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Tiger Woods y las hormigas legionarias
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Tiger Woods y las hormigas legionarias

Prácticamente todos los mayores de edad hemos experimentado esa increíble transformación que nos ocurre a los seres humanos al ponernos al volante de un automóvil. He

Prácticamente todos los mayores de edad hemos experimentado esa increíble transformación que nos ocurre a los seres humanos al ponernos al volante de un automóvil. He leído con curiosidad ‘Tráfico’ del periodista norteamericano Tom Vanderbilt que proporciona algunas claves de esta metamorfosis. Subtitulado ‘Por qué el carril de al lado siempre avanza más rápido y otros misterios de la carretera’, este libro explora cómo funciona el tráfico (revelándolo como un fascinante organismo vivo), la manera en que conducimos y por qué lo hacemos así.

 

En el cuarto capítulo (‘Por qué las hormigas no provocan atascos y los humanos sí: sobre la cooperación como remedio para la congestión’), el autor explica cómo nuestra mentalidad competitiva se exalta dentro de un vehículo hasta llegar a convertirnos en auténticos caníbales. Escribe Vanderbilt: “A veces podemos ser esos inofensivos Dr. Jekyll que van a lo suyo y mantienen una distancia segura hasta el coche de delante. Sin embargo, en un momento dado, cambian las circunstancias y con ellas nuestro carácter. Nos convertimos en Mr. Hyde y nos pegamos hechos unas furias al parachoques de la persona de enfrente (o sea, intentamos comérnosla), nos enfadamos porque se nos pegan (o sea, intentamos evitar que nos coman)….”.  En mitad del embotellamiento la queja, expresada o no, aumenta y el termómetro que mide nuestro nivel de ira indica fiebre alta, cuando somos nosotros mismos los que causamos el tapón.

Otro ser vivo, cuya población en movimiento supera muchas veces la nuestra, actúa respecto al tráfico de manera cooperativa. Se trata de la hormiga legionaria del nuevo mundo (Eciton burchellii).  Su circulación es fluida, “hacen lo mejor para la colonia entera –dice el entomólogo Iain Couzin-, nadie intenta comerse a nadie en la senda, no hay tiempo que valga más que el de otro, nadie impide que nadie pase y nadie hace esperar a nadie”. Claro que estos insectos han experimentado una densísima circulación desde hace miles de años. Su mentalidad colaboradora en este aspecto les proporciona una gran ventaja. Y a nosotros, los seres supuestamente inteligentes por excelencia, ¿nos harán falta muchos siglos para empezar a aliarnos y funcionar en equipo en éste y otros aspectos o pereceremos antes en el intento?

Todo cambio vital pasa por una nueva educación

Una vez más, cualquier intento de cambio pasa por el modelo educativo. Somos instruidos en la competencia con el otro y no en la cooperación. Los resultados están descritos en ‘Bajo presión’ un excelente libro del también periodista Carl Honoré. El título secundario reza ‘Cómo educar a nuestros hijos en un mundo hiperexigente’. Se lo recomiendo fervientemente a todos ustedes. Pasarán un rato divertido y a la vez despertarán su conciencia a la ‘hiperpaternidad’ o deseo desmesurado de modelar a nuestros hijos. El término tiene sinónimos como ‘padres helicóptero’, porque siempre están vigilando. Los canadienses les llaman ‘padres quitanieves’, que marcan un camino perfecto en la vida de sus hijos. En los países nórdicos se habla de ‘padres curling’: mamá y papá despejando frenéticamente el hielo por delante de su hijo.

Así describe Marilee Jones, ex docente a cargo de las admisiones del prestigioso MIT (Massachussets Institute of Technology), como actúan los ‘hiperpadres’: “Estamos criando a toda una generación de niños para que nos complazcan, para que nos hagan sentir felices y orgullosos, para que sean lo que nosotros queremos que sean”. Y añade: “Lo sé porque durante años hice lo mismo con mi hija, y como consecuencia casi la pierdo”.

Ya en el siglo XVIII las maravillas musicales de Mozart empujaron a muchos europeos a tratar de producir niños prodigio. Hoy en día la presión es mayor y está más extendida, incluso con programas televisivos que convierten a los menores en auténticos monitos de feria. Sentimos que fracasamos si nuestros hijos sufren de algún modo y no brillan como artistas, profesores o atletas. El apremio es mayor, aunque no exclusivo, en las clases acomodadas. Como dice Honoré, la mayoría de los ‘padres helicóptero’ proceden de la clase media. No se encuentran muchos niños superprotegidos en los países menos desarrollados.

A medida que un cambio social se produce, la clase media marca el camino a seguir. El exceso de protección de los niños está minando la solidaridad social, ya que cuanto más obsesionadas están las personas con sus propios hijos, menor es el interés por el bienestar de los demás. Además, cuando el aula se convierte en un campo de batalla  donde solo hay cabida para un vencedor, la amistad puede resentirse. Por eso cada vez hay más niños con problemas para relacionarse. Nadie quiere ser amigo de un perdedor.

 

Chuletas y trampas en los deberes

 

Los niños cada vez hacen más trampas para hacer los deberes. A través de la red se venden sus trabajos escolares y se utilizan modernas tecnologías para copiar. La opresión y la mentira son siempre buenas compañeras. Cuando sólo se enseña para aprobar un examen y se estudia sólo para ello el aprendizaje carece de sentido y la imaginación y el ingenio desaparecen. Pero "cuando nos olvidamos del examen y enseñamos al niño, se consigue una persona completa" (Carl Honoré). Existen países con sistemas educativos modélicos y muy exitosos. Finlandia es el mejor ejemplo. Allí se mantiene la competitividad en un nivel mínimo, no se ponen notas a los estudiantes hasta los trece años, los profesores dan un informe escrito a los padres y el alumno se autoevalúa.

