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“Se han ocultado los guiños de los Beatles a la ultraderecha”
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Entrevista a Jaime Gonzalo

“Se han ocultado los guiños de los Beatles a la ultraderecha”

El veterano periodista musical publica un libro que desvela los vínculos entre rock y fascismo

Foto: Beatles nazis: el futuro alternativo propuesto en Wolfenstein: The New Order.
Beatles nazis: el futuro alternativo propuesto en Wolfenstein: The New Order.

Hitler maquillado como David Bowie. Esa es la portada de ‘Mercancía del horror: Nazismo y fascismo en la cultura pop’ (Libros Crudos, 2016). Su autor es Jaime Gonzalo (Bilbao, 1957), firma clásica en la prensa musical española, cada vez más centrado en explicar el rock dentro de su contexto sociopolítico. Es autor de una espléndida biografía oral de La Banda Trapera del Río, de un repaso a las vanguardia musical de Barcelona en los 70 y 80 (‘La ciudad secreta’) y de una contundente trilogía sobre la contracultura (‘Poder freak’). También acaba de publicarse su selección de columnas, bajo el título de ‘Sobrevivir al paraíso’.

“En los años ochenta, la juventud estaba cansada de política, solamente queríamos vivir con mayor intensidad que nuestros mayores, así que la prensa musical renunció a los enfoques sociales”, recuerda. ‘Mercancía del horror” es un libro claro, directo y entretenido, que expone los flirteos de grupos punk y rock con el nazismo. “Una vez le preguntaron a Steve Jones, de los Sex Pistols, en qué estaban pensando cuando escribieron 'Belsen Was A Gas', cuya interpretación literal es una celebración de lo que que ocurría en aquel campo de concentración nazi. Su respuesta fue que no estaban pensando en nada”, recuerda Gonzalo. Desde la búsqueda de epatar hasta la sintonía política, hay un amplio abanico de matices en los grupos rock, que el texto consigue diseccionar con datos y ejemplos.

Pregunta. ¿Cuál es la motivación de este libro?

Respuesta. Viene de una urgencia personal: explicarme el enganche estético que había ejercido el nazismo en mi generación. Cuando éramos niños había una industria infantil que suministraba tanques, soldados y narraciones sobre las tropas de Hitler. Fuimos muchos los que quedamos atrapados ahí. Luego empezamos a preocuparnos un poco. Piensa en las novelas de Sven Hassel; a mí no me gustaban especialmente, pero sí me planteaba preguntas que terminaba trasladando a mi padre. Los adultos, como es lógico, hacían grandes esfuerzos por estigmatizar el nazismo, lo cual alimentaba nuestra fascinación. Ahora veo que su discurso tenía justo el efecto contrario del que pretendía.

P. Explicas que esa dinámica era la misma de algunos punks: lucían la esvástica para escandalizar a sus mayores.

R. En parte sí, en parte Gran Bretaña sufría un bombardeo de mensajes derechistas, que desembocaron en el llamado “Invierno del descontento”, entre 1978 y 1979, lubricando el ascenso de del líder xenófobo Enoch Powell y de Margaret Thatcher. Es un momento de polarización, donde también surgen movimientos de izquierda como Rock Against Racism. En esa confusión, los punks se apropian algunos signos de manera un poco desorientada y naíf. Descubren la esvástica como elemento provocador, pero sin el menor análisis.

P. Los setenta también fueron la época de David Bowie. Tu libro explica que no estaba haciendo el saludo nazi en la famosa foto de Victoria Station en 1976, sino que el fotógrafo le pilló a medio camino de un adiós normal. Sin embargo, fue una época donde no escondía sus filias derechistas.

R. La cocaína tiene mucho que ver en el caso de Bowie. Empieza a soltar una serie de boutades, que yo entiendo como bravuconadas. Se deja empapar del clima derechista del país. Además de la fascinación estética, hizo unas declaraciones (bastante bien argumentadas) explicando que Hitler fue la primera estrella de rock. Cuando ves documentales de la época, no hay mucha diferencia entre las chicas de las juventudes hitlerianas rodeando al Führer y las adolescentes que persiguen a los Beatles desde 1965. Lo que sufre Bowie es la combinación letal de un ego desmesurado, ingesta brutal de coca y la atmósfera social de la época.

Lo que sufre Bowie es la combinación letal de un ego desmesurado, ingesta brutal de coca y la atmósfera social de la época

P. Me han sorprendido los datos que recoges sobre los Beatles. Ignoraba que John Lennon pidió incluir a Hitler en la portada del “Sgt. Pepper`s…”, hasta el punto de que llegó a fabricarse una réplica en cartón, que luego fue desechada. También cuentas que McCartney se inspiró en un discurso de Enoch Powell contra la inmigración para escribir una canción titulada “No pakistanis”, que al final acabó siendo el clásico “Get Back”. Incluso hizo una letra titulada “White power”, que luego también rectificó.

R. Eso, de alguna manera, se ha ocultado. O, por lo menos, no se ha hecho nada para difundirlo. Los especialistas que conozco no sacan nunca estos temas. La letra de “No pakistanis”, que se reproduce en el libro, dice “Todos a sus alrededor desconfiaban de esos paquistanís/ que se quedaban con el trabajo de otra gente/ demasiados paquistanís viviendo en pisos de protección oficial/ candidato de los laboristas, dinos cuál es tu plan”. McCartney lo justificaba como una sátira de actitudes racistas. Lemmy de Mötorhead decía algo parecido de sus guiños y uniformes, que era una sátira, o una advertencia, que buscaba evitar que la historia se repitiera. Yo tengo mis dudas con él y con McCartney. Estaban mentalmente equipados para darse cuenta del efecto que iban a crear. Mi sospecha es que los verdaderos motivos no los han compartido con nosotros.

