Del rubio de Cruz y Raya al Bisbal de los abuelos: la segunda vida de Juan Muñoz
Ha logrado construir en un hotel de Gandía una especie de máquina del tiempo donde reúne a los humoristas más célebres de los años noventa. No, no estaban muertos, es solo que no salen en TV
Un jubilado de Almendralejo se aproxima a Juan Muñoz —sí, el rubio de Cruz y Raya— en el vestíbulo del hotel Gandía Palace. Camisa a cuadros, pelo blanco, audífono, tobillos hinchados y unos ojos azules que contrarrestan todo lo anterior. Lleva entre los dedos dos entradas para la actuación de esta noche.
Las paredes del 'hall' están plagadas de carteles anunciando que, todos los jueves de agosto, estará a las 22:30 en el teatro del hotel.
El cómico acaba de llegar de Madrid con una camiseta Nike negra, gafas de espejo y una coleta tan apretada que le da a la parte de atrás de su cabeza el aspecto de una cebolla. Se detiene brevemente para agradecer al hombre su asistencia al evento y, justo cuando se encamina a la sala para comprobar el sonido, escucha por trillonésima vez en los últimos 12 años la siguiente frase: "Me gustaba muchísimo Cruz y Raya. Qué pena que os separasteis".
Muñoz se gira y le ofrece una respuesta que tampoco sabe a primera vez: "Es como los futbolistas, uno no deja el fútbol solo porque se cambie de equipo", dice extendiendo las palmas de las manos mientras se aleja.
Desde hace dos años, el cómico (Barcelona, 1965) es el director del teatro Gandía Palace. Además de encontrar un nuevo reto profesional y conocer a su actual pareja en esta ciudad mediterránea, Muñoz ha logrado levantar entre varios edificios de apartamentos playeros una especie de Las Vegas del humor español de los noventa, un 'revival' en el que nombres como Arévalo, el señor Barragán, Mariano Mariano, Jaimito Borromeo, Maricarmen y sus muñecos, Manolo del Dúo Sacapuntas, José Carabias, Félix el Gato o los Hermanos Calatrava —que actualmente cuentan con 74 y 78 años de edad— han vuelto a subirse a un escenario para recibir los aplausos del público sénior que, a fin de cuentas, es el mismo que se entretuvo con ellos en el apogeo de sus carreras.
Sin ningún tipo de promoción y casi sin hacer ruido, Muñoz ha organizado en estos dos años varias decenas de funciones por las que han pasado, según sus cálculos, 40 artistas y unas 10.000 personas.
Así sucedió
El 19 de agosto de 2017, Muñoz acudió a actuar al hotel. El dueño, Vicente Peiró, un antiguo DJ de Pachá devenido promotor inmobiliario, tomó las riendas de este enorme mamotreto de casi 300 habitaciones que su familia compró en 2009 al Grupo Oasis, de Mario Conde. El objetivo a corto plazo era incrementar la oferta lúdica organizando noches de monólogos. A largo plazo, querían abrir el Gandía Palace durante todo el año para captar a todos esos turistas de Imserso que recorren España en temporada baja.
Por entonces Muñoz no lo sospechaba, pero era la pieza que le faltaba al engranaje de los Peiró.
Esta oportunidad le ha servido al cómico para estabilizar un poco ese cardiograma que es la vida del artista, en la que uno se hincha a trabajar en verano durante las fiestas pero luego, cuando llega el frío, el teléfono se olvida de sonar. Hoy, sin embargo, hace un calor pegajoso y el comediante, mientras le toma el pulso al piano ensayando algunas de las canciones que tocará esta noche, pide otra cerveza más. Es el cuarto tercio de Estrella Damm desde que entró por esa puerta.
A los pies del escenario está su mánager, Manolo Moreno, móvil en mano. Trata de agendar nuevas actuaciones aprovechando el momento álgido estival. Ayer le llamaron de Burgos, de Lugo y de Bilbao interesándose por el caché de su representado.
