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Este disco es una mierda... o no
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entrevista con carl wilson

Este disco es una mierda... o no

El periodista cultural explora en el libro "Música de mierda" los mecanismos que construyen nuestro gusto enfrentándose al disco que más odiaba: uno de Céline Dion

Foto: La cantante Celine Dion (Gtres)
La cantante Celine Dion (Gtres)

'My heart will go on', la baladorra de la banda sonora 'Titanic', es la 14ª canción más popular de la historia. Al mismo tiempo, un documental de la BBC la calificaba como la canción más odiada de la historia. Gracias a ella, Céline Dion se convirtió en artista superventas interplanetaria al tiempo que era calificada como "la viva imagen de los palurdos blancos de provincia"...

Carl Wilson, periodista y profesor de crítica cultural pop en la Universidad de Victoria fue uno de los muchos millones de personas que no soportaba a Céline. Canadiense como ella, decidió estudiar su impacto para intentar comprender las fuentes de su odio hacia esa música calificada de cutre, kitsch, hortera, sentimentaloide, azucarada y tantas cosas más.

placeholder Portada del libro
Portada del libro

'Música de mierda', traducción de Blackie Books del libro "Let's talk about love. Why other people have such a bad taste", publicado en 2007 dentro de la colección 33 1/3, es un ejercicio de sinceridad extrema y resultados reveladores. "Me di cuenta de que mi desprecio barato delataba mi ignorancia sobre comunidades enteras, unos prejuicios con los que no quería vivir", dice en las primeras páginas. Los críticos musicales necesitan música mala, recuerda Wilson, pero reconoce que sumergirse en el disco "Let's talk about love" (1997) y escribir este libro fue "una epifanía ética".

¿Qué es el buen gusto? ¿Cómo es la música buena? ¿La música sensible es mala porque sí?¿Desde cuándo? ¿En todo el mundo? Todas estas preguntas encuentran respuesta en "Música de mierda". Y, tirando de los debates que se abren en torno al pantanoso terreno de la crítica musical, surgen más.

PREGUNTA. ¿El periodismo musical basado en el gusto no es el mayor timo del rock'n'roll? ¿Qué tiene que ver el gusto y el periodismo musical?

RESPUESTA. No creo que se pueda ejercer la crítica sin introducir tu gusto de alguna manera. La gran mentira es pensar que el gusto del crítico exprese una verdad objetiva. Algunos críticos piensan que esa vinculación es un error, pero a menudo el contexto autoritario y el tono transmiten igualmente esa sensación. El periodista musical debería ser más comprensible, más capaz de articular opiniones y argumentarlas, pero principalmente los lectores tienen razón al sentir que nuestras opiniones no son mejores que las suyas.

P. Tus ejemplos sobre cómo la misma canción de Céline Dion ('My heart will go on') puede ser percibida y disfrutada en diferentes contextos (una favela brasileña, Nueva York o Bagdad) demuestran que una canción nunca lo explica todo sobre sí misma. ¿No crees que el periodismo musical siempre piensa en el objeto (la canción) y nunca en el contexto, en la vida de la canción, en sus impactos futuros...

La gran mentira es pensar que el gusto del crítico exprese una verdad objetiva


R. A menudo los periodistas se ven presionados, especialmente hoy, a ofrecer opiniones instantáneas sobre nueva música, cuando las opiniones mejor formadas son las que incluyen más investigación sobre el origen, el contexto, el género, el público y todo estos otros elementos vinculados a la música. Las canciones viven reencarnaciones fascinantes más allá de su primera aparición; historias a menudo mucho más interesantes que cualquier juicio de pulgar arriba o pulgar abajo.

P. ¿Por qué consideramos que 'My heart will go on' es "demasiado sentimental" mientras el camarero de un bar de Kenia no entiende que la odiemos precisamente por ser "demasiado sentimentalo"?

R. Esta respuesta requeriría un conocimiento multicultural mucho más amplio, pero diría que los consumidores de arte educados en la Europa occidental y en Norteamérica (especialmente en estos lugares, pero no solo en estos) están influidos por una actitud alimentada por la estética del modernismo de principios del siglo XX según la cual el peor arte apela a las emociones humanas (particularmente su lado más blando) mientras el gran arte es más sutil, más racional, más abstracto, más oscuro, más cruel... Estas actitudes eran elitistas, en muchos sentidos sexistas y homofóbicas, y vinculadas a una sospecha intelectual hacia los placeres y ansias del cuerpo y muchas cosas más. Creo que todo esto se está diluyendo, pero que su influencia aún persiste. Aun así, para el 90% de personas que han vivido en otros países y épocas, decir que una canción que busca emocionarte es mala precisamente por eso es una locura. Ese estigma contra el arte 'demasiado' sensible o apasionado es un legado ideológico del que nos deberíamos librar.

