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Isabel Barreto: la fascinante vida de la primera almirante española
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Isabel Barreto: la fascinante vida de la primera almirante española

Una mujer de vida fascinante y de un carácter tremebundo; claro está que para imponerse a la marinería de naturaleza díscola y levantisca hacía falta un 'pelín' de mano dura

Foto: Isabel Barreto de Castro
Isabel Barreto de Castro

Ya que estamos en mitad del maremoto/ ¿Qué prefieres?/Marcharte sin echar un ojo o sabiendo quien eres…

Pablo del Águila Fernández. (Poeta y rapero).

La primera almirante que tuvo España fue una mujer de vida fascinante y de un carácter tremebundo; claro está que para imponerse a la marinería de naturaleza díscola y levantisca hacía falta un pelín de mano dura.

El siglo XVI fue un tiempo de mares agitados y tripulaciones al límite. Los mandos en ocasiones se las veían con motines de difícil manejo y para someterlos, solo los infantes de marina que iban embarcados o algunos “armarios” de 2x2, se hacían indispensables para domesticar aquellas algaradas en medio de los océanos que portugueses y españoles se habían repartido en el Tratado de Tordesillas.

Esta criatura de enormes contradicciones estéticas, pues era muy hermosa, pero su voz de cazallera tumbaba a cualquier pretendiente con aspiraciones licenciosas, se llamaba Isabel Barreto.

Foto: El capitán Juan Salafranca y Barrios

Se estima que fue la protagonista de la mayor hazaña ejecutada sobre las procelosas aguas del Océano Pacífico e Indico tras recorrer cerca de 20.000 kilómetros, probablemente superando de largo las marcas de nuestros hermanos portugueses. Esta portentosa aristócrata, financiaba a pérdidas sus expediciones, cosa, harto inusual en aquella época en la que el Quinto Real era de obligado cumplimiento, pero ella era una enamorada de la aventura y del mar. Sin ir más lejos, es la descubridora de las Marquesas en la Polinesia

Hay dudas sobre sus orígenes, pero se estima que era gallega de Pontevedra y que en el año del señor de 1585 casó con otro navegante llamado Álvaro de Mendaña. En las mentes de aquel tiempo, presididas por una febril y patológica búsqueda de oro a cualquier precio; se acometían proyectos directamente irracionales y sin fundamento que causaban verdaderas mermas en alocadas expediciones (el caso de El Dorado, las Siete Ciudades de Cíbola, etc.), constituyendo verdaderos e inapelables fracasos.

"Barreto y Mendaña se embarcaron hacia este archipiélago, apostando una gruesa inversión que se supone les haría ricos y famosos"

El caso que aquí nos trae es el de más de lo mismo. Hacía años que Mendaña había descubierto las islas Salomón, territorio mítico, que en la Biblia era llamado Ofir. Ofir en el imaginario colectivo desde antiguo era una tierra llena de tesoros indescriptibles con lagunas de oro líquido en las que la leyenda decía que el rey Salomón había basado y construido el espléndido templo radicado Jerusalén.

Con estos mimbres tan seductores, Barreto y Mendaña se embarcaron hacia este archipiélago, apostando una gruesa inversión que se supone les haría ricos y famosos. En la primavera del año 1595 desde el puerto del Callao en la costa peruana, cuatro naves de alto bordo y sólida construcción afrontaron su rumbo hacia el oeste desde el puerto de la recién fundada ciudad de Lima, para conquistar las islas Salomón y acercarse a lo que con el tiempo se daría en llamar Australia. Cerca de 430 marinos, soldados, artesanos varios animales de granja y dos docenas de adelantadas mujeres sin miedo a la incertidumbre, iban embarcados. Ya en el tercer viaje de Colon, se embarcaron más de un centenar de mujeres para huir de la sordidez de lo cotidiano en un incipiente imperio cuya población más que a la aventura aspiraba a emigrar en pos de unicornios.

Mendaña en su primer viaje había anotado las coordenadas ayudándose de las estrellas principalmente, de unas brújulas precarias y de diseño algo vasto y por supuesto, del recorrido del sol durante el tiempo de luz diurno.

La precariedad se asomaba de a poco, los víveres y el agua escaseaban y el velamen se usaba para filtrar al máximo el agua salada como último recurso. Mediado el verano y tras tres duros meses, finalmente, fueron divisadas las islas Salomón.

¿Pero eran las Islas Salomón?

Mendaña se dio cuenta a las primeras de cambio de que el aspecto de aquellos nativos nada tenía que ver con los que él conoció antaño. Y para más INRI, tampoco había nada sobre aquel cacareado y refulgente oro; las cascadas eran de agua y los ríos de lo mismo. Como mucho, algunos bancos de exóticos pececillos de colores y punto. Un fiasco en definitiva.

