Los doctores Balmis y Salvany contra el ministro de la muerte
En la misión altruista más importante de todos los tiempos, ambos doctores elevaron el prestigio de la medicina española allende las fronteras, salvando la vida a miles de niños
"No dejes que lo que no puedes hacer interfiera con lo que puedes hacer"
–John Wooden
Probablemente, una de las misiones filantrópicas más importantes de todos los tiempos, si no la más importante –Alexander von Humboldt dixit–, fue la llevada a cabo por el cirujano y médico de cabecera de Carlos IV de España, el Dr. Francisco Xavier Balmis y su compañero de fatigas, el Dr. Salvany y Lleopart.
La que se podría considerar la primera expedición sanitaria internacional de la historia no era ajena a una apuesta temeraria. La odisea de los dos cirujanos que la presidieron y la muerte en acto de servicio del Dr. Salvany, elevaron el prestigio de la medicina española allende las fronteras, a la par que probablemente salvaría a miles de niños de una de las enfermedades mas terribles que la condición humana haya padecido.
No hay que olvidar que la viruela –al margen de que no hubo intencionalidad previa– exterminó a más de la quinta parte de la población azteca (estamos hablando de cerca de 3.000.000 de muertes) y causó estragos descomunales entre las poblaciones aborígenes de América durante el proceso de conquista. No solo los españoles la llevaron y distribuyeron involuntariamente, sino que durante la colonización británica de Norteamérica (posterior en el tiempo a la española) fue usada como arma de guerra. En su lucha contra los Algonquinos, y sobre todo contra la Federación Iroquesa o de las Siete Naciones, usaron reiteradamente este terrible virus impregnado en las mantas que tan generosamente les daban bajo la apariencia de dádivas y regalos, causando una terrible mortandad entre estos autóctonos.
Este virus era mas letal que el ébola y su tasa de mortalidad rondaba el 90%. El 10% restante quedaba con la cara marcada de por vida, y en la mitad de los casos, ciego irremisiblemente.
Es obligado recordar, asimismo, que fue en el año 1796 cuando un médico rural inglés, Edward Jenner, observó que las ordeñadoras locales de un pueblo galés adquirían ocasionalmente lo que se dio en llamar la 'viruela de la vaca' tras el contacto regular con estos animales. Estas mujeres obviamente estaban inmunizadas, por lo que se puso manos a la obra y para el año 1.800 ya había elaborado su crucial investigación. Europa estaba por aquel entonces siendo arrasada por la viruela de manera letal.
Mientras todo esto ocurría, el mundo médico se puso en acción, y Jenner dispuso rapidísimos mecanismos para que llegara a Francia y España la solución que se hacia perentoria para detener este arma infernal.
Se impregnada el fluido en un bisturí y, con una incisión, en diez días aproximadamente aparecían un puñado de pústulas
En 1803 partiría desde Galicia la expedición del doctor Xavier Balmis, con niños huérfanos a bordo vacunados previamente para llevar a América en principio y luego a Asia la vacuna de la viruela.
Llevar un fluido tan delicado (el suero de la vacuna) en complejas travesías parecía una tarea más que ardua, titánica. No obstante, los empecinados doctores lo consiguieron, utilizando como correa de trasmisión a niños huérfanos a los que inoculaban la vacuna. A la luz de la velocidad a la que funciona hoy el transporte y las cadenas de frío, parece algo trivial, pero fue una aventura épica de la ciencia.
El método o protocolo era muy sencillo. En los niños de corta edad la vacuna actuaba con más rapidez. Se impregnada el fluido en un bisturí y, con una incisión supradérmica, en diez días aproximadamente aparecían un puñado de pústulas o granos vacuníferos que exudaban el fluido antes de cicatrizar. A partir de ese momento, se vacunaba a otro niño.
Una frase aplicable a la tenacidad que mostraron estos dos hombres sería aquella que en una ocasión dirigió el magnate televisivo norteamericano Ted Turner a una nutrida concurrencia, que rezaba así: "No puedes rendirte nunca. Los ganadores nunca se rinden, y los que se rinden nunca ganan".
Puerto Rico, Cuba, Venezuela, México y Filipinas, Macao y Cantón fueron las páginas exitosas
Todo es ceremonia en el jardín salvaje de la infancia, decía el inolvidable Pablo Neruda. Pero algunos de los chiquillos salieron de un orfanato para meterse en otro. A pesar de la enorme lucha de Balmis por resituar a los chavales –los verdaderos protagonistas de esta historia– , muchos de ellos padecieron calamidades inevitables y muertes en algunos casos por las situaciones extremas que pasaron.
Haberse servido de niños huérfanos para llevar la vacuna hasta los confines del mundo, todavía a día de hoy se ve como un acto rebosante de ingenio. No hay que olvidar que todos los intentos de los doctores de buscar voluntarios para esta aventura científica fueron vanos.
Desde que partió de La Coruña en la ágil corbeta María Pita hasta su vuelta a España, ocurrirían muchas cosas. Puerto Rico, Cuba, Venezuela, México y Filipinas, Macao y Cantón fueron las páginas exitosas, al tiempo que trágicas y tal vez heroicas, de esta expedición filantrópica sin precedentes. Lamentablemente, a veces, cuando se despierta de los sueños, estos tienen un precio. El cirujano José Salvany proseguiría el programa de vacunación en Sudamérica. Enfermo, con comorbilidad, en el año 1810 entregaría su alma a lo desconocido en un lugar remoto de Bolivia.
En Filipinas la ayuda de la Iglesia fue determinante para el éxito. En Macao los portugueses pusieron a su disposición todos los recursos a su alcance para que prosperara la noble empresa. Es más, en un acto mas allá de lo razonable, cuando volvían a España tras once años de singladura, en 1814, dejarían dos huérfanos vacunados en Santa Helena, base militar británica en el Atlántico profundo. En agradecimiento, los ingleses aprovisionarían generosamente con vituallas y regalos a la intrépida expedición.
Las personas fueron creadas para ser amadas. Las cosas fueron creadas para ser usadas. La razón por la que el mundo está en caos reside en que las cosas están siendo amadas y las personas están siendo usadas. Estos médicos no navegaban en la banalidad, sino en lo esencial, que es darse en la medida de lo posible y como principio permanente.
In memoriam.
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