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‘Guerra’ abierta entre los nacionalistas de CiU y los socialistas
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LOS CONVERGENTES QUIEREN ELIMINAR A MONTILLA DE TODO PROTOCOLO

‘Guerra’ abierta entre los nacionalistas de CiU y los socialistas

Es la historia de un amor imposible. Lo que pudo haber sido y no fue. Cuando Artur Mas se presentó ante los diputados catalanes recién elegidos

Foto: ‘Guerra’ abierta entre los nacionalistas de CiU y los socialistas
‘Guerra’ abierta entre los nacionalistas de CiU y los socialistas

Es la historia de un amor imposible. Lo que pudo haber sido y no fue. Cuando Artur Mas se presentó ante los diputados catalanes recién elegidos en diciembre del 2010 para pronunciar su discurso de investidura llevaba en el bolsillo un documento firmado al alimón con el Partit dels Socialistes de Catalunya (PSC). La abstención de éstos permitiría su investidura. Todo apuntaba a una legislatura más tranquila de lo esperado, puesto que el principal partido de la oposición -que además acababa de perder la presidencia de la Generalitat- no planteaba una batalla abierta, una oposición dura. Convergentes cedían, socialistas cedían y se atisbaba que podría haber entente entre los dos mayores partidos en grandes temas de legislatura.

Pero parece que cualquier tiempo pasado fue mejor. Hoy, del papel que Mas atesoraba en el bolsillo apenas quedan unas trizas. Y eso que en diciembre pasado se reunió con el nuevo líder del PSC, Pere Navarro, y acordaron continuar con la entente: se crearían diversas comisiones para trabajar conjuntamente asuntos que les interesaban, con el fin de poder aprobar leyes o pactar temas de gran interés, como la Ley Electoral, las leyes ómnibus o el nuevo organigrama de la Corporación Catalana de Medios Audiovisuales.

La gota de colmó el vaso fue la escenificación del pacto entre CiU y PP para salvar los presupuestos de la Generalitat para el 2012. Desde entonces, los dardos entre convergentes y socialistas son cada días más punzantes. No hay comparecencia pública en la que no aprovechen para lanzarse pullas mutuas. Y algunas pensadas para hacer daño.

El ‘caso Montilla’

Los convergentes metieron el dedo en el ojo a los socialistas hace tan sólo unos días. En diciembre pasado, José Montilla fue designado senador en representación del Parlamento autonómico. Hasta entonces, tenía oficina de ex presidente, igual que Jordi Pujol y Pasqual Maragall. Y, como tales, tiene derecho a un lugar en el protocolo si asiste a actos oficiales. Pero si Montilla se queda sin oficina, tampoco tendrá estos derechos, por muy President que haya sido. Cierto que cada partido puede proponer a quien más le interese como senador, pero CiU vio ahí un motivo de desgaste a su principal oponente, justificando la eliminación de la oficina: ni Pujol ni Maragall han vuelto a la política activa. Pero como él es ahora senador, no tiene sentido mantener la oficina aunque haya renunciado al sueldo que le tocaba como ex presidente. Antes del nombramiento, los convergentes ya pidieron que renunciase a la oficina, pero como todo sigue igual lo que estudian ahora es una ofensiva parlamentaria o un resquicio legal para forzar el desalojo de las oficinas. O sea, tiran con bala.

El propio portavoz del Gobierno, Francesc Homs, no se queda atrás en cuanto a las pullas: este jueves, tras la entrega de la propuesta de pacto fiscal de los socialistas a la Generalitat, declaró a Catalunya Ràdio, la emisora pública catalana, que las tesis que tenía el PSC cuando lo presidía Pasqual Maragall “eran mucho más ambiciosas”. Lo que hacía era establecer un paralelismo que sabe que molesta, porque Maragall acabó rompiendo peras con su partido después de que no le dejaran repetir candidatura en el 2006. Y echarle flores al ex líder del PSC es desacreditar a la actual cúpula.

La tensión irá a más

Los socialistas también aprovecharon el viaje de esta semana de Artur Mas a Marruecos para echarle en cara que “vuelve con las manos vacías”. Para el PSC, la expedición junto a un centenar de empresarios fue “un acto de gesticulación, no una ofensiva comercial para abrir mercados”. Pero tampoco hacen ascos a apoyar las protestas por los recortes, lo que CiU llama “ponerse detrás de la pancarta”. Y la tensión irá a más, ya que cada formación tiene en su hoja de ruta marcar perfil propio y los socialistas quieren ejercer de oposición dura.

Ante ello, las buenas intenciones de Artur Mas y de Pere Navarro son agua pasada. “Lo que habíamos intentado era explorar vías de colaboración a fondo. Pero los pactos con el PP las han dinamitado. Temas como la composición de la CCMA no fueron capaces de abordarlos con nosotros, con quienes habían firmado un acuerdo. Y prefirieron al PP. Además, en estos momentos tenemos la Ley Electoral en el congelador. ¿Qué les hemos de decir a nuestra gente? ¿Que decimos que sí a todas las medidas que quieren llevar a cabo?”, dice a El Confidencial Jaume Collboni, portavoz del PSC.

De momento, pues, los puentes están maltrechos. Las reuniones bilaterales se han suspendido y sólo nos queda fijar puntos concretos que se puedan abordar conjuntamente en el futuro. Pero nos tememos que va a ser difícil, porque tenemos objetivos muy diferentes tanto en el modelo de sociedad como en el modelo de estado del bienestar”, se queja el portavoz socialista. Al PSC, le queda como munición liderar la oposición a los recortes de Artur Mas. Y el apoyo que éste da a la reforma laboral de Mariano Rajoy. Pero espera que dentro de un año el Gobierno catalán apriete el acelerador independentista y rompa peras con el PP a causa del pacto fiscal. Entonces será la hora de su verdadera venganza.

Es la historia de un amor imposible. Lo que pudo haber sido y no fue. Cuando Artur Mas se presentó ante los diputados catalanes recién elegidos en diciembre del 2010 para pronunciar su discurso de investidura llevaba en el bolsillo un documento firmado al alimón con el Partit dels Socialistes de Catalunya (PSC). La abstención de éstos permitiría su investidura. Todo apuntaba a una legislatura más tranquila de lo esperado, puesto que el principal partido de la oposición -que además acababa de perder la presidencia de la Generalitat- no planteaba una batalla abierta, una oposición dura. Convergentes cedían, socialistas cedían y se atisbaba que podría haber entente entre los dos mayores partidos en grandes temas de legislatura.