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"Intereconomía era la amante vergonzante del PP". Los madrileñeos del joven Peyró
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Prensa, poder y reservados fetén

"Intereconomía era la amante vergonzante del PP". Los madrileñeos del joven Peyró

Ignacio Peyró publica un monumental diario de sus años periodísticos (2006-2011)

Foto: Ignacio Peyró. (Rita A. Tudela)
Ignacio Peyró. (Rita A. Tudela)
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Si el nuevo libro de Ignacio Peyró (Madrid, 1980) fuera una serie de Netflix, su final hubiera generado disturbios. ¡No puedes hacernos esto, Peyró, sacar un cartel de "¡Continuará!" justo cuando subes las escalinatas de Moncloa para trabajar de “pluma para todo” para el rajoyismo! ¡Escándalo! ¡Vergüenza! ¡Que nos devuelvan el dinero!

Pasado el estupor, uno entiende que en las 573 páginas anteriores, Peyró no solo ha escrito ya ese libro sobre las bambalinas del poder, sino que por el mismo precio ha escrito cinco o seis más...

Porque ‘Ya sentarás cabeza’, diario de los años periodísticos del autor (2006-2011), es al mismo tiempo dietario literario, paseo melancólico por el Madrid en vías de extinción, retrato de los reservados, las redacciones y los chismorreos del cogollito madrileño, y clásica novela (no ficción) de aprendizaje: o cómo un periodista de 25 años con ambiciones literarias aprende a manejarse en el Madrid del gran poder y en el Madrid del golpe bajo. Cocidito madrileño, cochinillo segoviano, cogollitos al ajillo... casi todo lo que sale del horno de Peyró en este libro lleva estrellas Michelín.

placeholder Portada.
Portada.

“Hay mucho madrileñeo en el texto”, cuenta Peyró a este periódico. Mucho madrileñeo... y mucho de todo. Es un libro torrencial, en el que cabe casi cualquier cosa; cada vez que Peyró se posa sobre un tema unos segundos, salta rápidamente sobre otro. Parece un saltamontes.

Así arranca ‘Ya sentarás cabeza’:

“Cumpleaños de mi madre, y una congruencia de la vida: ella me compraba libros de pequeño, yo le regalo libros de mayor”.

“Se va perdiendo ese sabor, entre Baroja y El Vaquilla, tan propio del Abroñigal y Méndez Álvaro. Antes había toxicómanos, degradación, hampones, bares de obreros, naves de galvanizado, poca gente pero siempre peligrosa. Ahora hay tiendas, farmacias, sucursales de La Caixa, un asador de pollos, comercio y paz, padres con camisa de cuadros que llevan a un niño de la mano. No debería suceder pero sucede: somos partidarios de lo segundo, pero algo dentro de uno echa de menos lo primero”.

[...]

“Me paseo cinco minutos por el escaparate virtual de una tienda de —en principio— respetables zapatos italianos. Me quedo un poco sorprendido: ¿qué hombre dotado de ‘recta razón’ se puede poner eso? No doy crédito. Ya me voy a entregar a la jeremiada sobre el mundo contemporáneo y la dictadura de la tontería cuando caigo en la cuenta de que estoy viendo la sección de mujeres”.

Perforar el presente

Habla Peyró: “Entiendo que la parte con picante pueda resultar más interesante que mis odas a los crepúsculos en Extremadura. A mí es que me gustan este tipo de libros, que son irregulares, pero puedes agarrar por cualquier lado”.

Las reuniones de redacción de un periódico son parecidas en Madrid y en Mongolia

Con los diarios personales puede pasar lo mismo que con los periódicos: que el ejemplar de ayer solo sirva para envolver pescado. Pero el diario de Peyró trasciende lo coyuntural. Quizá porque se esforzó con el lenguaje. Quizá porque tiene una visión del mundo. Aunque el libro no tenga un hilo claro, sí hay algo siempre a lo que agarrarse: al chaval que se abre paso, sobrevive a los periodistas ‘viejunos’ de raza y tiene una mirada analítica sobre un mundo devorado por el presente y sobre una profesión caníbal pero atractiva. “Yo quería ganarme la vida escribiendo en un momento de crisis doble, la generalizada y la periodística. Como periodista logras ver muchas cosas, casi nunca las que de verdad importan, pero bastantes más de la que vería un gestor de nóminas en Almendralejo”, razona Peyró.