P. Si nuestro gusto viene influido por del modernismo de principios del XX, ¿significa que nuestra sociedad, tan obsesionada en la evolución y el cambio, apenas ha cambiado en lo referente al canon estético? ¿Qué dice eso de nuestra sociedad?¿Y qué dice de los 'poderes sociales' (los medios, la industria del arte, las políticas culturales...), tan cómodos con este canon incuestionado y que probablemente no desean discutir?

Decir que una canción que busca emocionarte es mala precisamente por eso es una locura


R. No digo que las estéticas sobre el sentimentalismo no hayan cambiado. De hecho, creo que están en medio de grandes cambios ahora. Pero aunque muchos subgrupos puedan cambiar sus posiciones culturales, siempre habrá otra gente que se aferrará a los prejuicios de generaciones precedentes; y esa es la que una vez tuvo una posición progresista. Los grandes cambios llegan cuando la mayoría de la élite cultural y el consumidor cultural medio se han movido a nuevos puntos de vista. Y completar ese ciclo puede llevar décadas. Los poderes sociales generalmente adoptan estas nuevas actitudes emergentes a mitad de este ciclo y en ese momento pasan a promoverlas y protegerlas con las mismas herramientas hegemónicas que antes usaron en su contra. Por eso las vanguardias son habitualmente ingenuas: creen que las nuevas estéticas pueden destruir el elitismo social cuando tanto las élites como las estéticas son casi siempre más adaptables de lo que parece.

P. Más allá del mundo anglosajón, las canciones sentimentales están profundamente arraigadas en la vida de la gente. Pienso en el choro brasileño, las grandes baladas italianas, la copla española, la bachata dominicana... ¡La música mexicana está llena de canciones con las que ir a llorar a la cantina! ¿Ese desprecio hacia la canción sentimental no es un problema estrictamente occidental? ¿Pudiera globalizarse?

R. Estoy de acuerdo en todo eso, pero creo que la amenaza de que un virulento anti-sentimentalismo se expanda aún más está decreciendo. La gente joven occidental está acercándose a la música sentimental con menos vergüenza (aunque quizás todavía con algo de ironía) de lo que lo ha hecho en mucho tiempo. Lo que es cool cambia. Siempre ha sido así y así debe ser.

Celine Dion en Las Vegas

P. Odio con todas mis fuerzas el término "placer culpable". Es mezquino, cuando no estrictamente cínico, rechazar tu gusto. ¿Qué opinas tú?

R. A mí tampoco me gusta. Creo que se empezó a popularizar ese término como un paso en esa tendencia a aceptar un rango de gustos más ecléctico y menos forzadamente sofisticado. No deberías sentirte culpable por tus gustos a menos que dañen a otra gente. Pero siempre habrá esa sensación de que ciertos tipos de cultura son como los postres, menos buenos para nosotros que otros, así que no creo que el término desaparezca del todo. Al fin y al cabo, pensar solo en lo que es bueno para ti no es particularmente bueno para el arte. El arte también trata de cosas que no son buenas para ti.

P. En España, Radio 3 tiene un lema: "Eres lo que escuchas". ¿Aún hay que pensar que la música que nos gusta nos define como personas?

R. Así es como funciona el gusto. Cuando somos jóvenes buscamos nuestra identidad, pero también a lo largo de la vida nos definimos socialmente, hasta cierto punto (consciente o inconscientemente), por nuestros intereses culturales. Juzgamos los gustos de otras personas y sabemos que juzgan los nuestros, y nos unimos a nuestros amigos por nuestros puntos en común. El error es pensar el significado de nuestros gustos en determinada época va a ser siempre el mismo. También pienso que si la cultura no jugase este papel en nuestra autodefinición, estaríamos mucho menos apasionados por ella.

Celine Dion en directo

P. Hace unos años, el músico Matt Elliott me explicaba sorprendido que lo último que quieren escuchar los activistas radicales griegos al llegar a casa era música radical, que preferían escuchar música relajante.

R. Conozco activistas que escuchan música que refleja sus opiniones políticas. Pero los radicales del pasado escuchaban más folk digerible que free jazz. Los que oían free jazz eran radicales culturales y solo ocasionalmente eran también activistas políticos. Sospecho que los gustos nos definen de formas distintas y en diferentes combinaciones a como lo hacían en el pasado, pero no creo que el vínculo entre gusto e identidad se haya roto definitivamente.

P. Hay quien tiene la teoría de que la cultura nos hace mejores personas. Mientras no se pueda demostrar científicamente, prefiero pensar que la cultura nos hace más cultos. Pero leyendo tu libro y tu invitación a abordar de forma más empática la música que no te gusta e intentar comprender el efecto que tiene en la gente estoy empezando a pensar que sí, que quizás escuchar música puede hacerte mejor persona.

