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La flota del tesoro perdida de Rodrigo de Torres: el día más largo
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La flota del tesoro perdida de Rodrigo de Torres: el día más largo

Fue algo inmediato. Los marinos más avezados se dieron cuenta de que el mar y sus aguas traicioneras no se habían presentado con buenos modales

Foto: Flota de barcos en La Habana (Fuente: iStock)
Flota de barcos en La Habana (Fuente: iStock)

Que la vida no tenga sentido no implica que no merezca la pena vivir.

Cartas a un amigo alemán (1944), Albert Camus.

De forma sorprendente y repentina, el día oscureció como si de un enorme manto de gris tragedia lo fuera a cubrir todo; fue algo inmediato, los marinos más avezados se dieron cuenta de que el mar y sus aguas traicioneras no se habían presentado con buenos modales. De olas fáciles de aproar a gigantescas moles de agua de más de 10 metros de altura o 20 si medimos el seno. La oscuridad se hizo. Con rapidez inusitada se cernía desde el este, de manera implacable, con ganas de dar una de sus mortales estocadas. El margen de maniobra era prácticamente inexistente y las esperanzas de supervivencia nulas. Una súbita y radical caída barométrica anunciaba su tañido de muerte. La única salida era la de afrontar la lotería del destino y las iras de la naturaleza cambiante del océano para morir con dignidad; no había escapatoria ¿O sí?

Foto: Jules Cambon, embajador de Francia en Estados Unidos, firmando el Tratado de París. (Fuente: Wikimedia)
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El 13 de julio del año 1733 era un viernes. Una enorme flota partía de La Habana cargada de especias, loza china, semillas exóticas, plata en lingotes, oro en monedas, esmeraldas, etc., al mando de la misma estaba el general Rodrigo de Torres y su destino era la península. Cuatro galeones de escolta, 16 versátiles urcas de enorme panza y ancha manga, más dos pequeñas embarcaciones similares a las balandras con carga segregada para los presidios de San Agustín en la Florida, componían aquella flota que asistía anualmente las depauperadas arcas del Imperio tras tanta guerra.

El piloto del galeón en el que iba Rodrigo de Torres, José Machuca, era un excelente marino. Fue siempre el hombre de confianza del general en lo tocante al agua oceánica y su palabra era ley; venía del gremio de pescadores de gaditanos y le podía hablar al mar en cualquier idioma. A la distancia de 50 millas de la costa cubana ya se había pronunciado sobre el mal fario que le daba la ilusión óptica de un efecto premonitorio de “Fata Morgana”, fenómeno que, en el Caribe en particular, con bastante frecuencia, precede a un desastre. El viejo piloto había aconsejado vehementemente al general que volvieran a puerto. El marino al mando de la rueda solo hacía que manifestar una sospecha gritada. Experiencia o intuición, alarmaban al enjuto lobo de mar.

"El potente viento del este los empujaba sin remisión hacia los bajíos que, de a poco, iban engullendo a aquellos desafortunados"

Preocupado por la angustia de su piloto, y ante los signos inequívocos de la formación de un huracán, Rodrigo de Torres se hizo eco de la premonición del piloto ordenando su vuelta a La Habana, más ya era tarde. Olas cruzadas poblaban un inmenso bosque de mar arbolada con vientos que arreciaban a cada minuto; la sorprendente evolución de aquella brutal expresión de la naturaleza acabaría llevando a la flota hacia los cayos próximos a Florida. El día 15 de julio, con el océano en pleno rugido y vientos probables de fuerza ocho en la escala Beaufort, el agua cruzaba las cubiertas de aquellas naves condenadas, mientras las velas se rasgaban en jirones. El potente viento del este los empujaba sin remisión hacia los bajíos que, de a poco, iban engullendo a aquellos desafortunados en el oscuro sudario de la noche y de una naturaleza que no entendía de compasión.

El sistema de flotas que forjó España en aquellos siglos del XVI y XVII, garantizaron que solo cayera en manos de la piratería menos de un 5% de los activos que transportaban desde el continente americano. No solo era la plata o el oro o las piedras preciosas lo que codiciaban los ingleses y holandeses, no; la enorme galería de productos provenientes asimismo de las Filipinas y de Catay, Cipango e islas Molucas (sobre todo durante el periodo de fusión con nuestros hermanos portugueses)y el descubrimiento del Tornaviaje creado por Urdaneta; sumaban especias exóticas, loza china, tabaco, tintes, cítricos vainilla e índigo. Pero el daño supremo a las flotas eran los huracanes imprevistos.

Foto: Vista de los prados verdes y Landa Etxea de Aia (Fuente: iStock)
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Si bien los ataques de corsarios y piratas dan la impresión en el imaginario popular de ser los causantes de estragos sin cuento; en puridad solo causaron el 0,8% de los naufragios. En el caso de los hundidos en combate, no llegan siquiera al 1,5% . Hollywood ha encontrado un filón en esta temática, pero nunca han admitido que sus saqueos eran de andar por casa, lo que no significa que este tema les haya dado pingues beneficios, pues reeducar al público en la falsa creencia de la vulnerabilidad de las flotas españolas ha dado jugosos beneficios a los empresarios del séptimo arte. Por otro lado, se estima que puede haber en el conjunto del Caribe y golfo de Cádiz cerca de dos mil pecios bajo el manto del océano, lo que apunta a que el volumen de comercio era extraordinariamente elevado.

Se calcula asimismo que, según el instituto norteamericano Florida Underwater Archeological Preserves (Reservas Arqueológicas Subacuáticas de Florida) que de la flota de Torres se salvaron solamente cuatro embarcaciones que consiguieron arribar nuevamente a La Habana; una quinta, tras recoger a más de un centenar de náufragos en medio de aquella pavorosa tormenta, retornaría a España. Parte del tesoro sería recuperado posteriormente por los buzos de la marina española apoyados por pescadores locales en régimen de apnea. Aún hoy en día, en esa área de los cayos, docenas de pecios configuran una pléyade fúnebre de cápsulas del tiempo que nos recuerda que hacer las américas no era un juego de niños.

Que la vida no tenga sentido no implica que no merezca la pena vivir.

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