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El sentido común aplicado a la caza del zombi
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El sentido común aplicado a la caza del zombi

Más vale tarde que nunca significa estar preparado cuando llega la ocasión, no renunciar a la supervivencia porque el libro que ha de salvarnos la vida

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El sentido común aplicado a la caza del zombi

Más vale tarde que nunca significa estar preparado cuando llega la ocasión, no renunciar a la supervivencia porque el libro que ha de salvarnos la vida está a punto de cumplir un año. Muchas veces nos vemos empujados a renunciar a algo, que de algún modo recóndito reconocemos como necesario, por considerar que ya llegamos tarde, que se nos ha pasado el arroz –ser un futbolista de éxito, seducir a jovencitas, llegar a escribir la gran novela de la Guerra civil–. Es una forma de autocompasión como cualquier otra. En estas ocasiones –pero sólo en estas– es preciso aceptar la bonhomía de un Paulo Coelho, recuperar la confianza en el destino y empezar a prepararse para resistir. Porque es posible que esos extraños sucesos de los que apenas se habla, esos crímenes, sean el preludio del apocalipsis.

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A los zombis el libropésico les puede entender bien. Padecen igual voracidad y un parecido trastorno digestivo. Para un libropésico en una librería vale la misma descripción que Max Brooks escribe del gul que acaba de reconocer una víctima: “Los zombis parecen ignorar totalmente lo que les rodea […]. Arrastran los pies en silencio, miran al infinito, deambulan sin rumbo fijo hasta detectar a la presa […]. Una vez que se produce el contacto, el anteriormente callado y abstraído autómata se transforma en algo más parecido a un misil dirigible. La cabeza se vuelve inmediatamente en la dirección de la víctima. La mandíbula cae, los labios se contraen y desde las profundidades de su diafragma surge un gemido” (p. 41). Libros o humanos, lo de menos es la especie de la presa. Pero hay una diferencia evidente entre estos dos tipos de enfermo –como saben, el zombi es fruto de la infección letal de un virus, el Solanum, descrito por Jan Vanderhaven en 1914–, y es que el libropésico es inofensivo, como mucho puede mancharles con sus babas. Los zombis, por el contrario, pueden llegar a hundir la civilización y cada vez están más cerca de ello, a no ser que tomemos medidas.

Este libro recoge una serie de ellas, probadas en diversas ocasiones o deducidas de acontecimientos reales, no para la acción de los gobiernos y organizaciones estatales, que es de suponer que tengan sus propios equipos y protocolos, sino para el ciudadano de a pie. Que es el que, en primera instancia, se enfrenta al rechinar de dientes podridos cuando los muertos se levantan de la tumba –esto es una frase hecha; en realidad, los gules suelen salir de los hospitales–. Tras un primer capítulo de fisiología y etología del zombi, en el que desmonta los mitos hollywoodienses del supermuerto –los zombis no tienen más recursos que los del individuo infectado, sino menos, aunque destacan por su capacidad de concentración, dado que ya sólo son capaces de hacer una cosa–, la Guía de supervivencia evalúa las armas y técnicas de combate más efectivas para enfrentarse a la amenaza renqueante, la forma de preparar el propio hogar contra ataques, consejos para preparar la huida –si el brote se agrava, nuestro fuerte puede resultar insuficiente– y, para estómagos a prueba de ácidos, las diversas estrategias y precauciones para convertirse en un poderoso Van Helsing contra los muertos vivientes. Seguidamente viene el capítulo más descorazonador del libro: el que explica cómo sobrevivir en un mundo en el que los no muertos han suprimido la civilización y, quizá, la humanidad.

Hasta ese momento, el autor había logrado que el lector estuviera sumido en la inquietud, de tal modo que al sentir al octogenario vecino de arriba arrastrarse por el pasillo le entran sudores fríos, mas tal estado de supresión de la credibilidad se esfuma con el apéndice, que recoge ataques registrados desde el Antiguo Egipto, y aun antes, hasta la actualidad. Adolece de inverosimilitud dados los prejuicios históricos con los que ha sido escrito, a pesar del intento de simular los estilos literarios de cada época, empeño igualmente fallido –a lo que debe añadirse la precaria revisión del texto, plagado de errores e incoherencias–. Un exceso de ambición que termina por confundir al lector, quizá anteriormente convencido de la necesidad de pertrecharse con un buen hacha, por si las moscas. Y es verdad que en muchos momentos hay que apartar la atención de la lectura y recuperar la consciencia de que, en realidad, es un peligro irreal, que estamos ante una broma muy bien tramada, y que no es necesario reforzar las ventanas de casa, ni preparar un macuto de supervivencia en el armario de la entrada, ni convertir el ático en armería. Porque la parte del manual realmente funciona está trabajada con el mismo sentido común que encontramos en las guías de supervivencia, y produce la misma sensación de emergencia que clásicos del género, como el Manual del aventurero de Rüdiger Nehberg.

Tanto si deciden creer en que algún día habrán de enfrentarse a esos corrompidos caníbales, como si deciden tomárselo a chifla y pasar un rato divertido leyendo, esta Guía de supervivencia les puede ser útil. Por mi parte, ya he reservado mi palanqueta en la ferretería del barrio. Que más vale prevenir que curar, y el Solanum aún no tiene cura, ni tratamiento, ni vacuna, más que un buen mamporro en el colodrillo, que diría Mortadelo.

Zombi. Guía de supervivencia. Ed. Berenice. 288 págs. 16 €. Comprar libro.

Más vale tarde que nunca significa estar preparado cuando llega la ocasión, no renunciar a la supervivencia porque el libro que ha de salvarnos la vida está a punto de cumplir un año. Muchas veces nos vemos empujados a renunciar a algo, que de algún modo recóndito reconocemos como necesario, por considerar que ya llegamos tarde, que se nos ha pasado el arroz –ser un futbolista de éxito, seducir a jovencitas, llegar a escribir la gran novela de la Guerra civil–. Es una forma de autocompasión como cualquier otra. En estas ocasiones –pero sólo en estas– es preciso aceptar la bonhomía de un Paulo Coelho, recuperar la confianza en el destino y empezar a prepararse para resistir. Porque es posible que esos extraños sucesos de los que apenas se habla, esos crímenes, sean el preludio del apocalipsis.