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Cuando lo único que importa es ganar y ser de tu pueblo
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LA MUERTE DEL ESPÍRITU DEPORTIVO

Cuando lo único que importa es ganar y ser de tu pueblo

Un día de agosto Fermín vuelve emocionado a su casa de Badajoz. Ha estado cacharreando en internet y se ha enterado –le dice a su hermano

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Cuando lo único que importa es ganar y ser de tu pueblo

Un día de agosto Fermín vuelve emocionado a su casa de Badajoz. Ha estado cacharreando en internet y se ha enterado –le dice a su hermano David a voz en grito- de que el mejor corredor de carreras de todos los tiempos era extremeño. “De esos que corrían con los caballos, como Ben Hur, ¿sabes? Era como el Fernando Alonso de Roma”. David se mete a su vez en internet y comprueba que su hermano habla de Cayo Apuleyo Diocles, nacido en algún lugar de la Lusitania sobre el año 104 DC y que fue el más importante auriga de todos los tiempos, compitiendo ininterrumpidamente durante 24 años (una cifra prodigiosa para la época en una disciplina en la que no era raro dejarse el cráneo). Diocles corrió en 4.257 carreras, obtuvo 1.462 victorias y se retiró millonario siendo un ídolo absoluto. Cualquier comparación con Fernando Alonso (habituales en la red) deja en realidad al asturiano a la altura del betún, en un chusquero intento de “nacionalizar” al héroe clásico. Paralelamente, cuando David intenta explicarle a su hermano pequeño que Diocles no podía ser extremeño porque Extremadura ni siquiera existía y que era un ciudadano romano de origen Lusitano, Lucio se cierra en banda. “Si es de aquí, es de aquí. Era español”. Es pues, un buen ejemplo de que los semidioses del deporte, los Usain Bolt que entran en la meta en 9.50 mirando de lado a sus contrarios, no son nada nuevo bajo el sol, y de que el pueblo los necesita, vaya usted a saber para qué.

En la época de Diocles el concepto deportivo original estaba ya corrompidoY sin embargo un análisis histórico desvela que en la época de Diocles (en la que, como dice Juan Antonio Jiménez Sánchez, de la Universidad de Barcelona, “los aurigas eran los ídolos de la multitud, la cara visible de la facción a la cual pertenecían”) el concepto deportivo original estaba ya corrompido, si es que existía. La pregunta es: ¿existe aquí y ahora? ¿Existe en esta España que envía a las olimpiadas un equipo de fútbol con pésimo perder y uno de baloncesto del que se sospecha que se le da bastante mejor cuando conviene?

El concepto de deporte nace en un lugar y un contexto sociopolítico particulares, como nos explica David Hernández de La Fuente, escritor, profesor de la UNED y ensayista especializado en el mundo clásico: “Grecia es la cuna del deporte tal y como lo entendemos hoy. Este fenómeno surge en el marco de la sociedad griega arcaica (s.VII-VI a.C.), como parte del modo de vida de la aristocracia y encuadrado en festivales religiosos. En los juegos deportivos participaban los jóvenes de las familias más ilustres de las ciudades-estado –los más ricos eran los que participaban en las carreras de carros– y adquirían gloria para sí mismos y para sus ciudades. En el trasfondo está siempre el concepto de areté, la excelencia, el impulso de ser siempre el mejor, que inspira a la sociedad aristocrática de la Grecia arcaica y que provoca también el nacimiento de la individualidad en la literatura (la lírica aparece por estos siglos, y exalta al individuo frente a la épica), en las primeras obras de arte firmadas y en otras instituciones ritualizadas, desde el ejército al banquete”.

Era, pues, una manifestación más de una escala de valores, enlazada en cierto modo con la filosofía, o al menos amparada por una filosofía. “Como manifestaciones de una misma ética de la areté se puede decir que, al menos, hay un trasfondo común”, reconoce Hernández. “La búsqueda de la excelencia es uno de los motivos permanentes, por ejemplo, en los primeros diálogos platónicos y esto refleja esa ética aristocrática de la virtud. Sin embargo, filosofía y deporte surgen en esferas separadas de la historia de la cultura griega”.

En Roma no se puede hablar de deporte, sino de espectáculos de masas pagados por los gobernantesCaso radicalmente distinto es Roma. “No había nada semejante al deporte griego en Roma: sí se conocen las artes marciales que practicaban los jóvenes como preparación a la guerra en el Campo de Marte, pero están muy lejos de la idea del deporte que había en la sociedad griega. En Roma no se puede hablar de deporte, sino de espectáculos de masas pagados por los gobernantes para entretener al pueblo. La gloria que se obtenía en las luchas gladiatorias no respondía a un sistema de valores ideal sino a los más bajos instintos”.

Nos suena. ¿Vivimos pues, en Roma? ¿Son las olimpiadas un intento periódico de restaurar la idea griega de la excelencia? ¿O un simple lavado de cara?

Poco pan y pésimo circo

“Yo no lo diría de esta manera”, modera Hernández de la Fuente, “pero lo cierto es que el deporte-espectáculo de masas hoy día se mueve por motivaciones económicas y manipulaciones bastante groseras de las emociones y los patrioterismos locales, regionales o nacionales”.

Para Félix, ex jugador de rugby de sesenta años que en sus ratos libres instruye a los nietos en como placar a alguien más grande que tú y hacerle morder el polvo, “el concepto griego quizá se mantiene en ambientes como este, familiares”, dice señalando a los chavales con una mano hercúlea, “o en deportes muy concretos que son, como dice mi mujer, igual que la poesía: con ellos no vas a hacer dinero, así que puedes permitirte decir la verdad. Pero el resto es negocio. Mira la ceremonia de apertura en Londres y el discurso de Seb Coe: pura propaganda comercial de su país. Universalidad cero”.

