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El autogiro, la gloria volátil de un invento genial
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El autogiro, la gloria volátil de un invento genial

De La Cierva era un aviador precoz. Con pantalones cortos todavía, echaba a volar al mar de Cartagena modelos que planeaban con sus contrapesos hasta distancias de 240 metros

Foto: Autogiro Pitcairn PCA-2, construido en los Estados Unidos bajo licencia de Juan de la Cierva (Wikimedia)
Autogiro Pitcairn PCA-2, construido en los Estados Unidos bajo licencia de Juan de la Cierva (Wikimedia)

"Resistir es no consentir la mentira".

(Albert Camus).

Como noticia de primera plana, en la época de la transición entre el cine mudo y el sonoro, en la revista norteamericana Mecánica Popular se daba cuenta de un ingenioso invento que asombraba a propios y extraños. El autogiro, estaba en boca de todos los especialistas en aeronáutica y su inventor, Juan de la Cierva, en la cumbre de la fama. Si una aeronave podía aterrizar en una pista corta y casi en vertical, era esa; el ahorro de costes era evidente (pistas más cortas) y se hablaba de una revolución cualitativa en la aviación.

En ocasiones, la sencillez de los descubrimientos por parte de sus inventores sorprende a los mortales. Objetivamente, era una mejora simple pero audaz. Un rotor de cuatro palas y giro libre sin impulso motor, coronaba la parte superior del fuselaje delante de la cabina del piloto. Una sustentación complementaria acudía en apoyo de las alas y dotaba al avión de una estabilidad adicional y por consiguiente disminuía sensiblemente el consumo. Todo era maravilloso.

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Hay que hacer hincapié en que el autogiro, que puede ser confundido con la idea del helicóptero, se diferencia sustancialmente en dos aspectos. Uno, que el primero basa su movimiento en el concepto de autorrotación impelido por fuerzas aerodinámicas. En el caso del segundo, la propulsión del aparato, se soporta exclusivamente en el motor, que es el alma de esta máquina. Costes los justos.

En el caso del autogiro, el viento le confería una mayor solvencia al fundir las opciones del helicóptero y del avión. El rotor, en caso de que el motor tuviera falta de alimentación o fallo mecánico, continuaba girando y la máquina aterrizaba correctamente en vez de darse un batacazo. Los autogiros para aterrizar, desconectaban – en aquel tiempo -, la llave de alimentación y punto.

De La Cierva era un aviador precoz. Con pantalones cortos todavía, echaba a volar al mar de Cartagena modelos que planeaban con sus contrapesos hasta distancias de 240 metros. En esa zona se estima que hay un cementerio de maquetas que el naciente aviador había amerizado por el área aledaña. Ya en 1912 había diseñado un modelo que llego a volar pilotado cerca de 120 metros; toda una hazaña. Tras una docena de fracasos muy instructivos, un buen día dio con la tecla. Habida cuenta que había descubierto que el viento tenía sus secretos; dio vida a un modelo que arrojó desde el balcón de su casa descubriendo que el impulso favorable aportado por este fenómeno desde la cola, le daba un plus de alcance. No era el descubrimiento de América, pero sí un paso gigantesco.

placeholder Juan de la Cierva (a la derecha de la imagen) en Lasarte
Juan de la Cierva (a la derecha de la imagen) en Lasarte

En el año 1923, desde el aeródromo de Getafe, un incipiente modelo de pruebas recorrió cerca de 200 metros. Una multitud enardecida aplaudía como si no hubiera un mañana.

La tierra dejó de ser plana cuando De la Cierva recibió una jugosa aportación del gobierno, y tras una clamorosa exhibición en un aeródromo cercano a Londres en el año 1926 fundó su propia empresa con la aportación de capital compartido del empresario escocés James Weir y la del fabricante Avro, especialista en el diseño de fuselajes. Las ventas de licencias y patentes fueron engordando el negocio hasta convertir la apuesta en una empresa brillante. Desde Canadá a Alemania, desde R.U. hasta Francia; los clientes se iban sumando al sueño del español.

Pero el delirio llego cuando a mediados del mes de septiembre del año 1928 cruzó el Canal de la Mancha en un modelo biplaza junto con un periodista de Le Fígaro llamado Bouché siendo aclamado en olor de multitudes en el aeródromo de Le Bourget.

Si añadimos el efecto multitudinario y la repercusión en la prensa mundial de aquel logro, en aras de la simplicidad de manejo del modelo de autogiro diseñado para el evento por De la Cierva; y sumamos el éxito comercial añadido, podríamos decir que el español estaba en un momento dulce. También, es cierto que el inventor murciano se había venido arriba sugiriendo que era el “coche” del futuro y que este, podía aterrizar en el tejado de cualquier casa, algo no lejos de ser cierto pero una reflexión ligeramente efervescente.

"Paradójicamente, el ingeniero soñador murió dos veces. Una, por la decepción de la realidad que operaba contra su invento; otra por iniciar un viaje en un modelo comercial de la compañía KLM"

Pero todo lo que sube baja y algunos factores operaban en contra del genio. La lentitud de la máquina en relación con las exigencias mínimas de primeros modelos de aviación comercial, estaban por debajo de lo requerido para ser proyecto viable, a pesar de que la seguridad se decantaba claramente por el invento del español.

En el horizonte ya estaba apuntando maneras el Juncker germano Ju52 tocando la puerta del éxito arrollador que supuso su producción en serie. Pero no era el único rival del autogiro. El reconocimiento que supuso la aplicación de los principios del Taketombo chino y los ingenios de Da Vinci; abrieron en los años siguientes un inquietante reto de mucho calado; el helicóptero. Bell, Sikorsky y el francés Breguet Dorand proponían una máquina más atrevida y funcional.

Todos los modelos posteriores de los helicópteros mencionados asumían los postulados de diseño del autogiro, incorporando novedades que lo hacían más atractivo. Ventajas como el vuelo estático, basado en la aerodinámica inicial del ingenio de De la Cierva y de modelos de motores más avanzados, descartaron la idea del autogiro como sujeto de investigación.

De la Cierva siguió en el empeño, pero las alternativas del mercado eran muy poderosas. Paradójicamente, el ingeniero soñador murió dos veces. Una, por la decepción de la realidad que operaba contra su invento; otra por iniciar un viaje en un modelo comercial usado por la compañía holandesa KLM. Era un crudo y feo invierno inglés. A principios del mes de diciembre del año 1936, a poco de elevarse el transporte comercial en el que iba a Ámsterdam, uno de los verdaderos grandes de España se disolvía entre el humo fatuo de una muerte prematura.

Si este accidente se hubiera producido pilotando un autogiro, pasaje y pilotos habrían aterrizado suavemente en un prado. Paradojas.

"Resistir es no consentir la mentira".

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