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De Arquímedes al LSD: las serendipias más grandes de la historia
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De Arquímedes al LSD: las serendipias más grandes de la historia

El neologismo fue acuñado por Horace Walpole en 1754, a partir de un cuento en el que los protagonistas solucionaban problemas a través de increíbles casualidades

Foto: Arquímedes (Fuente: iStock)
Arquímedes (Fuente: iStock)

En la curiosa historia del ser humano siempre se produce una máxima: se suele encontrar algo importante cuando en realidad se estaba buscando otra cosa. Por lo menos, en arqueología, esto permanece constante. Las catacumbas romanas de Alejandría se descubrieron buscando un asno que había caído por una sima, la gran ruta de Chauvet en Francia la descubrieron unos chicos que buscaban a su perro y Göbekli Tepe fue hallado por un pastor kurdo que iba detrás de sus ovejas.

Foto: Foto: iStock.

Podemos pensar que todo a nuestro alrededor no es más que un plan cósmico preconcebido, o quizá preferimos creer en el libre albedrío. En el fondo da un poco igual: las serendipias han estado ahí desde siempre, sucediendo con frecuencia suficiente como para tener su propio nombre. Esto es, esos descubrimientos buenos o valiosos que se producen cuando se estaba buscando otra cosa. El neologismo fue acuñado por Horace Walpole en 1754, a partir de un cuento tradicional persa (Los tres príncipes de Serendip) en el que los protagonistas, príncipes de la isla Serendip (nombre persa antiguo para Ceilán, es decir, la actual Sri Lanka) solucionaban problemas a través de increíbles casualidades.

El neologismo fue acuñado por Horace Walpole en 1754, a partir del cuento tradicional persa 'Los tres príncipes de Serendip'

En la actualidad el concepto se ha vuelto a poner de moda, en parte gracias a la película de 2001. Aunque en general las serendipias están más relacionadas con el campo de la investigación y la tecnología (descubrir algo de chiripa, lo que no quita la profunda investigación que puede haber detrás de tal descubrimiento), también se han dado casualidades asombrosas en el campo de la literatura, en algunos casos tan curiosas que parecen cercanas a la magia. Aquí te dejamos algunas de ellas.

Arquímedes y una bañera

La serendipia más famosa de la historia se produjo en una bañera, según la leyenda. Arquímedes descubrió que todo cuerpo sumergido en un fluido experimenta un empuje vertical y hacia arriba igual al peso de fluido desalojado mientras se bañaba (y corrió desnudo por las calles gritando 'Eureka').

La penicilina

En 1922, Alexander Fleming se encontraba analizando un cultivo de bacterias cuando una de las placas se contaminó con un hongo. Fue así como, después, descubrió que alrededor de ese hongo no crecían las bacterias, y concluyó que había algo que las mataba. Una casualidad que dio lugar al descubrimiento de la penicilina.

Los rayos X

En este caso se los debemos al físico Wilhelm Conrad Roenrgen, quien en 1895 se encontraba realizando experimentos con electrones en tuvos de vacío y un generador eléctrico. Observó entonces un haz de luz que era capaz de atravesar la materia: había descubierto, pues, los rayos X.

La Coca-Cola (y el LSD)

Este descubrimiento se dio en una farmacéutica. En 1886, el farmacéutico John S. Pemberton, que en ese momento trabajaba en la farmacéutica Jacobs en Atlanta, estaba investigando para dar con un jarabe que mejorase los problemas de digestión, cuando al mezclarlo con agua carbonatada se percató de que el sabor era fantástico. No tardó mucho en ser comercializada, aunque la fórmula sigue siendo secreta. Algunas publicaciones han señalado que contiene cristales de azúcar, caramelo, cafeína, ácido fosfórico, agua carbonatada, extracto de nuez de cola, extracto de frutas, mezclas, vainilla y glicerol, pero quién sabe.

Albert Hoffman, tras descubrir el LSD por casualidad: "Empecé a percibir un flujo ininterrumpido de imágenes fantásticas, y un juego caleidoscópico de colores"

Lo de probar cosas y descubrir que no están nada mal parece más frecuente de lo que podría imaginarse, Albert Hoffman, farmacéutico en Sandoz, descubrió el LSD probándolo (accidentalmente) y teniendo su primer viaje, que relataría por escrito: "En un estado somnoliento, con los ojos cerrados (la luz del día me parecía particularmente deslumbrante), empecé a percibir un flujo ininterrumpido de imágenes fantásticas, y un juego caleidoscópico de colores y formas extraordinarias". Poco después lo volvería a probar, intrigado, y salió a dar el, quizá, mejor paseo en bici de su vida.