Cuando la gente del arte habla de quién es 'mejor', en el mejor de los casos es de una forma egoísta y, en el peor, un poco fascista


R. Hay formas de acercarte a la cultura que te pueden ayudar a ser mejor persona y, ciertamente, hay otras que te pueden convertir en peor persona; por ejemplo, en un esnob hostil. Pero mirar a la cultura como algo que te hace 'mejor' es un error de categorización. Este no es el papel de la cultura. Cuando la gente del arte empieza a hablar de quién es 'mejor', en el mejor de los casos es de una forma egoísta y, en el peor, un poco fascista.

P. Dices que necesitamos odiar las canciones como un mecanismo de distinción. ¿Necesitamos odiarlas por alguna razón más?

R. Creo que odiar canciones también es divertido y la diversión no debería ser menospreciada. Odiar canciones en común con tus amigos es divertido y es una forma de establecer lazos. Y escribir sobre por qué odias una canción es entretenido. Hay canciones tan despreciables (algunas propagandísticas) que deberían ser odiadas por principios. Pero pienso que mayoritariamente odiamos canciones como un modo de decir 'yo no soy eso'. El asunto está en cuáles son las asunciones y sesgos que subyacen en nuestro juicio sobre qué es 'eso'. Últimamente tiendo a odiar canciones como un modo de autocrítica: oigo algo y pienso 'Ah, este es el tipo de mierda que me hubiese gustado diez o quince años atrás. ¡Me alegra haberlo superado!'. Mi mayor prejuicio musical estos días parece ser estar en contra de gente como yo.

placeholder Carl Wilson (Erin Brubacher)
Carl Wilson (Erin Brubacher)

P. ¿Crees que música popular y música elitista son términos objetivos?

P. No. Son categorías inestables. Durante una época, la ópera fue la principal forma de arte popular pero luego se convirtió en un nicho, en una afición elitista. Diría que, de forma creciente, esto también sucede respecto a un montón de formas de músicas rock. Por contra, lo que en una época pudo haber sonado radical y experimental (la música electrónica de los años 50 y 60) puede convertirse en una forma de arte tremendamente popular.

P. ¿Por qué los periodistas tendemos a disfrutar la disonancia y los ritmos raros? ¿Es otro mecanismo de distinción dentro del gremio? ¿O acaso el periodista musical solo escucha música hecha para ser escuchada mientras no se hace nada más? ¿Prestamos poca atención a la música concebida para ser escuchada mientras haces otras cosas? Me refiero a la música que acompaña la vida frente a la música 'al margen la vida'.

R. Sí, diría que eso es correcto. Los críticos musicales (y cierta clase de fans) dedican mucho más tiempo a escuchar música aisladamente de la vida diaria y a juzgarla bajo criterios que tienen que ver con si es innovadora, sorprendente, si dice algo nuevo sobre la forma artística... Los oyentes, en general, escuchan la música de forma más personal y funcional. Al mismo tiempo, los especialistas de cualquier forma de arte tienen una especie de competición para ser más ingeniosos e inteligentes, de modo que a menudo hacen un espectáculo del hecho de ensalzar lo radical. ¡Esto no significa que el radicalismo no pueda ser interesante y significativo! Pero cuando se erige en el principal elemento de juicio resulta un poco sospechoso, ¿no?

La madre de todas las baladas

P. Céline actúa en Las Vegas, pero el 99% de sus fans nunca podrán verla allí. Es demasiado caro. Es una estrella extraña; sus fans son invisibles.

R. Una entrada para un concierto en Las Vegas no es tan cara y no es el único sitio donde actúa. Hace giras por el mundo. Pero, principalmente, creo que la invisibilidad que mencionas es porque sus fans están en círculos sociales distintos a los tuyos y porque son menos propensos a hacer algo específico respecto a su devoción más allá de disfrutar su música en casa. Este tipo de estrellas siempre ha existido, creo. No inspiran movimientos de ningún tipo. Su música simplemente encaja en las vidas de muchísimas personas.

P. En el epílogo a la edición española, el cantante del dúo Astrud Manolo Martínez, tiene una queja: ¿por qué no preguntar a los artistas qué efecto querían obtener al componer las canciones? ¿Intentaste hablar con Céline Dion, con Walter Afanassieff, Bob Cadway, David Foster o cualquiera de las personas implicadas en la grabación del disco?

R. Este libro trata más de los oyentes que de los artistas. La mayoría de libros y del periodismo sobre música son entrevistas con el tipo de gente que citas, pero este libro trata sobre el otro lado. Ya hay entrevistas con toda esta gente y cito alguna de Céline. Dicho esto, intenté entrevistarla para la nueva edición del libro que salió en 2014. Hubiera sido mi nuevo epílogo para el libro. Escribí una larga carta a su management que fue rechazada de inmediato con muy pocas palabras. Me encantaría conocerla algún día.

'My heart will go on', la baladorra de la banda sonora 'Titanic', es la 14ª canción más popular de la historia. Al mismo tiempo, un documental de la BBC la calificaba como la canción más odiada de la historia. Gracias a ella, Céline Dion se convirtió en artista superventas interplanetaria al tiempo que era calificada como "la viva imagen de los palurdos blancos de provincia"...

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