco quiero seguir cumpliendo condena sin más, como antes”. ¿Y si después de todo esto ha llegado el momento de no hacer nada?

El sufrimiento

En ‘Sufrir como Mel Gibson’ traslada a partir de un meme sobre Gibson y el actor que interpretó a Jesucristo en ‘La pasión de Cristo’ la idea del sufrimiento absoluto. El pie de la foto rezaba: yo (mel) explicandole a mi amigo con hijos (jesus) lo que se siente al estar confinado solo. Por supuesto, ante esto el de los hijos se lleva las manos a la cabeza: qué sabrás tú, lo duro es llevar esto con menores de seis años. La novelista rebate la cuestión: el dolor es de cada cual “y el sufrimiento tiene poco que ver con el privilegio”, ya que, si así fuera, “la hija del rico empresario nunca pasaría hambre ni la estrella de cine se pegaría un tiro”.

"El sufrimiento tiene poco que ver con el privilegio”, ya que, si así fuera, “la hija del rico empresario nunca pasaría hambre"

Este tipo de conversaciones -como las del meme- seguro que se dieron durante el encierro en las casas. Con quejas para todos los gustos. El urbanita sufriendo por estar solo; los padres por perder intimidad. Zadie Smith señala que, como el sufrimiento es absoluto, por qué no te vas a quejar. Permítetelo porque aunque lo lleves meridianamente bien, “cuando al fin te llega el día malo de la semana -y a todos nos llega-, ese momento en el que tus sufrimientos, por insignificantes que puedan ser en el plano general, te caen encima como si hubieran sido diseñados a propósito para destruirte a ti específicamente, quizá valga la pena que te permitas reconocer la realidad del sufrimiento”. Es decir, que cada uno lo lleva como puede.

EEUU tercermundista

Entre estos textos hay también brochazos de personajes neoyorkinos y de situaciones que se hacen extrañas si se observan desde un punto de vista europeo en el que hay Estado del Bienestar y este tipo de cosas (como el paro). Más que extrañas parecen tercermundistas. Como cuando relata los horarios de ese salón de uñas que no para de lunes a domingo y todo lo que habrá que facturar para pagar un alquiler en la Sexta avenida por debajo de la Catorce. “Tanto como para que el local de la librería Barnes & Noble siga con la persiana bajada desde hace ya una década”, escribe.

Ese hombre que gritaba por la calle que aquello del covid-19 era “un resfriado. ¡Lávate las manos y ya están maldita sea!”

O ese hombre negacionista en silla de ruedas que, justo cuando Smith y su familia salían de casa camino al aeropuerto para marcharse a Londres, gritaba por la calle que aquello del covid-19 era “un resfriado. ¡Lávate las manos y ya están maldita sea!”. O esa vecina octogeneria, fumadora y paseadora de perritos que le dijo que todo saldría bien si permanecían juntos (sin saber que Smith estaba a punto de abandonar el piso). O el chaval informático que trabaja en la Universidad de Nueva York y al que apenas le da para vivir, como a casi todos los jóvenes: “Mucho antes de esta crisis ya estaban viviendo con pocas esperanzas en el apoyo de las instituciones o del sistema, lidiando con futuros azarosos, deudas inasumibles, miedo”. Y todavía algunos se preocupan por si llevan rastas cuando “el estilo es lo único que tienen”, zanja Smith aludiendo a aquella frase de Susan Sontag que señalaba que “el estilo es el medio para insistir en algo”.

La locura

“Este confinamiento está volviendo loca a la gente”, le dice la madre a la novelista. Smith recuerda después a un tipo que se ponía en una plaza con una pancarta que decía “Soy un asiático que se odia a sí mismo. ¡Hablemos!”. La anécdota le da para hablar sobre el odio y los delitos de odio, una expresión que le exaspera ya que considera que le da un aura de poder que la abyección y la maldad no poseen. Odiar, dice, no debería otorgar un aura especial.