Mánager y amigo
Muñoz y su mánager se conocieron hace años en un concierto de Raimundo Amador quien, en mitad de un Festival de Blues de Murcia, invitó al cómico a echarse un cantecito con él. Moreno representaba entonces al guitarrista. "Juan estaba con Heredia, una empresa potente de representación, son los que llevan a Estopa", dice el mánager, "pero yo le caí bien". Desde que son pareja profesional le acompaña a cualquier tipo de evento, grande o pequeño.
Desde los teatros capitalinos hasta donde haga falta. La arrocería El Sarmiento. La sala Monbassa. El bar karaoke Irlanda. El restaurante La Almazara. El gastropub Diversis. La cervecería Eminan. El Gin Club Il Duomo. Innumerables horas de carretera y hotel. "Como el día en que nos levantamos por la mañana en Galicia y actuamos en Gandía por la noche", recuerda el representante. "O como el día en un pueblo del norte en que hicimos un bolo a mediodía, otro por la noche y en medio de los dos, otro benéfico", recuerda el representado. "Acabé muerto".
Mientras el cómico entona una versión del 'Banana Boat Song' de Harry Belafonte, Moreno comprueba la agenda de su teléfono. Tras el espectáculo de esta noche tienen previsto dejarse caer por la carpa de las fiestas de Canara, un pueblo murciano de 560 habitantes, y luego a la cercana Nonduermas, a Villamartín en Cádiz, Los Almendros en Huelva, Lanzarote... Así hasta finales de septiembre o principios de octubre.
Moreno también era artista. Tras hacer sus pinitos en un grupo de pop-rock comenzó representando a Armando y el Expreso de Bohemia, un 'one-hit-wonder' de finales de los noventa que trepó a lo alto de las listas con su éxito 'Pringao' y luego desapareció de las emisoras de radiofórmula. "Además de a Juan, estoy llevando a Cómplices y a Bonnie Tyler...", deja pasar unos segundos de intriga y añade "en España. El mes pasado la trajimos a Vilagarcía de Arousa".
Tras bajarse del tren televisivo hace unos años, el antiguo integrante de Cruz y Raya pasó a un ostracismo autoimpuesto. Trabajaba casi cada noche en locales y pequeños teatros, incluso regentó un bar en Torrevieja pero, al no aparecer en pantalla, comenzaron a salir artículos de prensa o hilos de Forocoches titulados "¿Qué fue de Juan Muñoz?". El éxito del otro 50% de Cruz y Raya, José Mota, incrementaba además el espesor de la sombra que Muñoz parecía tener encima. Para cuando volvió a aparecer regularmente en cada salón, a través del concurso 'Tu cara me suena' de Antena 3, Muñoz cargaba ya con una fama de Bukowski de la comedia: un juguete roto que se arrastraba por pequeños locales, dipsómano, maldito y a un millón de kilómetros de los cánones del humor blanco 'mainstream'.
Lo cual es más que parcialmente correcto y explica que a menudo le hayan llamado para participar en programas como 'Supervivientes'.
"Nos llaman cada año, quieren carnaza… Esto va al peso", cuenta el mánager.
La resaca tras el éxito televisivo
En 1989, el dúo Cruz y Raya debutó por primera vez en televisión. Anteriormente habían hecho mucha radio junto a Luis del Olmo o Javier Sardá y, por fin, les hicieron un hueco en un programa de viernes noche llamado ‘Pero esto qué es’. "Tuvimos una audiencia de casi 29 millones de personas porque solo había un canal de televisión, al día siguiente no se hablaba de otra cosa", recuerda Muñoz. "También, poco después, hicimos el inicio de Telecinco en el programa 'Tutti Frutti', con las mamachicho".
Aquel fue el inicio de unos años fulgurantes en que toda España se rifaba a los Cruz y Raya. José Mota y Juan Muñoz, habitualmente disfrazados de los personajes de actualidad a los que imitaban, copaban portadas de revistas. Muñoz había tenido antes un recorrido 'underground' en la movida madrileña, donde los cómicos, los actores y los cantantes se mezclaban a menudo. Y allí, junto a Pedro Reyes, Pablo Carbonell o Jaime Urrutia, estaba él, que comenzó su carrera con el nombre artístico de 'Sergio TV, el humorista más joven'.