El libro, en definitiva, consigue “perforar el presente”, en feliz descripción de Jordi Amat en ‘La Vanguardia’: “Es difícil no leer ‘Ya sentarás cabeza’ mirando a ‘El quadern gris’ (Josep Pla) por el retrovisor. En ambos casos son dietarios que muestran cómo sus autores acceden al mundo profesional de las letras, pero no son solo una deliciosa crónica personal de la cotidianidad. El cuaderno del día a día es el escenario donde se desarrolla algo que perfora el presente. Ambos libros deben leerse como el destilado de unas inteligencias morales, superiores y prematuras, y además como unas memorias de infancia y juventud donde la experiencia de la ciudad contrasta con lo rural, donde la familia es el anclaje de dos almas dispersas, donde la cultura e incluso la lengua literaria configuran una personalidad”.

La derecha Varón Dandy

‘Ya sentarás cabeza’ es también una historia subterránea del periódico ‘La Gaceta’ en tiempos de ZP. Peyró, al frente de la sección de cultura, retrata dinámicas de oficina que pondrán los pelos de punta… a todo aquel que haya trabajado alguna vez en un periódico. En efecto, la experiencia de Peyró es la experiencia de todos los demás. “Las reuniones de redacción de un periódico son parecidas en Madrid y en Mongolia”, apunta.

Dentro extracto largo del libro sobre el “tostadero” periodístico interno:

placeholder 'La Gaceta'.
'La Gaceta'.

“Hay un lujo diario que me permito: llegar en taxi a trabajar. Salir a la calle y meterse en un taxi tiene efectos balsámicos sobre la agresividad del mundo —y me permite cinco minutos de contemplación, alelamiento o cotilleo por teléfono antes de entrar al tostadero. El mullido del taxi viene a ser como ese último masajito cervical que dan al futbolista antes de saltar al campo: a las once es la reunión de temas, donde nos jugamos buena parte de la suerte del día, y la cara de Dávila [el director], que siempre parece haber desayunado fuego, no hace nada para restar trascendencia a la convocatoria. La reunión de temas tiene algo de lonja o de mercado al que llegamos a vender el género, aunque en este caso a alguien mucho más cruel que el mercado. Yo debo de haber nacido con alma de inspector de riesgos laborales y llevo estudiado lo mío desde el día anterior, pero aun así me gusta dedicar un buen rato a preparar mis temas… Cuento con la gran ventaja de que, en ‘La Gaceta’, el diario bronco de la mañana, tener una sección diaria de cultura es algo tan exótico como si el 'New York Times' dedicase una página cada día a, qué sé yo, los bolos cántabros”.

“Siempre es igual. Nada más llegar, Dávila está embebido en la contemplación del periódico —de su periódico— como quien examina con atención su deposición mañanera. Sentado en la cabecera de la amplia mesa de reuniones, en mangas de camisa y con el botón de la corbata desabrochado, va pasando las páginas hasta que nota que hay quorum suficiente a su alrededor. Cuando ya estamos todos bien sentaditos... Dávila, sin levantar los ojos del diario, da los buenos días que podría dar quien te viene a embargar la casa... En alguna ocasión, cuando nos hemos comido algo o ‘El Mundo’ nos ha mojado la oreja de modo humillante, Dávila se enfada con una vehemencia que nos hace poner a todos cara de niños compungidos: es, exactamente, como cuando eras pequeño y habías liado alguna gorda. Lo más frecuente, sin embargo —dentro de que vive en un promedio de enfado de siete sobre diez— es que dramatice un poco su ira: tiene la manía de estampar el boli contra el periódico”.

¿Quién va a decir que no a una comida gratis en una buena marisquería del barrio de Salamanca?

Los hilos de ‘La Gaceta’ los mueve Julio Ariza, fundador del grupo Intereconomía y ex diputado autonómico del PP catalán. Ariza, uno de los ‘vidalcuadristas’ purgados cuando Aznar comenzó a leer poesía en catalán para camelarse a Pujol, llegó a Madrid tieso, pero cambió su destino con una genialidad de emprendedor celtibérico. “Ariza se enteró de que vendían una radio económica, Intereconomía, tan respetada como minoritaria, y gastó en ella esos dos duros que tenía o le prestaron. Sin dinero y sin apenas contactos, Julio, espoleado por la necesidad, dio el golpe fundacional de su vida en el empresariado madrileño con un gesto que revela audacia y un cierto conocimiento del alma humana. Habló con el dueño de una marisquería —muy buena— del barrio de Salamanca y le dijo: ‘mire, yo le traigo aquí a todos los vips a cambio de que usted no nos cobre’. El dueño aceptó. Y los vips acudieron porque, según resume Julio, ¿quién va a decir que no a una comida gratis en una buena marisquería del barrio de Salamanca? La única manera de que le hicieran caso, intuyó correctamente, era con un cigalón de por medio”, escribe Peyró.

