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Cuidado: "Pasamos rápido de la docilidad al alzamiento"
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ESPAÑA A PIE DE CALLE

Cuidado: "Pasamos rápido de la docilidad al alzamiento"

Segunda parte del reportaje España a pie de calle. La primera parte se publicó ayer.Nacho ha estado haciendo documentales varios años y ahora se encuentra con

Foto: Cuidado: "Pasamos rápido de la docilidad al alzamiento"
Cuidado: "Pasamos rápido de la docilidad al alzamiento"

Segunda parte del reportaje España a pie de calle. La primera parte se publicó ayer.

Nacho ha estado haciendo documentales varios años y ahora se encuentra con que donde había presupuesto no hay nada. Tiene que gastar gran parte de su tiempo convirtiéndose en un buscador de dinero: “esto es el precio de la chapuza, del amiguismo sistemático. Este país llevaba siendo una república bananera mucho tiempo, y al final te vas al carajo, es normal. Por encima parecíamos Alemania, por debajo éramos bananeros, tío. Debe ser el país de los que conozco donde menos se valora la calidad de tu trabajo personal: Quién es tu padrino, de dónde vienes, quién te ampara, cuánto pagas, hasta dónde estás dispuesto a rebajar tus aspiraciones o tu sueldo, hasta qué punto estás dispuesto a humillarte. Esa ha venido siendo la línea. Por no hablar de que en los últimos años cobrar por tu trabajo ha empezado a ser una posibilidad: puede que suceda y puede que no. Tengo un amigo que trabaja en el mundo del cine. Todos los meses queda con otro compañero a primeros y recorren las empresas que les deben dinero. No en plan amenaza, pero sí en plan ‘no me muevo hasta que alguien salga a hablar conmigo’. Y así consiguen cobrar cuando lo consiguen: es demencial”.

Carlos, que se dedica al campo audiovisual, cuenta algo muy similar, aunque las causas sean distintas: “Ha empeorado todo mucho, y no sólo por la crisis. Creo que los autónomos hemos cambiado nuestra consideración, ya no somos profesionales, somos una especie de temporeros, aunque muy especializados. Ha bajado lo que se cobra por jornada, pero mucho más ha bajado el número de jornadas que se trabajan. Por ejemplo, se ha extendido la idea de que una mala película, producción, anuncio o vídeo no hace daño a nadie. Nadie muere por verlas, como nadie muere por escuchar una interpretación nefasta de una sinfonía. Eso sirve para que todo lo que se hace se haga con menos gastos, lo que a la larga hace que todo salga más caro”.

En España, cobrar por tu trabajo es una posibilidad: puede que suceda y puede que noEsa sensación de vivir en el país de la chapuza cotidiana, ampliamente extendida, termina por ahogar buena parte de las esperanzas. Porque no se trata sólo de que haya una separación entre los dirigentes sociales y una sociedad bien articulada que funcionaría al margen de las corruptelas de quienes mandan, sino que las ineficiencias de toda clase acaban por reproducirse a pequeña escala. Nada parece funcionar como debería.

Así lo afirma Eduardo, un profesional en la treintena, que cuenta con buena formación y experiencia laboral y sabe hacer su trabajo, pero está en paro. Baraja la opción de salir corriendo de España, como suele ocurrir con la mayoría de su generación, y más ahora, cuando las posibilidades de desarrollo profesional aquí son cercanas a cero. La desesperación de Eduardo no llega sólo por las dificultades laborales. Esta semana le concedieron un piso de la EMV en alquiler. Tras dos horas esperando en la oficina, llega su turno. La atiende un funcionario que, al ver su expediente, se muerde el labio y le dice:

-¿Tienes licencia de armas?

-¿Cómo?

-Mejor aún, ¿tienes armas con las que disparar? Lo digo porque has tenido muy mala suerte.

A Eduardo le fue asignada una vivienda en el peor barrio de Madrid, que el mismo funcionario le aconsejó rechazar. A pesar de ello, visitó la vivienda, “que es buena sólo si vives de puertas adentro”, comprobó el estado completamente deteriorado de las zonas comunes, y el abandono y la desidia de la EMVS (entre otras muchas cosas: “la última vez que alguien pasó por las escaleras una fregona, ésta se acababa de inventar. Había un zurullo, no sé si humano o perruno. Y las llaves de la luz no existían, algunas eran el plástico negro que sujeta el embellecedor, otras cables sueltos. De las bombillas, mejor no hablar, funcionaba una por cada cinco”). En cierta manera, se encontró con lo que se esperaba, pero eso no es ningún consuelo. Más al contrario, es una piedra más en un trayecto que le desilusiona. Si lo que esta sociedad tiene para él no es otra cosa que descualificación laboral y falta de perspectiva, y para una vez que le ofrece algo es de esta clase, no resulta extraño que lo único que piense es en salir de aquí. Porque en el fondo, algo de similitud hay entre el clima que vivimos y ese mundo abandonado de la mano de Dios que acaba de visitar, ese barrio en el que cada uno va a lo suyo, donde reina la falta de normas y donde nada funciona.