"Yo no he trabajado de otra cosa en mi vida, mi vocación siempre fue esta: mis padres tenían un puesto de algodón de azúcar y manzanas de caramelo, íbamos con la feria", dice Muñoz durante la prueba de sonido previa a su actuación. "En las primeras galas en Barcelona, a principios de los ochenta, iba con mi padre porque era menor. Eugenio o Arévalo, al verme tan joven, me apadrinaron. Decían ‘¿y este chaval?’ Incluso tuve que sacarme el carné de artista", recuerda, "me examinaron un mago, un payaso y un cantante debajo del Palau de la Música".
Luego cumplió la mayoría de edad, se fue a hacer la mili y conoció a Mota, "mi hermano y amigo". Se convirtieron en uno de los emblemas de la televisión en España durante década y media. Recientemente, viendo 'El pionero', la producción de HBO sobre la vida de Jesús Gil, a Muñoz le invadió la melancolía. Cuando, en la serie, el Vicente Calderón cantaba "y tal, y tal, y tal, y tal, y tal, y tal", él estaba sentado junto al magnate.
"De hecho, lo de ‘y tal y tal y tal’ de Gil lo inventé yo, lo tengo registrado en Autores", rememora Muñoz, "el 'sketch' se llamaba 'Gil y tal y tal', y cuando Telecinco lanzó su programa tuvimos que llegar a un acuerdo".
El cómico, de alguna forma, usó el poder del humor para cambiar la concepción popular que había sobre Gil. "Él tuvo todas esa movidas con los Ángeles de San Rafael y Marbella, y yo, con mis parodias, lo empecé a hacer simpático".
—Convertiste a un corrupto en un 'showman'.
—Correcto. De alguna manera fue así, empecé a salir vestido de Gil y fue todo un cachondeo. Incluso me llevó a Marbella a algunos mítines.
Lo mismo sucedió con José María García y su "ojo al dato señores, estalló la bomba deportiva". Está tan incrustado ya en la cultura popular de este país que nadie recuerda que empezó con ellos.
Pero todo tiene su fin. Un día el dúo se separó y Muñoz se apeó de la televisión. Ahí fue cuando la gente empezó a preguntarse qué fue de él.
En el camerino
Los auténticos disfraces de la época de Cruz y Raya, incluido el de torero que empleaban para imitar a Jesulín de Ubrique, descansan hoy en un perchero burro dentro del camerino que Muñoz tiene en el Gandía Palace. Media hora antes de la actuación, el 'showman' está sentado con una camiseta estilo Imperio frente a un ventilador cromado para secarse la melena rubia después de la ducha.
Apura otro vaso de cerveza y se abrocha una camisa negra que le queda algo justa. "Es en honor del público valenciano, porque 'mestalla", bromea.
Finalmente se enfunda una americana granate de lentejuelas, un regalo de su actual pareja, y sale a través del vestíbulo del hotel. Las familias, semihundidas en los sillones mientras esperan a alguien para ir a cenar, giran el cuello al verle pasar. Un jubilado se levanta y dice "campeón, ¿una foto?", pero ya es demasiado tarde y el animal de escenario que es Juan Muñoz se disculpa, pero no aminora el paso. A su lado camina Joni, encargado de la producción en el teatro.
"Prepárame botellas de agua y gasolina", le espeta Muñoz.
Mientras se adentra en la sala donde tendrá lugar la función, se cruza con un hombre de pelo gris, se gira y apunta con el dedo. "Este es Salva, el mejor técnico de sonido del mundo", dice el humorista, y desaparece tras el pequeño biombo que le sirve de sala de máquinas. Sobre el escenario, solo un piano y unas cortinillas de lentejuelas plateadas que pertenecían al Laboratori, un local de monologuistas que Muñoz abrió en la calle Balmes de Barcelona en 1998. Para él son una especie de amuleto.
