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El reverso tenebroso de la Ilustración
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ENTREVISTA A GONZALO PONTÓN

El reverso tenebroso de la Ilustración

El historiador publica 'La lucha por la desigualdad', un ambiciosos ensayo en el que revela el lado más oscuro que esconde el siglo de las luces

Foto: Voltaire, a la izquierda, en la corte de Federico II, autor del célebre lema del despotismo ilustrado "Todo para el pueblo, pero sin el pueblo". (Adolph von Menzel, 1850)
Voltaire, a la izquierda, en la corte de Federico II, autor del célebre lema del despotismo ilustrado "Todo para el pueblo, pero sin el pueblo". (Adolph von Menzel, 1850)

La Ilustración siempre tuvo buena prensa pese a ocasionales aguafiestas. Su leyenda resumida dice más o menos así: un puñado de intelectuales europeos divulgaron en el siglo XVIII el uso de la razón, la práctica de la tolerancia y la pasión por la libertad y la humanidad provocando una auténtica "revolución de las mentes". Las ideas de Voltaire, Montesquieu, Hume, Diderot o Rousseau cortarían así la hierba bajo los pies de la ignorancia, la tradición y el poder absoluto extendiendo una brillante alfombra hacia el futuro que se empaparía -obligatoriamente- de la sangre de los tiranos caídos en las revoluciones que estaban por venir. Sólo unos pocos detractores como el reaccionarios Joseph de Maistre o, -más tarde- la marxista Escuela de Fráncfort advirtieron que aquella imponente "Razón desnuda" iba a provocar un cataclismo irreparable.

placeholder 'La lucha por la desigualdad'
'La lucha por la desigualdad'

Con más fundamento, serenidad y el tesoro de materiales reunidos tras una década de trabajo, Gonzalo Pontón (Barcelona, 1944) ha acometido con nuevos bríos la labor de zapa de la Ilustración, un mito insostenible cuya finalidad habría consistido en amparar intelectualmente la gestación de una desigualdad social radical sobre cuyas ruinas se alzó el capitalismo moderno. Lo cuenta en 'La lucha por la desigualdad: una historia del mundo occidental en el siglo XVIII' (Pasado & Presente, 2016), un originalísimo y ambicioso ensayo en el que, como un Hobsbwan en sus mejores años, desvela el reverso tenebroso del mito de la Ilustración

Pontón ha esperado medio siglo de trabajo como editor, con más de dos mil títulos publicados a sus espaldas, para presentar ahora esta obra monumental sobre la gran transición del mundo occidental ocurrida en el siglo de las luces. ¿Por qué hemos tenido que esperar hasta ahora para descubrir su faceta de ensayista de larga distancia? "Yo he seguido", razona el autor "la advertencia de Gaston Gallimard y no he escrito mientras ejercía como editor. Pero cuando mis socios de Planeta decidieron que debía jubilarme de Crítica al cumplir los 65 años, tuve que estar dos años alejado del mundo editorial por imposiciones contractuales. Al encontrarme con esos dos años sabáticos, decidí ponerme a escribir. Luego, cuando fundé la nueva editorial Pasado & Presente en 2011, seguí escribiendo hasta terminar al fin el libro".

P. Se atreve además en su estreno a demoler uno de los mitos aparentemente más firmes de nuestra cultura, aquel que presenta al siglo XVIII como el generador de nuestros mejores ideales civilizatorios y de progreso.

R. Dos siglos y medio con un relato sin fisuras sobre lo que llamamos Ilustración es sospechoso: Los manuales se han ido copiando unos de otros desde la primera narración standard sin que se haya producido una revisión analítica y crítica que solo se puede hacer acudiendo a las fuentes; es decir, a las propias obras, escritos y correspondencia de los autores europeos del siglo XVIII y en sus propias lenguas. Es lo que yo he hecho no para combatir a los ilustrados, que eran gentes de su tiempo y estaban comprometidos con él, sino para mostrar que el mito edificado durante el siglo XIX y continuado en el XX no responde a la realidad.

placeholder Gonzalo Pontón. Foto: Eugènia Anglès
Gonzalo Pontón. Foto: Eugènia Anglès


P. El corazón del libro es una de las dianas predilectas de la historiografía: los orígenes del capitalismo. La escuela marxista, siguiendo a 'El Capital', explica la acumulación originaria como una expropiación forzosa de las condiciones de producción de la población ejemplificada en los enclosures ingleses o en la peripecia del señor Peel en el Nuevo Mundo. La escuela digamos liberal defiende por el contrario el auge de la innovación en libertad. Y una especie de tercera vía (Acemoglu y Robinson) señala a la forja de mejores instituciones. ¿Qué salva y qué critica de todas estas versiones?

