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El capitán Juan Salafranca y el destacamento perdido de la guerra del Rif
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Una historia de heroísmo y desidia

El capitán Juan Salafranca y el destacamento perdido de la guerra del Rif

Nadie que sea permeable a la realidad tiene opiniones inmutables.Cicerón. Una sufragista inglesa dijo una vez que "Una gran tragedia evitaría muchas otras", pero después

Foto: El capitán Juan Salafranca y Barrios
El capitán Juan Salafranca y Barrios

Nadie que sea permeable a la realidad tiene opiniones inmutables.

Cicerón.

Una sufragista inglesa dijo una vez que "Una gran tragedia evitaría muchas otras", pero después de los acontecimientos de Annual vendría la noche más larga de una España ya rota por años de enfrentamientos civiles.

Si Dios está en todas partes, por qué buscarlo…Fueron las últimas palabras del soldado Iñiguez a su compañero moribundo ante una noche perfectamente estrellada. El futuro interfecto, le dijo a su compañero de milicia, levántame la cabeza y, tras una última mirada al cosmos, expiró. A continuación le cerró los parpados mientras una misteriosa y reconfortante ola de paz se instalaba en aquel rostro atribulado y lleno de surcos.

La sangre de los amigos, hermanos, los sin recursos, gentes de alpargata –las botas eran solo para los que tenían posibles-; regaba con abundante generosidad aquel territorio yermo en el que el día tenía dos fases, una, con un sol inclemente que te licuaba los sesos y la otra, por la noche, con un frio extraño que era el envés de aquella curiosa meteorología norte africana.

Foto: Illustración de la explosión en el Liceo en la portada de Le Petit Journal de París (1893)

Lo de Marruecos estaba resultando un baño de sangre, un descomunal gota a gota en el que las venas de los desgraciados que no podían pagar la liberación que otros si conseguían con una dádiva que les eximia de ella, iban dejando un rastro de frustración y desgarro en miles de familias que vivían a diario esa incertidumbre de una vuelta incierta a lo cotidiano por parte de sus hermanos e hijos, aquellos que no podían huir de las zanjas de la miseria

Tres guerras intestinas habíamos dejado atrás cuando sucedió lo del Protectorado. Faltaba la más dura, la cuarta. Cuatro en un siglo. No hay país que soporte ese Hara Kiri y además sobreviva. Pero ya lo decía Bismarck a finales del siglo XIX; España es el país más fuerte del mundo…

Pero como decía aquel ilustre humanista (Cicerón) al que se le amputó todo lo amputable - lengua incluida - “La verdad se corrompe tanto con la mentira como con el silencio”. Muy arriba, alejado de la cruda realidad, había un rey indiferente al dolor de aquellos soldados y al que solo le importaba la pornografía y sus intereses al otro lado del Mar de Alborán. En términos contables los soldados caídos parecían números inertes. Su amigo del alma, Juan March, perejil de todas las salsas, le cubría las espaldas en los negocietes que el coronado manejaba en aquellas latitudes. Ciertamente, la corte y sus corifeos parecían un estercolero moral…

Entretanto, en algún lugar de este pálido punto azul, una espantosa carnicería iba a producirse sin preavisos.

Mientras una mayoría de soldados no sabían ni por qué luchaban, las corruptelas, sobornos, contrabando de armas, estafas al erario público, estraperlo, etc. se convertirían en prácticas comunes, hasta convertirse en una corrupción sistémica. Lo que ocurría en el Rif, era una verdad que ardía en silencio.

placeholder Militares españoles en un blocao (1921)
Militares españoles en un blocao (1921)

Aquella triste caterva de soldados maltratados, eran meros números en el juego de soldaditos de plomo del monarca (Alfonso XIII), alguien que no conocía el frente, ni el miedo, ni el hambre, ni el frio.