"¡Es mentira, no soy el mejor técnico del mundo!", aclara el técnico a escasos instantes de comenzar la actuación. Lleva una camiseta negra con su nombre en letras blancas: Salva Serrucho, que no es realmente su apellido sino un mote, dado que Salva, dueño de casi todo el instrumental sonoro del teatro, inventó hace 19 años un movimiento llamado el baile del Serrucho, de gran popularidad en bodas y otras celebraciones del Levante español.
"Yo fui quien empezó a meter toda esa coreografía en los intervalos", confiesa en el claroscuro que dejan las luces moradas del escenario, "ahora mi objetivo es revertirlo todo, acabar con el electrolatino". De repente, estira el dedo hacia el lugar donde en unos minutos aparecerá Juan Muñoz y dice "ese micrófono vale 600 euros".
Comienza el espectáculo
Diez minutos antes de empezar había reunidas allí 57 personas, pero a las 22:30 podían perfectamente rozar el centenar. Una voz en 'off' comienza a advertir a los espectadores que entre los asistentes se sorteará "un fin de semana en Tomelloso con todos los gastos 'pagaos' por ellos mismos y una paliza con porras de goma. Está prohibidentemente terminado lo terminantemente prohibido".
Su mánager ya advirtió a media tarde de que el 'show' "no está catalogado como monólogo: es humor con espectáculo, música, imitaciones…", y se quedaba corto. Durante casi dos horas, el torbellino Juan Muñoz pasa de los chistes a la imitación, del disfraz a la canción melódica, del piano a la imitación de motocicletas de distintas cilindradas.
"Doctor, doctor, confundo los números y los colores. Pues vaya marrón. ¡Por el culo te la hinco!", comienza antes de saltar a "el otro día estuvimos en el Congreso conmemorando el quinto centenario del Quijote, y Pedro Sánchez fue y preguntó quién lo había escrito. Alguien se acercó y le dijo 'señor, fue un escritor manco' y salta el presidente: ¡Ah, claro, fue Miguel de Unamano!".
Pero hay cierto método en su locura. Cuando suelta una retahíla de chascarrillos y chistes, en función de la reacción del público a cada uno de ellos, decide hacia dónde tirar. ¿Es talento, es instinto? Quién sabe, la cosa es que las risas van 'in crescendo' entre el respetable. "Va Bertín Osborne y le dice al Cigala", continúa imitando las voces de ambos, "te han nominado a un Grammy', y le responde el Cigala, 'yo por menos de cinco 'gramis' no salgo de mi casa'. ¡Y luego soy yo el rayas!", apostilla el cómico rematando al público con un "Papa, quiero el chándal de Nadal. Ay, hijo, tú lo que quieres es un 'bañadol".
El jubilado de Almendralejo y su esposa, sentados junto al pasillo, se desencajan de la risa.
Entre chiste y chiste, Muñoz recuerda su paso por 'Tu cara me suena' e interpreta algunas de las canciones que hizo en el programa. Especialmente aplaudida es una versión customizada de 'Venecia sin ti', de Dyango.
Qué profunda emoción recordar el ayer
Cuando todo en Gandía me hablaba de amor
Ante mi soledad en el atardecer
Tu lejano recuerdo me viene a buscaaar...
Sus chistes son tan políticamente incorrectos que solo pueden ser contados 'offline'. Sus clásicos personajes, como el morito Juan o el gitano Juan de Dios, ya habrían obligado a cualquier cómico de medio pelo a presentar una disculpa pública en Twitter. Sus chascarrillos sexuales —mucho más con el agravante de niños entre el público— habrían causado peticiones de dimisión de innumerables concejales de festejos. El chiste de la señora que está en un cementerio meando encima de una lápida y dice "ya que no te comiste la almeja, bébete el caldo" es tan soez que, escrito en internet, haría saltar todas las alarmas a varios niveles.
Pero en este contexto todo el mundo ha vuelto a los noventa, esa época extraña anterior a la corrección política, en que el único delito era no ser gracioso.
Termina el 'show' pero no la acción
Muñoz termina su actuación interpretando 'Imagine' de John Lennon al piano. Como lo oyen, pero con un acento menos norteño, e incluso menos británico. Tras esto, una balada aflamencada dedicada a su padre, fallecido hace años, sirve de punto y final.