R. Los inicios del capitalismo industrial, es decir, las manufacturas, son obra de una nueva clase social, la burguesía, que trata de desmontar las instituciones económicas, políticas y sociales del Antiguo Régimen para poder dirigirlas hacia lo que Adam Smith calificó como el único propósito y objetivo de la producción: el consumo. Ya no se tratará del consumo de lujo de eclesiásticos y aristócratas, sino del consumo de las clases medias, y se organizará la fuerza de trabajo que se ha reunido con la revolución agrícola y el desmantelamiento de los gremios en un proletariado cautivo para la producción más o menos en serie a partir de la división del trabajo y de la aplicación del vapor a las máquinas de hilar o del coque a la producción de hierro. El enorme salto en la desigualdad relativa que se crea con este modelo de producción para el consumo llegará hasta nuestros días y las clases subalternas solo podrán participar de él en unos pocos años anteriores a la primera guerra mundial y durante la “edad dorada” que sigue a la segunda guerra mundial y que se truncará, de nuevo, en 1973 con la crisis del petróleo.

Oriente no estaba interesado en seguir el modelo capitalista iniciado por Gran Bretaña. No quería supeditar su vida al consumo

P. La revolución industrial y el capitalismo nacen en Occidente y poco después Occidente, que a principios del XVIII no podía competir demográficamente con China y Oriente, domina el mundo. Y este es otro debate fundamental. ¿Por qué? ¿Cuál fue la peculiaridad competitiva crucial?

R. Se ha escrito mucho sobre esto. En síntesis, puedo decir que el mundo oriental no estaba interesado en seguir el modelo capitalista-industrial iniciado por Gran Bretaña. No querían supeditar su vida al consumo y eliminar de ella el tiempo para la educación, la cultura o el ocio. El fundamento del “progreso” europeo es el comercio y tiene su origen en la edad de oro de las Provincias Unidas en el siglo XVII, sustituidas más tarde por Gran Bretaña que crea las condiciones para vender sus productos a todo el mundo, directamente, indirectamente o por la fuerza de su armada, la mayor flota de guerra del mundo. Las guerras del opio en China, o las grandes mortandades de la India son consecuencia directa de los negocios británicos.

P. Pone el dedo en la llaga de la desigualdad: lo que ocurre en el siglo XVIII es que se plantan las semillas de una desigualdad occidental que ya no dejará de crecer hasta hoy. ¿Cuál es el fallo de sistema, el error en el genoma capitalista original que propicia la desigualdad?

R. No hay ningún error en el genoma capitalista original: la desigualdad es una condición sine qua non del capitalismo, tan constitutiva de él como lo pueda ser la función defecatoria en los organismos vivientes. Lo entendieron perfectamente los intelectuales del siglo XVIII: “El género humano no puede subsistir sin que haya una infinidad de hombres útiles que no posean absolutamente nada”, decía Voltaire. Y Adam Smith añadía que en una sociedad civilizada “los pobres proveen para ellos mismos y para el enorme lujo de sus superiores”.

placeholder Grabado de un taller de impresión publicado en la 'Enciclopedia' de Diderot (s. XVIII)
Grabado de un taller de impresión publicado en la 'Enciclopedia' de Diderot (s. XVIII)


P. Presta especial atención a los movimientos de resistencia a la nueva situación que inaugura la revolución Francesa y a la que siguen toda la larga serie de revoluciones posteriores. En su libro, en la línea de Thompson, las explicas como el choque entre "una innovadora economía de mercado" y "la economía tradicional de la gente". ¿La revolución sería así, de alguna forma, una respuesta reaccionaria a la más radical fuerza progresista, el capitalismo?

R. No; en absoluto: La Revolución francesa está controlada en todo momento por la burguesía. Cuando los campesinos acomodados y los mercaderes y tenderos de las ciudades consigan su objetivo (acabar con el régimen señorial), frenarán la revolución y reaccionarán desmantelando el gobierno de la Montaña que quería ir más lejos en la búsqueda de la igualdad. Se redactará entonces la Constitución del año III que eleva a valores supremos la libertad y la propiedad y ya no se volverá a hablar de igualdad ni de fraternidad.

R. España está “a 10.000 leguas de Europa”, como escribe Marchena. Es todavía un país feudal, dependiente de la tierra (y de la plata americana), sin mercado nacional, sin comercio y sin industria. No hay ninguna burguesía que pueda luchar contra el Antiguo Régimen; eso no sucederá hasta bien entrado el siglo XIX. Los intelectuales de ese tiempo son, en líneas generales, cavernícolas nacionalcatólicos.

