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¿Los animales sienten y utilizan la vergüenza? Un debate abierto en la ciencia
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No es tan sencillo

¿Los animales sienten y utilizan la vergüenza? Un debate abierto en la ciencia

Hay una tendencia que desde hace años se mantiene siempre viralizada. La denominan "dog shaming", y no es otra cosa que esas imágenes de perros y gatos, especialmente, junto a carteles donde "confiesan" un "lo hice yo"

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En el basto universo de los animales en Internet, hay una tendencia que desde hace años se mantiene siempre viralizada. La denominan "dog shaming", y no es otra cosa que esas imágenes de perros y gatos, especialmente, junto a carteles escritos a mano que "confiesan": "Lo hice yo". Junto a estos y sus caras de circunstancias, un plato de comida en el suelo, una prensa de ropa destrozada, el cojín del sofá por los aires o un pipí donde no debería.

Con este contenido se genera, entre otras cosas, otra tendencia, pero en este caso de interpretación: la humanización de animales adjudicándolos en categorías donde transcurrimos las personas. Esto lleva a confusiones constantes en torno a la propia ciencia que estudia el comportamiento no humano. Una de las más repetidas parece ser, precisamente, la de la vergüenza. Más allá de unos carteles, mirándoles a la cara, ¿pueden de verdad los perros experimentar este sentimiento?

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Preguntas sobre el funcionamiento interno de la mente de otros animales han existido siempre, como explicó el investigador Stephen T. Newmyer en un artículo de 2012 en el Journal of Animal Ethics, señalando que esto ya llevaba a los antiguos filósofos griegos y romanos a estar obsesionados con encontrar cualidades que poseía "el ser humano entre los animales", un modo, al fin y al cabo, escueto de observarles.

Hay controversia

Sobre observar insiste Jack Bekoff, profesor emérito de ecología y biología evolutiva en la Universidad de Colorado, en Estados Unidos. "Teniendo en cuenta las situaciones en las que diríamos que un humano siente vergüenza, no hay razón para pensar que un no humano no pueda sentir también esa emoción", dice en una entrevista para Salon.

Autor de los libros The Emotional Lives of Animals y Dogs Demystified, Bekoff ha escrito extensamente sobre los estados internos de los animales. Para este biólogo evolutivo, "resulta difícil imaginar que los animales sociales no tengan la capacidad de sentir vergüenza".

Como él, otros científicos consideran esa vía de estudio al reconocer la culpa como una herramienta para reforzar las relaciones sociales y minimizar los efectos de las transgresiones contra los interlocutores sociales. Uno de ellos fue el mismísimo Charles Darwin, que ya observó que algunos comportamientos que asociamos humanamente con esta también se dan en otras especies sociales de primates no humanos: mantener la cabeza gacha, desviar la mirada...

¿No sienten vergüenza?

Los mismos patrones se han observado más tarde tanto en lobos como en perros domesticados, pero al hilo de ello hay quien apunta que no es tanto una reacción en este sentido, sino fruto del proceso aprendizaje al que los perros han sido sometidos hasta alcanzar la relación que hoy tienen con nosotros. "El perro ha aprendido que cuando la evidencia de su mal comportamiento es visible y aparece su dueño, le pueden suceder cosas negativas, como regaños o castigos", sugería en 2014 Stanley Coren, profesor emérito del Departamento de Psicología de la Universidad de Columbia Británica y también escritor sobre animales, en un artículo para Psychology Today.

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Unos años más tarde, en 2018, en The Atlantic apareció un artículo titulado "Tu perro no siente vergüenza". Su autor, William Brennan, señalaba en él que "la mirada culpable es probablemente una respuesta sumisa que ha demostrado ser ventajosa porque reduce el conflicto entre perro y humano".

Un grupo de investigadores de cognición canina de la Universidad Eotvos Lorand de Budapest, en Hungría, habían llevado a cabo en 2012 una investigación al respecto. Dirigido por Julie Hecht, los resultados se encuentran publicados en la revista Applied Animal Behavior Science.

La puerta sigue abierta

El equipo de Hecht partió de la hipótesis de que al regañar a un perro, una mirada culpable podría simplemente servir para reducir la duración de esa interacción social negativa. Así, los investigadores diseñaron un experimento para responder dos preguntas. Una: ¿Los perros que se habían portado mal en ausencia de sus dueños se comportarían de manera diferente al saludar a sus dueños que los perros que no se habían portado mal? Otra: ¿Podrían los propietarios determinar, al entrar en una habitación y basándose únicamente en el comportamiento de saludo del perro, el efecto?

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Para llevarlo a cabo, los investigadores determinaron el comportamiento de saludo básico de cada uno de los sesenta y cuatro perros que participaron, cuando se reunían con su dueño después de una breve separación. Más tarde, establecieron una regla sobre los canes por la que la comida colocada en una mesa era para humanos, no para perros. Entonces, los perros se quedaron solos en la habitación con la comida. La conclusión de este estudio fue que "la obediencia o desobediencia de los perros no tenía nada que ver con si mostraban 'mirada de culpabilidad'".

Sin embargo, Bekoff y otros prefieren ser menos tajantes ante una duda que sigue siendo compleja. Lo que sí sabemos es que las estructuras cerebrales de un perro son similares a las de un humano. "Creo que lo que sucede en sus casos es que probablemente la vergüenza desde la culpa sí esté presente en ellos de alguna manera, pero puede que no se produzca tanto desde la conciencia propia sino como algo colectivo". La puerta, por tanto, sigue abierta.

En el basto universo de los animales en Internet, hay una tendencia que desde hace años se mantiene siempre viralizada. La denominan "dog shaming", y no es otra cosa que esas imágenes de perros y gatos, especialmente, junto a carteles escritos a mano que "confiesan": "Lo hice yo". Junto a estos y sus caras de circunstancias, un plato de comida en el suelo, una prensa de ropa destrozada, el cojín del sofá por los aires o un pipí donde no debería.

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