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Xavier Baró: "Ya no hay canciones sobre chicas que trabajan diez horas en Caprabo"
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el cantautor estrena nuevo disco

Xavier Baró: "Ya no hay canciones sobre chicas que trabajan diez horas en Caprabo"

El cantante estrena nuevo disco, 'Allau d' estrelles solitaries', folk cálido y majestuoso, hundido en la tradición del género como las raíces de un árbol

Foto: Xavier Baró en un concierto
Xavier Baró en un concierto

Si tuviera que poner un ejemplo de la injusticia del mercado musical actual seguramente escogería a Xavier Baró (Almacelles, Lérida, 1954). Hablamos de un cantautor culto y curtido, que atraviesa una espléndida racha de inspiración, cristalizada en álbumes como Cançons del temps de destrals (2004), Flors de Joglaria (2006), Lluny del camí ral (2009) y La mágica olivera (2011).

Sus discos contienen folk cálido y majestuoso, hundido en la tradición del género como las raíces de un árbol en la tierra. Su nuevo trabajo, Allau d' estrelles solitaries, mantiene el altísimo nivel con canciones desarmantes sobre la vida de los perdedores de la globalización. Baró es un músico popular de los de antes, pero demuestra estar más atento que la mayoría a los conflictos humanos que provoca el sistema capitalista.

PREGUNTA: Tu nuevo trabajo es una reivindicación de la figura del juglar. ¿Qué ha ocurrido para que hayan caído en desgracia las canciones que reflejan la realidad social?

La música popular siempre ha surgido de las clases desfavorecidas, de músicos que convertían en belleza el fracaso, que sufrían o habían visto con sus propios ojos la realidad más cruda. Géneros como el folk, jazz, blues, flamenco y rai llevan en su interior la vida completa, por eso fueron tan potentes. La música popular conecta directamente con la vida y la muerte, el dolor y la alegría, creen en valores antagónicos a los de la sociedad del bienestar.

P: Escuchando El nen d'Hiroshima me he dado cuenta de que no recuerdo que se nombre esa ciudaden una canción desde El derecho de vivir en paz de Victor Jara. En general, parece que hay cierto desprestigio en nombrar en una letra un problema concreto, como si de manera automática te convirtiese en un panfletario.Me ha venido a la cabeza aquella frase de Bob Dylan que decía que Phil Ochs -uno de los cantautores más políticamente comprometidos de EE.UU en los sesenta y setenta- no era una artista, sino un periodista. ¿Dónde te sitúas en este debate?

R: Si te fijas en las canciones tradicionales, están llenas de topónimos: La presó de Lleida, La caída de Tetuán, El sitio de Segovia y La quema de Medina etcétera. Miles de canciones en todas las lenguas que hablan de un momento concreto en un sitio concreto. No es periodismo en absoluto. En todas ellas, el protagonista no es el lugar, sino el hombre. Mujeres violadas, niños asesinados, vidas destrozadas, amores prohibidos. Reflejan el corazón humano, sus luces y sus sombras, sus contradicciones y su heroísmo. Poco rastro de eso se encuentra hoy en la mayoría de letras actuales, que en gran parte son los típicos lamentos adolescentes que no transmiten nada.

P: Mi impresión es que hay una serie de nombres míticos, pienso en Dylan, Van Morrison y Leonard Cohen, que han experimentado un proceso de deificación por parte del público que les ha alejado de la realidad social. Ellos también tendrán parte de responsabilidad, claro. Otros artistas creo que lo han resistido mejor, como Neil Young. ¿Crees que resulta compatible tener estatus de estrella de rock y hacer canción popular?

R: Supongo que no, pero no lo sé. Es como si un obrero pasa, de golpe, a ser emperador, rodeado de muros y servido por todos. Es fácil perder la perspectiva. Ya no bajas a la calle a comprar el pan ni vas a la tienda a comprar cuerdas de guitarra. Esos que nombras han abandonado el mundo pero han escrito grandes canciones sobre la eterna soledad del hombre, su aislamiento.