La burguesía necesitaba referentes doctrinales que sancionaran su poder: necesitaba la complicidad de los intelectuales

P. La tesis más polémica de su libro dice que nuestra idolatrada Ilustración sirvió de justificación intelectual a un sistema manifiestamente desigual e injusto. ¿Cómo funcionó exactamente aquella "operación" y hasta qué punto fueron conscientes los ilustrados de lo que estaban haciendo?

R. Es un dato histórico que la cultura dominante en una época determinada es la cultura de la clase dominante. La burguesía en desarrollo confiaba en su riqueza para conseguir poder político, pero en la medida en que aún estaba excluida de la dirección del estado, tenía que dotarse de un marco identitario en el que cooptar a los miembros más proclives de los primeros estados y a la 'intelligentsi'a en un proyecto común. Pero además de crear el marco, había que crear nuevas instituciones o colonizar las existentes para establecer un espacio de socialización, “una bolsa de valores burgueses” y un foro de intercambio de los viejos activos feudales por los nuevos del dinero: un acaparamiento de oportunidades y una opinión pública favorable a su proyecto. Para ello la burguesía necesitaba referentes doctrinales que sancionaran la transferencia del poder político sin que se alterara el orden natural de las cosas; es decir, necesitaba la complicidad de los intelectuales para que le dieran cobertura en su lucha por la desigualdad.

P. Tal vez un obrero industrial del XIX vivía en una sociedad más desigual que un campesino feudal del XIII pero los teóricos liberales defienden que, si bien es cierto que el capitalismo parece al principio el Salvaje Oeste, con el tiempo la historia demuestra que permite el surgimiento de clases medias prósperas como nunca han existido. Primero en Ocidente pero luego también en China, India o Brasil. ¿Hasta que punto es peligroso que la desigualdad haya vuelto a crecer con la última crisis si el acceso a todos los elementos para una "vida buena" (sanidad, educación, consumo) siguen estando ampliamente generalizados?

R. Lo que usted cita, de algún modo, es la famosa curva de Kuznets, una ‘U’ invertida que se utilizó durante la guerra fría para explicar que al principio hay una enorme desigualdad en el capitalismo, pero que luego se modera y cae. En realidad, la historia económica ha mostrado que la famosa curva solo era una recta. Que existan clases medias prósperas es una condición del capitalismo: sin ellas no habría consumo y el sistema se colapsaría. Hacen muy bien los liberales en defender eso. Pero ellos mismos están ahora profundamente preocupados por el brutal incremento de la desigualdad. La directora del FMI ya ha explicado que la desigualdad es un peligro para el capitalismo porque la gente está consumiendo menos y eso ha activado todas las alertas.

P. La victoria de Trump ha dado alas al discurso populista cada vez más extendido en el mundo que habla de la venganza de los perdedores de la globalización. Y sin embargo en realidad Clinton le ha aventajado en centenares de miles de votos... ¿Cuál es la fuerza real de esos "perdedores" y qué alteraciones futuras podrían provocar?

R. No puedo decir nada sobre el futuro, pero el triunfo de Trump en las elecciones americanas no me parece que vaya a cambiar en nada el despeñadero actual hacia la desigualdad más extrema en todo el mundo. El señor Trump es una hechura del capitalismo, como la señora Clinton o, antes, el señor Bush, y defenderá lo mejor que sepa y pueda a su clase. Ya lo dijo el multimillonario Warren Buffett: “Pues claro que existe la lucha de clases, lo que pasa es que la mía es la que va ganando”.

La Ilustración siempre tuvo buena prensa pese a ocasionales aguafiestas. Su leyenda resumida dice más o menos así: un puñado de intelectuales europeos divulgaron en el siglo XVIII el uso de la razón, la práctica de la tolerancia y la pasión por la libertad y la humanidad provocando una auténtica "revolución de las mentes". Las ideas de Voltaire, Montesquieu, Hume, Diderot o Rousseau cortarían así la hierba bajo los pies de la ignorancia, la tradición y el poder absoluto extendiendo una brillante alfombra hacia el futuro que se empaparía -obligatoriamente- de la sangre de los tiranos caídos en las revoluciones que estaban por venir. Sólo unos pocos detractores como el reaccionarios Joseph de Maistre o, -más tarde- la marxista Escuela de Fráncfort advirtieron que aquella imponente "Razón desnuda" iba a provocar un cataclismo irreparable.

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