En otras palabras: Apple se fundó en un garaje en San Francisco e Intereconomía en una marisquería del barrio de Salamanca. A partir de entonces: a cigalazo limpio contra ZP.

Zapatero se dejó hacer

Paradójicamente, el ascenso y caída de ‘La Gaceta’ transcurrió paralelo al de su némesis, el zapaterismo, en una de esas 'performances' polarizadoras típicas de la política española. Retroalimentación que entonces no era tan fácil de detectar por exceso de decibelios crispadores pero que Peyró intuyó sobre la marcha:

En ‘La Gaceta’, el diario bronco de la mañana, tener una sección diaria de cultura es algo tan exótico como si el 'New York Times' dedicase una página cada día a los bolos cántabros

1) “Julio Ariza convive con naturalidad con el hecho de que la peor coyuntura para su ideal —católico y de derechas— ha sido la mejor coyuntura para su empresa: en términos resumidos, una cruzada moral contra el zapaterismo, en todo lo que va de la economía a la memoria histórica o las políticas sociales. Es la derecha ‘sin complejos’, en la que entra de todo: liberales austriacos, camisas viejas de Fuerza Nueva, señores conservadores de toda la vida, algún que otro democristiano muy cristiano, algún que otro conspiranoico de la 'nouvelle droite'... Solos no van a ninguna parte, pero juntos hacen bulto —e Intereconomía les ha dado su salón”.

2) “La pinza con la derecha 'soft' del PP funciona por la teoría, quizá no muy edificante, del árbol y las nueces: Julio [Ariza] le zurra al PSOE para que no le tenga que zurrar el PP y así este logre captar más votos moderados. El único descuadre del esquema es que la cúpula del PP se ha creído la moderación de verdad y tienen a Intereconomía por amante vergonzante. Rajoy no les va a dar lo que ni Aznar les hubiera dado”.

Mucho de esto acabaría pasando. Zapatero aprovechó el exceso de ardor derechista para cohesionar a la izquierda a su alrededor y revalidar mandato. Pero cuando por fin cayó, y Rajoy llegó a Moncloa, el PP cambió el gamberrismo de las guerras culturales por la tecnocracia de Estado, en buena parte porque la crisis económica lo decidió así.

En resumen, la sombra de esos años sobre el presente es tan alargada que Vox acaba de reflotar ‘La Gaceta’ como periódico de agitación partidista.

“El PP usaba a ese grupo mediático de amante vergonzante, pero que la llegada al poder siempre impone pragmatismos no es noticia. Por otro lado, los periódicos florecen más cuando hacen oposición, es más heroico y admirable que defender a quien gobierna. El periodismo siempre está más cómodo cuando incomoda”, recuerda ahora Peyró.

Las cosas del poder

Pero la subtrama política no es tan relevante en el libro como la habilidad de Peyró para perfilar a los prohombres de la derecha Varón Dandy. Al describir el ecosistema político/periodístico en el que se mueve, Peyró perfora también su propia ideología, quizá porque entiende que el poder no solo es tendencia política, o bota sobre el cuello, sino representación bufa de los excesos y las debilidades humanas.

El poder de Julio Ariza en ‘Intereconomía’ es “tan evidente que, al contrario que en otras civilizaciones, ni siquiera necesita ir cubierto con una piel de jaguar. Él no marca la línea editorial, él es la línea editorial”, y circula por Madrid a todo trapo “con un Mercedes de los de millonario árabe, del tamaño de un campo de futbito”, escribe Peyró.

Por Intereconomía pulula también Alejo Vidal Cuadras, que “como todos los políticos, nunca parece hablarle a uno —siempre parece estar hablando a quinientas personas a la vez. Incluso cuando, en un receso de la radio o similar, se dirige a ti, siempre lo hace como en una tertulia, no como en una conversación. Sus gestos —es hombre de brazos amplísimos— le ayudan, como le ayuda su voz, tan raspada, tan herida, en perpetua afonía siempre, pero a la vez marca de la casa. Por envergadura, gravedad y mirada escéptica, hay algo en Alejo que lleva a pensar en Tarradellas. Esas espaldas inmensas, ya algo encorvadas, como por el peso de la cosa pública. Tiene también —aunque muy escondido— el mismo dolor y sentido del ridículo mordiente que tenía Tarradellas. En su caso el dolor está claro y no logra —ni creo que quiera— disimularlo: Aznar le sacrificó a Pujol por esas razones de estado de los partidos... Esas derrotas han dejado a Alejo con algo de casinista: predica en todas partes, tribunas, tertulias, radio, televisión, seminarios. Le gusta que le escuchen. Cuando él habla, todo el mundo debe callar. Es, nunca mejor dicho, la norma tácita. Y cuando él no habla, porque sería un poco escandaloso dejarle perorar sin tasa a lo Fidel Castro, permanece sin escuchar, entre contrariado e impaciente”, escribe Peyró, y a uno se le viene a la cabeza no solo Vidal Cuadras, sino media docena de políticos venidos a menos, pero encantados de conocerse.