El caucho vulcanizado

En 1893, Charles Goodyear descubrió por accidente el caucho vulcanizado que sirve para los neumáticos de los coches al caérsele un recipiente de azufre y caucho encima de una estufa.

Foto: Carlos Fermín Fitzcarrald. (Wikimedia commons)

La viagra

Una historia parecida a la de la penicilina: en 1985, Pfizer trabajaba en un fármaco que pudiera tratar la hipertensión y la angina de pecho. Aunque al comenzar los ensayos clínicos vieron que el sildenafilo (es decir, la viagra) no cumplía, sí observaron que si se aumentaba la dosis se producían unos curiosos efectos secundarios entre los que estaba el que todos conocemos.

La configuración del átomo

Sin duda, la serendipia más bella de todas, pues apareció en un sueño. Cuando Niels Bohr llevaba un tiempo trabajando en la configuración del átomo soñó con un posible modelo del mismo. Al despertar se le ocurrió dibujarlo en un papel, sin darle excesiva importancia. Al poco tiempo volvió al papel y se dio cuenta de que durmiendo había hallado la verdadera estructura del átomo.

Algunas serendipias literarias

Como decíamos antes, casualidades literarias también existen. Generalmente suelen ser historias que se escriben tiempo antes de que sucedan hechos particularmente llamativos que coinciden de manera pavorosamente extraña con ellas. Entonces todo el mundo recuerda aquel libro que se escribió hace 20 años y que parecía relatar la catástrofe sucedida hace tres semanas. Todo muy rollo Nostradamus, aquí van algunas de las más famosas:

El Titanic. El libro Futility, or the wreck of the titan de Morgan Robertson narra el naufragio de un barco llamado Titan, aunque se escribió en 1898, es decir, 14 años antes del naufragio del Titanic. Las casualidades son muchas y muy variadas, en el libro el Titan también choca contra un iceberg, las dimensiones entre ambos son increíblemente similares y el apellido del capitán en la historia real y la ficticia era Smith.

Morgan Robertson acertó con el Titanic y el bombardeo de Pearl Harbor

Los satélites de Marte. Jonathan Swift describió en Los viajes de Gulliver (1762) dos supuestos satélites naturales de Marte. Voltaire también lo hizo, en Micromegas, considerado uno de los primeros relatos de ciencia ficción de la historia. El descubrimiento de los, efectivamente, dos satélites marcianos (Fobos y Deimos) se produjo después de las historias: en 1877.

Una guerra entre Japón y Estados Unidos. Lo de Morgan Robertson, de cualquier manera, no era de este mundo. De nuevo acertó en su libro Más allá del espectro, donde narra la guerra hipotética entre Japón y Estados Unidos, y encima menciona un ataque con máquinas voladoras en Pearl Harbor. ¿El problema? Lo escribió en 1914, un año antes de morir de sobredosis.

Edgar Allan Poe, claro. Y la serendipia más terrorífica de todas se la debemos, como no podía ser de otro modo, a Edgar Allan Poe. El escritor norteamericano escribió en 1838 La narración de Arthur Gordon Pym, donde contaba la historia de cuatro personas que acababan en una barca sin alimentos después de naufragar y tenían que echar a suertes quién era asesinado para servir de alimento a los demás. El elegido es un grumete llamado Richard Parker. 46 años después, el navío Mignonette naufragó con cuatro tripulantes a bordo y quedaron cerca de 20 días a la deriva sin agua o alimentos. Cuando fueron rescatados habían tenido que dar muerte a una persona para que sirviera de alimento de las demás. Era un grumete de 17 años, ¿su nombre? Richard Parker.

El covid, por supuesto. El último nos toca de cerca. En los 80, Dean Koontz escribió una novela de terror llamada Los ojos de la oscuridad, en la que un virus mortal desarrollado en un laboratorio chino desata el terror en 2020. ¿Su nombre? Wuhan-400. Demasiadas casualidades para no creer que Koontz es, en realidad, un viajero del tiempo, lo que parece ser bastante más común de lo que esperábamos.

En la curiosa historia del ser humano siempre se produce una máxima: se suele encontrar algo importante cuando en realidad se estaba buscando otra cosa. Por lo menos, en arqueología, esto permanece constante. Las catacumbas romanas de Alejandría se descubrieron buscando un asno que había caído por una sima, la gran ruta de Chauvet en Francia la descubrieron unos chicos que buscaban a su perro y Göbekli Tepe fue hallado por un pastor kurdo que iba detrás de sus ovejas.

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