Tras aquel chasco, la expedición siguió su rumbo hacia lo desconocido. Las durísimas condiciones en las que la tropa recorría aquellas interminables aguas oceánicas, la deficiente higiene, el escorbuto, un agua insalubre y el agotamiento ante la perspectiva del fracaso, hacían temer por el proyecto. Se comenzó a cuestionar a Mendaña y el motín se perfilaba inquietante.

placeholder Vista aérea de las Islas Salomón (Fuente: iStock)
Vista aérea de las Islas Salomón (Fuente: iStock)

Por si fuera poco, una noche cerrada en medio de aquella nada líquida, la Santa Isabel, una nao de las que componía la flotilla de cuatro naves que zarparon del Callao se evaporó sin dejar rastro en un misterioso lance pues las luminarias de proa y popa estaban muy próximas las unas de las otras. Nunca más se supo.

Cuando asomaba el otoño de 1595, la expedición por fin avistó una nueva isla a la que llamarían Santa Cruz. Esta vez habían dado ciertamente con el sur de las islas Salomón. Se construyeron media docena de cabañas y repoblaron con nativos cogidos a lazo a cambio de agua de fuego y abalorios; la ciudad en cuestión se llamaría Santa Isabel y ellos, se autotitularon los Marqueses del Sur; casi nada.

Las cosas se empezaron a complicar por la frustración acumulada, deserciones, luchas intestinas y abusos contra los aborígenes. Del oro ni rastro y para colmo de males, una malaria inoportuna diezmó a los desembarcados mientras el resto montaba en cólera ante aquel yermo escenario que sí, era un exuberante paraíso, pero que no se ajustaba a las expectativas de los ávidos marinos y tropa que los acompañaban.

"En aquella época almirante era el equivalente a un jefe de expedición (o lo que es lo mismo, la máxima autoridad)"

Poco durarían Álvaro de Mendaña y una cincuentena de tripulantes de aquella atribulada cohorte de desesperados. Pero el capitán de aquella troupé de soñadores desvencijados antes de iniciar el Gran Viaje había firmado capitulaciones en favor de su mujer, una mujer de armas tomar como se demostraría a la postre.

En aquella época, almirante era el equivalente a un jefe de expedición (o lo que es lo mismo, la máxima autoridad). Era la primera vez en la historia conocida que una fémina estaba al mando de una escuadra.

Se han dicho muchas cosas sobre Isabel Barreto difíciles de contrastar.

El piloto portugués Pedro Fernández de Quirós, el de mayor rango, antigüedad y conocimiento del mar en aquella expedición, argumentaba que Isabel de Barreto trataba con una crueldad inmisericorde a sus subordinados. Bien es cierto que había claros indicios de difamación por parte del luso que apuntaban a un “Tour de force” para desbancar del mando a aquella mujer a la que acusaba de déspota ¿Pero de haber sido así, no lo eran igualmente los hombres en situaciones similares?

Foto: Publicidad en una revista argentina de 1945 (Fuente: Wikipedia)

El relato de Fernández de Quirós es más que discutible y sus maniobras para hacerse con el mando de la expedición están documentadas por otros capitanes como Abelardo Ruiz. Otros subordinados comentaban sobre los arrestos de aquella mujer tildándola de heroína.

Dadas las circunstancias, Isabel Barreto de acuerdo con los capitanes afines, decidió poner proa a las Filipinas. La travesía fue de una mortandad espeluznante. El escorbuto y la malaria se cebaron con la tercera parte de la tripulación y en aquella situación extrema no se avistaba costa. Nuevamente otra de las naos se perdió en la inmensa incertidumbre de aquel mar infinito y la tercera embarcación a dos días vista de desaparecer la anterior, se esfumó.

Tras 10 meses de medrar por la mar océana, principiado el año de 1596, el San Jerónimo, un galeón de buen porte cercano a las 800 toneladas, arribaría al puerto de Manila. Un centenar de desesperados y desharrapados marinos por los que había pasado un tifón de calamidades, sobrevivirían a aquella tremenda expedición. La gesta sería increíble. Nunca jamás se había recorrido una distancia de aquella magnitud en el transcurso del siglo XVI; distancia que podría acercarse a los 20.000 kilómetros.

"En 1612 moriría en un pueblo perdido del país andino en circunstancias aún sin esclarecer"

Fueron los primeros en cruzar por el Océano Pacífico hemisferio sur, certificando la existencia de la actual Australia, era el momento de Felipe III. En Manila sería recibida como una heroína creándose festejos multitudinarios para celebrar aquel evento incomparable. Fernando de Castro, un pretendiente de mucho postín, la perseguiría por tierra mar y aire hasta su rendición.

Ambos hicieron una verdadera fortuna vendiendo especias y sedas chinas de vuelta a Perú. En 1612, la única adelantada de la historia de España, a los 45 años, moriría en un pueblo perdido del país andino en circunstancias aún no esclarecidas a día de hoy. Más de dos mil misas se celebraron de manera secuenciada durante medio año en el convento de las Clarisas de Lima.

Fue un personaje memorable y también, olvidado por la historia.

Ya que estamos en mitad del maremoto/ ¿Qué prefieres?/Marcharte sin echar un ojo o sabiendo quien eres…

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