Son muchas las ventajas de crecer en el mundo desarrollado de principios del siglo XXI: los niños tienen menos probabilidades de padecer desnutrición, abandono, violencia o muerte que en ningún otro momento de la historia. Están rodeados de comodidades impensables hace una generación. Son el centro del universo de sus padres. Y aun así, cito a Honoré, algo sigue mal. Toda la bien intencionada vigilancia está fracasando. Los niños necesitan mucha orientación y un firme empujoncito de vez en cuando, pero cuando los adultos mandan, cuando cada situación es programada, supervisada o estructurada, hay que pagar un precio.

Las lesiones graves abundan entre menores deportistas. Y tal como funciona el cuerpo, así lo hace la mente. La depresión y la ansiedad infantil -y el abuso de drogas, autolesiones y suicidio que a menudo los acompañan- no son hoy día más comunes en los guetos urbanos, sino en los elegantes barrios del centro de las ciudades y en las arboladas zonas residenciales de las afueras donde la emprendedora clase media ejerce su presión sobre los niños.

Los niños, controlados al milímetro (¡incluso con medicamentos!) y al mismo tiempo entregados al consumismo, pueden pasarlo muy mal para valerse por sí mismos. Les protegemos entre algodones y les prevenimos ante riesgos que realmente les harían bien. Los servicios de orientación psicopedagógica de las universidades reconocen que hay cifras récord de estudiantes con depresión.  El cordón umbilical permanece intacto incluso después de terminar la carrera. Muchos padres incluso acompañan a sus ya creciditos hijos a las entrevistas de trabajo para ayudarles a negociar los contratos.

La realidad es que los niños necesitan tiempo y espacio para explorar el mundo por sí mismos: así es como aprenden a pensar, a imaginar y a tener relaciones; a tomar gusto por las cosas; a saber qué quieren ser en lugar de ser lo que nosotros queremos que sean. Criamos a nuestros descendientes a la manera en que desarrollamos un producto y de manera muy competitiva. Esto tiene muy poco que ver con ser competente: ser capaz de facilitarse las cosas sin angustias y en relación con los demás. Cuando los adultos controlan en exceso la infancia de los niños, éstos pierden todo lo que da satisfacción y sentido a la vida: pequeñas aventuras, disfrutar del sentimiento anárquico, viajes secretos, juegos, contratiempos, momentos de soledad e incluso de aburrimiento. Y también conseguimos que la paternidad pierda su mágico sentido.

 

Tiger Woods y el perfeccionismo

 

Para evitarlo, el primer paso sería abandonar el perfeccionismo. Si no dejamos válvulas de escape en la olla a presión en la que hemos convertido la formación de las siguientes generaciones, el estallido se hace inevitable. El enésimo ejemplo de esta exigencia en grado sumo que ponemos a los niños viene representado por la caída del deportista mejor pagado de todos los tiempos: Tiger Woods. Este golfista fue, por deseo de su padre (militar de carrera que sirvió en Vietnam), niño prodigio desde los tres años (con apariciones televisivas incluidas). Sufrió el primer bache de su carrera cuando murió su padre y su ‘mundo feliz’ acaba de explotar como pompa de jabón. Otros conocidos ejemplos de sueños que acaban en pesadilla son André Agassi y Michael Jackson. Los de anónimos ciudadanos anónimos son ya legión y aumentan día a día.

Relajemos este excesivo control y confiemos en la sabiduría innata de la que la vida nos dotó. De manera  bellísima lo expresó el escritor libanés Khalil Gibran en su obra maestra ‘El profeta’. Con sus versos les dejo.

 Vuestros hijos no son hijos vuestros,
 Son los hijos y las hijas de la Vida, deseosa de sí misma.
 Vienen a través vuestro, pero no vienen de vosotros.
 Y, aunque están con vosotros, no os pertenecen.
 Podéis darles vuestro amor, pero no vuestros pensamientos.
 Porque ellos tienen sus propios pensamientos.
 Podéis albergar sus cuerpos, pero no sus almas.
 Porque sus almas habitan en la casa del mañana, que vosotros no podéis visitar ni aún en sueños.
 Podéis esforzaros en ser como ellos, pero no busquéis el hacerlos como vosotros.
 

 Porque la vida no retrocede ni se entretiene con el ayer.
 Vosotros sois el arco desde el que vuestros hijos, como flechas vivientes, son impulsados hacia adelante.

 

  El Arquero ve  el blanco en la senda del infinito y os doblega con su poder para que su flecha vaya veloz y lejana.

 

Dejad alegremente que la mano del Arquero os doblegue.

Porque, así como Él ama la flecha que vuela, así ama también el arco, que es estable.

Prácticamente todos los mayores de edad hemos experimentado esa increíble transformación que nos ocurre a los seres humanos al ponernos al volante de un automóvil. He leído con curiosidad ‘Tráfico’ del periodista norteamericano Tom Vanderbilt que proporciona algunas claves de esta metamorfosis. Subtitulado ‘Por qué el carril de al lado siempre avanza más rápido y otros misterios de la carretera’, este libro explora cómo funciona el tráfico (revelándolo como un fascinante organismo vivo), la manera en que conducimos y por qué lo hacemos así.