Lo que el portero automático se llevó: la historia del oficio de sereno
Hubo un tiempo en que una persona se paseaba por las calles de noche intentando conservar el orden, te abría la puerta de tu casa y te decía la hora. Y ese tiempo duró varios siglos
Proyeccionistas de cine, lecheros, mecanógrafas, chica de los cigarrillos... todos ellos en algún momento de la historia tuvieron que despedirse y dejar pasar su oficio a mejor vida, con el avance de los tiempos. En un momento como el actual, en el que escuchamos a menudo aquello de que los robots nos quitarán el empleo en unos años, y en donde muchos negocios han fracasado durante la pandemia, parece fácil de entender.
El ludismo decidió ensañarse con máquinas de hilar o telares que destruían el empleo, pero incluso aquellos actos de furia de poco sirvieron. Los oficios van y vienen, como nosotros mismos, y marcan las profundas necesidades de cada generación, así como explican mucho sobre ella desde un punto de visto sociológico. Una figura bastante interesante y hoy perdida en la vorágine de los años fue la del sereno.
Básicamente, su función consistía en que las calles se mantuviesen tranquilas durante la noche, mientras el resto del mundo dormía. Llevaban un silbato y una garrota
El sereno era aquel que se encargaba de recordarte que tenías que ir a dormir sin una televisión de por medio. Algunos apuntan que su origen está en Valencia, cuando en 1777 los coheteros que se habían quedado sin trabajo (se prohibieron aquel año los talleres pirotécnicos) de Turia conformaron el cuerpo de serenos, aunque otros hablan de registros de un origen anterior, hacia 1715.
Sus rondas duraban de 11 de la noche a cinco de la madrugada. Era normal que llevasen una garrota y un silbato, por si tenían que dar la alarma a sus compañeros. Además, se encargaban de decir la hora y si hacía buen tiempo (todo estaba 'sereno') o no. Básicamente, su función consistía en que las calles se mantuviesen tranquilas durante la noche, mientras el resto del mundo dormía. También se les proporcionaba, además de la garrota y el silbato, un farol, una gorra, un chuzo (palo compuesto por una punta, generalmente de hierro), un capote, unas llaves y una matraca.
Si había un robo o se producía un incendio, ahí estaba el sereno para advertirlo gracias a aquellos objetos que se le habían proporcionado. O a viva voz, pues uno de los requisitos fundamentales para serlo era gozar de una voz fuerte para que se le oyese a uno bien en tales ocasiones, también tener entre 20 y 40 años y estar libre de antecedentes penales. Además, su uniforme era sumamente característico, pues iban vestidos con un gabán azul o un capote gris y un gorro de plato.
Uno de los requisitos fundamentales era gozar de una voz fuerte, también tener entre 20 y 40 años y estar libre de antecedentes penales
Pero como su origen está un poco discutido, algunos como el cronista Pedro Felipe Monlau añaden información diferente sobre este oficio, relacionándolo con los faroles. Porque el sereno no solamente debía mantener el orden en las calles, sino regular el alumbrado público. "Antiguamente, el alumbrado de las calles y plazas estaba a cargo de los vecinos, quienes cuidaban de encender, limpiar y conservar los faroles", explica el cronista en el capítulo de 'Alumbrados y serenos' de 'Madrid en la mano' de 1850. "(...) en 1765 se estableció una dirección oficial de este ramo de policía, disponiéndose la iluminación de las calles y plazas durante los seis meses de invierno, o sea desde octubre a abril. En 1774 se acordó que la iluminación continuase en los demás meses de verano. En 1798 se crearon los serenos, reuniendo este ramo con el de alumbrado".
Por el pito del sereno (literal)
Un poco después, la misión de sereno y farolero se unificó. Al fin y al cabo, no eran tan diferentes: el farolero debía encender los faroles de la población y mantenerla en buen estado, pero estaba previsto de objetos muy similares a los que llevaba el sereno, aprehendía a los malhechores y los llevaba al cuartel o cárcel más cercano, advertía de que comenzaba un fuego y se daban voces unos a otros desde las once de la noche dictando la hora que era y el tiempo que hacía. Era lógico, por tanto, que ambos oficios acabasen unidos.
Además, si alguien perdía las llaves, ahí estaba el sereno para abrirle la puerta de su casa con su manojo. La persona en cuestión debía dar palmadas y gritarle, hasta que él contestaba "va" y acudía en su ayuda. Como es un oficio característico de todo nuestro país (en algunos países de Sudamérica también fue muy popular), tenía singularidades en función del lugar en el que se encontrase.
Si alguien perdía las llaves, ahí estaba el sereno para abrirle la puerta de su casa. La persona en cuestión debía dar palmadas y gritarle, hasta que él contestaba "va" y acudía en su ayuda
Hemos señalado cómo en Madrid fue necesaria la unión de esta figura con la del farolero, y en Badalona no solo se encargaban de dar el tiempo, apresar malhechores o abrir puertas, también debían despertar a los pescadores, que ataban una cuerda en el picaporte de su casa con los nudos correspondientes con la hora que debían abrir los ojos.
Durante el franquismo la figura del sereno continuó existiendo, y en realidad se conservó hasta finales de los años 70, hasta que los porteros automáticos acabaron por terminar con una figura que recibía buenas propinas mientras se encargaba de custodiar las ciudades noctámbulas.
En Badalona también despertaban a los pescadores, que ataban una cuerda en el picaporte de su casa con los nudos correspondientes con la hora que debían abrir los ojos
Conocemos a algunos por sus nombres, como Manolo Amago, último sereno de Madrid, que contó en el pasado en distintos programas como 'De lo más natural' de RTVE cómo heredó la plaza que había 'pertenecido' a su padre en el barrio de Salamanca a finales de los 50. De hecho, fue tan querido en la zona que en la calle Doctor Gómez Ulla hay una placa en su honor desde 2010: "A Manolo Amago, el último sereno de Madrid. En agradecimiento a sus servicios desde 1956".
En general, el oficio desapareció, como tantos otros, a finales del siglo XX. Aun así, quizá llevados por la nostalgia, se ha intentado recuperar la figura en algunas zonas como Murcia, Gijón, Llobregat o el barrio de Chamberí en Madrid, aunque con algunas diferencias: patrullas mixtas, mayores de 45 años, en situación de paro y con formación en temas de mediación, civismo y comunicación. Un pequeño recordatorio de aquellos que paseaban y cuidaban las calles oscuras para que los demás pudieran dormir tranquilos por las noches.
Proyeccionistas de cine, lecheros, mecanógrafas, chica de los cigarrillos... todos ellos en algún momento de la historia tuvieron que despedirse y dejar pasar su oficio a mejor vida, con el avance de los tiempos. En un momento como el actual, en el que escuchamos a menudo aquello de que los robots nos quitarán el empleo en unos años, y en donde muchos negocios han fracasado durante la pandemia, parece fácil de entender.