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El método retorcido que solemos utilizar para ganar una discusión
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'Yo no he dicho eso'. Ya, claro

El método retorcido que solemos utilizar para ganar una discusión

En ocasiones, nos empeñamos tanto en defender nuestro argumento que no nos damos cuenta de que la otra persona dice exactamente lo mismo. No estamos locos, ocurre por esto

Foto: Con tal de llevar razón, eres capaz de tenerla contigo mismo. (Corbis)
Con tal de llevar razón, eres capaz de tenerla contigo mismo. (Corbis)

Hace tiempo que los psicólogos descubrieron que cuando estamos en medio de una discusión tendemos a ser mucho más críticos y darle más vueltas a los argumentos de nuestro contrincante de lo que lo haríamos normalmente. Defendemos nuestra ideas a capa y espada buscando explicaciones y datos que la refuten para salir victoriosos del combate. Pero, en ocasiones, ponemos tanto ímpetu que no nos damos cuenta de que, en realidad, las dos personas estamos diciendo prácticamente lo mismo.

El conocido comúnmente como 'discutir por discutir', ha sido analizado por un reciente estudio según el cual las personas están tan interesadas en tener la razón que son capaces de rechazar su propio argumento si se les hace creer que vino de otra persona. A menudo observamos conversaciones en las que alguien plantea una opinión y el resto tratan de rebatírsela examinándola al dedillo y buscando el fallo en su argumento, cuando verdaderamente piensan parecido. Pero las ansias de protagonismo o el no saber escuchar a los demás, nos llevan a ponernos en contra de nuestro interlocutor por el simple hecho de no haber sido nosotros quienes hemos sacado el tema.

Los investigadores trataban de descubrir hasta qué punto las opiniones que daban otros participantes resultaban tan válidas como las suyas propias

La investigación, dirigida por el doctor Emmanuel Trouche y publicada en la revista 'Cognitive Science', reclutó a 237 personas que participaron en el estudio dando sus opiniones a través de página web Mechanical Turk de Amazon donde les presentaron una serie de silogismos y les pidieron que elegir la respuesta correcta de cada cinco opciones. He aquí un ejemplo del cuestionario:

Sentencia: Entre otros productos, en una frutería hay manzanas, pero ninguna de ellas es ecológica.

Pregunta: ¿Se puede asegurar que las frutas de esa tienda son ecológica?

Entonces los participantes tenían que seleccionar cuál de las siguientes respuestas era válida y argumentar por qué.

- Todas las frutas son ecológicas

- Ninguna de las frutas es ecológica

- Algunas frutas son ecológicas

- Algunas frutas no son ecológicas

- No podemos asegurar que todas las frutas de esa tienda sean ecológicas

No me fío (ni de mí mismo)

Inmediatamente después de completar individualmente los silogismos, se les volvieron a plantear los mismos problemas pero esta vez incluyendo una respuesta y una explicación supuestamente enviada por otro participante. No sólo eso, para que quedase constancia de las opiniones que habían hecho previamente, junto a los de otras personas mantuvieron las respuestas y argumentos que cada uno había dado.

“Aquí es cuando las cosas se pusieron realmente interesante”, comenta Shana Lebowitz en 'Business Insider', donde analiza los resultados de la investigación de Trouche. Con el objetivo de descubrir hasta qué punto las opiniones de otros participantes les resultaban tan válidas como las suyas propias, “en algunos casos se les dijo a los participantes que habían dado una respuesta diferente a la que realmente dieron y les presentaron ese mismo argumento que originalmente había sido suyo como si lo hubiese puesto otra persona”, relata Lebowitz.

Falta de memoria, ganas de discutir o ansias de quedar como los más informados, la mayoría no se dieron ni cuenta de que eran sus propias respuestas, y empezaron a rebatirlas.

¿Yo he dicho eso?

En la fase final del experimento los investigadores dijeron a los participantes que una de sus respuestas habían sido cambiada y se les preguntó si lo habían notado. Más de la mitad dijeron que sí, pero de los que no percataron, la friolera de 56% habían rechazado su propio argumento por considerarlo incorrecto.

Sólo el 41% había elegido la respuesta correcta la primera vez ('Algunas frutas no son ecológicas') y el 62% descubrió que respuesta era correcta cuando se estaban evaluando las de 'otros participantes'. Barajando la posibilidad de que los resultados se debiesen a que habían tenido poco tiempo para pensar cuidadosamente sus argumentos, decidieron hacer un segundo experimento prácticamente igual salvo por una excepción: en este caso se les permitía cambiar sus respuestas y argumentos al recibir de nuevo el cuestionario con las 'opiniones de otros'.

Los que no percibieron que se trataba de sus propios argumentos los rechazaron radicalmente pensando que eran las opiniones de otras personas

De nuevo, la mitad de los participantes sí se dieron cuenta de que habían cambiado sus respuestas y el porcentaje de aciertos total aumentó hasta el 64%. Sin embargo, el 58% de los que no percibieron que se trataba de sus propios argumentos los rechazaron radicalmente pensando que eran las opiniones de otras personas. “Parece que el hecho de tener un tiempo limitado para reflexionar sobre sus argumentos no era el culpable de los resultados obtenidos”, sentencia Lebowitz.

Críticamos por ayudar

Algo parecido a cuando estamos charlando con alguien que tiene ganas de discutir y se pone tan irascible que empieza a ofrecer argumentos contrarios a su idea inicial y cuando se le recuerdan increpa con un 'yo no he dicho eso'. Lástima no tenerlo grabado.

Los autores del estudio han denominado a este curioso fenómeno como 'pereza selectiva para razonar'. En otras palabras, somos mucho más rigurosos en la evaluación de las perspectivas de otras personas de lo que lo somos con nuestras propias opiniones. “Cuando el razonamiento es propio se dan respuestas intuitivas y las personas no son particularmente críticas aunque las respuestas no sean válidas. Pero cuando se reflexiona sobre los mismos argumentos pensando que son de otras personas, el razonamiento es mucho más crítico y exigente”, explica Trouche.

Somos mucho más rigurosos en la evaluación de las perspectivas de otras personas que con las nuestras

Los investigadores creen que estos resultados podrían derivar de una adaptación evolutiva. “Normalmente los argumentos se amplían en las discusiones entre dos o más personas, así que sacando los defectos de una opinión ajena mismo se da la vuelta a la argumentación inicial”.

Según los expertos, parece que meternos en una discusión familiar, política o económica puede ser una buena idea siempre y cuando demos la vuelta a las opiniones ajenas. Criticar y rebatir todo lo que digan, en realidad se puede traducir en que estamos ayudando a los demás a llegar a conclusiones sensatas.

Hace tiempo que los psicólogos descubrieron que cuando estamos en medio de una discusión tendemos a ser mucho más críticos y darle más vueltas a los argumentos de nuestro contrincante de lo que lo haríamos normalmente. Defendemos nuestra ideas a capa y espada buscando explicaciones y datos que la refuten para salir victoriosos del combate. Pero, en ocasiones, ponemos tanto ímpetu que no nos damos cuenta de que, en realidad, las dos personas estamos diciendo prácticamente lo mismo.

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