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Cuéntame un cuento, por M. L. De la Llave
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Cuéntame un cuento, por M. L. De la Llave

Los cuentos nos dijeron que el soldadito de plomo se movía para abrasarse en el fuego y fundirse con su bailarina. Los años nos enseñan que la realidad es otra que la imaginaria

Foto: Imagen: Rocío Márquez.
Imagen: Rocío Márquez.
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Estimado Director,

Los que peinamos canas, crecimos en la cultura del cuento. Desde niños, nos entretenían con narraciones –especialmente a la hora de irnos a dormir– de lo más variado. Comenzaban situando la historia en un lugar imaginario (país de nunca jamás, bosque encantado…). Después, nos hablaban de extraordinarios protagonistas: objetos, plantas o animales parlantes, casitas de dulce o papel y castillos de ensueño, enanos y gigantes, hadas y brujas, príncipes encantadores y encantados…

Los buenos aparecían como tales desde el principio y solían pecar de ingenuos. Los malos se disfrazaban aparentando cualidades de las que carecían. Pese a peripecias y asechanzas, los cuentos tenían un final gozoso: "Fueron felices y comieron perdices". Con ese consolador epílogo (especialmente para niños de la post-guerra incivil que no siempre podíamos comer un trozo de pan blanco…¡ya no digamos perdices!) rendíamos al sueño.

Aquellas narraciones nos dijeron que el soldadito de plomo no se movía para disparar sino para abrasarse en el fuego y fundirse con su adorada bailarina de papel. Los años, sin embargo, nos han enseñado que la realidad es otra que la imaginaria.

Las cenicientas no se convierten en princesas, sino en empleadas con contratos temporales y salarios basura. Las casitas no son de chocolate, sino de delgados tabiques y duras hipotecas. Al 'ábrete, Sésamo' no aparecen riquezas, sino más de cuarenta ladrones que intentan apoderarse de lo que sudorosamente ganamos. Los soldados –no precisamente de plomo– mueren y matan en guerras absurdas. Los gastos básicos crecen a velocidad de la luz y los ingresos no llegan a la del sonido. No hay lámparas ni varitas mágicas; y si dejas un rastro de migas de pan, el Fisco lo seguirá para reclamarte por conducir a beneficios ocultos.

Caperucita, extrañada de los grandes brazos y dientes del lobo travestido en abuelita y engañada con el pretexto de abrazarla mejor, era devorada; y el cazador la rescataba sana y salva del vientre lobuno. Cuento.

En nuestra realidad cotidiana, el lobo se enmascara tras diversas sopas de letras de partidos, coaliciones y demás coyundas políticas capaces de detentar un poder tan heterogéneo como omnímodo. Ante nuestra extrañeza, obtenemos manidas respuestas que invocan la libertad de opinión (propia, no ajena) e invocaciones a la voluntad popular (fuera o dentro del tiesto).

Sus declaraciones intentan convencernos de que no hay lobo ni amenaza de ser engullidos. Porque ellos saben cuál es el interés general, aunque difícilmente llegue a sargento de cuchara. Debemos permanecer tranquilos, felices y comedores de perdices (incluso los veganos). Estos narradores opinan en medios, hacen gala de más talante que talento, publican en Twitter y hasta en el BOE. A estos Pinochos no les crece la nariz, pero tienen de madera el corazón.

Puesto a evocar recuerdos infantiles, me viene a la memoria aquella canción: 'Por el mar corren las liebres, por el monte las sardinas, trailará'. Cuentos, canciones o realidades, ¿con qué quedarnos?

Manuel Luis de la Llave Costell

Estimado Director,

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