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El escritor y el 11 de marzo: amor contra el terror
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El escritor y el 11 de marzo: amor contra el terror

Más vale tarde que nunca significa, a veces, tardar en encontrarse con un escritor tan sólido y profundo como Ricardo Menéndez Salmón, autor de una trilogía

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El escritor y el 11 de marzo: amor contra el terror

Más vale tarde que nunca significa, a veces, tardar en encontrarse con un escritor tan sólido y profundo como Ricardo Menéndez Salmón, autor de una trilogía sobre el mal que concluye con este El corrector, breve novela o crónica figurada en la que ofrece un atisbo de esperanza al signo de estos tiempos, el terror. No le suele ocurrir al libropésico -es una victoria táctica sobre la enfermedad- que al terminar la lectura le dé la vuelta al ejemplar y vuelva a empezar. Es una sensación como de repetir entrecot con el vientre ahíto y el paladar hambriento, que resulta especialmente agradable dado que el crítico a veces no puede evitar comportarse como un sexador de pollos.  

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La novela ocurre en un momento especialmente sensible de la historia contemporánea española como es la jornada del 11 de marzo de 2004. El relato se pretende narrado por alguien común, uno más entre la masa que aquél día asistía perpleja a lo que tenía que haber ocurrido lejos, en otro continente, como tantas veces antes. Pero no es así. El narrador no es un individuo cualquiera, y no puede pretender serlo. Aunque aluda a “nuestras pequeñas y esforzadas vidas”, en el momento del atentado trabaja sobre su “vieja mesa de fresno australiano”; este no es un dato en el que repare cualquiera, y no es cualquiera el español que se llama Vladimir. Ya desde el primer párrafo, Menéndez Salmón nos ubica ante un narrador que está lejos del “confiado universo de las terrazas diurnas” (p. 19). La impresión de que nos habla alguien poco común se acentúa conforme la novela avanza, atrayendo sus diversos “yoes”. Vladimir es un exescritor y ahora corrector, que habita entre las páginas de los libros, que fuera de su apartamento se encuentra envuelto en una irrealidad ajena.

El escritor, en su torre de marfil, manifiesta pasmo ante la vida, ante la irresistible inercia de sus rutinas: no encuentra “el pathos del mal deambulando entre mis convecinos como un dios homérico ante las murallas de Troya” (p. 80); espera encontrar en todos los rostros el asfixiante terror, pero no está o no es capaz de verlo. El contraste entre el hogar y la sociedad, entre la literatura y la vida marca un alejamiento de artista, pues “únicamente en los libros, bien como lector, bien como escritor, bien como corrector, he logrado vencer esa sensación de hastío infinito ante los sucesos de la vida” (p. 32). Pero no sólo, ni especialmente, en los libros, “porque ahí fuera, en el mundo de las terrazas diurnas, todo es confuso (…), mientras que aquí dentro, en la tibieza ya un poco melancólica del cuerpo de Zoe, las cosas, casi siempre, están en calma”. (p. 59).

Vladimir está corrigiendo unas galeradas de Los demonios de Dostoievski, y no es casual. Como el gran autor ruso, Menéndez Salmón se halla absorbido por la conciencia de que el terror es el signo de estos tiempos. Así, hace suya la frase de Kirilov, en dicha novela, de que “el terror es la maldición del hombre”, y la amplía y concreta: “todo tiempo posee sus signos, sus emblemas, sus cábalas. El nuestro ha hecho del miedo su estandarte, su venero de dolor, su firmamento” (p. 123). De hecho, El corrector cierra una trilogía en la que aborda el mal, desde La ofensa, origen, y pasando por El derrumbe; ahora ha llegado el momento de la esperanza. Un bocado de pan recién horneado, el aroma del mar, los brazos de la mujer amada; especialmente, el abrazo del amor. Porque la dolorosa verdad es que los hechos reales no son susceptibles de enmienda: el atentado fue una “enorme e indeleble errata que una mano cruel había ocultado dentro de un texto hasta ese día sagrado. Una errata que, para nuestra desgracia y futura vergüenza, nadie podría ya borrar jamás” (p. 19).

El atentado nos conectó a todos durante algún tiempo en una comunión de emociones, a través de las cuales también en la novela encontramos al personaje y se nos aparece su mundo. El mundo íntimo del escritor, que es de lo que el escritor puede hablar con más honestidad, sirve de soporte a esta magnífica novela, quizá no sobresaliente, en la que personajes y hechos sirven de acicate a la reflexión sobre temas fundamentales como el miedo y su cura, el amor. Y es honesto hasta en sus defectos, porque si el estilo es tenso, engolado, el propio narrador reconoce comportarse a veces “como si fuera un brujo feliz sentado pelando un plátano en el omega de la creación”.

 El corrector. Ed. Seix Barral. 144 págs. 17,50 €. Comprar libro.

Más vale tarde que nunca significa, a veces, tardar en encontrarse con un escritor tan sólido y profundo como Ricardo Menéndez Salmón, autor de una trilogía sobre el mal que concluye con este El corrector, breve novela o crónica figurada en la que ofrece un atisbo de esperanza al signo de estos tiempos, el terror. No le suele ocurrir al libropésico -es una victoria táctica sobre la enfermedad- que al terminar la lectura le dé la vuelta al ejemplar y vuelva a empezar. Es una sensación como de repetir entrecot con el vientre ahíto y el paladar hambriento, que resulta especialmente agradable dado que el crítico a veces no puede evitar comportarse como un sexador de pollos.