El capitán Juan Salafranca y Barrio, nació en las postrimerías del siglo XIX en una familia de raigambre militar. Desgarbado, con una delgadez a primera vista casi enfermiza, parecía un claroscuro de Caravaggio. Su altísimo cuerpo – para la época -, pues medía 190 cm, impresionaba a sus subordinados. Además, era un tirador de primera y había comprado y colocado por su cuenta una elemental mirilla Zeiss en su Mauser Gewehr 98 con peines de cinco balas. En aquel entonces no existía el concepto de francotirador tal y como se conoce hoy, pero este alargado uniformado siempre había sido un buen aficionado a la caza menor. En las escaramuzas previas al Desastre de Annual, tenía el récord de víctimas adversarias hasta que le llegó el fatídico día en el que se abren las puertas de la gran incógnita.

Sus hazañas comenzaron a ser la comidilla de oficiales y subordinados. En el asalto a los rebeldes situados en la posición del Biutz, perecieron cerca de 150 compañeros y cayeron una veintena de oficiales, fue un asalto casi épico. De ahí, de aquella masacre saldría con los galones de capitán.

"En 1921 las cosas estaban bastante feas, y lo que parecían escaramuzas de andar por casa se habían convertido en un levantamiento en toda regla"

En aquel entonces, un bien uniformado general pero escaso de entendederas, que creía que el arrojo era virtud y la prudencia algo a desdeñar, se puso manos a la obra en una de las operaciones militares más desastrosas que se recuerdan.

Silvestre era el Comandante General en Melilla y, con una pasmosa naturalidad, mandó poner en marcha a más de 15.000 hombres para sitiar a los díscolos rifeños de la curtida Kabila de los Beni Urriaguel, excelentes guerreros, que además de jugar en casa eran más sanguinarios que el Tato. Mientras avanzaba alegremente hacia las profundidades de la fosa que estaba cavando para sus subordinados, en dirección hacia Alhucemas, la zona de la que procedían los activos turbantes del líder Abd el Krim; las fauces de aquella turba se iban cerrando en torno a sus desprevenidas tropas.

En 1921, las cosas estaban bastante feas y lo que parecían habituales escaramuzas de andar por casa se habían convertido en un levantamiento en toda regla. La unidad de Juan Salafranca y Barrio fue trasladada en primera instancia al campamento de Annual a una distancia de Melilla de dos días para la infantería.

Fue en el mes de marzo de ese año, cuando el capitán recibió las que a la postre serían sus últimas órdenes. Se trataba de establecer posiciones defensivas cerca de Abarrán a una distancia de media docena de kilómetros de Annual. Iban bien de munición, con bolsillos y cartucheras llenos a tope. Cecina y galletas complementaban la magra ración de aquellos condenados. Pero había un problema y este, era agudo.

Foto: Vesna Vulović

El sol caía sobre las cabezas de aquellos desgraciados a plomo y la escasez de agua y su posterior suministro se revelaron más crueles si cabe que los cabileños.

Una de las “harcas” de caballería indígena que actuaba como avanzadilla e intérpretes, informaría que las hordas del sublevado Abd el Krim estaban asesinando a los pro- españoles del poblado de Tensamán, muy cercano al foco de la rebelión; los afectados, pedían protección al ejército español. Se hacía perentorio el apoyo a estas gentes.

Al alba de una idílica mañana donde las cigarras cantaban sus extrañas melodías acompañadas de la típica percusión propia de estos insectos, la columna se puso manos a la obra para fortificar aquel espacio yermo.

"El capitán había recibido un balazo muy feo en el brazo izquierdo, lo que no le impedía disparar con la solvencia que venía haciéndolo"

Parte del perímetro estaba orientada hacia un barranco desde el cual se imposibilitaba cualquier ataque adversario sopena de acabar en una carnicería. En consecuencia, se reforzaron los tres lados restantes con alambradas de espino , sacos terreros y nidos de ametralladoras.

