Es noticia
El futuro estaba ahí fuera
  1. Cultura

El futuro estaba ahí fuera

Más vale tarde que nunca significa, a veces, reconocer a quienes no se había reconocido antes, gente de la que ya no queda, y por fortuna,

Más vale tarde que nunca significa, a veces, reconocer a quienes no se había reconocido antes, gente de la que ya no queda, y por fortuna, porque arrancaron su valor de la desesperación de un siglo parco en felicidades y pródigo en pruebas. Esas ciudades impecables que ahora conocemos en vuelos low cost fueron para ellos un rayo de esperanza, como lo son las nuestras para otros que, en similar situación, aportan su propia desesperación a la [dinámica de poblaciones] de este mundo incansable.

 

***

Puede decirse que los primeros “españoles” que salieron del terruño en busca de mejores perspectivas fueron aquellos guerreros que cruzaron los Alpes con los elefantes de Aníbal, pero irse lejos a buscarse las habichuelas es una de las tradiciones españolas más arraigadas, que andando el tiempo nos llevaría a hispanizar un continente casi entero. Hay emigrantes y emigrantes, claro; los hay que partieron en pos de riquezas, y otros que se contentaron con sobrevivir. Aunque a veces salía bien, y a veces mal. Unos podían adueñarse de imperios mientras que otros, con no menos talento, se morían de hambre. Hay incluso regiones especializadas en la exportación de mano de obra, como Galicia, en las que el emigrante se ha convertido en parte esencial de la vida social y cultural. Adiós España querida se refiere a los emigrantes que recordamos o imaginamos con una maleta de cartón y de quienes todos tenemos algún representante en la familia, algunas de cuyas vidas se narran en sus páginas.

La emigración española del siglo XX tiene una imagen folclórica, muchas veces poco cercana a la realidad. Este libro niega algunos de esos tópicos, o los sitúa en su justo lugar. Uno de ellos es la legalidad de nuestra emigración, en contraste con la actual, siempre tramposa. Muchos de los protagonistas de este libro fueron unos “sin papeles” que partieron a la aventura, usando subterfugios similares a los de nuestros inmigrantes actuales. También se suele señalar que éstos reciben un trato miserable, frente al muy exquisito de los europeos con los españoles. “Era de raza blanca y estaba sana, así es que podía pisar suelo suizo y trabajar en él” (p. 101), recuerda una de nuestras buscadoras de esperanzas. Pero la situación no mejoraba mucho con el permiso de entrada: “la emigración era vigilada en todos los aspectos: controles de policía, verificación de papeles, repatriaciones...” (p. 242).  A pesar de ello es una constante la gratitud hacia los países que les acogieron (¿síndrome de Estocolmo?) y un escaso deseo de regreso.

Es una pena que el autor no ceda más espacio a las voces de los protagonistas de esta historia dramática, que no trágica -sólo lo hace en los casos en los que la narración de los mismos protagonistas encaja perfectamente con su teoría-. La razón la encontramos en las intenciones de Rafael Torres de imprimir una profunda marca política a esta emigración. Así titula la Introducción, “La conquista no sólo del pan”, y así apostilla, aún más explícitamente, el título, con  “Historias del otro exilio”. Cobra así sentido que el libro se titule Adiós mi España querida, cuando no parece ser ese el sentimiento de los protagonistas, que no manifiestan gran pesar por partir lejos ni luego desean fervientemente volver; muchos incluso se arrepienten de haberlo hecho -si bien la mayoría regresaban-. Encuentra entonces el lector valoraciones y relatos mediatos por el autor, cuando lo verdaderamente interesante es la voz personal, curtida por las experiencias de toda índole, del emigrante.

Insiste el autor en que esta diáspora laboral, en principio, no es sino una parte del exilio de los derrotados de la Guerra Civil, solamente que ocurrido con algo de retraso. Así, los principales damnificados del “brutal desmantelamiento de la sociedad española” fueron “los que, nacidos en plena guerra, poco antes o poco después, lo hicieron desde el

Más vale tarde que nunca significa, a veces, reconocer a quienes no se había reconocido antes, gente de la que ya no queda, y por fortuna, porque arrancaron su valor de la desesperación de un siglo parco en felicidades y pródigo en pruebas. Esas ciudades impecables que ahora conocemos en vuelos low cost fueron para ellos un rayo de esperanza, como lo son las nuestras para otros que, en similar situación, aportan su propia desesperación a la [dinámica de poblaciones] de este mundo incansable.

Banco de España