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"¿Cómo se llama? Sí, esa, la de las tetas"
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El "lookism" y la discriminación femenina

"¿Cómo se llama? Sí, esa, la de las tetas"

Obligada a llevar trajes cortos y ajustados y a soportar alusiones continuas a su escote, una 'millenial' ha subrayado la perniciosa tendencia imperante en el mundo laboral, sobre todo para la mujer

Foto: El capital erótico, exigencia para ser contratado. (Rainer Holz/ Corbis)
El capital erótico, exigencia para ser contratado. (Rainer Holz/ Corbis)

Entre ellas, la de Rebecca Reid, una millenial acostumbrada a los trabajos temporales, como la mayoría de gente de su edad, y que tras haber pasado por varias experiencias de este tipo se decidió a contarlas en The Telegraph. Reid, que calificó el anuncio de inadecuado, sexista y despectivo, insistía en que era doblemente desafortunado, por el texto en sí mismo y por lo que tiene de reflejo la realidad laboral.

Tras graduarse en 2013, se apuntó a una agencia de trabajo temporal en el suroeste de Londres. La mandaron a una empresa, de nombre De Beers, que estaba buscando a una telefonista de acento agradable y con una cara bonita. Cada día la agencia y la empresa se ponían en contacto para saber si les gustaba la ropa que había llevado y si su apariencia física era satisfactoria. Cuando no era así, porque, por ejemplo, su pelo estaba más rizado de la cuenta, le pedían que ajustase su aspecto a las exigencias de belleza de la empresa.

Sus curvas y su escote

En los seis meses que estuvo empleada en la firma, cuenta Reid, se refirieron a ella con frecuencia con expresiones del estilo de “Cómo se llama esa, la de las tetas”, le pidieron que su atuendo marcara sus curvas y que mostrara el escote, algo a lo que los hombres de la empresa hacían alusión frecuente. Cuando tuvo una fuerte infección renal y no cogió la baja para que no la despidieran, no le permitieron quitarse la chaqueta ni las medias a pesar de que la temperatura de aquel día era de 30 grados.

Reid vivía en una crítica constante de su apariencia, a pesar de que no había sido contratada “ni para un trabajo de actriz ni para uno de modelo”. Sin embargo, el problema de la joven es común en un mundo laboral en el que el aspecto físico es cada vez más importante a la hora de ser contratado en muchos empleos, y ello sin que tenga ninguna relación con las habilidades requeridas para su buen desempeño. Esto es algo, afirma, que le quedó claro los meses que trabajó en Harrods, los populares grandes almacenes, que cuentan con un código físico que describe como “dolorosamente sexista”

Estaba obligada a pasar un examen diario, llamado "Store Approval", en el que una mujer, con un cargo superior, le decía lo que no le gustaba de su aspecto para que lo cambiase. Trabajaba diez horas al día llevando tacones de diez centímetros, le gritaban delante de todo su equipo si el maquillaje no les gustaba y le echaban la bronca si era demasiado lenta cuando tenía que ir al almacén (dando por sentado que tenía que correr con esos taconazos). “Cuando salí de Harrods, tenía la calificación más alta de mi equipo otorgada por los clientes, un juanete y un miedo patológico al trabajo en tienda”.

Pero, avisa, la suya no es una historia excepcional en el mundo laboral contemporáneo, sino la regla. Muchas otras mujeres, asegura, le han relatado cómo les piden usar trajes cada vez más cortos y ajustados, cómo les abroncan a gritos si no sonríen lo suficiente o cómo el director de la empresa les pregunta cuál es su posición sexual favorita.

Bastaba con que fueran guapos

Como afirma Chris Warhurst, profesor de la Business School de la Universidad de Strathclyde, en el pasado los empleadores contrataban gente bien parecida porque sabían que tener trabajadores más atractivos podía aumentar las ventas y atraer a un mayor número de clientes. Pero una vez que formaban parte de la plantilla, no les dictaban cómo debían vestirse o la imagen que debían dar: les bastaba con que fueran guapos. En la actualidad, sin embargo, y con la excusa de dar satisfacción al cliente, “los empleadores prescriben tanto la ropa que deben llevar como la forma en que deben dirigirse a los compradores, instándoles a que utilicen palabras que apelen a los sentidos (en el Reino Unido, por ejemplo, las dependientas utilizan expresiones como exquisite en lugar de lovely). Además, también quieren controlar el peinado y el maquillaje de sus empleados, a menudo implantando códigos de apariencia que la plantilla debe cumplir bajo amenaza de castigo”.

Esta tendencia, que se ha dado en llamar lookism, es, como relata Héctor G. Barnés, uno de los prejuicios sociales que con más frecuencia aparecen en el mercado laboral. En sentido estricto, el término serviría para definir todas aquellas discriminaciones originadas por el aspecto del trabajador –su origen se encuentra en términos negativos tales como sexism o racism–, que le ha granjeado el sinónimo “fascismo del cuerpo”.

El atractivo físico solía ser un elemento llamativo pero secundario en el terreno profesional, pero ahora está convirtiéndose en un factor esencial. Estamos ya acostumbrados a que en algunos trabajos se exija una apariencia determinada para ser contratado, como en las tiendas de moda o en la hostelería nocturna, donde existe la plena convicción de que lo mejor para el negocio es un cuerpo bello. Pero incluso esta perspectiva, antes inusual, está acentuándose porque esa cualificación estética no se ha convertido en un complemento de la técnica, sino en su sustituto.

“Tienen una cara y un culo bonitos, pero no hay nada entre medias”

“Antes, los barman no eran chicos guapos, sino profesionales que sabían atender una barra o hacer buenos cócteles”, explica José Luis Moreno Pestaña, profesor de la Universidad de Cádiz. “Y la dependienta era alguien que te ayudaba a la hora de encontrar algo que te sentara bien. Hoy todo eso no se tiene en cuenta, porque los servicios se descualifican, y es sólo la apariencia la que determina si te contratan o no. En una tienda ya no hay vendedoras, sino chicas que están allí como mero mobiliario. Lo único que hacen es cobrar. No puedes preguntarles nada porque no tienen ni idea, ni siquiera de las existencias que tienen en la tienda. Son gente que hace juego funcional en esos espacios con música y decoración moderna en que se han convertido las tiendas”.

Pero no es algo que ocurra sólo con las dependientes. El lookism, esa tendencia a contratar a los empleados y a ascenderlos siguiendo criterios estéticos, es una práctica creciente en las organizaciones, también en las profesionales. La periodista Kate Adie, ex jefe de corresponsales de la BBC, afirmaba sobre los nuevos presentadores de la cadena británica que “tienen una cara y un culo bonitos, pero no hay nada entre medias”. Esa sustitución de las habilidades profesionales por el atractivo físico es una tendencia en ascenso que sufren muchas mujeres, es claramente discriminatoria y socialmente lesiva, pero también devastadora en lo laboral.

Entre ellas, la de Rebecca Reid, una millenial acostumbrada a los trabajos temporales, como la mayoría de gente de su edad, y que tras haber pasado por varias experiencias de este tipo se decidió a contarlas en The Telegraph. Reid, que calificó el anuncio de inadecuado, sexista y despectivo, insistía en que era doblemente desafortunado, por el texto en sí mismo y por lo que tiene de reflejo la realidad laboral.

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