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Personas como Nacho, Carlos o Eduardo, desencantadas, sin demasiadas esperanzas, y sometidas a un proceso de deterioro vital fueron, hace casi un siglo, el núcleo humano que alimentó los movimientos políticos que acabaron con la democracia parlamentaria. Periódicamente se suceden las advertencias acerca de la posibilidad de que regresen las formaciones antidemocráticas del pasado pero, como advierte Ignacio Sánchez-Cuenca, profesor de sociología en la Universidad Complutense y director de Investigación del Centro de Estudios Avanzados de la Fundación Juan March, ese no parece el escenario más probable. “Hoy no vislumbran posibilidades de cambio extrademocrático. Se entiende que el sistema político presente puede absorber las tensiones. Lo que existe, más bien, es un malestar generalizado, que se multiplica con la crisis, pero que no se sabe cómo canalizar hacia propuestas positivas y alternativas. Eso genera un clima extraño. Hay quienes propugnan resetear el sistema, y crear una situación constituyente, pero no se sabe muy bien para qué, más allá de crear una válvula de escape”.

 En ese contexto, lo más probable es que el descontento genere polarización, pero sin llegar a los extremos de Grecia. España se parece más a Portugal, afirma Sánchez-Cuenca, un país en el que debemos fijarnos (“va un año o dos por delante nuestro”), ya que es probable que sigamos su ejemplo. “Su movilización es muy intensa, con niveles parecidos a los años de la Transición en España, y eso dificulta mucho la gobernabilidad. Se van aprobando presupuestos y leyes, sí, pero con una agitación social que hace mucho más difícil la puesta en práctica de las medidas”. Justamente eso es lo que señalaban esta misma semana los mercados financieros respecto de nuestro país, cuando justificaban la decisión de no elevar la calificación de la deuda española por las previsibles dificultades de gobernabilidad que vamos a vivir a partir de ahora.

Para el periodista José Antonio Zarzalejos, no es posible analizar nuestro futuro evitando la variable nacional. Somos un país que posee un carácter muy marcado que determina nuestras reacciones. “Cuando entramos en una crisis sistémica, entramos también en una fase de pesimismo impotente. Eso es lo que nos distingue de otras sociedades, y el 98, entendido desde el punto de vista emocional, es el ejemplo más claro. Ese pesimismo emanado de la pérdida de los restos del imperio colonial impacta en la sociedad española y acaba en un fin de régimen en el que el sistema político quedó reducido a la nada y fue recogido por un directorio militar que llegó al poder sin pegar ni un tiro. Todos los actores institucionales, desde el propio rey hasta los sindicatos, asumieron que era una buena solución”. Esa actitud pasiva prueba que, frente a las adversidades, no tenemos auténtica capacidad de reacción. 

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Se avecinan tiempos de cambio, a pesar de la parálisis a la que aboca el carácter de nuestro país. Según Zarzalejos, los sistemas constitucionales son en España de ciclo muy corto, dada su escasa capacidad de regeneración al no estar conectados con la realidad civil. El mecanismo suele repetirse: aparece la adversidad, se produce una crisis completa, las instituciones fallan en cadena y desaparece por completo ese cuerpo social que podría reactivar el sistema o, al menos, reparar sus deficiencias. “En España no hay entidades u organismos intermedios que dignifiquen la sociedad civil. Entre el poder y el ciudadano de a pie hay un vacío que no es rellenado por asociaciones y organizaciones que aglutinen una acción proactiva y positiva”. En consecuencia, cuando el sistema falla, y la gente ve que las instituciones no cumplen su obligación, se cae en el pesimismo. Y eso nos conducirá tarde o temprano a un estallido”. Para Zarzalejos, España es una sociedad bipolar que gira rápidamente de la depresión a la euforia, que puede ser la más feliz del mundo y al mes siguiente convertirse en lo contrario. Con consecuencias que pueden ser peligrosas, porque “pasamos fácilmente de  la docilidad al alzamiento…”.

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A corto plazo, lo previsible es el fin del bipartidismo. Zarzalejos cree que el PP, en poco más de un año, “ha demostrado que no tiene ninguna ventaja sobre el partido socialista. El PSOE se quedó con 110 diputados y es muy probable que, si las elecciones fueran en estas fechas, el PP no anduviera lejos de esas cifras”. Vamos, pues, hacia una sociedad italianizada, que girará desde el bipartidismo imperfecto hacia el multipartidismo, y donde los grandes ganadores serán “los partidos emergentes que no han tocado poder, ya que se depositará en ellos la confianza que han perdido los grandes partidos. Los ciudadanos han dicho a los dirigentes de las formaciones mayoritarias que no les creen y que invierten la carga de la prueba: piensan que son corruptos y sectarios, salvo que demuestren lo contrario”. Esta crisis de la fiabilidad de la clase política resulta insuperable, “y es por tanto una crisis moral, que es mucho más profunda que las de tipo material”.

Para Amalio Blanco, sin embargo, el problema de fondo no es tanto la articulación política de ese descontento impotente, cuando su traslación a la vida cotidiana. Tantos malos ejemplos, tanta ineficacia y tanto desánimo nos conducen hacia una sociedad donde reinarán “la falta de solidaridad y de compromiso, la apatía política, el incremento de la individualidad, el egoísmo, la falta de empatía y de compasión y el regreso a lo más recalcitrantemente egoísta del ser humano”. Ese es el mundo que parece estar esperándonos a la vuelta de la esquina...

Segunda parte del reportaje España a pie de calle. La primera parte se publicó ayer.