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Los candidatos prefieren esposas invisibles
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LA IRRUPCIÓN DE CARLA BRUNI HA REVOLUCIONADO EL PAPEL DE LAS CONSORTES POLÍTICAS

Los candidatos prefieren esposas invisibles

Desde que Jackie Kennedy abandonó la escena política no había sucedido nada parecido. ¿Alguien se acuerda de la mamá de George W. Bush? ¿O de Betty

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Los candidatos prefieren esposas invisibles

Desde que Jackie Kennedy abandonó la escena política no había sucedido nada parecido. ¿Alguien se acuerda de la mamá de George W. Bush? ¿O de Betty Ford? ¿O de la esposa mancillada de François Miterrand? Por no hablar de la señora de Valéry Giscard d'Estaing

Por supuesto que en la década de los 90, un joven y casi desconocido gobernador de Arkansas ganó la presidencia de los Estados Unidos gracias al apoyo de una famosa (e influyente) abogada llamada Hillary Rodham, y que ahora ese tal Bill es el marido de la secretaria de Estado norteamericana; pero salvo ésta y alguna otra excepción, hasta que no apareció en escena Carla Bruni, las mujeres de los políticos habían hecho lo que siempre se había esperado de ellas: mantenerse un paso atrás, atentas al quehacer de sus maridos.

Sin embargo, llegó la celebrity y todo cambió. Él era un hombre poderoso. Ella, una italiana guapa, rica y famosa. En aquellos encuentros había amor, desde luego, pero también mucho sexo. Vamos, que la historia contenía todos los ingredientes necesarios para saltar de los tabloides a los programas de cotilleo y, como diría el sociólogo británico Anthony Giddens, “democratizar lo más íntimo” (La transformación de la intimidad, 1995).

En 2007, la primera dama de Francia dejó de ser invisible. Bruni abandonaba el discreto espacio doméstico que habían ocupado las otras ‘señoras de’ y su vida sentimental comenzó a viajar pareja a los avatares de la presidencia francesa. Música y cine se entremezclaban todos los días con las decisiones políticas del Eliseo, algo inaudito hasta entonces.

En cierta medida, la crisis de la deuda griega ha venido a poner mesura en este desorden mediático. Ella, amantísima esposa y madre, se dedica desde hace unas semanas a cuidar de la pequeña Giulia y él a demostrar que no es nada, pero nada fácil, ser un líder europeo con mirada de altura. Pero, al menos ahora, cada uno se mantiene en su ámbito de influencia natural. Sarko batallando con la realpolitik, Bruni con los biberones. Lo que siempre se ha esperado de la esposa de un líder político.

Como sucede en España, donde en pleno siglo XXI las encuestan arrojan un dato escalofriante. Nada menos que el 20% de los ciudadanos opina que la alta política no es una profesión apta para mujeres. Un juicio que, sin duda, condiciona la imagen que los españoles tienen de la ‘señora de’. “En política imperan muchos estereotipos y uno de ellos dibuja a la mujer del líder como una compañera leal y discreta. Mejor si es madre de familia”, dice el consultor Antoni Gutiérrez-Rubí. Al mejor estilo burgués.

Votos familiares

Un líder político con familia vende el doble que uno soltero o divorciado. Y no digamos que uno que va de affaire en affaire. Piensen si no en Rodrigo Rato, actual presidente de Bankia, que fue apartado por Aznar de la carrera sucesoria en plena crisis matrimonial. “El votante es más conservador de lo que imagina y un político con una familia amplia y consolidada ofrece la imagen de alguien muy centrado, capaz de dedicar todo su pensamiento y su esfuerzo a gestionar el país. Un divorciado arrastra siempre cierto halo de ligereza… ¿Y un homosexual? No creo que España esté aún preparada para esto”, opina el profesor Jorge Santiago Barnés.

El sociólogo Luis Arroyo considera impensable un líder del PP homosexual y sostiene que a Rubalcaba y a Rajoy les vendría “estupendamente“ tener a sus parejas muy cerca durante la campaña electoral. “No determina el sentido del voto, nunca lo ha determinado. Ni siquiera en Estados Unidos, donde hay que recordar que la esposa del presidente sostiene la Biblia sobre la que el elegido jura su cargo. Pero en el caso de España, no les vendría mal. Son dos políticos veteranos, muy populares y su discurso, demasiado conocido, puede terminar por aburrir al votante. La presencia de una familia humaniza al hombre y pondría una nota de color en los mítines de una campaña como ésta, marcada por la crisis”, señala Arroyo.

No todos los analistas son de la misma opinión. “Una esposa ni pone ni quita votos”, sentencia Antoni Gutiérrez-Rubí. “Lo que resta papeletas es intuir que una parte relevante de tu vida personal está oculta. Que el líder tiene un secreto. Lo que no se tolera es el oscurantismo, la mentira”.