Llega el momento de las fotos. La entrada de siete euros incluía una consumición, pero perfectamente podría incluir también un selfi con Juan Muñoz, que se presta a rozarse con el público durante un buen rato frente a un 'photocall' improvisado. "Soy el Bisbal de los abuelos, especialmente en invierno", dice tras cumplir con su deber como artista. "Si hice aquella pausa en televisión es porque me gusta mucho el directo", añade. Suena a cliché pero a la vista está que lo goza. "Me gusta mucho moverme de ciudad en ciudad".
Su etapa pos-Cruz y Raya es posiblemente en la que más interesado estaría Darren Aronofsky para rodar una película. El cómico propuso a su mánager hacer una gira por sitios pequeños, prácticamente a pérdidas, y este le dijo "tú estás loco".
"Venía de hacer las giras con Cruz y Raya, que el último bolo fue en el campo de fútbol de Pinto delante de 30.000 personas, con pantallas gigantes, dos cámaras siguiéndonos… y de ahí pasé a actuar en pubs de pueblo, íbamos a pueblos pequeños a tirarnos al barro y la gente no se lo creía".
Así pasó varios años, por ejemplo, entrando un día en el bar de un pueblo de Vizcaya donde solo se habían vendido una decena de entradas. Al verle, los lugareños se sorprendieron, dijeron "¡es verdad, es él!" y salieron a buscar más público.
"Me iba a mediodía a los pueblos, me encanta hacerme el vino en el aperitivo y luego echar la siesta en el hostal, el yoga ibérico, que decía Camilo José Cela", se sincera. "Recuerdo una vez en Almendralejo. Me acosté con la ventana abierta y escuchaba abajo a la furgoneta con el megáfono decir 'Esta tarde… a las siete… función… Juan Muñoz, el cómico de la televisión'. Y venga a dar vueltas la furgoneta por debajo mío, nunca me he maldecido más a mí mismo".
Pero quién iba a sospecharlo. Las actuaciones en 'Tu cara me suena' y el encargo de dirigir el teatro del Gandía Palace han vuelto a insuflar oxígeno a su carrera en un momento en el que los cómicos más jóvenes y en la cresta de la ola, como David Broncano, mencionan su nombre con cierta condescendencia. "Broncano y esta gente son humoristas de despacho y de patios de universidad, lo cual es muy digno, pero yo soy de las guerrilleras que empezaron en los pueblos con compañías de revista y transformistas", reivindica. "Pero lo hacen muy bien, respeto mucho el humor de Broncano y de hecho mi hijo es más fan suyo que mío".
"Broncano y esta gente son humoristas de despacho, yo soy de las guerrilleras que empezaron en pueblos con compañías de revista"
Es más de medianoche —por decirlo de una forma elegante— y Vicente, el director del hotel, ha abierto uno de los restaurantes para solaz de Muñoz, su mánager y unos cuantos conocidos más. Nuestro protagonista está ahora apoyado en la barra con la melena rubia sobre su rostro e iluminado por el neón rojo de un cartel que pone Miami Ribs. Tras su vaso de whisky con dos hielos, todo es oscuridad.
En la sala hay un hombre de mediana edad con una camiseta de motivos marineros al que nadie conoce. Se coloca junto a Juan Muñoz, en ese momento centrado en algo más importante que está ocurriendo dentro de su teléfono móvil, y le dice "Juan, ¿te acuerdas que me ibas a contar el chiste del mañico? Me dijiste, '¿tú eres maño? A ver si te cuento el chiste del mañico', ¿te acuerdas?". Se lo dice varias veces, sin obtener respuesta.
Es como un chiste suyo que hubiera cobrado vida y al que solo le falta añadir "ahora vas y lo cascas".
Un jubilado de Almendralejo se aproxima a Juan Muñoz —sí, el rubio de Cruz y Raya— en el vestíbulo del hotel Gandía Palace. Camisa a cuadros, pelo blanco, audífono, tobillos hinchados y unos ojos azules que contrarrestan todo lo anterior. Lleva entre los dedos dos entradas para la actuación de esta noche.