Es noticia
El declive de las profesiones, explicado con un caso práctico
  1. Alma, Corazón, Vida
LA VERDADERA EVALUACIÓN DEL RENDIMIENTO

El declive de las profesiones, explicado con un caso práctico

Una investigación académica sobre una universidad australiana revela uno de los peores males que aquejan al ámbito educativo, pero también al resto de trabajos cualificados

Foto: Los profesionales lo tienen cada vez más difícil. (iStock)
Los profesionales lo tienen cada vez más difícil. (iStock)

La universidad era un entorno que parecía regido por normas propias. En España resultaba particularmente evidente, ya que muchas cátedras funcionaban como pequeños feudos en los que el titular poseía privilegios no escritos pero siempre operativos. Había un sentido de pertenencia y una exigencia de lealtad que cohesionaba al grupo y que lastraba de manera profunda la posibilidad de que surgiese un pensamiento realmente interesante.

Para acabar con esas prácticas, o al menos eso nos contaron, se hacían indispensables reformas profundas, que fueron puestas en marcha. El problema es que las medidas que se adoptaron distaban mucho de ser las adecuadas. Hemos contado ya las transformaciones que está sufriendo la universidad anglosajona y las noticias no son nada halagüeñas. Y menos aún porque son las que se están implantando en España.

Los académicos debían ser más emprendedores y convertirse en proveedores de valor añadido y de servicios orientados hacia lo comercial

Las universidades cambiaron a través de la utilización de técnicas de management cuyo objetivo consistía en que los académicos “se volvieran más emprendedores”, participaran activamente en la búsqueda de ingresos y se convirtieran en proveedores de valor añadido y de servicios orientados hacia lo comercial. Esto implicaba un progresivo desplazamiento de los ideales tradicionales del profesionalismo, lo que se consiguió mediante técnicas de evaluación del rendimiento desarrolladas por un management musculoso.

La adaptación

Este tipo de prácticas generaron resistencia porque eran ajenas al mundo académico y era de suponer que resultarían mal acogidas por aquellos a los que se les iban a aplicar. Y así ha ocurrido, aunque mucho más de palabra que por las reacciones que han suscitado. Como cuentan Senia Kalfa, de la Macquarie University, Adrian Wilkinson, de la Griffith University, y Paul J. Gollan, de la University of Wollongong, en el estudio 'The academic game: compliance and resistance in universities', lo usual no ha sido el enfrentamiento, sino la adaptación.

Contamos con un grupo de investigadores con mucha energía. Han tomado la píldora feliz y se han unido a nosotros

Como resume Philip, uno de los profesores entrevistados para el estudio, “los académicos que trabajan aquí han aceptado los cambios porque han visto que van en beneficio suyo y de la universidad. Contamos con un grupo de jóvenes investigadores con mucha energía. Han tomado la píldora feliz y se han unido a nosotros porque son conscientes de que contamos con una trayectoria y tenemos un plan”.

“Sólo lo necesario”

Una vez que se instalan los mecanismos postburocráticos que implican la ordenación de la actividad de los profesores e investigadores a partir de elementos que miden su rendimiento (producción, publicación en revistas importantes, participación en la estructura universitaria, estancias en el extranjero, aportación de capital al centro, etc.) la mayoría de los profesores se convierten en disciplinados funcionarios del valor añadido. Muchos de ellos no están cómodos, pero asumen que es lo que deben hacer para permanecer en el puesto o conseguir un contrato mejor. A lo máximo que llegan es a manifestar su descontento pasivamente, evitando implicarse en todo aquello que no les sea útil. Como señala un profesor asistente: “Hago solo lo que está en mi lista de prioridades. Les doy lo que es necesario y sólo lo necesario”.

Ahora me siento en las reuniones y no hablo, es lo más seguro para mí, porque si hablo es probable que me meta en problemas

Otros optan por no implicarse en absoluto como forma de autoprotección. “Solía sentarme con mis colegas en mi anterior universidad y teníamos discusiones enconadas (…) algo que forma parte del debate académico. No sabía que eso no gustaba aquí. Ahora me siento en las reuniones y no hablo, es lo más seguro para mí, porque si hablo es probable que me meta en problemas. Es descorazonador”.

La competición

En definitiva, existía una aceptación evidente de las nuevas normas, y a pesar de las quejas que pudieran formularse en tiempos extralaborales, no se producía un cuestionamiento de las mismas. Según los investigadores, se había articulado un juego competitivo en el que los participantes pelean por una serie de posiciones permanentes y estables mediante la acumulación de capital, ya sea en forma de publicaciones en revistas, puntuaciones de su enseñanza, etc. Tratan así de superar la incertidumbre que la competición les causa, y buscan una salida individual en un entorno en el que los perdedores se verán obligados a abandonar el trabajo o a persistir en posiciones precarias.

