Es noticia
'Performances', en el filo entre el arte y el show
  1. Cultura
LA INTERVENCIÓN DE TILDA SWINTON EN EL MoMA DE NUEVA YORK REABRE EL DEBATE

'Performances', en el filo entre el arte y el show

"El arte es todo aquello que los hombres llamen arte". Lo dijo un filósofo italiano, Dino Formaggio, en su L’arte come idea e come esperienza de

Foto: 'Performances', en el filo entre el arte y el show
'Performances', en el filo entre el arte y el show

"El arte es todo aquello que los hombres llamen arte". Lo dijo un filósofo italiano, Dino Formaggio, en su L’arte come idea e come esperienza de 1981. Hoy muchos consideran superada esta definición –llámese definición, llámese cheque en blanco– , pero lo cierto es que muchos autores siguen dispuestos a poner a prueba su vigencia a través de obras que invitan a preguntarse si, en efecto, estamos hablando de arte.

La célebre Tilda Swinton, sin ir más lejos, podría ser una de ellos. La actriz apareció este sábado en el MoMA de Nueva York durmiendo plácidamente en una urna de cristal para asombro de los visitantes, primero, y después de los periodistas que atestaron la sala. La performance no estaba anunciada y ni siquiera los empleados del museo supieron hasta la hora de abrir que Swinton pasaría allí el día siendo una obra de arte, según rezaba el cartel que la acompañaba, con la frugal compañía de un colchón, una almohada y una jarra de agua. The Maybe, que así se llama la obra, no es una performance original. Ya se expuso en la Gallería Serpentine de Londres en 1995 y después  en el Museo Barracco en Roma. Y no es solo en arte. Según la placa que identifica la obra, la pieza consiste en un "artista en vivo, cristal, acero, colchón, almohada, ropa de cama y espectáculos".

Porque a nadie se le escapa que, arte o no, una oscarizada actriz de Hollywood metida en una urna es siempre un espectáculo. Lo sabe bien, por ejemplo, la videoartista y fotógrafa Sam Taylor-Wood, que en 2004 alcanzó el renombre mediático exponiendo en la National Portrait Gallery de Londres su cinta David, la imagen de un hombre durmiendo durante 107 minutos. La gracia, por supuesto, es que ese hombre era David Beckham. En Reino Unido la controversia trascendió incluso el debate académico cuando el madrileño Museo Thyssen-Bornemisza de Madrid anunció en 2009 acompañaría su exposición Lágrimas de Eros con la venta en su tienda de una colección de preservativos  estampados que incluirían, entre otras, la imagen del futbolista durmiendo.

Los artistas, sin embargo, defienden que la performance es un medio de expresión y que la espectacularidad está, muchas veces, en los ojos del que mira. "La singularidad de una performance es que incluye en el arte una dosis de acción", explica a El Confidencial Camila Cañeque. "Eso implica estar sujeto a la falta de control, que el accidente, el azar y lo inesperado forman también parte de la obra".

Cañeque sabe de lo que habla. Esta artista conceptual barcelonesa se tiró al suelo dramáticamente en la pasada edición de la feria ARCO vestida de flamenca y con una destartalada edición en la mano del Romancero Gitano de Federico García Lorca. La imagen que compuso era poderosa, elocuente en sí misma y más pertinente que nunca en una España con tantas dificultades. La dirección de Arco, sin embargo, decidió pedirle que pusiera fin a su performance y que se fuera, alegando después que Cañeque debería haber pedido una autorización. Ella reivindicó que pretendió componer, sin más, una simple metáfora.

Como en esta ocasión, a veces la reacción a la propia performance lanza un mensaje sobre el arte mucho más elocuente que el de las obras. Hace años, también en una edición de Arco, Javier Núñez Gasco puso un mendigo a pasear entre obras y galeristas –un actor, en realidad, contratado al efecto y con un sueldo asignado más comisiones por limosna– para escándalo de muchos, que encontraron la performance efectista y demagógica, y consiguieron de esta manera lanzar a quien quiso oírlo un mensaje mucho más poderoso que el que podría transmitir aquel pedigüeño paseando: la de que en Arco, sea arte o no, no hay lugar para los mendigos.

