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Grandes inventos fallidos: lo que enseña el caso de los submarinos rusos en Suecia
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eran focas, no armas

Grandes inventos fallidos: lo que enseña el caso de los submarinos rusos en Suecia

Hay una serie de paradojas en los avances técnicos que a veces hacen que se cometan los mismos errores durante décadas y que cueste mucho reconocer esos pasos dados en falso

Foto: Un submarino soviético hundido en el Báltico. (Efe/Stefan Hogeborn)
Un submarino soviético hundido en el Báltico. (Efe/Stefan Hogeborn)

La visión que se tiene sobre la tecnología en general, y la militar en particular, ha generado una mitología que identifica sus sistemas como el colmo de la sofisticación. Y muchas veces así es. Pero no siempre. En ocasiones todo es mucho más chapucero de lo que aparenta. O ineficaz aunque nadie sea capaz de modificarlo durante años. El profesor de la Universidad de Nueva York William H. Starbuck ha recopilado varios de estos episodios en los que la explicación de los fallos de los sistemas tecnológicos resulta bastante bochornosa.

Por ejemplo, los de la armada sueca. La relación entre los submarinos rusos y las costas suecas es muy antigua y recurrente. La última alarma data de 2017. Poco antes, en 2014, también hubo un gran revuelo al respecto. Pero quizá el episodio más chocante sobre este particular se dio en febrero de 1995. Entonces, el Jefe del Estado mayor de la defensa sueco, Owe Wiktorin, reconoció que los modernos sistemas que habían adquirido en 1992, los hidrofonos, confundían los ruiditos que hacían los visones con los de los submarinos.

Dentro del submarino había 50 soldados y oficiales de la URSS. También uranio como para una explosión nuclear peor que la de Hiroshima


Pero no siempre fueron focas, arenques o visones, como ironizaban los daneses. En octubre de 1981 dos barcos de pesca (aquí no jugaron un papel relevante los sistemas de detección) avistaron un sumergible. Se trataba del submarino nuclear soviético U-137 y se localizó frente a la costa de Karlskrona. La crisis diplomática fue mayúscula. Algunos medios hablaron del mayor incidente bélico desde la Segunda Guerra Mundial. Dentro había 50 soldados y oficiales de la URSS. Según los expertos militares llevaba en su interior uranio 238.

Moscú pidió unas tibias disculpas, pero retrasó todo lo que pudo el acceso de Suecia al submarino. Los kilos de uranio que se hallaron en su interior podrían haber desencadenado una explosión atómica de mayor virulencia que la que tuvo lugar en Hiroshima en 1945. Al poco, se descubrió que había hasta 60 sumergibles en el Báltico con armas atómicas. Desde entonces, Suecia trató de afinar su capacidad de respuesta. Sin buenos resultados, como se verá.

Focas juguetonas

A raíz de estos incidentes, los suecos reforzaron sus sistemas y prestaron una particular atención a lo que pasaba bajo sus aguas. Sin embargo, la sospecha de que con los aparatos tecnológicos en realidad lo que se estaba persiguiendo era a animales se sugiere ya en julio de 1987. El cazador Tero Harkonen expresó su convicción de que lo que se suponía que eran submarinos amenazadores no eran sino focas que jugueteaban y de vez en cuando salían a la superficie.

La confesión de estos errores por parte del ministro de Defensa sueco fue a causa de un vuelco electoral con el consiguiente cambio de partido en el poder. También tuvo que ver con la disolución pocos años atrás de la Unión Soviética, que por esas fechas parecía incapaz de sostener la maquinaria de guerra que había desarrollado en las décadas anteriores.

Muchas veces los expertos en tecnología están muy especializados en sus áreas y eso les conduce a callejones sin salida

Esta historia, en opinión de Starbuk, ilustra tres aspectos. El primero, que el aprendizaje proviene en ocasiones de olvidar parte de lo aprendido previamente. “Los hombres de tecnología, al igual que los científicos, tienden a mantener sus convicciones hasta que un hecho incontrovertible las deja en evidencia”, sentenció Henry Petrosky. En este caso, se puede apreciar como la armada sueca se mantuvo en el error incluso durante dos décadas y siempre achacó los malos resultados a su pequeñez en comparación de a la fuerza con la que se medían, la soviética.

Sorprendentemente, quienes manejan y proyectan los avances tecnológicos, tienden a ser bastante inmovilistas y reacios a las nuevas ideas. Esto se debe a que muchas veces sus campos exigen mucha especialización y esta, a su vez, conduce a callejones sin salida. Ese es, al menos, el punto de vista que expone Starbuck.

Voluntad política

El segundo punto es que las organizaciones hacen difícil avanzar si antes no se quitan los prejuicios. Sus responsables son muy reacios a cuestionar sus creencias y principios porque con ellos han creado una justificación a sus políticas y acciones concretas. Han levantado estructuras lógicas en las que los métodos elegidos son muy racionales y unos sostienen a los otros. Si quitas alguno, todo el andamiaje se viene abajo.

El tercer aspecto es que esos cambios necesarios solo se producen si hay una voluntad política de hacerlo. Teniendo en cuenta que la gente tiende a obviar la información que dañe su reputación y su carrera profesional, es preciso cambiar al individuo que está procesando esa información para que obtenga buenos resultados.

La visión que se tiene sobre la tecnología en general, y la militar en particular, ha generado una mitología que identifica sus sistemas como el colmo de la sofisticación. Y muchas veces así es. Pero no siempre. En ocasiones todo es mucho más chapucero de lo que aparenta. O ineficaz aunque nadie sea capaz de modificarlo durante años. El profesor de la Universidad de Nueva York William H. Starbuck ha recopilado varios de estos episodios en los que la explicación de los fallos de los sistemas tecnológicos resulta bastante bochornosa.

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