P: A veces, le he soltado a algún amigo que tus discos me gustan más que los últimos de Dylan. Suelen poner una cara de asombro como diciendo que es imposible que algo hecho aquí cerca sea mejor que algo hecho en Estados Unidos. ¿Cuánto daño ha hecho la anglofilia a la música mediterránea? ¿Cómo salimos de ella?

R: Nos ha alejado de nuestra música y nuestra tradición, y la ha hecho parecer de casta inferior. Es como pensar que las películas de Berlanga no pueden ser tan buenas como las de Scorsese. Es una estupidez. La auténtica vibración que provoca el arte, esa que nos conmueve y nos despierta, llega a través de lo que nos conecta al lugar y cultura a los cuales pertenecemos.

P: Ahora el sonido folk está más presente que nunca: esas guitarras campestres que tanto gustan en la comunidad indie y hipster, que puso de moda el neofolk. A mí me da la impresión de que es un folk sin lazos comunitarios. ¿Cómo ves tú esta tendencia?

R: Me parece pop-rock con guitarras acústicas. Si una canción no lleva un pasado dentro, no va a ninguna parte. Personalmente encuentro que muchas de esas melodías no se mantienen en pie porque en general hay una falta de bagaje tradicional. Se imita todo: fraseos, sonido, voces, estructuras, sin buscar ir más lejos por ti mismo. Yo diría que les falta el misterio de la experiencia.

R: Ahora mismo la pobreza es un mal que hay que ocultar. Ya no se hacen canciones, ni películas, ni libros cuyos protagonistas sean padres que se han quedado en paro o chicas que trabajan diez horas al día en Caprabo. ¿A quién le importa su vida? Escribí esta letra como la podría haber escrito un músico popular cubano, o africano, alguien alejado de la globalización y la sociedad del bienestar. Me conmovió escribir la canción para esa chica en concreto, una persona tan real como la ingeniera aeronáutica que gana 3000 euros al mes. Y descubrí un corazón cálido.

P: Decías hace unos años que las relaciones sentimentales habían cambiado mucho en occidente, que todos éramos más pragmáticos y ya nadie moría por amor. ¿Cómo crees que ha afectado este proceso a la canción popular?

R: Ha cambiado el amor. Hoy en día puede abandonarse por comodidad. Entre elegir vivir una historia de amor y la seguridad, se opta por esta. Y eso se refleja en las canciones. Hoy parece imposible una canción como Ne me quitte pas, ese desgarro. “Acepto ser la sombra de tu perro, pero no me dejes”. Abandonarlo todo por amor, ¿quién está dispuesto hoy?

P: Eres músico desde los años setenta, me gustaría saber si consideras que la escena musical ha ido a mejor o a peor desde esos tiempos. Y por qué, claro.

R: En los setenta tocaba en grupos amateurs, no conocía el mundo de la música, estaba empezando. Lo que ha cambiado es que entonces la música era más desafiante. Se exploraba más, se desarrollaba más la idea para llegar a una sensación experimental que te abriera alguna puerta. Se buscaba la conexión entre la contemporaneidad y lo propio. Bandas como la Dharma, Orquestra Mirasol, Pau Riba, Triana, Toti Soler, Veneno, Azahar, Blay Tritono, Sisa, Lole y Manuel, Uc, Gualberto, eran un espejo donde mirarte. La creatividad y la personalidad propia eran imprescindibles si querías sobresalir.

Si tuviera que poner un ejemplo de la injusticia del mercado musical actual seguramente escogería a Xavier Baró (Almacelles, Lérida, 1954). Hablamos de un cantautor culto y curtido, que atraviesa una espléndida racha de inspiración, cristalizada en álbumes como Cançons del temps de destrals (2004), Flors de Joglaria (2006), Lluny del camí ral (2009) y La mágica olivera (2011).

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