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Lubna de Córdoba, la esclava más culta
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La amnesia de la historia

Lubna de Córdoba, la esclava más culta

Esta enorme mujer, según atestiguan las crónicas, tuvo una vida plagada de experiencias. Se sabe por testimonios de la época que viajó a Palestina, Bagdad, Damasco, El Cairo y Amman

Foto: La mezquita de Córdoba en un grabado del siglo XIX. (Getty/Print Collector)
La mezquita de Córdoba en un grabado del siglo XIX. (Getty/Print Collector)

"No te abandones, quédate con una pequeña chispa, y no se la des jamás a nadie. Mientras la tengas, podrás volver a encender el fuego".

Charles Bukowski.

Es extraño, pero de Lubna de Córdoba no existen datos fehacientes ni de natalicio o defunción. Sus orígenes giran en torno a una nebulosa, quizás, porque nunca nadie pudo prever la deriva de su vida hacia el éxito, ya que nació esclava, esto es, un número a la izquierda en la contabilidad social de la época. El apelativo Lubna no tiene en sentido estricto una trazabilidad genealógica, pues, al ser cautiva, su pasado queda borrado automáticamente. Sin embargo, y siguiendo las tradiciones árabes del momento, es muy probable que apelase al nombre de algún bálsamo o incienso dada la cultivada afición a la higiene y aromas por las que sentían inclinación esta cultura oriental.

Lo que determinó su ascenso imparable en la inaccesible – para una mujer - sociedad de su tiempo, fue su afán por saber; era una enciclopedia con una espectacular memoria fotográfica, probablemente, la más grande intelectual en la frontera final del siglo X. Venerada no solo por su talento sino además por sus dotes de ecuanimidad en la entonces enorme capital del califato, que según cronistas parece que llegó a superar el millón de habitantes. Tomó asiento, por derecho propio, como secretaria de Alhakén II, a la sazón Califa de la enorme ciudad horizontal que fue Córdoba e hijo del formidable Abderraman III.

placeholder Lubna de Córdoba. (Wikipedia/José Luis Muñoz)
Lubna de Córdoba. (Wikipedia/José Luis Muñoz)

Esta hermosa criatura, menuda, de azabache ensortijado, mirada profunda, que convertía a los hombres en cuerpos flamigeros, de una belleza espectacular, resulta que creció entre los muros del espectacular palacio de Abderramán III, en Medina Azahara. El califa Alhakem (al Hakam), del linaje de los Omeya, dinastía catapultada al exilio, daba un excepcional y protagónico papel a más de un centenar de mujeres educadas como escribas, en aquel impactante escenario de reminiscencias orientales. En al-Hakam , no había interés hedónico o libidinoso, era un místico con pocas necesidades animales. Se cree que tenía una vida espiritual próxima al zoroastrismo, operaba en su yo más profundo con una enorme amplitud de miras, como una especie de gran angular en el que la piedad, una variante lejana de aquel convulso islam primero, tenía arraigo no solamente doctrinal, sino de hecho. Este misticismo o monaquismo de Alhakem (al - Hakam), era el pilar sobre el que pivotaba su conducta y la política del califato, con su padre ocurría lo mismo, apostaron por la paz y el crecimiento de sus súbditos.

Pero hay más, mucho más

Conservadora de la Gran Biblioteca de Córdoba, un templo de la cultura hoy perdido por guerras y saqueos, albergaba cerca de medio millón de pliegos, copias y libros manuscritos, donde las escribas se encargaban de traducirlos, o reescribirlos si había deterioro y finalmente si era necesario, hacían acotaciones y sugerencias con notas comentadas a pie de página.

Cuando cumplió los veinte años, un adorable anciano llamado Abü l-Qasim, que la había adoptado como una hija, le regaló varios libros de astronomía y un astrolabio, puesta en faena, un buen día sorprendió a un estupefacto califa con el preaviso de un eclipse. Los tenía a todos en el bote. Lubna de Córdoba, lo que podríamos llamar con rigor una polímata ecléctica que igual leía en latín que en árabe, no solo tenía funciones designadas por el califa, sino que asimismo era matemática con una dedicación muy enfocada a la enseñanza infantil y a la de los desfavorecidos, para ello, la máxima autoridad le había dado una dotación económica para activar la alfabetización a través de una ingeniosa escuela ambulante con caballerías que recorría los barrios pobres de la enorme ciudad. Se calcula que en un lapso de veinte años enseñó a leer, escribir y las cuatro operaciones básicas, a tres millares de niños. Un hito.

Pero esta enorme mujer, según atestiguan las crónicas, tuvo una vida plagada de experiencias. Se sabe por testimonios de la época que viajó a Palestina, Bagdad, Damasco, El Cairo y Amman, con objeto de añadir libros a su amada biblioteca, y no solo trajo una enorme reata de camellos (se calcula que cerca de un centenar cargados de increíbles textos), sino que por añadidura copió de aquellos de los cuales tenía referencias, mientras que otros eran absolutamente desconocidos y reveladores.

Pero las cosas que ella hizo por compilar estos conocimientos ya nos hablan de sus inquietudes y personalidad. Le regalaron las autoridades locales por cada una de las bibliotecas que pasaba, libros de mística, astronomía, matemáticas (disciplina que incorporaba temas de física en aquel momento),compendios de herbáceas medicinales , de especias para condimentar y, tablas de mareas de los portulanos del trayecto que debia de seguir, etc. Su retorno a Córdoba fue en loor de multitudes, una manifestación popular desbocada, obligando a intervenir dentro de la ciudad, a las tropas acantonadas para disolver a la multitud congregada de aquellas gentes que no se resistían a la empatía de aquella respetada mujer.

Es evidente que la narrativa “cristiana” y el menoscabo de lo islámico, conviven en el inconsciente colectivo patrio y van de la mano. Pero no debemos de olvidar que ocho siglos de influencia de una cultura, cuyas aportaciones en diferentes disciplinas siguen presentes en nuestro acervo, son más que suficientes para reflexionar sobre nuestra identidad. La memoria no se puede enterrar, pues siempre aflora dada su tendencia a la ingravidez.

En la partitura del tiempo descansa el recuerdo de una mujer única ¿o de muchas? Los designios de la censura son inescrutables.

"No te abandones, quédate con una pequeña chispa, y no se la des jamás a nadie. Mientras la tengas, podrás volver a encender el fuego".

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