Por eso Cañeque sostiene que la incertidumbres propia de la performance es un valor "importantísimo" en el arte de hoy, ya que pone en marcha el mensaje y desencadena la reacción verdadera del que mira. "Te expones", asegura, "y cuando empiezas no sabes si vas a acabar bien, mal o sangrando". En la violencia de la performance y en su inmediatez, en otras palabras, radica su espectacularidad, pero también su valor. A fin de cuentas, podríamos estar hablando del género de expresión artística más honesto que existe.

'Performances' y arte de acción

La de las performances es una historia de debates desde su mismo origen, situado, según muchos expertos, en el Fluxus o antiarte de los sesenta y los setenta, cuando un grupo de autores multidisciplinares quisieron romper las barreras del soporte y mezclar literatura, artes escénicas, arquitectura, música y pintura para crear lo que ellos consideraban verdadero y único arte. Otros creen que el Vestido eléctrico que creó en 1957 la japonesa Atsuko Tanaka, precursora del grupo de Gutai, fue la primera performance del arte moderno y otros, que el origen está en el Action painting y el neodadaísmo.

Lo cierto, en todo caso, es que a finales de los sesenta se produjo un boom de la performance que aún llega hasta nuestros días gracias a artistas como el francés Yves Klein –que concibió entre 1959 y 1962 Zone de Sensibilité Picturale Immatérielle, una obra compuesta por publicaciones, piezas gráficas y actuaciones–, el estadounidense Robert Smithson –un artista del Land Art que creó monumentales obras en el suelo–, la holandesa PINK de Thierry –creadora de lo que ella denomina metaperformances, obras que incluyen instalaciones, actuaciones e intervenciones en espacios públicos–, la serbia Marina Abramović o el chino Zhang Huan, precursor de la escuela china de la performance, posteriormente aclamada en todo el mundo.

Ai Weiwei, uno de los artistas conceptuales más conocidos de nuestro tiempo, es heredero de esta aclamada escuela de artistas agitadores y, a la postre, uno de los disidentes chinos más perseguidos. En abril del año pasado, y tras haber pasado un año en la cárcel, el artista se encerró en su casa de Pekín y conectó 4 webcams para crear un Gran Hermano doméstico y que cualquiera, en cualquier parte del mundo, pudiera verle a él –y lo que le ocurriera–. Ni hacía nada singular ni lanzaba ningún mensaje, pero su obra consiguió el efecto deseado. A las pocas horas de empezar la emisión, el Partido Comunista Chino, el mismo que no le había detenido por disidencia sino acusándole de evadir impuestos, se retrató reaccionando a la performance y cortando el servicio de Internet en el domicilio de Weiwei.

Ni siquiera Christo, uno de los artistas de acción más célebres de nuestro tiempo, se libró de la polémica cuando en 1991 unas piezas de su instalación Umbrellas –miles de grandes sombrillas plantadas simultáneamente en Japón y California– se soltó empujada por el viento y acabó con la vida de una mujer. El último trabajo del búlgaro ha sido una "gigantesca catedral de 90 metros de altura", en sus propias palabras, instalada alrededor del gasómetro de Oberhausen, en Alemania. El país germano, del que el propio Christo es descendiente, es su verdadera patria artística desde que acometió allí su obra más recordada, haber envuelto el edificio del Reichstag con una tela de 10 hectáreas.

"El arte es todo aquello que los hombres llamen arte". Lo dijo un filósofo italiano, Dino Formaggio, en su L’arte come idea e come esperienza de 1981. Hoy muchos consideran superada esta definición –llámese definición, llámese cheque en blanco– , pero lo cierto es que muchos autores siguen dispuestos a poner a prueba su vigencia a través de obras que invitan a preguntarse si, en efecto, estamos hablando de arte.