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Cuando España e Inglaterra pudieron convertirse en un matrimonio bien avenido
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la historia reunió a un general y a un duque

Cuando España e Inglaterra pudieron convertirse en un matrimonio bien avenido

La amistad entre Wellington y Castaños, que lo era entre dos países, no fue suficiente para evitar la llegada de Fernando VII, "el Deseado"

Foto: El Duque de Wellington.
El Duque de Wellington.

"Siempre me ha indignado que se crea que tres números pueden expresar la belleza de una mujer, lo que ha costado tantos endecasílabos a los poetas"

–Julián Marías

Tras las abdicaciones de Bayona, por las que Carlos IV, padre del ínclito felón Fernando VII el Deseado primero, y más tarde, sujeto de infausto recuerdo, declinaron sobre la testa de José Bonaparte –hermano del Bonaparte imperial– la gobernanza de aquella convulsa España de primeros del siglo, el vacío de poder resultante del rechazo al monarca francés impuesto, y el crescendo de las algaradas y el estado de insurrección general del cabreado respetable, eran nota tónica grave en el incendiado panorama nacional.

Con carácter provisional, las Juntas Provinciales asumirían la dirección administrativa y la de la guerra al invasor hasta la Constitución en 1808 de la Junta Central que se erigiría en máximo órgano de poder, convocando oficialmente a través de las Cortes de Cádiz al pueblo en armas, y más tarde creando la regencia hasta el advenimiento de un nuevo rey. El que repite bicarbonato toma pronóstico.

Pero las cosas del destino son arbitrariamente caprichosas.

Ocurría que el ilustre general Castaños, cual oráculo premonitorio, ya había advertido con anticipación de la artera maniobra de Napoleón para hacerse con la Península, esto es, que se podía haber evitado el follón que se armó. Además, y con visión inusual y adelantada, había llevado a cabo un acuerdo a modo de Entente cordiale con el gobernador de Gibraltar para poder asistirse mutuamente en caso de una agresión francesa.

La cosa se estaba poniendo fea. Fusilamientos in situ, masacres de civiles, abusos de toda índole por parte de la tropa francesa... eran el pan nuestro de cada día, y no el de la oración. Por otra parte, los españoles no nos quedábamos cortos; tierra quemada y proliferación como setas de grupos guerrilleros, guerra total y poca misericordia con los tragaldabas galos.

Castaños lo había anticipado, lo había visto. Había visto ríos de sangre, ciudades ardiendo, una guerra sin cuartel, y su opinión había sido ninguneada. Este uniformado era un hombre venerado por el pueblo (no por la cuarta parte o mitad), y además ocurría que había entablado una sólida y extraordinaria amistad con el Duque de Wellington, en teoría benefactor durante la contienda, en teoría un enemigo acérrimo de España por su procedencia, pues era inglés de adopción aunque irlandés de nacimiento, y como "malnacido" desde el punto de vista inglés, obligado a rendir reconocimiento.

Wellington entra en escena

Tras la apabullante victoria de Castaños en Bailén en 1808, y las derrotas severas infringidas por el ejercito español con el inestimable apoyo del ejercito inglés de Wellington en algunas de las batallas, para 1813 los franceses huían en todas direcciones.

En Valbuera (Badajoz), Talavera, Arapiles, Vitoria y San Marcial (con el triste corolario de excesos de la tropa inglesa tanto en Fuenterrabía como en la capital extremeña por parte de la soldadesca), los galos habían perdido la cuarta parte del ejercito –que son palabras mayores–, y el resto lo tenían acantonado en diferentes países invadidos, o camino de Rusia.

El duque de Wellington era un militar honorable y ecuánime, honrado y austero, entero y de una pieza. Este irlandés de cuna e inglés por fuerza mayor era un hombre de bien que siempre lo intentó todo en beneficio de los subalternos y el adversario, que no el enemigo. En su devenir por España, su nota suspensa fueron las atrocidades cometidas por uniformados a su mando que serían penadas con batallones de castigo y trabajos forzados. Son las miseria tras el telón de la victoria.

Wellington no era un ser sobrenatural, pero sí tenía un ascendente y un carisma sobrado con la tropa; no era el general engreído al uso.

Es sabido que hubo un debate que no podría calificarse de serio pero sí tuvo mucho trajín en los mentideros en la época de La Regencia, por el que se propuso al duque de Wellington ser el nuevo rey de España. El 'Evening Post' y la –paradójicamente– gaceta sevillana, la 'Gaceta Diaria' de Londres, extendieron este rumor en ambos países y tuvo un fuerte predicamento, pero el militar no tenia ningún interés en la política local ni más quebraderos de cabeza que arrear.

Se sabe que Castaños se lo insinuó ante testigos de manera explícita y se sabe que declinó cortésmente. La amistad sincera y de reconocimiento mutuo entre estos dos hombres de armas dio para muchos años después, pero no para cambiar de raíl al absolutismo que vendría cabalgando bajo la grupa del caballo de Fernando VII, el Deseado.

Vivan "las caenas", gritaba el populacho sin saber lo que se le venía encima.

España.

"Siempre me ha indignado que se crea que tres números pueden expresar la belleza de una mujer, lo que ha costado tantos endecasílabos a los poetas"

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