Entonces, el capitán envió a la harka “amiga” en régimen de exploración para ver qué pasaba en las inmediaciones y esta, en vez de cumplir sus obligaciones, se pasó con todo el equipo a las filas del sublevado Rifeño. Pero la cosa no acaba ahí. Por si la traición (que ya intuía) el capitán Salafranca, se pudiera producir, había previsto vaciar de pólvora los peines destinados a las tropas indígenas dejándoles con lo justo para un enfrentamiento menor. En efecto, estas tropas de contratados locales también se pasaron al enemigo convirtiendo ipso facto la situación del capitán y los regulares en algo más que grave.

Cuando ya la emboscada contra los españoles se había producido, a las primeras de cambio, el capitán había recibido un balazo muy feo en el brazo izquierdo, lo que afortunadamente no le impedía disparar con la solvencia que venía haciéndolo anteriormente; los dos oficiales que le acompañaban, un capitán y un teniente, ya habían sido víctimas de los disparos certeros de expertos tiradores rifeños.

"Las ráfagas de ametralladora batían toda la zona por donde se acercaba aquella turbamulta enfervorizada"

Mientras caía una granizada de fuego desde una colina cercana y sin todavía haberse organizado, aquellos condenados ante la avalancha de moros comenzaron a contar sus balas a la vez que musitaban en medio de aquel descontrol, unas oraciones en voz baja.

Parecía el fin; era el fin

Desde los parapetos propios, las ráfagas de ametralladora batían toda la zona por donde se acercaba aquella turbamulta enfervorizada gritando desaforadamente para convocar a su Dios Allah para que les echara una manita.

Mientras tanto, aquel solitario blocao abandonado por la mano de Dios y sometido a un sol inclemente, había recibido como toda ayuda, dos barras de hielo y unos cuatro millares de balas envueltos en tela de arpillera soltados por un biplano Breguet que un atrevido piloto desconocido había llevado hasta la posición para ayudar a los sitiados. Entonces, una segunda bala penetró como una cuchilla profundamente en el vientre de Salafranca mientras se dirigía al murete donde estaban los sacos terreros. La horda de traidores de la harka propia más los desertores de la caballería indígena que se habían dado a la fuga, ya estaban entrando en la posición donde no quedaban más de treinta hombres vivos de lo que inicialmente eran el centenar de regulares.

En los últimos instantes de aquella carnicería, los artilleros, que habían consumido todas sus municiones, estaban calando bayonetas. El capitán Salafranca tras recibir un tercer impacto en el pecho, y ya con las tripas fuera, se había refugiado en el lado donde el murete daba al barranco, para así eliminar de la ecuación ese potencial frente.

Antes de perder el conocimiento le regaló su cartera al único teniente que quedaba vivo en la posición. Del centenar de regulares (la caballería indígena y la harka “amiga” se habían dado a la fuga), solo pudieron contarlo una treintena de soldados que huyeron de la posición antes de que esta fuera completamente rodeada.

Los que quedaron malheridos fueron pasados a cuchillo in situ. Un sargento de la caballería indígena de probada fidelidad a los españoles se voló la tapa de los sesos.

La propuesta de concederle la más alta condecoración que se pueda dar en España, la Laureada de San Fernando, no acababa de materializarse por cuestiones burocráticas y para verificar testimonios de la trágica hazaña. Algo extraño por otra parte, pues la única explicación que encuentro es que debe ser que, a los ojos de sus evaluadores, no debió de morir adecuadamente.

Años más tarde, hacia 1924, tras una encomiable presión popular y de la prensa – o al revés - en algún despacho se le encendió una bombilla a alguna lumbrera; entonces sí, la condecoración vino en su punto, como agua de mayo. Anteriormente, la pensión fue a parar a su madre viuda, que tenía como único soporte económico la ayuda del hijo.

Su nombre- Juan Salafranca y Barrio -, vivirá eternamente en algún lugar remoto donde solo habitan los inmortales.

Una vez, un señor un poco excéntrico y con el hígado un poco inflamado dijo; “El fondo está sembrado de buenas personas, sólo el aceite y los bastardos ascienden", se llamaba Harper.

Nadie que sea permeable a la realidad tiene opiniones inmutables.

Melilla
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