Pero esto también le lleva a señalar que en esto de odiarse a sí mismo hay una distorsión de la realidad, es decir, locura. Y se pregunta, precisamente, cómo habrán llevado todo esto los que ya lo ven todo algo distorsionado. “¿Cómo es tener la mente en llamas en un momento como este?”. En resumen: cómo se sintió aquel que teniendo el apocalipsis en su cabeza diariamente salió un día a la calle en Nueva York (o en alguna otra ciudad) y vio las calles desoladas, vacías y silenciosas. Igual se sintió más cuerdo que nunca en su vida.

El virus del desprecio

La mayoría de las veces bajo palabras como ‘racismo’ en realidad lo que subyace es ‘desprecio’ (en otras tantas veces de clase y económico). Para Smith, tan peligroso como un virus, porque se inocula con facilidad y dura generaciones. En Reino Unido, se explaya, hubo un contagiador muy conocido: el asesor de Boris Johnson, Dominic Cummings, que hace solo unos días salió por la puerta de atrás de Downing Street. Un tipo que creía que la gente “está ahí para ser gobernada; para manejarla, jugar con ella, aguantarla, tolerarla, ridiculizarla”. Y siempre sintiendo la inmunidad de grupo: hagas lo que hagas -como saltarse el confinamiento, que es lo que hizo Cummings- nunca te va a pasar nada.

placeholder Zadie Smith en 2014 (EFE)
Zadie Smith en 2014 (EFE)


Eso de la inmunidad es lo que, dice la escritora, está en EEUU con respecto a la población negra. Y explica lo que ocurrió en Minneapolis (durante la época más dura de la pandemia): nada le podía pasar a un poli blanco que pone la rodilla en la garganta de un chico negro porque nunca pasa nada. El problema, insiste la escritora cuya madre es de Jamaica, es que este virus del desprecio no ha inoculado solo a los republicanos sino que también lo observa entre los demócratas. Porque tiene más que ver con la pobreza que con la raza.

muchos “demócratas” se contentan con poner un “fundido en negro en sus redes sociales durante un día, leer libros de autores negros


“¿Por qué incluso en los estados que más votan al Partido Demócrata en EEUU ponen tanto afán en garantizar que sus hijos no vayan a la escuela con hijos de esa gente cuya vida supuestamente importa?”, se pregunta criticando que muchos “demócratas” se contentan con poner un “fundido en negro en sus redes sociales durante un día, leer libros de autores negros y educarse en cuestiones que atañen a los negros, siempre que esta educación no se concrete en niños negros asistiendo a sus escuelas”.

La escritora, no obstante, como el escritor negro Chester Himes, tiene para todos: el virus del desprecio también lo tienen los propios negros, “como cualquier ciudadano negro que haya estado inmovilizado contra el suelo por un policía negro puede atestiguar”.

La lista final

Hacia el final, Zadie Smith ofrece una cierta radiografía de sí misma. Lo que queda de esta exploración. Desde sus gustos -muy parecidos a todo aquel nacido hacia la mitad de los setenta- como Neneh, Madonna, Salt and Pepa, Grace Jones o Isabel I (la que llamaron reina virgen) o asuntos vitales como “que me consideraran fea de joven y guapa más tarde. Que cuando la opinión de los otros cambió, ya fuera demasiado tarde”; “que mi miedo sea más fuerte que mi deseo, incluyendo mi deseo de hacerme daño a mí misma”; “que mi cobardía física y moral nunca se haya puesto a prueba hasta ahora”.

Hasta ahora. Como les ha pasado a muchos.

Hubo un tiempo en el que todo el mundo se dedicó a hornear pasteles o a investigar nuevas recetas. O a tocar por primera vez la cocina. También cuidó las plantas. Cosió y arregló ropa vieja. Todo se fotografió y se subió a las redes, se envió por whatsapp o se contó por zoom. Todo era “para hacer algo” durante el confinamiento duro. La escritora Zadie Smith (Londres, 1975), como muchos otros de su gremio -el que pudo, al que le dejaron- se dedicó a escribir precisamente sobre todas esas formas de hacer tiempo, primero en Nueva York donde vive, y cuando pudo viajar, en Londres. Quizá una forma de control ante el descontrol. Quizá una forma de resistencia también contra esa sensación de sumisión que todos pudimos sentir -o aún sentimos- en algún momento. Como ella misma tecleó: “ “¿Cómo es tener la mente en llamas en un momento como este?”.

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