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¿Te obsesiona la perfección?
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¿Te obsesiona la perfección?

Muchos directivos están obsesionados con ser perfectos, hacer las cosas como si fuesen máquinas de precisión y tomar decisiones completamente intachables. A su alrededor muchos subordinados

Muchos directivos están obsesionados con ser perfectos, hacer las cosas como si fuesen máquinas de precisión y tomar decisiones completamente intachables. A su alrededor muchos subordinados se quejan de la cantidad de cambios generados, del tiempo perdido en la indecisión, y de la tensión innecesaria a la que se ven sometidos. ¿Te suena de algo?

Hay muchos motivos que llevan a la gente a querer ser perfecta. Y eso que la perfección no existe fuera del plano teórico, aunque dé para muchas horas de reflexión. Dar vueltas dentro del laberinto mental sobre las diferentes opciones y sus implicaciones puede mantenernos divertidos durante mucho, muchísimo tiempo.

Entre los expertos de neurociencia se cita el caso de un ejecutivo de éxito que sufrió un accidente terrible en el que sus sistema límbico quedó muy afectado. Es la parte del cerebro que procesa la respuesta emocional, por lo que el individuo dejó de sentir gran parte de las emociones cotidianas.

El resultado fue que dejó de ser ejecutivo de éxito. Dada su gran capacidad analítica, siguió haciendo potentes conjeturas sobre las diferentes opciones que se presentaban en su día a día, pero se mostró completamente incapaz de tomar una decisión. Ni coger un taxi o ir en metro, ni comer pescado o carne, ni ir al despacho o trabajar desde casa.

Sin una respuesta emocional contundente que dirigiese sus análisis, este hombre se convirtió en un fantasma pensante, encerrado en una búsqueda eterna de la decisión perfecta a través del análisis intelectual.

Claramente éste no es nuestro caso, pero queda la pregunta: ¿Cuánto caso le haces a tu propia respuesta emocional ante cualquier encrucijada?

Lo curioso es que existe una cultura empresarial muy extendida que predica la toma de decisión completamente desconectada de las emociones. Se supone que la perfección se alcanza precisamente si no se hace caso de las propias emociones.

Y digo yo, ¿cuánto duraría un directivo así, desconectado de sus emociones, en una selva llena de leones, plantas venenosas, tribus enemigas y otras amenazas a su supervivencia? Más bien poco.

Si algo nos enseñan los millones de años de evolución que nos han creado, es que el instinto reptil binario de pelear o huir evolucionó con los mamíferos hacia un registro más amplio de opciones emocionales.

Esta respuesta emocional, impresa en nuestra biología mucho antes que cualquier capacidad analítica, está pensada para reaccionar rápidamente al entorno, asegurando la supervivencia del individuo, por mucho que él se empeñe en analizar diferentes opciones de acercamiento al hermoso volcán en erupción.

La incertidumbre del entorno empresarial actual empieza a acercarse bastante a la de una selva virgen, por lo que, francamente, habría que aprender a utilizar de nuevo los accesorios ‘de serie’ que nos vienen con nuestra carcasa corporal, ¿no crees?

Otro motivo interesante que nos arrastra hacia la idealizada perfección es la también extendida cultura de que cometer errores es de tontos. Por alguna razón hemos olvidado que se aprende mucho más de todas las imperfecciones cometidas que de cualquier éxito perfecto.

Lo que es más, rara vez estamos dispuestos a admitir que cuando llega el éxito, se debe en gran parte a todo lo que aprendimos en los fracasos previos. Los fracasos y los errores, colmos de imperfección que son, nos nutren de conocimientos y aprendizajes, y sobre todo, acumulan la motivación necesaria para hacer revoluciones vitales necesarias.

Hay un nivel de sufrimiento mínimo necesario para que cada individuo se decida a aparcar un mal enfoque, separarse de una mala influencia o renunciar a un sueño engañoso que siempre le lleva a cometer los mismos errores. Cada persona requiere un número de errores determinado para decidirse a aprender de sí mismo.

El tercer motivo curioso a destacar es la tiernísima dualidad, estrictamente humana. Si la madre Naturaleza tiene patrones predilectos, la creación de opuestos es sin duda uno de ellos. Sin muerte no hay vida, y sin fealdad no hay belleza.

Ningún otro animal del mundo conocido se para a juzgar la bondad o maldad del entorno que lo rodea. Los seres humanos, por el contrario, supuestamente los más listos de toda la creación, se preocupan todo el rato de acercarse siempre a los polos positivos y huir de los negativos.

Arriba la vida y abajo la muerte. Viva la salud y muera la enfermedad. Seamos todos ricos, jóvenes y guapos para siempre, huyendo a toda velocidad de la pobreza, las arrugas y las imperfecciones corporales. Así pasamos el rato compitiendo entre nosotros en el vecindario, en la oficina, en la puerta del colegio o en la asociación de directivos. A ver quién aventaja más a los demás en la carrera hacia la superioridad. Agotador, ¿no crees?

La perfección no es más que el extremo opuesto de la imperfección, y perseguirla ciegamente es, en el fondo, una renuncia a vivir la vida en toda su grandeza y colorido. ¡Viva la imperfección!

Muchos directivos están obsesionados con ser perfectos, hacer las cosas como si fuesen máquinas de precisión y tomar decisiones completamente intachables. A su alrededor muchos subordinados se quejan de la cantidad de cambios generados, del tiempo perdido en la indecisión, y de la tensión innecesaria a la que se ven sometidos. ¿Te suena de algo?

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