La única resistencia tenía lugar cuando los profesores recibían una evaluación desfavorable que ponía en peligro su promoción

No existía ninguna contestación colectiva, lo cual era significativo en una profesión tradicionalmente gremial, porque cada uno de ellos estaba pensando en defender su posición. Tampoco, por supuesto, los sindicatos tenían papel alguno en este juego, dado el individualismo reinante. La única resistencia, aseguran los investigadores, tenía lugar cuando los profesores recibían una evaluación desfavorable que ponía en peligro sus posibilidades de promoción. Y cuando se ponía en marcha alguna acción de contestación, su objetivo era mejorar la gestión existente y no ponerla en cuestión.

Un peligro para los demás

Todo el mundo había interiorizado que la única opción, en un entorno laboral inseguro, consistía en cumplir las reglas lo mejor posible, es decir, de la manera más pragmática, de forma que generase algún rédito, ya fuera en forma de permanencia en el empleo o de ascenso en la escala. Ni siquiera aquellos profesores mejor situados, por su edad o por su posición en la academia, optaban por intentar cambiar el sistema gerencial, y quienes lo hacían eran vistos como un peligro para los demás.

Cada vez hay más personas midiendo el rendimiento y menos realizando las tareas, lo cual es claramente ineficaz para la empresa

En realidad, como bien han subrayado los expertos en management crítico, este es un método usual en el entorno laboral contemporáneo. Cada vez hay más personas midiendo el rendimiento y menos realizando las tareas, lo cual es claramente ineficaz para la empresa, si de hacer el trabajo correctamente se trata, pero es muy útil si el objetivo consiste en que sus empleados sigan las directrices y no generen resistencias. La evidente individualización a la que obliga esta competencia interna no parece dejar muchas opciones: o se abandona el juego o se siguen las reglas al pie de la letra.

Este nuevo orden, pensado para establecer pautas firmes y evitar las resistencias era necesario si se pretendía que el plan saliera adelante. Las evaluaciones del rendimiento eran precisas no tanto para comprobar si cada uno de los profesores cumplía sus funciones como para asegurarse de su fidelidad, forzada o no, al nuevo sistema.

La prioridad era aumentar ingresos y recortar gastos, no ofrecer una mejor enseñanza a los alumnos ni producir más conocimiento válido

La idea de fondo era poner en marcha un modelo cuyo objetivo fuese la rentabilidad, lo cual chocaba de frente con la idea aceptada de lo que la universidad debía ser. La prioridad era aumentar ingresos y recortar gastos, no ofrecer una mejor enseñanza a los alumnos ni producir más conocimiento válido. Y eso suponía que, en esa transición complicada, los profesores debían ser los primeros que interiorizaran las nuevas normas. La competición y la vigilancia mediante evaluaciones de rendimiento sirven a ese propósito fundamentalmente.

Y ahora, lo peor

El problema de fondo no es el caso que narran los investigadores, sino que es una tendencia generalizada, y desde luego no sólo en las universidades. La mayoría de las profesiones se han convertido en algo muy distinto de lo que teníamos en mente, porque la prioridad absoluta es el rendimiento. Eso supone un cambio radical. Si bien todas las empresas necesitan beneficios para seguir adelante, orientar todas las acciones hacia la obtención de recursos implica que, en primer lugar, la tarea se realizará necesariamente de un modo deficiente, que sólo se funcionará a corto plazo y que las capacidades de los empleados no podrán ser aprovechadas, al verse constreñidas por instrumentos de medición que les dejan pocas opciones. En segundo lugar, al convertir una profesión en un instrumento, negarán aquello que le daba sentido, con las obvias repercusiones negativas que tiene entre sus usuarios y clientes. Y, por último, obliga a que las medidas de control se acentúen para ser verdaderamente eficaces.

Lo malo es que el ejemplo que describen los investigadores no se ciñe a una universidad: abarca a los médicos, la consultoría, el periodismo, la ingeniería y tantas otras profesiones, donde las exigencias de rendimiento están fagocitando las bases del profesionalismo.

La universidad era un entorno que parecía regido por normas propias. En España resultaba particularmente evidente, ya que muchas cátedras funcionaban como pequeños feudos en los que el titular poseía privilegios no escritos pero siempre operativos. Había un sentido de pertenencia y una exigencia de lealtad que cohesionaba al grupo y que lastraba de manera profunda la posibilidad de que surgiese un pensamiento realmente interesante.

Trabajo Universidades Profesores
El redactor recomienda