Desde Samaranch los juegos se han explotado comercialmente de una manera enormePara Yago Casal, mucho más joven, y que a sus 31 años ha sido segundo entrenador del Obradoiro, director deportivo de la Federación Gallega de Baloncesto y ahora entrena al Xuventude de Cambados, vivimos definitivamente “en Roma”, en esa Roma grosera y enardecida donde sólo importa ganar porque ganar es dinero. “El deporte de base imita a los de arriba”, dice, “y es muy fácil que se olviden los valores correctos. Actualmente se da una prostitución y una mercantilización total del deporte en la cual el fin justifica los medios. Lo importante ya no es dar lo máximo sino quedar el primero. La picaresca se acentúa y está bien visto engañar a un árbitro o lo que sea… Creo que pasa en cualquier deporte, también en las olimpiadas, lo que pasa es que hay deportes que los ve menos gente y no se crea escándalo. No olvidemos que el COI es una asociación privada con sede en Suiza y que desde Samaranch los juegos se han explotado comercialmente de una manera enorme”.

Educar a los chavales en determinados valores es, según Yago, posible, pero “el problema es que esta visión del deporte de la que hablamos influye en todo el mundo. Cuando esta mentalidad empieza a calar en padres y en entrenadores, entonces no hay nada que hacer”. El trabajo de base implica “mucho desgaste. Hay que ser persistente, estar todos los días, explicar las cosas. Después, con el tiempo, hay que mostrarles a los chicos los resultados de ese esfuerzo y ese sacrificio… Cuando un chaval viene de jugar yo le pregunto ¿Hoy has dado el máximo? ¿Qué tal jugaste? ¿Te divertiste? Y claro, la gente te mira raro: sólo les importa si ganó y de cuántos puntos”.

En su opinión, que Félix comparte, “no hay cultura deportiva suficiente en este país para apreciar determinados valores, se pasa demasiado rápido de héroe a villano. Hace falta más conocimiento y más profundidad. En el fondo es un fallo del sistema educativo y no afecta sólo al deporte, claro. Es un problema social mucho más amplio. Yo de hecho decidí no dedicarme profesionalmente a esto porque quiero tener la libertad de hacer lo que hago como pienso que debo al cien por cien”.

Cambiando ejércitos por futbolistas

Hoy parece que los partidos de fútbol son una sublimación de la guerra“En cierto modo, hay interesantes paradojas cuando se compara el deporte antiguo y el moderno”, recuerda Hernández de la Fuente, que admite que la existencia misma del deporte es signo de una sociedad avanzada. “Para empezar, el deportista de antaño era un aristócrata que se batía con otros, mientras que el de hoy forma parte de una nueva elite (que se constata en los sueldos astronómicos que cobran). El deporte sigue significando una suspensión de los conflictos: durante los juegos atléticos se daba una paz sagrada y las ciudades no peleaban entre sí. Hoy parece que los partidos de fútbol son una sublimación de la guerra, con las hinchadas y los países desafiándose unos a otros”. “En todo caso”, dice, “el deporte sigue siendo un escaparate para las comunidades políticas: pienso en los aristócratas sicilianos, de las ricas potencias de la Magna Grecia, que participaban en las carreras de carros de la antigüedad y en la gran representación olímpica de países como Estados Unidos o China. Propaganda, política y gloria deportiva estaban también unidas entonces. Pero también hay que decir que hay unos valores en el deporte moderno –de convivencia, respeto, amistad entre los pueblos, etc.– que viene heredada directamente del pasado. La diferencia está quizá en el marco religioso de la antigüedad, que se ha perdido en lo moderno”.

Claro que -y eso lo sabe bien Fermín-, a Diocles no se le recuerda por correr bien, dar el máximo o divertirse. Tampoco por el respeto, la convivencia y la amistad. Se le recuerda –extremeño o no- por ganar. A él y a bastantes de sus caballos, como los de uno de sus más exitosos tiros: Cotino, Gálate, Abigeio, Lúcido y Pompeyano. Aunque a ninguno de los seis la gloria les importe ya.

Un día de agosto Fermín vuelve emocionado a su casa de Badajoz. Ha estado cacharreando en internet y se ha enterado –le dice a su hermano David a voz en grito- de que el mejor corredor de carreras de todos los tiempos era extremeño. “De esos que corrían con los caballos, como Ben Hur, ¿sabes? Era como el Fernando Alonso de Roma”. David se mete a su vez en internet y comprueba que su hermano habla de Cayo Apuleyo Diocles, nacido en algún lugar de la Lusitania sobre el año 104 DC y que fue el más importante auriga de todos los tiempos, compitiendo ininterrumpidamente durante 24 años (una cifra prodigiosa para la época en una disciplina en la que no era raro dejarse el cráneo). Diocles corrió en 4.257 carreras, obtuvo 1.462 victorias y se retiró millonario siendo un ídolo absoluto. Cualquier comparación con Fernando Alonso (habituales en la red) deja en realidad al asturiano a la altura del betún, en un chusquero intento de “nacionalizar” al héroe clásico. Paralelamente, cuando David intenta explicarle a su hermano pequeño que Diocles no podía ser extremeño porque Extremadura ni siquiera existía y que era un ciudadano romano de origen Lusitano, Lucio se cierra en banda. “Si es de aquí, es de aquí. Era español”. Es pues, un buen ejemplo de que los semidioses del deporte, los Usain Bolt que entran en la meta en 9.50 mirando de lado a sus contrarios, no son nada nuevo bajo el sol, y de que el pueblo los necesita, vaya usted a saber para qué.