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El gran negocio del agua mineral: menos calidad y precios desorbitados
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El gran negocio del agua mineral: menos calidad y precios desorbitados

Basta abrir el grifo para tenerla a disposición. Sin embargo, el consumo de agua embotellada está en auge, a pesar de que los expertos insisten en que no hay beneficios

Foto: Las consecuencias de realizar este gesto en el supermercado. (iStock)
Las consecuencias de realizar este gesto en el supermercado. (iStock)

“El agua es un producto alimentario como cualquier otro. Como tal debería tener un valor de mercado”. En el año 2013 toda internet estalló ante estas declaraciones de Peter Brabeck, por aquel entonces director ejecutivo del grupo Nestlé. Brabeck había proferido tales palabras en un vídeo sobre seguridad alimentaria grabado en el año 2005 poniendo en duda la condición del agua como un derecho humano.

La ciencia económica se define como la administración eficaz y razonable de aquellos bienes que resultan escasos. Al igual que sucede con el sol o el aire, hasta hace unas décadas muy pocos se habrían atrevido a valorar abiertamente el agua como un bien económico. El panorama muestra que la concepción social, política y empresarial que se tiene del líquido elemento ha cambiado de forma contundente.

Debido al cloro y al río de procedencia el agua sabe diferente de una comunidad autónoma a otra. Basta utilizar un filtro para paliar los problemas de gusto

Los datos hablan por sí solos. El consumo del agua embotellada está en auge. Según un informe realizado en 2011 por la Asociación Nacional de Empresas de Agua Envasada (ANEABE), España sería el tercer país europeo por ventas, por detrás de Italia y Alemania. El Ministerio de Agricultura y Pesca, Alimentación y Medioambiente estima que en España se consumen unos 60,71 litros por persona y año, lo que supone un aumento del 5,4% en 2017, según un estudio del Panel de Consumo en el Hogar publicado recientemente.

Los costes de producción son irrisorios, los beneficios exagerados y son evidentes los intereses que grandes multinacionales como Nestlé, Danone, Coca-Cola y Pepsico tienen en el sector. La asociación ecologista italiana ‘Legambiente’ estima que el agua embotellada tiene un coste medio para las empresas de 2 euros por cada 1.000 litros, es decir, 0,002 euros por litro, para un producto que en el supermercado se vende a unos 50 céntimos de euro. A pesar de que en la gran mayoría de los hogares del continente el agua que sale de sus grifos es segura, muchos optan por comprarla en el supermercado. ¿Cuál es la lógica de fondo que rige este mercado?

Clientes confundidos

Una de las causas más esgrimidas por algunos consumidores es que el agua embotellada les ofrece más garantías. Giuseppe Altamore, periodista y autor del libro ‘Acqua S.p.A. Dall'oro nero all'oro blu’, desmiente tal premisa: “las etiquetas, por ejemplo, son poco transparentes. Mientras no está permitido que el agua potable tenga más de 10 microgramos por litro de arsénico, el agua mineral puede tener hasta 40 o 50 microgramos por litro, sin necesidad de dejar constancia de ello. Sucede lo mismo con otras sustancias. Esto se debe a que inicialmente el agua era un producto que podía tener indicaciones terapeúticas. Por ello, no seguía la normativa del agua corriente. Las leyes sobre el agua del grifo son ahora severas. La tecnología ha dado pasos de gigante”, declara a ‘Business Insider’.

España es el tercer consumidor europeo de agua embotellada con una media de 60,71 litros por persona y año, y un aumento del 5,4% en 2017

La polémica de las etiquetas apuntada por Altamore tuvo su mayor escándalo en el caso sucedido en el año 2004 en Reino Unido, cuando salió a la luz que el agua que estaba envasando Dasani procedía de la red de suministro público. Quien piense que toda el agua embotellada se extrae de manantiales, se sorprenderá al saber que no existe ninguna ilegalidad en la práctica llevada a cabo por la multinacional americana y que es común en algunas de las aguas que se pueden comprar en los establecimientos. Desde la normativa, la irregularidad se hallaba en realidad en que no había señalado con claridad y sin equívocos la denominación que debería tener su producto como 'Agua de consumo público envasada'.

¿Una cuestión de gusto?

Otra de las causas más defendidas entre los partidarios del agua embotellada es el de su sabor. El agua embotellada no sabe a cloro, como la del grifo, ya que se purifica por procesos de filtrado, lo que la hace más agradable para ciertas personas tanto por su gusto como por su textura.

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Foto: iStock.

Los expertos confirman lo que nosotros intuimos a través de nuestras papilas. El agua sabe diferente de una comunidad autónoma a otra ya que además del mencionado cloro hay otros condicionantes como el propio río de procedencia, que también incide sobre esta sensación. Tales inconvenientes pueden paliarse, sin embargo, a través de filtros domésticos, eliminando un agente que desde hace varios años se encuentra en el punto de mira de muchos frentes: las botellas de plástico.

Los efectos globales del cambio de consumo

La polémica sobre las consecuencias para la salud del bisfenol A que se utiliza en la fabricación de estos envases llevó en su momento a que países como Francia establecieran leyes en contra de esta sustancia. Sin embargo, las principales preocupaciones relativas a las botellas de plástico atañen, sin duda, a cuestiones sobre el medioambiente que influyen directamente sobre nuestra salud y nuestra alimentación y que nos afectan a todos, seamos o no consumidores de agua embotellada.

Foto: Un informe certifica que el bisfenol A es cancerígeno. Y está por todas partes

Según un estudio llevado a cabo hace unos meses por el diario ‘The Guardian’ cada segundo se producen en el mundo 20.000 botellas de plástico. Si se pusieran en fila todas las unidades fabricadas en 2016 estas cubrirían la mitad de la distancia que hay entre la Tierra y el Sol. Los materiales de fabricación como el Tereftalato de polietileno (PET) son altamente reciclables, pero los esfuerzos para su reutilización a nivel mundial son insuficientes. Se estima que menos de la mitad de las botellas vuelven a ser recogidas y entre 5 y 13 millones de toneladas de plástico acaban anualmente en el mar, dando lugar a fenómenos como la ‘Isla de basura’, una zona de desechos marinos situada en el centro del océano Pacífico Norte con un tamaño estimado de 1.400.000 km².

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Tales residuos han entrado en la cadena alimentaria. Un trabajo llevado a cabo por un grupo de expertos de la Universidad de Gante alerta de que los individuos que comen pescado y marisco de manera frecuente pueden llegar a ingerir anualmente hasta 11.000 pequeñas piezas de plástico.

¿Deberían hacer repensar estos números el devenir que está tomando el negocio del agua? Si a diferencia de lo que decíamos al inicio, este elemento fundamental para la vida ha adquirido, ‘de facto’, la condición de bien económico, las cifras desvelan que su explotación como tal no se está llevando a cabo de la manera más eficiente.

“El agua es un producto alimentario como cualquier otro. Como tal debería tener un valor de mercado”. En el año 2013 toda internet estalló ante estas declaraciones de Peter Brabeck, por aquel entonces director ejecutivo del grupo Nestlé. Brabeck había proferido tales palabras en un vídeo sobre seguridad alimentaria grabado en el año 2005 poniendo en duda la condición del agua como un derecho humano.

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