placeholder Peyró, en Londres. (Rita A. Tudela)
Peyró, en Londres. (Rita A. Tudela)

Tenemos, por último, una desternillante visita de Ariza y Peyró a la finca gallega de un accionista de ‘Intereconomía’ llamado... Mario Conde, cuyas características ínfulas sacan la versión más afilada del escritor:

1) “Además de granito, en el patio también había un loro y dos perros alsacianos… Según nos dijo Conde, entre los perros y el loro había habido problemas de celos, por lo que se vieron obligados a recurrir a la terapia de un psicólogo animal: yo me imagino que una vacilada así es, ante todo, la manera de recordarnos o restregarnos que sigue siendo tan rico que puede tirar el dinero como le apetezca, incluso trayendo a psicólogos animales al interior de la provincia de Orense”.

2) “En el aperitivo, Conde nos entretiene hablándonos de la casa, y de cómo su genialidad la ha reformado, porque él ‘ve’ las cosas primero, y luego las proyecta y construye, etcétera. Está claro que a nuestra vanidad no le sirve ser muy buenos en una cosa: quien es un gran banquero, quiere también dejar su huella como decorador de interiores… Luego, Ariza y Conde se van a hablar un rato de cosas de mayores y nosotros nos quedamos con su mujer. Paco, que compra la mística de Conde, estaba encantado, pero yo creo que la mujer y yo hubiésemos aceptado con más alegría una endodoncia”.

3) “En la pared más visible de la vivienda, estaba la monarquía. O, mejor, la monarquía y él: una enorme foto impresa en la que Conde aparece a los mandos del timón de un yate —el Bribón, creo— mientras a su lado, de grumetillo, está... Juan Carlos I, rey de España, que tuvo sin duda un despiste semiótico bien aprovechado por Conde. No creo que Godoy u Olivares se hubieran atrevido a tanto: la foto, que bien podría ilustrar un libro titulado Quién manda aquí era peor que un insulto: una humillación”.

Ironía británica

Con todo y con eso, ni ‘Ya sentarás cabeza’ es un ajuste de cuentas, ni Peyró pretende hacer más sangre de la cuenta, simplemente hay situaciones que solo pueden ser iluminadas con fogonazos de ironía británica.

Frecuentemente, aparece por el libro un tipo (yo) un poco petulante y cascarrabias

Tampoco se puede acusar al autor de no aplicarse la revisión irónica: el Peyró 2020 admite que el Peyró 2010 puede resultar un tanto cargante. “He quitado cosas, pero no he reescrito nada, porque imponer el yo de hoy hubiera sido traicionar a quien yo era entonces. Frecuentemente aparece por el libro un tipo (yo) un poco petulante, cascarrabias, demasiado preciosista en el estilo, y con el que muchas veces ya no estoy de acuerdo”, explica.

“Te caiga mejor o peor el personaje, un diario es una mirada sobre las cosas, y el libro refleja al chico joven que quiere salir adelante. O al menos yo me he reencontrado a ese chico: alguien con una vitalidad enorme, que quizá ahora haya perdido para ganar otras cosas, pero eso lo iremos viendo en los siguientes diarios, que es un poco la gracia del asunto”, añade Peyró.

En efecto, aunque cada minuto nos alejemos más del que fuimos un día, el pasado siempre perfora el presente. “Releer, ordenar y pulir estos folios me ha acercado a aquel que era: en ocasiones me he sorprendido o sonreído; otras, me he impacientado; muchas más veces me he parecido un extraño. En última instancia, casi siempre me he logrado perdonar, porque tal vez era un poco idiota, pero sobre todo era joven, cosa que, a punto de cumplir los cuarenta, ya no soy. No lo digo con melancolía, porque el río de entonces, como quería Eliot, sigue estando dentro de nosotros”, zanja el prólogo.

Si el nuevo libro de Ignacio Peyró (Madrid, 1980) fuera una serie de Netflix, su final hubiera generado disturbios. ¡No puedes hacernos esto, Peyró, sacar un cartel de "¡Continuará!" justo cuando subes las escalinatas de Moncloa para trabajar de “pluma para todo” para el rajoyismo! ¡Escándalo! ¡Vergüenza! ¡Que nos devuelvan el dinero!

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