Algo de esto le sucede a Rubalcaba, un hombre celosísimo de su vida privada. Los colaboradores del líder socialista se habían fijado desde hace tiempo en la figura de su esposa, Pilar Goya, 59 años, natural de Vitoria y directora del Instituto de Química Médica del CSIC, para dar al candidato un aire más amable, más familiar, menos solitario. Pero Goya no parece estar por la labor, y apenas se le ha visto junto su marido en un acto público. Su ausencia se hizo más patente si cabe el pasado 12 de octubre, día de la Fiesta Nacional, durante el desfile de las Fuerzas Armadas, cuando a la conversación entre Rajoy y Rubalcaba se unió una solícita Elvira Fernández (Pontevedra, 1969), esposa del líder conservador  y economista de profesión.

Jorge Rábago, asesor de comunicación del PP, advierte que la ausencia pública de la esposa no significa que ella no esté ahí. “La vida de un candidato, y no digamos de un presidente, es durísima. Y siempre resulta muy ingrata si no se tiene el apoyo de una pareja. Aunque el elector no la perciba, ésta desempeña un papel crucial en la campaña. Me gustaría que la gente viese cómo se emociona Esperanza Aguirre hablando de la generosidad de su marido”, dice Rábago.

De hecho, a pesar de la discreción que caracteriza a Elvira Fernández, Viri para la familia y amigos, ha trascendido que, al menos temporalmente, abandonará su trabajo en Telefónica para estar cerca de Rajoy en estas fechas tan decisivas.

En Génova opinan que no está de más ofrecer del candidato “una imagen aún más familiar”, como ocurre en Estados Unidos con los aspirantes a la Casa Blanca. Elvira, al parecer, ha cedido en parte. Su imagen será más habitual en los medios de comunicación, pero no hará declaraciones públicas. “No se puede forzar a nadie a ser como no es. Las mujeres que conocemos y son muy activas en el terreno de la política, lo son porque ya lo eran antes de que sus maridos fueran populares. Pero muchas esposas no se sienten cómodas en ese papel y hay que respetarlo”, insiste el asesor de comunicación del PP.

Esposas en la sombra

Este ha sido el caso de Sonsoles Espinosa, la compañera de José Luis Rodríguez Zapatero, que no sólo decidió mantenerse y mantener a sus hijas al margen de la vorágine pública, sino que ha luchado contra viento y marea durante los últimos ocho años por proteger la misma rutina laboral que tenía antes de desembarcar en el Palacio de la Moncloa. “Y lo ha conseguido. Yo he visto a Sonsoles cantar en una pequeña iglesia de Madrid delante de medio centenar de personas sin que nadie se percatase de que allí estaba la mujer del presidente del Gobierno”, cuenta el sociólogo Luis Arroyo, amigo de la familia.

Lo mismo ha hecho Miriam González,  casada con el viceprimer ministro británico Nick Clegg, que sorprendió a la prensa cuando, en plena campaña electoral, rechazó acompañar a su marido, como hicieron las mujeres de los otros candidatos, alegando que su trabajo de abogada no se lo permitía.

Sin embargo, hay que tener cuidado. Porque en política hay pocas cosas más peligrosas que tener la sensación que la esposa del líder es más inteligente que él. “Los prejuicios en este ámbito son enormes. Intuir que es ella quien maneja los hilos del Estado desde las bambalinas puede dar al traste con la carrera cualquier mandatario”, opina Antoni Gutiérrez-Rubí.

Tal vez, Hillary sería la excepción. Cuando Clinton ganó sus primeras elecciones, ella ya había aparecido en dos ocasiones en la lista de personalidades más influyentes de Estados Unidos. Y sin duda, su prestigio fue decisivo para la buena marcha de la campaña de su marido. “Su popularidad de entonces sirvió, sin duda, para captar votos”, dice el profesor Santiago. “No es fácil saber en una pareja cuál de los dos es más inteligente, sobre todo si uno de ellos no tiene proyección pública. El caso de los Clinton es especial porque este matrimonio lleva años compitiendo en la misma esfera profesional. Y este tipo de comparaciones a veces se acentúan porque resultan morbosas”, sentencia Rábago.

Por esto, y porque los tópicos campan sin control en el escenario mediático, es tan difícil encajar el papel de ellos. “Desgraciadamente hay cierto recelo misógino en la sociedad y se piensa que una madre y esposa no puede ser buena mandataria. Vende mejor la imagen de mujer sola. Y cuando no lo está, como fue el caso de Cristina Fernández, se llega a la conclusión de que quien gobierna, o gobernaba, es Néstor. Es el precio que deben pagar las políticas por estar en cargos de responsabilidad”, dice Antoni Gutiérrez-Rubí, tras recordar lo desdibujados que aparecen ante la opinión pública maridos como el de Ángela Merkel  o los de las presidentas latinoamericanas, siempre para evitar comparaciones.

Desde que Jackie Kennedy abandonó la escena política no había sucedido nada parecido. ¿Alguien se acuerda de la mamá de George W. Bush? ¿O de Betty Ford? ¿O de la esposa mancillada de François Miterrand? Por no hablar de la señora de Valéry Giscard d'Estaing