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"Hacer el bien es como un imán, te enganchas y siempre quieres más"
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PROFESIONALIZAR LA CARIDAD Y CONVERTIRLA EN UNA EMPRESA SOCIAL

"Hacer el bien es como un imán, te enganchas y siempre quieres más"

“Nos estamos comiendo la vida de un niño”. Catalina no podía pensar otra cosa mientras contemplaba cómo su marido y su hijo devoraban la cena que

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"Hacer el bien es como un imán, te enganchas y siempre quieres más"

“Nos estamos comiendo la vida de un niño”. Catalina no podía pensar otra cosa mientras contemplaba cómo su marido y su hijo devoraban la cena que les habían servido en un restaurante de Bogotá. Pocos días antes ella había tenido que ver, impotente, cómo moría un niño de 12 días en un hospital porque su joven madre no había podido conseguir los 25 euros que costaba el tratamiento.

En ese momento decidió que tenía que hacer algo. Estaba destrozada por la reciente muerte de su hijo Juan Felipe, que con un año y medio de edad se había precipitado desde un octavo piso. Ver morir a dos niños con tan sólo unos días de distancia, siendo uno de ellos su propio hijo, la hizo reaccionar. Vendió la empresa que ella misma había levantado y se puso en marcha para hacer descender el altísimo índice de mortalidad infantil que sufría la ciudad colombiana de Cartagena de Indias. Sacó fuerzas de donde pudo a pesar de que la muerte de su hijo pequeño era todavía muy reciente. “La gente pensaba que en mí como ‘esa pobre mujer que se ha vuelto loca después de lo de su hijo’…”, confiesa la colombiana en una entrevista con El Confidencial.

Pero de loca, nada. Su mentalidad empresarial y su fuerza de voluntad la permitieron crear una Fundación, o empresa social, como prefiere llamarlo, que diez años después ya ha salvado la vida de miles de niños en Cartagena.

Vendió la empresa que ella misma había levantado y para conseguir los fondos que necesitaba acudió a su padre, uno de los empresarios más importantes del país. “Dame una lista de gente poderosa que te deba favores”, le pidió. Y con ella fue de puerta en puerta explicando sus pretensiones.

“Yo tenía un plan de negocio firme pero nadie me tomaba en serio, pensaban que era sólo una forma de superar la muerte de mi hijo”, recuerda Catalina. Al principio, quienes la ayudaron lo hicieron como un favor, pero poco a poco fue demostrando la eficacia de una especie de ONG con espíritu empresarial.

Una empresa contra la muerte infantil

La Fundación Juan Felipe Gómez Escobar heredó el nombre del hijo fallecido de Catalina y desde su nacimiento se dedicó a intentar reducir tanto la mortalidad infantil como los embarazos en menores en Cartagena de Indias. Catalina, que había trabajado como voluntaria en una maternidad de la ciudad, había quedado impactada por las condiciones de vida de muchos cartaginenses. “Y a la pobreza hay que mirarla de frente”, asegura Restrepo.

Su principal baza fue la de ‘profesionalizar la caridad’ y aplicar las estrategias empresariales a su proyecto. “Cuando íbamos a pedir dinero a los inversores sociales –que no donantes- les mostrábamos estadísticas, previsiones de crecimiento y resultados, etc.”, recuerda. “Se daban cuenta de que debían invertir en el desarrollo del país”.

Y es que había mucho trabajo que hacer en aquella ciudad que tiene un 63% de la población viviendo en la pobreza y en la que el 20% de las mujeres entre los 15 y 19 años ha estado embarazada. Datos alarmantes a los que hay que sumar los correspondientes a la mortalidad infantil, 48 bebés fallecidos por cada mil nacidos vivos, cuando en Colombia el ratio se sitúa en los 23 por mil y en los países desarrollados no supera los cinco casos por mil.

Fulminar esas cifras era el objetivo de Catalina, y lo está consiguiendo. En sus diez años de vida la Fundación ha reducido la tasa de mortalidad infantil de la ciudad en un 79%, ha salvado la vida de más de 2.300 niños y ha formado a casi 1.500 madres adolescentes, entre otras muchas cosas.

“Hemos decidido jugar fuerte, esto es una industria. Comenzó llamándose caridad, luego fue filantropía, y ahora son modelos de desarrollo económico y social”, explica Restrepo. “La caridad no vale nada por sí misma.  Una organización estructurada con fundamento  empresarial, ética y gestión, son el principio para el desarrollo social sostenible en las comunidades pobres; nuestra organización es netamente empresarial y 100% social”, continúa.

"La mayoría ni sabe que ha sido violada"

Pero, obviamente, no es una organización empresarial al uso. Ni ella una directiva común. Hablando de la labor que desempeña con las madres adolescentes se nota su total implicación, tanto a nivel profesional como personal. “Nos hacemos cargo de las niñas en su primer embarazo y las hacemos responsables de su vida y de su sexualidad”, explica.

Actúan cuando las menores ya están embarazadas porque la prevención resulta casi imposible en un país en el que el abuso sexual está generalizado. “Algunas de ellas ni siquiera sabían que habían sido violadas porque sus agresores (familiares y vecinos, principalmente) les han hecho ver que era algo normal que debían hacer”, lamenta Restrepo.

Por eso los psicólogos, terapeutas y educadores de la Fundación trabajan la parte psico-afectiva de estas menores (pobres, todas ellas son ‘base de pirámide’ como las define Restrepo) para potenciar su empoderamiento y animarlas al emprendimiento. Pero, sobre todo, para que sean capaces de comprender que el segundo embarazo “debe tardar en llegar”. “Estamos de dos a cuatro años con ellas, les damos becas para estudiar, les buscamos trabajo…”.

“Cuando te empiezas a volcar, este mundo te envuelve y ya no puedes salir. Hacer el bien es como un imán, cuando ves que puedes dar algo de felicidad te enganchas y luego siempre quieres más”, manifiesta Catalina, convencida de que vender su empresa y dedicarse a ayudar a los demás fue “la mejor decisión de su vida” y, también, “la mejor forma de honrar” a su hijo Juan Felipe. 

“Nos estamos comiendo la vida de un niño”. Catalina no podía pensar otra cosa mientras contemplaba cómo su marido y su hijo devoraban la cena que les habían servido en un restaurante de Bogotá. Pocos días antes ella había tenido que ver, impotente, cómo moría un niño de 12 días en un hospital porque su joven madre no había podido conseguir los 25 euros que costaba el tratamiento.