P. Percibimos a los Beatles como un grupo antiautoritario, pero en realidad no hay mucha base para justificar esa etiqueta. En las olimpíadas de Londres, McCartney visitó a la reina de Inglaterra y dijo que era una persona encantadora y que tenía todo el tiempo del mundo para ella. En realidad, los Beatles son un símbolo de nacionalismo británico.

R. Sí, desde el momento en que les condecoran pasan a ser un emblema del país, además de potente fuente de ingresos. Entonces se liquida cualquier posibilidad de que fueran otra cosa. Además ellos no lo han disimulado nunca. Lennon es un personaje plagado de contradicciones: sobre todo en su etapa neoyorquina, de toma de conciencia revolucionaria, hay muchas declaraciones de observadores directos que dan otra imagen. En uno de los volúmenes de “Poder Freak” cito a Abbie Hoffman, creador del partido yippie, que dejó claro que Lennon iba encocado todo el santo día. La política para él era un entretenimiento burgués como podría ser cualquier otro. Jugaba a la guerrilla, como un militante de salón. O al menos eso dicen los testigos directos. La revolución fue un pasatiempo, como para muchas celebridades de los años setenta.

P. Eric Clapton también hizo unas declaraciones racistas en 1976, apoyando a Enoch Powell. ¿Ha llegado a disculparse?

R. Alguna vez dijo lo típico: que estaba bajo los efectos del alcohol. Es curioso que la prensa le haya pasado mucha más factura a Morrissey, cuando sus gestos racistas no son tan explícitos como lo de Clapton. El motivo es que, en los ochenta y los noventa, los periodistas musicales británicos -por ejemplo, los de “New Musical Express”- estaban mucho más a la izquierda que en los setenta.

P. ¿Cuál es tu criterio de responsabilidad? A mí me parecen menos graves los flirteos con el nazismo de unos chavales como los Ramones que de alguien mayor, tipo Brian Ferry, que con sesenta años babeaba hablando de la belleza de los uniformes de la Gestpao y los edificios de Albert Speer. Incluso llamaba a su estudio de grabación The Führerbunker.

R. En el libro, intento no juzgar. Creo en la cita de Chomsky que dice que “la libertad de expresión está precisamente para defender aquello con lo que estamos menos de acuerdo”. Casi todas las reacciones a estas declaraciones las veo desmesuradas. Aunque sea un asunto espinoso, hay que dejar que la gente se manifieste. Ya veremos si eso nos lleva a la apología o a una semilla maldita. Creo que la mayoría de estas fascinaciones tienen que ver con la provocación o con una fiebre juvenil, como lo es el rock en la vida de muchas personas. Son cuestiones de temporada. Me recuerda a esa frase de Quentin Crisp que dice que “la moda es una manera de no tener que decidir quién eres”.

P. Yendo a la tesis grande: lo que comparten el rock y el nazismo es la fantasía de querer hacer lo que te dé la gana. Citas una frase de Benito Mussolini que dice que los fascistas son los verdaderos anarquistas porque siempre hacen lo que quieren.

R. Es el gran nexo de unión. El engaño más embaucador del rock and roll, cuando eres joven, es hacerte pensar que estás al mando de tu propia vida, que eres quien lleva las riendas. Lo mismo esa sensación dura los tres minutos de un himno eléctrico, pero ya marca de alguna manera tu imaginación. Es difícil encontrar algo que transmita tanta energía. Une a eso a el creciente poder adquisitivo de los jóvenes y ya tienes una mentalidad engañosa. Compáralo con el folk, que es la música que usaba la gente corriente para encontrar consuelo y compartir las penalidades de la vida. El rock es justamente lo contrario. El folk nace del pueblo, el rock de las entrañas del mercado capitalista.

P. Otra tesis que recorre el libro es que nuestras sociedades son cuasifascistas o, como poco, muy autoritarias. Hablas del racismo militante de Churchill o de las amistades peligrosas de Felipe González, que debe de ser el socialista con más amigotes de derecha en la Historia contemporánea. ¿La línea es más fina de lo que puede parecer?

R. El fascismo más radical, más tajante, es el económico. El mercado esta polarizando las situaciones vitales. A mí me interesa mucho el concepto de “consumidor ahogado”, en el que yo me incluyo. No solo debes mirar todas las etiquetas del precio a la hora de ir al supermercado, sino que debes racionar la calefacción. Se ha suprimido la posibilidad de una vida digna y modesta. Eso para mí es una forma de totalitarismo. Lo mismo me afecta más porque estoy en una edad delicada, pero me parece que está dinámica histórica tiene un recorrido más largo de lo que parece.

Hitler maquillado como David Bowie. Esa es la portada de ‘Mercancía del horror: Nazismo y fascismo en la cultura pop’ (Libros Crudos, 2016). Su autor es Jaime Gonzalo (Bilbao, 1957), firma clásica en la prensa musical española, cada vez más centrado en explicar el rock dentro de su contexto sociopolítico. Es autor de una espléndida biografía oral de La Banda Trapera del Río, de un repaso a las vanguardia musical de Barcelona en los 70 y 80 (‘La ciudad secreta’) y de una contundente trilogía sobre la contracultura (‘Poder freak’). También acaba de publicarse su selección de columnas, bajo el título de ‘Sobrevivir al paraíso’.

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