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Un experimento desvela qué pasa cuando un colegio europeo imita la educación china
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CHOQUE DE CULTURAS

Un experimento desvela qué pasa cuando un colegio europeo imita la educación china

Un documental emitido por la BBC parte de un peculiar punto de partida: ¿qué pasaría si varios profesores chinos viajasen a Inglaterra para impartir sus clases como suelen hacerlo en su país?

Foto: Los profesores Li Aiyun, Jun Yang-Williams y Hailian Zou. (BBC)
Los profesores Li Aiyun, Jun Yang-Williams y Hailian Zou. (BBC)

La educación china está cada vez más de moda, sobre todo gracias a los espectaculares resultados que los colegios de Shanghái obtienen en los exámenes Pisa. En Occidente, sobre todo en España, nos gusta pensar que tienen la clave para mejorar el rendimiento educativo de los más pequeños, y recurrimos a los valores de esfuerzo, respeto al profesor y excelencia que preconizan para explicar por qué la permisividad hacia el alumno y la rebaja de los estándares ha dado al traste con la educación española.

Intentando averiguar qué ocurriría si un país occidental implantase los principios del sistema educativo chino en sus aulas, la BBC ha desarrollado un particular experimento y ha trasladado a cinco profesores chinos a la Bohunt School en Liphook (Hampshire) para que impartan clase a 50 niños de noveno curso (entre 14 y 15 años) durante cuatro semanas. En este período, los estudiantes se vieron obligados a llevar un uniforme especial, entraban al colegio a las siete de la mañana para pasar 12 horas en el aula (con dos pausas al día) y recibieron la misma formación que al otro lado del mundo. Los resultados, que pueden verse en el recién estrenado documental Are Our Kids Yough Enough? Chinese school, an experiment, han sido desastrosos.

Condenados al fracaso

No pasa mucho tiempo hasta que el conflicto empieza a surgir en el aula. Las clases planteadas por dos de los profesores, la señora Yang, profesora de ciencia, y el señor Zou, profesor de matemáticas, son lecciones magistrales. Ambos escriben en la pizarra la teoría, y los estudiantes deben tomar notas rápidamente para estudiar por su propia cuenta. Muy pronto, los alumnos del colegio inglés pierden el interés en lo que les están explicando, así que empiezan a hablar entre sí y a molestar.

Los profesores chinos se limitaban a impartir su lección sin recibir ninguna clase de respuesta por parte de los alumnos

No sólo eso, sino que las primeras faltas de respeto hacia los docentes empiezan a aflorar, ante la sorpresa de los orientales, acostumbrados a que su palabra sea la ley. “Tienen esa disciplina que probablemente funciona en China porque todo el mundo hace lo que los profesores dicen, pero aquí no funciona porque todos pasan de ellos”, explica una de las estudiantes, Rosie, en unas declaraciones recogidas por The Guardian.

Uno de los principales problemas que surge de este choque se debe a la amplia brecha que separa el rol del alumno en los colegios ingleses y en los chinos. Como explica Neil Strowger, el director del centro, “nuestros alumnos están acostumbrados a poder realizar preguntas al profesor, y esperan que sus puntos de vista sean tratados con respeto”. Sin embargo, los profesores chinos se limitaban a impartir su lección sin recibir ninguna clase de respuesta por parte de los alumnos. “Teníamos que actuar como robots”, se queja Rosie. “Estoy acostumbrada a decir lo que pienso, ser valiente, dar ideas, a menudo trabajar en grupo para mejorar mis habilidades y ampliar mi conocimiento”.

Ese es quizá uno de los grandes hallazgos de este experimento: en un momento en el que la mayor parte de la innovación educativa y las reformas en los centros escolares se basan en la autonomía del alumno, el desarrollo de competencias, el trabajo por proyectos y la desaparición de la lección magistral, la educación china, ese faro educativo entre las nieblas de la mediocridad, preconiza lo opuesto. “La mayor parte del tiempo me parecía que sólo estaba aprendiendo a tomar notas realmente rápido y a escuchar las regañinas del profesor”, se lamenta la alumna. Otro importante problema era la competitividad que se favorecía entre los compañeros, agravada por el gran tamaño de las clases, donde se juntaban 50 alumnos es un clima de “estrés y enclaustramiento” donde lo único que valía era el resultado de los exámenes.

Cuando la importación es imposible

A medida que el tiempo pasó, las tensiones iniciales entre profesores y alumnos se fueron limando poco a poco, gracias en parte a un reblandecimiento de la disciplina de los nuevos docentes. Incluso algunos estudiantes empezaron a reconocer que el nuevo sistema les gustaba más que el antiguo, especialmente porque sentían que copiar la lección de la pizarra les ayudaba a recordarla posteriormente. Y algunos de los estudiantes más aventajados disfrutaban de las lecciones magistrales.

La experiencia no sólo fue insatisfactoria desde el punto de vista de los estudiantes, sino también desde el de los docentes. Zou, el profesor de matemáticas, reconocía haberse encontrado con problemas inesperados. Por ejemplo, cuando intentó que los estudiantes demostrasen el teorema de Pitágoras, recibió un “no” como respuesta por parte de estos, que consideraban que con saber aplicarlo era más que suficiente. Además, reconoce haber sentido vergüenza al comprobar cómo algunos de los 70 baguenaudiers que había traído desde su país para regalárselos a los alumnos habían terminado esparcidos por el suelo de la clase después de que la alarma sonase.

El gran secreto de la educación china no se encuentra tanto en su método como en los padres de los estudiantes, su cultura y sus valores

El director del centro reconoce el fracaso del experimento. A pesar de que él mismo había visto con sus propios ojos “el increíble compromiso de los estudiantes, el enorme tamaño de las clases y el comportamiento inmaculado” de los estudiantes orientales, esto no se repitió en el centro que dirige. Strowger reconoce que tan sólo importaría la implantación de una jornada escolar más larga y que los profesores puedan permitirse de vez en cuando ser el centro de atención. Sin embargo, el profesor no tiene ninguna duda de que el gran secreto de la educación china no se encuentra tanto en su método como en los padres de los estudiantes, su cultura y sus valores.

Como explica el crítico televisivo Sam Wollaston en The Guardian, el problema no se encuentra en los profesores, ni siquiera en la clase a la que fueron asignados o el hecho de que a esa misma edad los alumnos chinos sepan mucho más de matemáticas que sus quintos ingleses, sino que el contexto cultural es completamente diferente. Por eso no sólo los profesores y estudiantes occidentales terminan entendiendo que aquello que parecía de entrada ideal resulta muy difícil de replicar, sino que también los docentes chinos han descubierto las ventajas de una educación menos rígida.

Eso es lo que sugieren las palabras de Zou, después de ver cómo un niño que había sufrido un accidente no pedía ayuda ni era socorrido por sus padres a la hora de llevar la mochila. “Me pregunto si ese es el resultado de la educación británica, que enseña a que los niños sean independientes; eso me ha hecho pensar mucho”. Y es que no sólo importan los resultados de PISA.

La educación china está cada vez más de moda, sobre todo gracias a los espectaculares resultados que los colegios de Shanghái obtienen en los exámenes Pisa. En Occidente, sobre todo en España, nos gusta pensar que tienen la clave para mejorar el rendimiento educativo de los más pequeños, y recurrimos a los valores de esfuerzo, respeto al profesor y excelencia que preconizan para explicar por qué la permisividad hacia el alumno y la rebaja de los estándares ha dado al traste con la educación española.

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